viernes, 29 de mayo de 2015

Dar a luz esqueletos

Marcelo Isasi es técnico profesional del Conicet y trabaja en el Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia. Aquí cuenta cómo es recolectar, trasladar y reconstruir esqueletos de dinosaurios de hace 200 millones de años. Y cómo presentarlos para su exhibición.

Por Gonzalo Olaberría

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Afortunadamente contamos con los medios económicos
estatales y el apoyo académico necesarios”, dice Isasi.
Se puede decir que Marcelo Isasi es la mano derecha de un paleontólogo. Trabaja de técnico profesional adjunto en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y su tarea, según sus propias palabras, es la de asistirlo en todo lo que necesite en sus investigaciones. Desde la organización de los trabajos de campo para localizar huesos de dinosaurios y los planes para sus extracciones, hasta la ejecución de copias y montajes de los fósiles para exhibirlos en los museos, ya con la forma completa y los movimientos que se presume tenía cada especimen hallado. Un trabajo técnico arduo y minucioso que realiza con un grupo de unas 15 personas, que no se ve, pero puede demandar muchos meses y años, de acuerdo con el caso. Isasi se desempeña hace más de 25 años en el Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia y desde hace 15 lo hace para el equipo del paleontólogo Fernando Novas. “Dar a luz esqueletos de seres que vivieron en el planeta hace 200 millones de años es fantástico. Es la posibilidad de obtener información sobre quiénes pisaron la Tierra antes que nosotros”, asegura en diálogo con Página/12.

De chico, en el fondo de su casa en Quilmes, Isasi ya mostraba interés en la naturaleza y juntaba toda clase de bichos, como víboras, lagartos, pájaros y hasta abejas. También practicaba las típicas actividades técnicas que lleva adelante hoy, pero con lo que tenía a mano. “Tenía 11, 12 años. Cuando iba a la playa o acompañaba a pescar a mi padre a las lagunas, juntaba animales muertos que encontraba en el camino. En mi casa enterraba los esqueletos, los marcaba con un palo para saber dónde estaban y después con clavos, destornilladores y pinceles que me daba mi abuelo los desenterraba. Un poco más grande, con 14 años, comencé a realizar el armado, el montaje de esos esqueletos que sacaba. Para hacer eso, visitaba los museos para observar los esqueletos y consultaba libros de anatomía animal. Uno de mis primeros montajes fue una tortuga cuello de víbora que recolecté en la laguna de Chascomús y después colgué del techo de mi pieza.” Todo lo hacía sin conocer la paleontología.

Como le gustaba tanto la biología, sus padres lo mandaron a profesor particular. A los 16, la madre llamó al Museo de Ciencias Naturales para averiguar si existía la posibilidad de que pudiera hablar con algún paleontólogo. José Bonaparte, uno de los pioneros en los estudios de dinosaurios en Argentina, lo invitó además a que presenciara los trabajos diarios de su equipo en la Sección de Paleontología de Vertebrados. Al poco tiempo, lo incorporó como colaborador.

La adolescencia de Isasi transcurrió entre los libros de ciencias naturales que devoraba por su cuenta, sus estudios secundarios y los trabajos que realizaba en el museo. Comenzó a estudiar la Licenciatura en Biología en la Universidad Nacional de La Plata, pero la abandonó para dedicarse a la labor técnica, actividad que lo apasiona. Desde 2006 es técnico en Paleontología del Conicet. Ingresó como técnico principal y hoy, a sus 43 años, es técnico profesional, el de mayor jerarquía dentro del escalafón técnico. Se especializa en el descubrimiento de restos fósiles de la era Mesozoica, la de los dinosaurios.

–¿Cuáles son las actividades de un técnico profesional?

–El técnico profesional tiene como función ayudar a un científico en todo lo que necesite en la investigación. Organiza los trabajos de campo y las extracciones del fósil en las campañas. La idea es colectar los fósiles de la forma más rápida posible, para luego prepararlos en el laboratorio. La logística es complicada porque lleva muchísimo tiempo y es un trabajo difícil: hay que buscar los huesos y planificar cómo sacarlos y transportarlos. Generalmente están en rocas duras, son frágiles, hay que trabajar en climas adversos, como el frío extremo o fuertes ráfagas de viento, y asegurarse de que no se rompan en el traslado por geografías que, muchas veces, son de difícil acceso. Por ejemplo, en una oportunidad, las excavaciones eran dentro del lago Argentino y hubo que secar parte del lago para poder trabajar. O, cuando fui a la isla James Ross, en la Antártida, que es una zona con abundancia de mosasaurios y plesiosaurios (especies de reptiles marinos). El clima allá es muy especial. Hace frío, nieva y está el condimento especial de que estás en el medio de la nada. Estuve cuatro veces y éramos dos geólogos y yo esperando que parara de nevar para poder trabajar. Lo importante era poder ver el suelo sin nieve para encontrar los huesos. Una vez que se descubren los huesos, se los cubre con papel húmedo o aluminio y, por encima, una capa gruesa de tiras de tela de arpillera embebida en yeso para trasladarlos de forma segura, sin que se rompan. A esto le decimos hacer el bochón. Una vez terminado el trabajo de extracción, viene la etapa de la preparación de los fósiles y después, si amerita por su importancia científica, ser copiados y montados.

–¿En qué consiste ese trabajo?

–Ya en el laboratorio, primero, se termina de preparar los huesos. Se los separa de la roca que los contiene desde hace millones de años, usando cinceles, martillos neumáticos, minitornos eléctricos, lupas binoculares y lámparas con fibra óptica. Si los huesos están frágiles o la roca es muy dura, el trabajo puede demandar más tiempo. También se reconstruyen con plastilina los huesos, porque no se los recupera enteros. Además, es difícil encontrar los esqueletos completos, si encontrás hasta un 70 por ciento es extraordinario. Por eso, se los compara con otras partes de esqueletos similares que se hayan encontrado antes o que figuren en investigaciones y se completan las partes faltantes. Todo este trabajo de modelado implica un proceso de estudio y precisión muy importantes. Después se hacen los moldes de los huesos del dinosaurio, con los que se obtienen copias en yeso, resina o poliuretano rígido. Se realiza una ingeniería de hierro que sostenga esos huesos y se los presenta con movimiento, de acuerdo con cómo se especula que lo hacía cada especie. Al final, se los pinta para simular el color original del fósil y se hace lo que denominamos diorama: la ambientación del lugar en el que vivían, para poder presentar el dinosaurio en el museo. Esto, por supuesto, no lo realiza sólo el equipo técnico, sino también colaboradores. El paleontólogo a cargo de la investigación también participa activamente, no sólo planea el estudio o presenta papers.

–¿Cómo se organizan las campañas de exploración?

–Por lo general, vamos a lugares nuevos o conocidos, guiados por investigaciones que sugieren que es probable encontrar huesos en una determinada región. Muchas veces, vamos a lugares particulares por descubrimientos que alguien hace mientras trabaja o pasa por causalidad. En el año 2000, tuvimos que ir a Chacarita, en plena avenida Triunvirato, porque obreros que trabajaban en una excavación para construir la línea B encontraron restos de un gliptodonte de un millón de años de antigüedad. La paleontología es patear y poder ver un fragmentito en la tierra. En una campaña en el Bajo Santa Rosa, Río Negro, en 2002, los primeros días estuvimos buscando y buscando huesitos y nada. Un campesino del lugar nos vivía diciendo que teníamos que ir a un cerrito que estaba cerca. Le hicimos caso, fuimos ahí y encontramos un hueso largo, que terminó siendo el del dinosaurio Austroraptor Cabazai, uno de los raptores más grandes del mundo, de la familia de los velociraptores. Por lo general, la gente de la zona sabe dónde están los huesos y es de mucha ayuda porque conoce el territorio.

–¿Hay alguna parte del proceso que prefieras más?

–Ver a los dinosaurios listos, exhibidos en el museo, es una satisfacción enorme. A nosotros nos encanta que los pueda ver doña Rosa, por eso hacemos muestras y no nos quedamos solamente haciendo papers científicos. Aparte, cuando lo ves presentado, te acordás de todo el proceso. El descubrimiento también es una parte muy linda. Me gusta mucho ir al campo: conocemos lugares nuevos con paisajes maravillosos, por lo general los grupos de trabajo son fantásticos y los resultados son una emoción tremenda.

–Argentina es un país con tradición en paleontología.

–Nuestro país tiene un gran potencial, tanto en recursos humanos como en lugares con yacimientos. Cuenta con un enorme valor humano. Tiene científicos y técnicos con gran tradición y con un alto grado de capacitación y conocimientos. El doctor Novas y el doctor Bonaparte son dos eminencias de la paleontología argentina y mundial. Por otro lado, el país tiene grandes extensiones de tierra con una gran riqueza en fósiles. En lugares donde ya se hicieron excavaciones todavía resta por explorar territorios. También quedan por recorrer otras zonas que no fueron visitadas.

–¿Cómo costean los gastos de trabajo?


–Nuestros sueldos los paga el Conicet y la mayoría de los proyectos de investigación, que involucran viajes de exploración, trabajos de preparación de fósiles, compra de instrumental e insumos, viajes a diferentes partes del mundo para estudiar otros dinosaurios, son subvencionados por instituciones estatales como la Agencia Nacional de Promoción Científica y Técnica, y el Conicet. Afortunadamente contamos con los medios económicos estatales y el apoyo académico necesarios para llevar a buen puerto nuestras investigaciones.

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