Tomemos un momento para leer la noticia, una que irrumpió
hace unos meses y nos fascinó a todos aquellos que crecimos viendo la saga ‘Jurassic Park’. Un resumen sencillo: las garrapatas parasitaron a los dinosaurios.
Una pieza de ámbar cretáceo de 99 millones de años fue hallada con garrapatas
de la extinta familia Deinocrotonidae en su interior.
¿Dónde está la noticia? Es evidente: la garrapata, como todo
hematófago, se alimenta de sangre. Y, para más redoble de tambores, uno de los
ejemplares encontrado contenía sangre de dinosaurio en su interior. ¿Podríamos
sintetizarla y traer de vuelta a esa especie, mediante clonación e ingeniería
genética?
PENSEMOS EN LAS OPCIONES
Pero todavía no echemos la imaginación a volar. No todo es
tan fácil. Es, de hecho, extremadamente complejo. Más aún: clonar un dinosaurio
de la muestra obtenida es imposible. Al menos hasta donde alcanza nuestro
conocimiento actual.
Nuestras moléculas de ADN son como una biblioteca
cualquiera: contienen información, pero esta se deteriora. La información se
almacena en los nucleótidos, en bases nitrogenadas. Las alteraciones destruyen
información. Pero también el tiempo. Hasta la fecha no podemos acceder a ninguna
secuencia de más de 500 años de edad. Algo nimio al lado de los casi 100
millones de años de la muestra encontrada.
Entonces, ¿podría suceder un ‘Jurassic Park’ como en la gran
novela de Michael Crichton? Es tremendamente difícil. Como dijo la paleontóloga
Susie Maidment, ya conservamos otras muestras de mosquitos y moscas entre
restos de dinosaurios. Pero el ámbar tiende a preservar la cáscara, no los
tejidos blandos. La sangre no es una excepción.
Además, no es necesario acudir a la minúscula probóscide de
un mosquito milenario. Entre los restos de fósiles se conservan algunos vasos
sanguíneos. Pero a diferencia de las proteínas, el ADN se deteriora expuesto a
la luz solar. Los restos de ADN (parciales) más antiguos que se conservan datan
de 1 millón de años. La conocida extinción masiva del Cretácico-Paleógeno data
de aproximadamente 65 millones de años de antigüedad.
YA PODEMOS RENDIRNOS
Ya, es un bajón, pero que la sensación de derrota no nos
despiste. Cuando se logró secuenciar el genoma del extinto tigre de Tasmania
—el Thylacinus cynocephalus, para ser exactos— se encontró la posición de este
animal en el árbol evolutivo. La evolución cuenta con valores aleatorios, con
un proceso estocástico. De los dinosaurios no poseemos una secuencia completa,
pero sí porciones de información, bloques para situarlos en las distintas
familias.
Esto no nos sirve para traerlos de vuelta, pero sí para
entenderlos, emparentarlos y conocer, al fin, su etimología. Por otro lado, ni
las condiciones ambientales ni el nicho ecológico se parecen remotamente a las
dadas en el periodo Terciario. Los dinosaurios no tienen su lugar en la
actualidad, no existe una cadena de depredadores o complementarios a los
grandes reptiles de la antigüedad.
Y aunque las aves actuales son dinosaurios vivos —el clásico
T-Rex es lo más parecido a un pollo gigante con presumibles alas que no pueden
volar— traer de vuelta un pariente del pasado no es solo una cuestión de
clonación. Por ejemplo, su atmósfera contenía menos oxígeno, debido a la
actividad volcánica.
¿QUÉ ES EL ÁMBAR?
Esta resina de formaldehído de la antigüedad es mucho más
que un conservante muy denso que no deja proliferar bacteria alguna. El ámbar
es una resina vegetal sobre la que hemos percibido algunos de los fenómenos más
importantes de nuestra evolución: fue la primera sustancia sobre la que se
observó la electrostática. Ha sido considerada una joya por su forma de
refractar la luz.
Y aunque “ámbar” proviene del árabe y vendría a hacer
referencia a las algas que flotan en el mar, al ámbar se le atribuyeron
propiedades místicas debido a que si frotas un fragmento contra él, producirá
una reacción eléctrica.
Nuestras palabras para definir la electricidad y familiares
proceden de aquí: de la conexión griega “élektron” y la latina “electrum”. El
mito nos recuerda que el hijo de Helios fue asesinado y, en señal de luto, sus
hijas se convirtieron en álamos y lloraron elektron, es decir, lágrimas de
ámbar.
DINOSAURIOS INCOMPLETOS
Volviendo a los dinosaurios —esa obsesión infantil que
beneficia a nuestra memoria—, la única forma de traer de vuelta un dinosaurio
es secuenciando y muestreando suficiente cantidad de material genético… y
cruzándolo con otro animal para completar la cadena de información.
Volviendo a ‘Jurassic Park’, el truco de magia residía en
tomar el ADN fragmentado, localizar los ‘agujeros’ y llenarlos con ADN de rana.
Los anfibios comparten ancestro común, ¿no? No. Esta es otra vía descartada. El
problema es más complejo, ya que para reconocer las partes faltantes de un mapa
hay que determinar cómo sería el mapa completo. ¿Podremos, tal vez, usar la
inteligencia artificial para determinar las partes faltantes, como si
compusiera el final de una sinfonía inacabada?
Solo podríamos lograrlo mediante una especie de ingeniería
inversa: comenzar con un animal vivo e investigar en modificaciones hasta
lograr una versión parecida a las muestras que hayamos conservado. Y seguiría
siendo una trampa, una distorsión donde entra en juego la ética científica. La
pregunta es, por tanto, si estaremos, llegado el momento, dispuestos a cruzar
ese umbral biológico.
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