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Los dinosaurios eran reptiles, y los reptiles son
animales exotérmicos o de sangre fría, en otras palabras, necesitan fuentes de
calor o frío externas para regular su temperatura corporal. Esta definición que
aprendimos el en colegio podría venirse abajo si se confirma un reciente
estudio que apunta a que los dinosaurios eran animales de sangre caliente como
nosotros.
La diferencia es importante porque obligaría a revisar
todo lo que sabemos actualmente sobre los grandes saurios del período Triásico
en adelante. Los animales de sangre caliente o endotérmicos son más activos,
más energéticos y crecen a un ritmo más rápido que los exotérmicos.
La cuestión es bastante polémica porque la comunidad
científica lleva tiempo sin ponerse de acuerdo al respecto. En 2014, un estudio
publicado en la revista Science aseguraba que la distinción entre especies
exotérmicas y endotérmicas era demasiado simplista y llegaba a la conclusión de
que los dinosaurios eran un grupo a medio camino entre ambas. En otras
palabras, que su cuerpo era mesotérmico, un estado a medio camino entre los
animales que regulan internamente su temperatura y las que lo hacen ambientalmente.
En la actualidad algunas especies de tiburones o tortugas marinas comparten
esta característica a medio camino entre animales de sangre caliente y fría.
El estudio, que fue obra de investigadores de la
Universidad de Nuevo México, tiene mucha importancia porque sus autores
recopilaron una enorme cantidad de datos sobre crecimiento y metabolismo de
miles de especies para contrastarlos.
Sangre caliente en los huesos
Ahora, el paleontólogo Michael D’Emic, de la Universidad
Stony Brook en Nueva York ha publicado una revisión del estudio de 2014 en la
que ha encontrado indicios de que los grandes saurios como el Tyrannosaurus Rex
eran, en realidad, de sangre caliente y muy parecidos a los mamíferos en
términos de crecimiento y metabolismo.
El Dr. D’Emic es un paleontólogo especialista en
microanatomía ósea. Su especialidad le ha servido para revisar los datos de
crecimiento óseo del estudio de 2014. Su conclusión es que las cifras se han
entendido mal al interpretar que el crecimiento era constante en el tiempo.
Los animales de sangre caliente, explica D’Emic, no
crecen a un ritmo constante, sino que su tasa de crecimiento depende de
factores ambientales como la alimentación o un clima adverso. Si s e ajustan las
cifras del estudio a un ritmo de crecimiento óseo real, la única conclusión
lógica era que los grandes dinosaurios tenían sangre caliente. [Stony BrookUniversity vía Phys.org]
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