Por Gonzalo Olaberría
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Afortunadamente contamos con los medios económicos estatales y el apoyo académico necesarios”, dice Isasi. |
Se puede decir que
Marcelo Isasi es la mano derecha de un paleontólogo. Trabaja de técnico
profesional adjunto en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas (Conicet) y su tarea, según sus propias palabras, es la de asistirlo
en todo lo que necesite en sus investigaciones. Desde la organización de los
trabajos de campo para localizar huesos de dinosaurios y los planes para sus
extracciones, hasta la ejecución de copias y montajes de los fósiles para
exhibirlos en los museos, ya con la forma completa y los movimientos que se
presume tenía cada especimen hallado. Un trabajo técnico arduo y minucioso que
realiza con un grupo de unas 15 personas, que no se ve, pero puede demandar
muchos meses y años, de acuerdo con el caso. Isasi se desempeña hace más de 25
años en el Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia y desde
hace 15 lo hace para el equipo del paleontólogo Fernando Novas. “Dar a luz esqueletos
de seres que vivieron en el planeta hace 200 millones de años es fantástico. Es
la posibilidad de obtener información sobre quiénes pisaron la Tierra antes que
nosotros”, asegura en diálogo con Página/12.
De chico, en el fondo de
su casa en Quilmes, Isasi ya mostraba interés en la naturaleza y juntaba toda
clase de bichos, como víboras, lagartos, pájaros y hasta abejas. También
practicaba las típicas actividades técnicas que lleva adelante hoy, pero con lo
que tenía a mano. “Tenía 11, 12 años. Cuando iba a la playa o acompañaba a
pescar a mi padre a las lagunas, juntaba animales muertos que encontraba en el
camino. En mi casa enterraba los esqueletos, los marcaba con un palo para saber
dónde estaban y después con clavos, destornilladores y pinceles que me daba mi
abuelo los desenterraba. Un poco más grande, con 14 años, comencé a realizar el
armado, el montaje de esos esqueletos que sacaba. Para hacer eso, visitaba los
museos para observar los esqueletos y consultaba libros de anatomía animal. Uno
de mis primeros montajes fue una tortuga cuello de víbora que recolecté en la
laguna de Chascomús y después colgué del techo de mi pieza.” Todo lo hacía sin
conocer la paleontología.
Como le gustaba tanto la
biología, sus padres lo mandaron a profesor particular. A los 16, la madre
llamó al Museo de Ciencias Naturales para averiguar si existía la posibilidad
de que pudiera hablar con algún paleontólogo. José Bonaparte, uno de los
pioneros en los estudios de dinosaurios en Argentina, lo invitó además a que presenciara
los trabajos diarios de su equipo en la Sección de Paleontología de
Vertebrados. Al poco tiempo, lo incorporó como colaborador.
La adolescencia de Isasi
transcurrió entre los libros de ciencias naturales que devoraba por su cuenta,
sus estudios secundarios y los trabajos que realizaba en el museo. Comenzó a
estudiar la Licenciatura en Biología en la Universidad Nacional de La Plata,
pero la abandonó para dedicarse a la labor técnica, actividad que lo apasiona.
Desde 2006 es técnico en Paleontología del Conicet. Ingresó como técnico
principal y hoy, a sus 43 años, es técnico profesional, el de mayor jerarquía
dentro del escalafón técnico. Se especializa en el descubrimiento de restos
fósiles de la era Mesozoica, la de los dinosaurios.
–¿Cuáles son las
actividades de un técnico profesional?
–El técnico profesional
tiene como función ayudar a un científico en todo lo que necesite en la
investigación. Organiza los trabajos de campo y las extracciones del fósil en
las campañas. La idea es colectar los fósiles de la forma más rápida posible,
para luego prepararlos en el laboratorio. La logística es complicada porque
lleva muchísimo tiempo y es un trabajo difícil: hay que buscar los huesos y
planificar cómo sacarlos y transportarlos. Generalmente están en rocas duras,
son frágiles, hay que trabajar en climas adversos, como el frío extremo o
fuertes ráfagas de viento, y asegurarse de que no se rompan en el traslado por
geografías que, muchas veces, son de difícil acceso. Por ejemplo, en una
oportunidad, las excavaciones eran dentro del lago Argentino y hubo que secar
parte del lago para poder trabajar. O, cuando fui a la isla James Ross, en la
Antártida, que es una zona con abundancia de mosasaurios y plesiosaurios
(especies de reptiles marinos). El clima allá es muy especial. Hace frío, nieva
y está el condimento especial de que estás en el medio de la nada. Estuve
cuatro veces y éramos dos geólogos y yo esperando que parara de nevar para
poder trabajar. Lo importante era poder ver el suelo sin nieve para encontrar
los huesos. Una vez que se descubren los huesos, se los cubre con papel húmedo
o aluminio y, por encima, una capa gruesa de tiras de tela de arpillera
embebida en yeso para trasladarlos de forma segura, sin que se rompan. A esto
le decimos hacer el bochón. Una vez terminado el trabajo de extracción, viene
la etapa de la preparación de los fósiles y después, si amerita por su
importancia científica, ser copiados y montados.
–¿En qué consiste ese
trabajo?
–Ya en el laboratorio,
primero, se termina de preparar los huesos. Se los separa de la roca que los
contiene desde hace millones de años, usando cinceles, martillos neumáticos,
minitornos eléctricos, lupas binoculares y lámparas con fibra óptica. Si los huesos
están frágiles o la roca es muy dura, el trabajo puede demandar más tiempo.
También se reconstruyen con plastilina los huesos, porque no se los recupera
enteros. Además, es difícil encontrar los esqueletos completos, si encontrás
hasta un 70 por ciento es extraordinario. Por eso, se los compara con otras
partes de esqueletos similares que se hayan encontrado antes o que figuren en
investigaciones y se completan las partes faltantes. Todo este trabajo de
modelado implica un proceso de estudio y precisión muy importantes. Después se
hacen los moldes de los huesos del dinosaurio, con los que se obtienen copias
en yeso, resina o poliuretano rígido. Se realiza una ingeniería de hierro que
sostenga esos huesos y se los presenta con movimiento, de acuerdo con cómo se
especula que lo hacía cada especie. Al final, se los pinta para simular el
color original del fósil y se hace lo que denominamos diorama: la ambientación
del lugar en el que vivían, para poder presentar el dinosaurio en el museo.
Esto, por supuesto, no lo realiza sólo el equipo técnico, sino también
colaboradores. El paleontólogo a cargo de la investigación también participa
activamente, no sólo planea el estudio o presenta papers.
–¿Cómo se organizan las
campañas de exploración?
–Por lo general, vamos a
lugares nuevos o conocidos, guiados por investigaciones que sugieren que es
probable encontrar huesos en una determinada región. Muchas veces, vamos a
lugares particulares por descubrimientos que alguien hace mientras trabaja o
pasa por causalidad. En el año 2000, tuvimos que ir a Chacarita, en plena
avenida Triunvirato, porque obreros que trabajaban en una excavación para
construir la línea B encontraron restos de un gliptodonte de un millón de años
de antigüedad. La paleontología es patear y poder ver un fragmentito en la
tierra. En una campaña en el Bajo Santa Rosa, Río Negro, en 2002, los primeros
días estuvimos buscando y buscando huesitos y nada. Un campesino del lugar nos
vivía diciendo que teníamos que ir a un cerrito que estaba cerca. Le hicimos
caso, fuimos ahí y encontramos un hueso largo, que terminó siendo el del
dinosaurio Austroraptor Cabazai, uno de los raptores más grandes del mundo, de
la familia de los velociraptores. Por lo general, la gente de la zona sabe
dónde están los huesos y es de mucha ayuda porque conoce el territorio.
–¿Hay alguna parte del
proceso que prefieras más?
–Ver a los dinosaurios
listos, exhibidos en el museo, es una satisfacción enorme. A nosotros nos
encanta que los pueda ver doña Rosa, por eso hacemos muestras y no nos quedamos
solamente haciendo papers científicos. Aparte, cuando lo ves presentado, te
acordás de todo el proceso. El descubrimiento también es una parte muy linda.
Me gusta mucho ir al campo: conocemos lugares nuevos con paisajes maravillosos,
por lo general los grupos de trabajo son fantásticos y los resultados son una
emoción tremenda.
–Argentina es un país con
tradición en paleontología.
–Nuestro país tiene un
gran potencial, tanto en recursos humanos como en lugares con yacimientos.
Cuenta con un enorme valor humano. Tiene científicos y técnicos con gran
tradición y con un alto grado de capacitación y conocimientos. El doctor Novas
y el doctor Bonaparte son dos eminencias de la paleontología argentina y
mundial. Por otro lado, el país tiene grandes extensiones de tierra con una
gran riqueza en fósiles. En lugares donde ya se hicieron excavaciones todavía
resta por explorar territorios. También quedan por recorrer otras zonas que no
fueron visitadas.
–¿Cómo costean los gastos
de trabajo?
–Nuestros sueldos los
paga el Conicet y la mayoría de los proyectos de investigación, que involucran
viajes de exploración, trabajos de preparación de fósiles, compra de
instrumental e insumos, viajes a diferentes partes del mundo para estudiar
otros dinosaurios, son subvencionados por instituciones estatales como la
Agencia Nacional de Promoción Científica y Técnica, y el Conicet.
Afortunadamente contamos con los medios económicos estatales y el apoyo
académico necesarios para llevar a buen puerto nuestras investigaciones.
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