jueves, 7 de abril de 2016

Insectos de la prehistoria atrapados en el tiempo

Un yacimiento de ámbar descubierto en Cantabria -norte de España- muestra los insectos que convivieron con los dinosaurios hace 110 millones de años. El descubrimiento recuerda la fantasía de “Parque Jurásico”, sólo que los científicos no albergan la esperanza de resucitar a un tiranosaurio rex mediante ingeniería genética y grandes dosis de ciencia ficción. Les basta con los insectos: decenas de mosquitos, avispas, chinches, cucarachas y arañas, en muchos casos desconocidos.

En la naturaleza hay instantes que perduran una eternidad, momentos congelados durante millones de años que afloran en nuestros días como si acabasen de ocurrir. El Instituto Geológico y Minero de España (IGME) ha descubierto un filón de esos momentos en los alrededores de la cueva de El Soplao, en Cantabria, un yacimiento de ámbar de 110 millones de años de antigüedad repleto de insectos, que convivieron con los dinosaurios cuando la costa norte de España estaba cubierta de frondosos bosques de coníferas resinosas.

El descubrimiento recuerda la fantasía imaginada por Michael Crichton en “Parque Jurásico”, sólo que los científicos responsables del hallazgo no albergan la esperanza de resucitar a un tiranosaurio rex ni a un triceratops mediante ingeniería genética y grandes dosis de ciencia ficción. Les basta con lo que tienen entre manos: decenas de mosquitos, avispas, chinches, cucarachas y arañas de especies que, en la mayoría de los casos, eran desconocidas hasta ahora y que tendrán ocupados durante años a paleoentomólogos de todo el mundo.

El Soplao es un viejo complejo minero situado en el valle del Nansa, en el occidente de Cantabria, que en los últimos años no ha parado de dar sorpresas. Desde mediados del siglo XIX hasta su cierre definitivo, en 1979, se extrajeron de sus galerías miles de toneladas de mineral de plomo y zinc, en una actividad de la que todavía quedan huellas en la zona.

Era una explotación peculiar, una mina-cueva donde las galerías abiertas a fuerza de pico y dinamita se entrecruzaban con las creadas por el agua de forma parsimoniosa, pero inexorable, a lo largo de milenios.

AMBAR PURPURA DE EL SOPLAO. ARRIBA BAJO LUZ ARTIFICIAL DEBIL, 
ABAJO BAJO LA LUZ DEL SOL
ESTALACTICAS QUE DESAFÍAN LA GRAVEDAD
Cuatro años antes de que la mina echara el cierre, ocho miembros del Espeleo Club Cántabro descubrieron que el El Soplao no era una más entre las 6.500 cuevas que horadan el suelo de esta región del norte de España. La cueva albergaba una rareza geológica que ninguno de ellos había visto hasta entonces: las excéntricas.

Por ese nombre se conoce a un tipo de estalactitas que parece desafiar a la ley de la gravedad y que, en lugar de precipitarse hacia el suelo a plomo, crece en todas direcciones, formando erizados penachos y rosetones.

Otras cuevas del mundo cuentan con formaciones excéntricas, pero en ningún caso con la calidad y abundancia que se aprecia en El Soplao, aseguran los geólogos. Desde 2005, esa maravilla natural es una gruta abierta al público, que cada mes atrae a miles de visitantes.

Fueron precisamente las obras de construcción de la carretera que ahora permite acceder a la cueva desde el pueblo de Rábago las que destaparon la última sorpresa que ha proporcionado hasta ahora El Soplao: un yacimiento excepcional de ámbar del Cretácico, el más importante de Europa y quizás del mundo, en opinión del Instituto Geológico y Minero de España.

AMBAR PURPURA DE EL SOPLAO. ARRIBA BAJO LUZ ULTRAVIOLETA, 
ABAJO BAJO LA LUZ DEL SOL.
ÁMBAR MUY RARO Y COTIZADO
Aunque los depósitos de ámbar de esa época son escasos, pueden encontrarse varios ejemplos en Oriente Medio, Francia, el Reino Unido y el noreste de España. Entonces, ¿qué hace especial al hallado en El Soplao?: “En primer lugar, la edad”, precisa la directora de la investigación, la geóloga Idoia Rosales, del IGME. “Para esa edad, 110 millones de años, la cantidad de piezas de ámbar que encontramos es excepcional, muy abundante. Sólo hemos empezado a escarbar un poco y ya hemos encontrado gran variedad de piezas”.

Idoia Rosales y María Najarro, otra científica del IGME que realizaba su tesis doctoral en Cantabria, fueron las descubridoras de la enorme bolsa de ámbar que se encuentra en uno de los taludes de la carretera de acceso a la cueva, de 25 metros de longitud y un metro de grosor. Nunca hasta entonces se habían visto esas dimensiones en un yacimiento del Cretácico.

No sólo son esas cifras las que hace especial al depósito de ámbar de El Soplao, sino fundamentalmente la cantidad de insectos que conserva y la fortuna añadida de que casi todo el ámbar es azul, una variedad de ámbar tan rara como cotizada que sólo se conocía en la República Dominicana.

“El ámbar azul de El Soplao es mucho más abundante y con una luminiscencia muchísimo más intensa que el de la República Dominicana. La luminiscencia en el ámbar del El Soplao tiene un matiz púrpura que no se ha visto antes en ningún otro yacimiento del mundo”, relata Rosales en las conclusiones del trabajo de campo que su equipo realizó el pasado otoño.

ÁMBAR PURPURA DE EL SOPLAO CON LUZ ARTIFICIAL DÉBIL
UN INCENDIO FORMÓ EL YACIMIENTO
Para sacar todo el partido científico a este yacimiento, el IGME ha reunido un equipo de diez investigadores especializados en distintas disciplinas procedentes del propio instituto y de las Universidades de Barcelona, Kansas (EEUU) y Claude-Bernard Lyon-1 (Francia).

El grupo ya ha formulado una teoría que explica cuál fue el fenómeno que originó una acumulación de ámbar tan grande: un incendio forestal que arrasó la vegetación de los bosques resiníferos que cubrían esa zona de Cantabria durante el Cretácico.

Así lo indican las piezas de fusinita (carbón vegetal) halladas junto al ámbar, restos de una madera que ardió de forma muy rápida y a una temperatura elevadísima, explica otro de los miembros del equipo del IGME, el paleoentomólogo Enrique Peñalver.

Con una atmósfera mucho más rica en oxígeno que la actual y unos bosques repletos de resina, los rayos de una tormenta bastarían para desatar un incendio de proporciones gigantescas. Y, sin cubierta vegetal que protegiera al suelo, las lluvias erosionaron el terreno y arrastraron hacia los ríos toda la resina acumulada durante años al pie de cada tronco, mezclada con otros restos del incendio. Toda esa resina flotó durante un tiempo en una laguna salobre o en un estuario, donde hasta que se quedó enterrada y se transformó en un fósil, en ámbar.

Otra de las peculiaridades del ámbar de El Soplao es que su “inusual abundancia de bioinclusiones”, dicen los responsables de la investigación. En otras palabras, que las piezas recuperadas están llenas de insectos y arañas que en la resina de las coníferas hace 110 millones de años

El especialista en insectos fósiles de la Universidad de Barcelona, Xavier Delclòs, explica que, en relativamente poco tiempo, en el yacimiento de El Soplao han aparecido ocho órdenes de insectos diferentes, con ejemplares en algunos casos no descritos hasta la fecha, como una avispa que depositaba sus huevos dentro de orugas vivas, para que sus larvas se alimentaran de ellas.

Entre los distintos tipos de mosquitos hallados en el ámbar también están los del grupo de los jejenes, que se alimentaban principalmente chupando la sangre de los dinosaurios.

ESPAÑA-CIENCIA-ÁMBAR:S03. EL SOPLAO (CANTABRIA), 04/11/08.- 
El yacimiento de ámbar del Cretácico más importante de Europa, descubierto el 
verano pasado en el entorno de la cueva de El Soplao, en Cantabria. En la imagen, una pieza de
ámbar azul púrpura, de extremada rareza, hallada en la cueva, perteneciente al mencionado período.
 EFE/Esteban Cobo.
¿ES POSIBLE “PARQUE JURÁSICO”?
Para todo aquel que haya leído la novela de Michael Crichton o haya visto la película de Steven Spielberg, la pregunta es inmediata: ¿se podría extraer de esos insectos sangre de los dinosaurios y recuperar su ADN? Desde luego, no sería de tiranousaurio ni de triceratops, que habitaron en lo que hoy es Norteamérica 50 millones de años más tarde, pero quizás sí de otras especies menos populares como los hervíboros aragosaurus, iguanodon e hypsilophodon o los carnívoros baryonyx y pelicanimimus, que vivieron en España en el Cretácico Inferior, según el directorio de dinosaurios del Museo de Historia Natural de Londres.

La ingeniería genética y la tecnología han avanzado mucho desde que se publicó “Parque Jurásico” (1990). De hecho, el año pasado un equipo de la Universidad Estatal de Pensilvania (EEUU) consiguió por primera vez secuenciar el ADN de un animal extinguido: el mamut lanudo, que desapareció de la Tierra hace unos 10.000 años. Pero, por desgracia para quienes sueñen con resucitar a los grandes saurios, las moléculas de ADN no soportan bien el paso del tiempo.

“Son muy frágiles y no fosilizan con tantos millones de años de diferencia. Se han encontrado restos de ADN bastante reciente, digamos que de miles de años, pero no de 110 millones de años. El ámbar no conserva el ADN. En ninguno de los yacimientos mundiales se ha encontrado de momento restos de ADN”, contesta Xavier Delclòs.

Los amantes de los dinosaurios tendrán que conformarse con seguir viéndolos en los museos. Sin embargo, como subrayan los responsables  del IGME, yacimientos como el hallado en El Soplao son “ventanas abiertas al Cretácico” que pueden aportar información muy precisa sobre cómo era el ecosistema en el que vivían los animales que un día dominaron el planeta.

Por Jose María Rodríguez.
EFE-REPORTAJES.

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