domingo, 5 de agosto de 2012

Visita al Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia. Buenos Aires (Argentina)



La gigantesca urbe de Buenos Aires aloja el Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, donde hicimos algunas tareas de investigación sobre Amargasaurus en nuestra visita de 2009. Ahora tocaba recorrer este bicentenario Museo (creado en 1812) con pausa y detenimiento: sus salas están repletas de especimenes de seres fosilizados o contemporáneos. Con el de La Plata, este Museo conserva un claro aire decimonónico en cuanto a la presentación de las piezas, el discurso expositivo y la profusa y variada muestra de especies pertenecientes a distintos grupos de seres vivos. Aunque pueda resultar apabullante, tanta riqueza biológica provoca al final admiración y asombro.

Y, afortunadamente, el museo va renovándose poco a poco con salas remozadas y adaptadas alnuevo lenguaje museológico. En este sentido, es destacable la sala dedicada a las aves, con magníficos dioramas que muestran especies enmarcadas en reconstrucciones de sus ecosistemas. O también los muchos esqueletos fosilizados de distintos grupos de animales encontrados en esta misma ciudad cuando se construía el puerto, el metro o los cimientos de los edificios. La colección de perezosos y gliptodontes es espléndida. Asimismo, hay ejemplares de troncos fosilizados -principalmente gimnospermas- de una conservación excepcional (aunque no hemos reseñado este tipo de fósiles en los museos anteriormente visitados, lo cierto es que la riqueza de vegetales fosilizados es muy alta, desde El Chocón, pasando por Trelew y por La Plata).

Por supuesto, los dinosaurios tienen un espacio importante en el museo bonaerense. Hay esqueletos de Patagosaurus, Amargasaurus, Neuquensaurus, Iguanodon, y del recientemente descrito Bicentenaria argentina (el nombre es un guiño de los investigadores en el 200 aniversario de la República Argentina y del propio museo). Hay también fósiles originales de nidos y embriones de dinosaurios, o del famoso dinosaurio Mussaurus, el que fue en su momento el dinosaurio más pequeño del mundo, pues solo se conocía por sus embriones, pero del que ahora se han encontrado ejemplares adultos. Un arenero-excavación permite a los pequeños visitantes hacer de paleontólogos a la sombra de un gran esqueleto de Patagosaurus.

Al salir, queda en nosotros la sensación de homenaje hacia todos los científicos que han luchado por la puesta en pie primero y luego por la continuidad de este gran museo, comenzando por el insigneFlorentino Ameghino. Y se siente también el entusiasmo del público (200.000 visitantes anuales) que demuestra, una y otra vez, aquí y en otros países del mundo, que la difusión del conocimiento y la transmisión de la cultura es uno de los valores más importantes que aprecia la sociedad. Estamos convencidos de que la sociedad castellanoleonesa también demanda este tipo de instalaciones culturales.

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