jueves, 9 de abril de 2020

El polémico capricho de coleccionar dinosaurios

Los fósiles se han convertido en objeto de deseo: son escasos y alcanzan precios millonarios pero los expertos denuncian la pérdida que eso supone para la ciencia

Esqueleto de diplodocus (Kaatedokus siberi) del Jurásico superior 
(161-145 millones de años) vendido por 1.180.000 euros en una subasta 
parisina (© Binoche-Giquello/ Drouot)
“Kaatedokus siberi: Diplodocus. Jurásico Superior (161-145 millones de años). Altura: 3 metros. Longitud aproximada, de cabeza a cola: 12 metros”. La casa de subastas parisina Binoche et Giquello describía así en su catálogo una de las piezas en venta en la primavera de 2018: el esqueleto “cuidadosamente ensamblado por un equipo de paleontólogos italianos” de un “magnífico ejemplar” de saurópodo. Los patas de reptil fueron un grupo de dinosaurios muy extenso, que incluía algunos de los animales más grandes que jamás han poblado la tierra. Como este Diplodocus parisino, adquirido por 1.180.000 euros. Un precio muy similar al que alcanzó otro ejemplar a subasta ese día: el de un Allosaurus jimmadseni, animal también del Jurásico Superior que vivió en lo que hoy son Europa y Norteamérica.

Precios estratosféricos
Las pujas por dinosaurios ensamblados hueso a hueso pueden superar sin problema el millón de euros en las casas de subastas

El Allosaurus —“lagarto extraño”— era bípedo y carnívoro: característica, esta última, que lo hace especialmente atractivo entre los compradores: “¡La gente quiere dientes!”, decía a la agencia France-Presse Éric Mickeler, el experto en historia natural de Aguttes, otra casa de subastas parisina que se precia de haber “revolucionado el mercado de la venta de grandes fósiles”. Desde que en 2016 adjudicaran por más de un millón de euros el esqueleto de un Allosaurus, estos gigantes están en su catálogo.

Esqueleto de Allosaurus jimmadseni, encontrado en la Formación Morrison,
 en Wyoming. Mide casi cuatro metros de longitud y se vendió 
por 1.150.000 euros (© Binoche et Giquello / Drouot)
“Los dinosaurios son tendencia y el número de personas que quiere hacerse con uno está aumentando”, decía también a France-Presse Iacopo Briano, el experto de Binoche et Giquello. Personas, describía, interesadas en el aspecto decorativo, no científico, de estos fósiles. Clientes con abultadas cuentas bancarias o casas muy, muy grandes. Ponía como ejemplo un “bello ejemplar” que vendieron a una familia de Venecia. En el palazzo “tenían una sala magnífica donde el dinosaurio cabía perfectamente”. Entre los compradores: magnates de todo tipo, actores de Hollywood y los nuevos millonarios chinos. Gente fascinada, siempre según Briano, “por poseer un objeto de hace 150 millones de años” que nos evoca “las maravillas de este planeta”. Un capricho de ricos, además, algo más accesible: “Es posible comprar un esqueleto de dinosaurio por una fracción de lo que cuesta una cotizada pintura y a la gente eso le gusta”, resume.

Ciencia contra lujo
Hasta hace poco, los compradores de grandes fósiles eran museos e instituciones, ahora también hay actores de Hollywood y nuevos millonarios chinos

Hasta hace poco, los compradores de grandes fósiles eran museos e instituciones científicas. Organizaciones que hoy asisten perplejas a la frivolidad que implica el comercio de dinosaurios con fines decorativos. Animales que, incluso, pueden ser desconocidos para la ciencia como el “espécimen de dinosaurio carnívoro” que Aguttes vendió por dos millones de euros en 2018. El ejemplar, que se exhibió días antes en el primer piso de la torre Eiffel (vídeo adjunto), no había sido aún identificado. De hecho, la compra permitía a su nuevo propietario ponerle un nombre (como si fuera un barco), siempre y cuando siguiera unos criterios científicos.


“Sí, que los particulares atesoren fósiles en colecciones privadas supone un problema para la investigación en paleontología”, ratifica Jordi Galindo, uno de los responsables del Institut Català de Paleontología Miquel Crusafont. Este experto nos recuerda que “cada fósil es una unidad de información, que permite a los equipos de investigación ir rellenando los vacíos del complejo arbusto que es el árbol de la vida… Las conclusiones de cada estudio realizado se ponen al alcance de toda la comunidad a través de los artículos científicos”. Sin embargo, resalta: “Los restos fósiles que quedan en manos privadas no siguen este circuito y permanecen sin estudiar, privando a la sociedad de este conocimiento”.

La recomendación
Cada fósil es una unidad de información y si se quedan en manos privadas permanecen sin estudiar y así se priva a la sociedad de conocimiento” 
JORDI GALINDO Institut Català de Paleontología

Los paleontólogos Edward Drinker Cope y Othniel Charles Marsh 
protagonizaron la llamada Guerra de los Huesos (wikimedia Commons)
Muchos de los dinosaurios que se ponen a la venta proceden de la llamada Formación Morrison, en Estados Unidos. Un inmenso conjunto de rocas y masas minerales que discurre entre los estados de Wyoming y Colorado, que concentran algunos de los yacimientos paleontológicos más ricos del mundo. Un lugar casi mítico, escenario a finales del siglo XIX de la infame “Guerra de los Huesos” entre los dos paleontólogos estrella del país: Othniel Charles Marsh y Edward Drinker Cope. En la Formación Morrison se encontró el célebre Tyrannosaurus Sue, un esqueleto casi perfecto de Tyrannosaurus rex. Su descubridora, la exploradora y buscadora de ámbar Susan Hendrickson, lo puso en venta vía Sotheby’s en 1997. El ejemplar fue adquirido por el Museo Field de Historia Natural de Chicago pero con la ayuda de Disney y McDonald’s. Ambas empresas pagaron 8,4 millones de dólares: una suma considerada el desencadenante de la fiebre del oro por estos fósiles. “El día que Sue se subastó fue el día que los fósiles se convirtieron en dinero”, sentenció en The New Yorker Kirk Johnson, director del Museo Smithsonian de Historia Natural.

Estados Unidos es, junto a Argentina, China y Mongolia, uno de los países más ricos en yacimientos de dinosaurios: lugares donde aún se pueden hallar esqueletos casi completos de estos reptiles. La diferencia es que en Estados Unidos estos pueden comercializarse si se han excavado en suelo privado, mientras que en los otros tres hay leyes que prohíben su exportación, al estar considerados patrimonio nacional. Así, las casas de subastas nutren su oferta con ejemplares procedentes de un país donde el capitalismo salvaje no respeta ni a sus fósiles. Esta es una de las razones por las que las transacciones no pueden ser impedidas, pese a existan argumentos científicos para ello. Como el caso del “dinosaurio carnívoro” de la torre Eiffel que, según los expertos, no va a poder ser ni tan siquiera clasificado a no ser que el nuevo propietario (descrito como “un millonario británico”) lo ceda a una institución científica.

Esqueleto de Diplodocus (Kaatedokus siber, izquierd), encontrado en la Formación 
Morrison, en Wyoming, uno de los lugares con más yacimientos del mundo. 
Arriba, el Allosaurus jimmadseni (© Binoche et Giquello / Drouot)
Pero no todos los dinosaurios en venta proceden de suelo americano. El tráfico de grandes fósiles, especialmente en tiempos de internet, es una realidad. El mercado negro también existe para esto y se nutre de los tesoros procedentes de países como Mongolia. El desierto del Gobi de este estado asiático alberga la que se considera la reserva de fósiles más grande del mundo. Entre otros allí se descubrieron, hace más de un siglo, los nidos de dinosaurios: la primera prueba de que estos gigantes ponían huevos. De Mongolia también son oriundos los Tarbosaurus bataar, unos magníficos dinosaurios bípedos que vivieron hace 70 millones de años. Primos hermanos del Tyrannosaurus rex (y, en consecuencia, con muchos dientes), aparecen regularmente en las subastas internacionales y en las noticias relacionadas con el tráfico de estos fósiles.

El Eldorado de los dinosaurios
El desierto del Gobi en Mongolia alberga la que se considera la reserva de fósiles más grande del mundo

A destacar, la referente al cráneo de un bataar, de procedencia ilegal, que el actor Nicholas Cage compró en una galería de arte de Los Ángeles para decorar su mansión. O el ejemplar casi completo que en 2013 se vendió por un millón de dólares en subasta en Nueva York. El comprador, un magnate de la construcción, planeaba exhibirlo en el vestíbulo principal de sus oficinas. No pudo ser: el gobierno de Mongolia presentó una demanda por expolio y, tras un inusual proceso (“Estados Unidos de América v. Un esqueleto de Tarbosaurus bataar”), la venta se declaró ilegal. El bataar fue devuelto, por orden judicial, a su país de origen. Cage también devolvió su cráneo, aunque no recuperó el dinero que pagó por el capricho. Detrás de ambas operaciones, el mismo hombre: el cazador de fósiles Eric Prokopi, artífice de una red de contrabando que funcionaba gracias a sus contactos en Asia, internet y la eficaz mensajería internacional.

Contrabando de fósiles
En España, que cuenta con un importante patrimonio paleontológico protegido por la ley, ha habido casos de tráfico ilegal

Pero el tráfico de fósiles no solo acontece en lugares tan remotos como el desierto del Gobi. En España, que cuenta con un importante patrimonio paleontológico, asimismo protegido por la ley, ha habido varios casos. Jordi Galindo recuerda el de unos hermanos, estudiantes de geología, que “montaron una empresa que comercializaba fósiles on-line además de restos arqueológicos”. Uno de ellos, continúa Galindo: “Cursó un Máster de Paleontología y en su trabajo final presentó un estudio sobre unos restos de un dinosaurio del Pallars Jussà que había encontrado «por casualidad»… En realidad, se trataba de un esqueleto parcial de un hadrosáurido perfectamente excavado”. Los hadrosáuridos (también conocidos como dinosaurios pico de pato) habitaron en lo que hoy son los Pirineos, donde existen yacimientos que lo demuestran. Eran herbívoros, tenía una longitud entre 5 y 7 metros, un peso de hasta media tonelada y se cree que eran capaces de bramar. Están considerados unos de los últimos dinosaurios de Europa, ya que poblaron la tierra poco antes de la extinción masiva, hace 66 millones de años, de estos seres que nos siguen fascinando.

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