El Museo de los Dinosaurios de Salas cumplirá en septiembre una década de vida con una media que ronda los 12.000 visitantes anuales y a la espera de un nuevo edificio que potencie su rica colección
Ángel ayala
H. Jiménez / Burgos
Durante demasiado tiempo la rica colección que atesoraba el Colectivo Arqueológico y Paleontológico de Salas (CAS) no tuvo un lugar donde ser conservada y expuesta con dignidad. Pero hace ahora una década, aquellas piezas lograron un domicilio definitivo con la puesta en marcha del Museo de Dinosaurios, que ocupa unos locales municipales en el corazón de la localidad serrana.
La instalación cumplirá 10 años el próximo mes de septiembre y durante todo este tiempo ha logrado una media anual de 12.000 visitantes, lo que le sitúa a las puertas de alcanzar los 120.000, pese a la crisis económica que ha provocado un ligero descenso en los últimos años. Fidel Torcida, su director, subraya que las cifras tienen una lectura positiva «primero porque carecemos de promoción y nuestro único escaparate son los medios, y segundo porque estamos alejados de una gran ciudad y hay que desplazarse aquí para visitarnos». El turismo familiar de la época de verano, y el que busca un complemento cultural a la naturaleza del entorno, conforman los grupos más numerosos entre quienes se interesan por el Museo, que cuenta además con una pequeña tienda para los apasionados por los dinosaurios.
Aquella idea que nació tras una inversión de 240.000 euros ha logrado, con medios modestos, convertirse en un referente para el turismo de la comarca y la mejor manera de conocer la riqueza de una tierra en la que los gigantescos dominadores de nuestro planeta durante millones de años dejaron restos en forma de huellas y restos óseos.
Si la existencia de la tierra pudiera concentrarse en los 12 meses del calendario los reptiles habrían sido los amos y señores entre el 12 y el 25 de diciembre. Luego llegaron los mamíferos, que solo llevan aquí una semana, y nosotros los hombres aparecimos el 31 de diciembre 23 minutos antes de las uvas. Nos ganan por goleada. Quizás por eso, porque uno se siente insignificante ante aquellos seres, los dinosaurios provocan curiosidad entre los mayores y fascinación entre los pequeños.
Aun así, el Museo de Salas no solo tiene reptiles. Las primeras salas están dedicadas a una época mucho más cercana, que arranca en el Paleolítico inferior hace 200.000 años y repasa la historia de la comarca y sus alrededores a través de los primeros momentos de la agricultura, el megalitismo, la Edad de Hierro, los pueblos celtíberos, la romanización (es admirable el detalle con el que está confeccionada una maqueta del asalto a un castro), los visigodos y finalmente la Edad Media.
Y una vez situado en los tiempos recientes del entorno, el visitante se sumerge en un mundo que solo cabe en nuestra imaginación. Una réplica de Alosáurido da la bienvenida a la nueva dimensión. En el Cretácito inferior, entre 140 y 120 millones de años, los dinosaurios campaban a sus anchas por lo que hoy es la Sierra de la Demanda. En unas épocas aquello estuvo inundado, en otras hubo sequías, y hasta la actualidad ha llegado una interesante colección de vegetales fósiles, restos óseos de diversas especies y unas impresionantes icnitas, huellas fosilizadas, únicas en todo el mundo por su estado de conservación y el detalle que permiten recrear.
El bautizado como Atila, por ejemplo, se paseó por Costalomo, y nos dejó el perfecto rastro de sus huellas que se han convertido en la estrella de una candidatura a ser declarada como Patrimonio de la Humanidad, rechazada inicialmente y que tendrá que seguir peleando para alcanzar este reconocimiento.
La falta de espacio impide exponer, a la manera de los grandes museos de historia natural, los esqueletos hallados a muy pocos kilómetros a la redonda. La física y el presupuesto limitan mucho el crecimiento del proyecto actual, a la espera de una ampliación largamente deseada. Ese futuro museo aportaría dimensión regional y un salto de calidad, pero después de ríos de tinta al respecto su concreción no está nada clara.
El verano pasado la Junta de Castilla y León anunciaba que encargaría el anteproyecto para el futuro edificio, pero a día de hoy ni siquiera ha habido acuerdo definitivo sobre en qué parcela debería ubicarse. La nueva alcaldesa, Marta Arroyo, confiesa que la Corporación elegida en mayo tiene este asunto en la lista de prioridades pero que tendrán que «sentarse todas las partes implicadas, retomar el consenso que no ha sido posible hasta ahora y ver pros y contras». Será prácticamente como empezar de cero, para decidir si se elige un solar municipal situado a las afueras, con más posibilidades de espacio o hipotéticas ampliaciones, o si se adquiere un terreno privado en el centro de la localidad que, pensando en la llegada de visitantes, permitiría una repercusión más directa en los comercios o la hostelería del pueblo.
A Fidel Torcida le toca manejar el planteamiento científico más que el urbanístico y por eso aboga por «pensar primero el proyecto, lo que queremos hacer con un museo y unos yacimientos en los que hay trabajo para muchos años, y luego concretar la parcela, siempre pensando en el futuro, sin prisas, porque es mejor hacerlo bien que hacerlo rápido».
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