sábado, 20 de agosto de 2022

¿Qué tipos de fósiles hay?

Son conocidos por todos los grandes esqueletos de dinosaurio que frecuentemente se encuentran en los museos de historia natural, pero esos no son los únicos tipos de fósiles que existen.

Un fósil se define como cualquier resto o señal de una entidad biológica del pasado. Es un concepto muy amplio, que va más allá de los huesos petrificados de dinosaurios que vemos en muchos museos. Son fósiles también, por ejemplo, las conchas y caparazones de invertebrados prehistóricos, la savia preservada de un árbol antiguo —y los organismos que contiene—, los excrementos preservados o coprolitos, e incluso las huellas de un animal al pasar por un lodazal, y que se conservan en la roca que se formó después.

El fósil es la unidad de información tafonómica disponible sobre los seres vivos del pasado, y proporciona información en muchos niveles: anatómica, fisiológica o metabólica. También es posible inferir datos sobre el comportamiento, la ecología, el clima y la biogeografía, y por supuesto, los fósiles son un firme soporte de información evolutiva. La rama de la paleontología que estudia los procesos de fosilización se denomina tafonomía —que no debe confundirse con la taxonomía, que estudia los principios de clasificación de los seres vivos—.

La inmensa variedad de fósiles que existen se puede clasificar según distintos criterios: según su composición química, según el tipo de sustrato en el que se encuentre, según se trate de restos orgánicos o de huellas y marcas; según su historia diagenética, etc.

Uno de los métodos más robustos de clasificar los fósiles es según cómo se hayan formado, que influye directamente en el resultado final. Y siguiendo este criterio, tenemos cinco tipos principales de fósiles.

La carbonización

Fósil carbonizado del tronco de un equiseto del Carbonífero.
Antes de que los seres vivos tuvieran la capacidad de degradar las estructuras vegetales más duras, aquellas que forman la madera, no había nada que pudiera descomponer a las plantas muertas. Sencillamente, se acumulaban en el suelo y quedaban enterradas con su estructura intacta.

En un ambiente carente de oxígeno, los tejidos se ablandan, se aplastan, colapsan y se consolidan, y la materia orgánica que los compone se convierte en carbón.

Cuando este proceso sucede con algas microscópicas, se acumulan en el sustrato, formando esquistos, o excepcionalmente, se preservan en forma de petróleo.

Los moldes y positivos

Molde fósil de un ammonoideo.
Los moldes de fósiles se forman cuando el organismo actúa o muere sobre una superficie relativamente maleable, que es rápidamente sepultada por un nuevo sedimento. Las marcas que deja el ser vivo —o su mismo cadáver— forman un relieve en el material, que después es rellenado con material nuevo. Con frecuencia, el cadáver, de existir, se descompone, y finalmente, cuando el sedimento se transforma en roca, solo queda el molde que muestra la superficie del cuerpo o de la marca que dejó. 

En este tipo de fenómenos, es frecuente además que el sedimento que rellena el molde adquiera su forma, formando así un positivo de roca que coincide con la forma que tuvo el animal en vida.

Con frecuencia, el mismo cuerpo del organismo favorece la cimentación del nuevo material que rellenará el fósil; cuando esto sucede, se denomina un fósil autogénico.

Conservación de partes duras

Fósil de Ichthyosaurus que conserva su esqueleto.
Aunque no son, ni de lejos, los fósiles más comunes, sí son, probablemente, los más conocidos. Si las condiciones en las que el organismo muere son las adecuadas, algunas partes duras, como esqueletos o conchas, se preservan.

En ocasiones, esas partes duras están ya mineralizadas, y no sufren cambios significativos; otras veces, por las condiciones químicas del entorno, los minerales que componen esas conchas o esqueletos son reemplazados por otros.

Esta forma de fosilización puede coincidir con la formación de moldes, por eso no es raro encontrar una concha de un molusco y en la roca opuesta, su molde.

Permineralización celular o petrificación

Fósil de ammonideo permineralizado.
La petrificación o permineralizción es, seguramente, la forma más compleja de fosilización, y se produce en condiciones muy específicas.

En un principio, tiene lugar una infiltración de agua cargada con minerales en los tejidos, que precipitan en el interior de las células y en los espacios entre ellas. El mineral infiltrado puede ser silíceo, formando calcedonia o cuarzo microcristalino o de tipo calcáreo y más excepcionalmente, también se pueden infiltrar piritas, limonitas, etc.

Un tipo especial de permineralización sería la crioconservación. Los tejidos blandos, que están hidratados, son congelados de forma rápida y se considera que hay una permeación del hielo microcristalino. El mejor ejemplo serían los mamuts congelados del pleistoceno.

Este tipo de fósiles preservan muy bien el aspecto de las partes blandas del organismo. Pero aún queda otro tipo de fósil que preserva los organismos intactos, casi invariables.

Ambarización; un fósil dentro de otro fósil

Fósil de ámbar báltico, con un insecto atrapado en su interior.
Las resinas son unos polímeros excretados por ciertas plantas, como adaptación evolutiva, que les confiere protección contra el ataque de hongos, insectos u otros organismos. Con relativa frecuencia, los animales quedan atrapados en las gotas de resina o ámbar, que polimeriza y fosiliza, conservando el animal en su interior.

Aunque lo más habitual de encontrar en el ámbar fósil son insectos y arácnidos, también son frecuentes esporas, semillas, fragmentos de corteza y otros restos vegetales. En raras ocasiones, pueden encontrarse trozos de animales más grandes. Quizá uno de los fósiles de ámbar más excepcionales es el de una cola totalmente emplumada de dinosaurio, probablemente celurosaurio, de mediados del cretácico, descrita en 2016.

Los fósiles conservados en ámbar preservan con frecuencia trazas de los materiales originales y proporcionan una enorme cantidad de información científica.

Referencias:

Fernández-López, S. R. 2000. Temas de Tafonomía. (p. 167). Dpto. Paleontologia, Universidad Complutense de Madrid.

Schopf, J. M. 1975. Modes of fossil preservation. Review of Palaeobotany and Palynology, 20(1), 27-53. DOI: 10.1016/0034-6667(75)90005-6

Xing, L. et al. 2016. A Feathered Dinosaur Tail with Primitive Plumage Trapped in Mid-Cretaceous Amber. Current Biology, 26(24), 3352-3360. DOI: 10.1016/j.cub.2016.10.008

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