Dinosaurios y sinapsidos, un grupo que incluye mamíferos y
sus parientes fósiles más cercanos, sobrevivieron en una "tierra de
fuego" al comienzo de una extinción masiva del Jurásico Temprano.
Recreación de la vida jurásica en la cuenca del Karoo -
BORDY ET AL, 2020
La cuenca Karoo del sur de África es conocida por sus
depósitos masivos de rocas ígneas dejadas por extensos flujos de lava basáltica
durante el Jurásico temprano. Se cree que la intensa actividad volcánica tuvo
entonces un impacto dramático en el medio ambiente local y la atmósfera global,
coincidiendo con una extinción masiva mundial registrada en el registro fósil.
Los fósiles de la cuenca del Karoo tienen mucho que contar sobre cómo los
ecosistemas respondieron a estas tensiones ambientales.
En este estudio, publicado en PLoS ONE, Emese M. Bordy de la
Universidad de Ciudad del Cabo y sus colegas describen e identifican huellas
preservadas en una capa de arenisca depositada entre flujos de lava, datada
hace 183 millones de años.
En total, informan cinco vías que contienen un total de 25
huellas, que representan tres tipos de animales: 1) sinapsidos potencialmente
pequeños, un grupo de animales que incluye mamíferos y sus precursores; 2)
dinosaurios grandes, bípedos, probablemente carnívoros; y 3) dinosaurios
herbívoros pequeños, cuadrúpedos, probablemente representados por una nueva
ichnospecies (los rastros fósiles como huellas reciben sus propias
designaciones taxonómicas, conocidas como ichnospecies).
Estos fósiles representan algunos de los últimos animales
que se sabe que habitaron la cuenca principal de Karoo antes de que la lava la
cubriese. Dado que la piedra arenisca que conserva estas huellas se depositó
entre los flujos de lava, esto indica que una variedad de animales sobrevivió
en el área incluso después de que la actividad volcánica había comenzado y la
región se transformó en una "tierra de fuego".
Los autores sugieren que la investigación adicional para
descubrir más fósiles y refinar la datación de las capas de rocas locales tiene
el potencial de proporcionar datos invaluables sobre cómo los ecosistemas
locales respondieron al intenso estrés ambiental al inicio de una extinción
masiva global.
Bordy agrega: "Las huellas fósiles se descubrieron
dentro de una gruesa pila de antiguos flujos de lava basáltica que tienen * 183
millones de años. Las huellas fósiles cuentan una historia de nuestro pasado
profundo sobre cómo los ecosistemas continentales podrían coexistir con eventos
volcánicos verdaderamente gigantes que solo puede estudiarse a partir del
registro geológico, porque no tienen equivalentes modernos, aunque pueden
ocurrir en el futuro de la Tierra".
Fueron descubiertos por el Consejo Nacional de Investigación
Científica y Técnica a 30 kilómetros al sur de la localidad El Calafate, en la
Patagonia austral.
El Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia (MACN)
de Buenos Aires (Argentina) expone estos días fósiles que se cree que
pertenecieron a los últimos dinosaurios del planeta en su exposición
'Dinosaurios del fin del mundo'.
Los restos fósiles de las especies Nullotitan glacialis e
Isasicursor santacrucensis fueron descubiertos por el Consejo Nacional de
Investigación Científica y Técnica (Conicet) a 30 kilómetros al sur de la
localidad El Calafate, en la Patagonia austral.
Los descubrimientos, presentados el pasado miércoles, son
fruto de una nueva incursión que perseguía inicialmente encontrar restos
fósiles del Nullotitan glacialis, un saurópodo descubierto por el geólogo
Francisco Nullo en la década de 1980. Pero los investigadores se encontraron
con una agradable sorpresa: el hallazgo de otro ejemplar herbívoro de un tamaño
similar al de un caballo, el ornitópodo Isasicursor santacrucensis.
"Fue un momento de enorme alegría, y nos entusiasmó
para volver en marzo y proseguir con las tareas de exploración", declaró Marcelo Isasi, investigador del Conicet.
"Nos propusimos redescubrir el sitio utilizando los
datos que nos brindó el propio Nullo en sus oficinas en Buenos Aires. De este
modo, y con el auxilio de fotografías tomadas en aquel entonces, pudimos
relocalizar los huesos del dinosaurio que Nullo había hallado 40 años
atrás", ha relatado Fernando Novas, investigador principal del MACN.
Los ejemplares encontrados han sido datados hace 70 millones
de años, en el periodo cretácico de la Patagonia. Las dos son especies
herbívoras. El Nullotitan glacialis pertenece al grupo de los tiranosaurios
colosaurios y podría tener una envergadura de 25 metros de longitud. Por su
parte, el Isasicursor santacrucensis, de tamaño mucho menor, habría alcanzado
los cuatro metros de largo. Los restos encontrados sugieren que este dinosaurio
vivía en manada.
El anfioxo o pez lanceta es un pequeño animal marino que
vive en los fondos de arena y conserva características corporales desarrolladas
hace millones de años
Ejemplares de anfioxos (pez lanceta) clavados en un fondo
marino de arena (WP)
En los trabajos de limpieza de las playas afectadas por el
temporal ‘Gloria’ algunos de los voluntarios participantes encontraron el
pasado fin de semana numerosos ejemplares de un pequeño animal marino de
apariencia algo extraña.
Su forma corporal recordaba a la de un pez, aunque también
se podía confundir con un gusano...
Una de las voluntarias en la limpieza de la playa de Arenys
de Mar, Clara Coll, bióloga, explicó a la agencia Efe que se trataba de
ejemplares de una especie considerada por los científicos como un “fósil
viviente” (ver en La Vanguardia ); una afirmación que ha atraído la atención de
miles de lectores en diferentes medios de comunicación y redes sociales.
Por desgracia para los curiosos y lectores en general, la información
original no incluía ninguna imagen concreta del aparentemente misterioso animal
(pese a indicar que se habían localizado “centenares”), ni tampoco ofrecía
muchos más datos al respecto.
¿Qué es un fósil viviente?
Para aclarar conceptos, en primer lugar se debe recordar que
cuando se utiliza la expresión “fósil viviente” generalmente nos referimos a
una especie o grupo de animales, plantas u otros tipos de seres vivos que se
han mantenido con vida durante millones de años sin grandes cambios en su
estructura corporal, es decir, que sobreviven mientras que otras especies
surgidas en su misma época sólo se pueden encontrar ahora en forma de fósiles.
Ejemplar de anfioxo, en una especie conocida popularmente
como pez lanceta (WP)
Con los datos conocidos hasta ahora se puede deducir que los
ejemplares localizados en la playa de Arenys de Mar (y muy probablemente en
muchos otros puntos de la costa afectada por el temporal) pertenecen a la
especie denominada científicamente Branchiostoma lanceolatum, un anfioxo,
acranio o cefalocordado que en muchas zonas de nuestro litoral reciben el
nombre común de pez lanceta.
Pese a que el calificativo de ‘fósil viviente’ puede hacer
pensar otra cosa, el pez lanceta es relativamente común en el litoral
mediterráneo y en condiciones como la provocada por ‘Gloria’ su presencia es
más evidente porque muchos ejemplares quedan al descubierto a causa del
movimiento violento de la arena.
Y aunque el nombre común así lo indique, el Branchiostoma
lanceolatum no es un pez sino una de las once especies conocidas del subfilo
(categoría de ordenación científica entre un reino y una clase) de los
cefalocordados.
Los anfioxos han sido considerados en ocasiones como puntos
de transición evolutiva y modelo para el estudio de animales a medio camino entre
los invertebrados y los vertebrados.
Partes principales de un modelo de anfioxo o pez lanceta
(LV)
Las diversas especies de anfioxos comparten buena parte de
características corporales. Se trata de animales de pequeño tamaño (menos de 8
centímetros de largo) de forma alargada y lateralmente aplanada (en esto sí que
se parecen a los peces), cuerpo semitransparente, extremos en forma de punta de
lanza y boca rodeada de cilios o vellosidades móviles.
Como se muestra en la fotografía principal de esta
información, la posición común con la que podemos observar a estos singulares
animales en su medio natural, la arena -y siempre que no surjan problemas como
los provocados por ‘Gloria- es con la cola o parte posterior del cuerpo
enterrada en el sustrato dejando al descubierto solo su cabeza.
Portada de la revisa 'Nature' en la publicación del genoma
de los anfioxos (Nature)
El movimiento de los cilios que rodean su boca provoca
pequeñas corrientes de agua que arrastran el plancton y facilitan su
alimentación.
Los anfioxos no suelen aparecer en los medios de
comunicación, aunque son bastante conocidos -y estudiados- por los científicos.
Uno de los momentos científicos estelares de estos animales en los últimos años
se produjo con la publicación, en noviembre de 2018, de su genoma comparado con
el de otras especies (ver en La Vanguardia, canal Big Vang), en una destacada
investigación la que participó un grupo del Centro de Regulación Genómica, de
Barcelona. El genoma de los anfioxos fue también portada de la revista Nature.
“Entre las cañas nos hemos encontrado un anfioxo pero
después han ido saliendo a centenares”, explican los voluntarios
La playa de Arenys de Mar en plenas labores de limpieza de
los voluntarios
tras el paso de la borrasca Gloria. (XAVI SALBANYÀ)
Los equipos de voluntarios que esta mañana se han acercado a
la playa de Arenys de Mar (Barcelona) para limpiar la basura acumulada por el
temporal Gloria han encontrado centenares de anfioxos, un tipo de animal marino
considerado por los científicos un “fósil viviente”.
”Estábamos recogiendo los plásticos en la playa y, entre las
cañas, nos hemos encontrado un anfioxo pero después han ido saliendo a
centenares”, ha explicado a Efe la bióloga Clara Coll, que participa este
sábado en las tareas de la limpieza organizadas en varios municipios del
litoral.
De acuerdo con Coll, se trata de un animal que se originó
hace más de 500 millones de años, durante el período Cámbrico, y es “el más
parecido a los ancestros de todos los vertebrados”.
El anfioxo está considerado el primer animal en aparecer con
un sistema nervioso cordal (con cuerda dorsal), de forma que supone el primer
eslabón de la evolución que diferencia los cordados de los invertebrados.
Limpieza en la platja Cavaió, Arenys de Mar (XAVI SALBANYÀ)
Por eso, Coll ha resaltado la importancia de que los
voluntarios que estén recogiendo residuos en la costa del Maresme y los
encuentren, los devuelvan al mar, donde viven enterrados en la arena y se
encargan de filtrar algas microscópicas.
”Si los dejamos en la playa, se secarán en cuanto salga el
sol o se los comerán las aves, pero si los recogemos y los devolvemos al mar,
podremos restablecer seguramente colonias de todo el litoral”, ha enfatizado.
La bióloga ha explicado además que por ahora sólo se
conocían colonias de anfioxos en Blanes (Girona) y Mataró (Barcelona), de modo
que estos ejemplares o bien han sido arrastrados por el oleaje o “todo el
litoral está repleto de ellos”.
Cientos de voluntarios trabajan este sábado en la playa de
Arenys de Mar quitando
los restos que ha dejado el paso del temporal Gloria.
EFE/Alejandro García (Alejandro Garcia / EFE)
Durante las tareas de limpieza de la costa, también se han
localizado algunas tortugas autóctonas y serpientes de agua dulce, que prevén
llevar a algún centro de recuperación de fauna para que se hagan cargo de
ellas.
A lo largo de todo el fin de semana, son centenares los
voluntarios que se han arremangado para ayudar a limpiar la costa catalana, que
ha sufrido el peor temporal de este siglo, con iniciativas similares en decenas
de municipios, desde L’Estartit, en Girona, hasta L’Ampolla (Tarragona), al
lado del Delta del Ebro, una de las regiones más castigadas por la borrasca.
Un trabajo científico de paleontólogos de la Facultad de
Ciencias, a partir de dientes hallados en Tacuarembó, permite determinar que
este magalosaurio del Jurásico Tardío vivió en Sudamérica y amplía al doble su
rango de distribución geográfica mundial.
Daniel Perea y Matías Soto.
Cuando nos hablan de dinosaurios es difícil no pensar en el
popular Tyrannosaurus rex, que vivió a finales del Cretácico hace entre unos 68
y 66 millones de años y fue testigo de la caída del meteorito que acabó tanto
con su especie como con el resto de los dinosaurios (exceptuando a las aves).
Sin embargo, un trabajo recientemente publicado en la revista Journal of South
American Earth Sciences por los paleontólogos del Instituto de Ciencias
Geológicas de la Facultad de Ciencias Matías Soto, Pablo Toriño y Daniel Perea
demuestra que en nuestro país, hace unos 150 millones de años, ya correteaba un
dinosaurio tan enorme y temible como el manijeado Tyrannosaurus.
A partir del estudio de un puñado de dientes encontrados en
el departamento de Tacuarembó, que fueron analizados y comparados con otros
cientos de dientes de dinosaurios carnívoros del mundo, los investigadores
demostraron que esta enorme bestia que pisó estas tierras se trata de un
Torvosaurus, un dinosaurio de la familia de los megalosaurios que podía llegar
a medir más de tres metros de alto y cerca de 12 metros desde la nariz a la
punta de la cola.
¿Cómo a partir de dientes que aparecen en sedimento es
posible determinar un género de dinosaurio que causó terror hace una centena y
media de millones de años? ¿Cómo es posible que desde la Facultad de Ciencias,
en Malvín Norte, se pueda afirmar que dientes encontrados años atrás en la
lejana Tanzania no eran del animal que se pensaba, sino también de Torvosaurus?
La respuesta es sencilla: con ciencia de calidad.
Un dinosaurio carnívoro para temer
Foto: Federico Gutiérrez.
Los Torvosaurus eran animales carnívoros y serían, hasta
donde indica el registro fósil actual, los depredadores tope de la región, es
decir, los cazadores que no tenían por encima ningún otro animal que los
depredara. Estos dinosaurios eran terópodos, es decir que caminaban sobre sus
dos patas traseras, y podían alcanzar a medir 12 metros de largo, por lo que de
haber coexistido con los más modernos Tyrannosaurus rex no hubieran quedado
opacados. De hecho su nombre, si bien no tan fácilmente comprensible como lo de
lagarto tirano –eso es lo que significa Tyrannosaurus–, es también indicativo
de lo terrorífico que hubiera sido encontrarse con uno hambriento: Torvosaurus
significa “lagarto salvaje”.
Cuando nos recibe en la Facultad de Ciencias Matías Soto, el
primer autor del artículo científico publicado, abre el paraguas: “El
Torvosaurus de Uruguay no habría sido tan grande como un Tyrannosaurus rex,
sino que tendría un tamaño cercano a los ocho metros de largo”, dice, y si bien
el depredador de Tacuarembó seguramente no era el alumno más alto de la clase,
ciertamente su especie no debe ser subestimada. “En Portugal, Estados Unidos y
Tanzania han aparecido restos de Torvosaurus que habrían medido 12 metros, por
lo que prácticamente medían lo mismo que los Tyrannosaurus”, agrega Soto con
satisfacción.
Comparación entre humano, Torvosaurus (celeste) y
Tyrannosarus (negro)
Pero si bien nuestro gigantesco dinosaurio carnívoro del
Jurásico Tardío no llega por escasos cuatro metros a medir lo mismo que el
famoso carnívoro estadounidense, Soto agrega un dato que no habría sido pasado
por alto por el resto de los animales que compartieron territorio con él: “Si
yo fuera una presa le tendría más miedo al Torvosaurus, porque tenía brazos más
grandes y con tres dedos, y no los dos brazos cortos con dos dedos que tenía el
Tyrannosaurus. En la mordida sí era más fuerte el Tyrannosaurus, porque tenía
un cráneo más robusto y unos dientes más anchos y no tan comprimidos”. Daniel
Perea, paleontólogo supervisor del proyecto, complementa: “Pese a que una
mordida de ambos sería igual de fatal, con la mordida del Torvosaurus uno
moriría desangrado, mientras que con la del Tyrannosaurus serías inmediatamente
triturado”.
De todas formas –y vale la pena recordarlo, dada la
abundante ficción que podría hacer pensar lo contrario–, los humanos y los
dinosaurios no compartieron jamás sus días en este planeta. Los reptiles
gigantes se extinguieron hace unos 66 millones de años, dejando como únicos
representantes vivos a las aves, mientras que los primeros humanos aparecieron
recién hace unas pocas centenas de miles de años. Sin humanos para aterrorizar,
los Torvosaurus tenían que contentarse con otros dinosaurios: “Nosotros
proponemos que se habrían alimentado de los saurópodos, dinosaurios de cuello
largo de los que en Tacuarembó hay huellas en Cuchilla del Ombú y que eran
coetáneos”, dice Soto. “Esas huellas son, por ahora, la única evidencia de
fauna herbívora terrestre que tenemos de esa época”, amplía Perea, quien no
pierde la esperanza de encontrar dientes y huesos de las presas, que debieron
ser mucho más abundantes que sus depredadores y de las que hasta ahora en
Uruguay sólo han aparecido huesos del Cretácico, período inmediatamente
posterior al Jurásico al que pertenece el Torvosaurus de Tacuarembó.
Llamen al ratón Pérez
Diente de torvosaurio en la Cantera Bidegain, Tacuarembó
Poder afirmar que los Torvosaurus se paseaban por lo que hoy
es esta región de Sudamérica hace 150 millones de años implicó un riguroso y
extenso análisis. El trabajo del equipo de paleontólogos es más fascinante aun
cuando se es consciente de que no encontraron un esqueleto completo o ni
siquiera un cráneo, sino apenas un puñado de dientes. Para colmo, algunos de
esos dientes estaban tan deteriorados que para el análisis sólo pudieron utilizar
tres, dentro del que se destaca la pieza 2.971 de la Colección de Paleontología
de Vertebrados de la Facultad de Ciencias, el diente más completo encontrado en
la cantera que se ubica en pleno Barrio Obrero de la capital departamental.
2.971 apareció hace unos cuantos años, suficientes como para
que Soto y Perea, a pesar de la fascinación que sienten por él –y que vuelve a
iluminarles el rostro cuando me lo muestran en el piso 13 de la facultad–, no
recuerden bien si fue en 2015 o 2016. En aquel entonces varios paleontólogos se
encontraban en la cantera recolectando material. Quien tenía en sus manos el
soplador de hojas de jardinería, que emplean para remover el regolito, es decir
la parte expuesta del sedimento, que por la acción meteorológica es la que se
degrada del perfil fosilífero expuesto, era Aldo Manzuetti. Ni bien se soplaron
los granos de sedimento suelto, allí apareció, completamente vertical, algo
raro en paleontología, ya que la gravedad, cual padres protectores, se empecina
en acostar todas las cosas. La alegría fue instantánea: su tamaño era
llamativo, pues era mucho más grande que todos los otros dientes de dinosaurios
que habían aparecido allí.
“Los primeros dientes de este estilo aparecieron en 2010”,
cuenta Soto un poco incómodo, dado que mientras él realizaba su tesis de
maestría sobre dientes de dinosaurio aún no habían encontrado dientes gigantes.
“Fue entregar la tesis y comenzaron a aparecer en la cantera, o encontramos en
el Museo de Geociencias de Tacuarembó los que recolectó Jorge da Silva en el
mismo lugar años atrás”. Soto me muestra dientes que habían aparecido en otras
localidades, o incluso allí mismo. No tienen más de dos o tres centímetros. Por
su parte, 2.971 mide casi ocho y presenta características inconfundibles: hasta
para alguien que no tenga idea del tema queda claro que se trata del diente de
un animal gigantesco. Su forma, que recuerda a un puñal, también hace que uno
piense inmediatamente en un animal carnívoro. “Desde 1999 se han encontrado más
de 100 dientes de dinosaurios terópodos en Tacuarembó, pero sólo cerca de diez
son de dinosaurios grandes”, dice Perea.
“Además de ser como un puñal, el diente tiene un borde
aserrado que ves a simple vista. Uno empieza a chequear en la literatura y no
hay tantos dientes que presenten bordes aserrados tan gruesos”, comenta Soto,
confirmando que desde el primer instante supieron que estaban ante un gran
dinosaurio carnívoro.
La ciencia que lleva de un diente a un género
Si bien con sólo ver el diente podían sacar todas esas conclusiones,
determinar a qué gran dinosaurio carnívoro pertenecía era una tarea más
difícil. Tras llevar el material al laboratorio y procesarlo, llegó la etapa
del trabajo minucioso. Se realizaron análisis morfológicos, que incluyeron lupa
binocular, microscopía de electrones y hasta escaneo 3D (en la versión web de
esta nota pueden ver un video del rendereado del diente). Soto, Toriño y Perea
midieron distintas características de los dientes (por ejemplo, el ancho y
altura de la corona) y establecieron relaciones entre esas medidas (como la
proporción consistente en dividir la altura de la corona entre el ancho de su
base).
“La morfología es lo primero. Allí nuestro trabajo nos
permitió determinar que estábamos ante un megalosaurio”, cuenta Soto. “Primero
descartamos animales cuyos dientes no tuvieran nada que ver con este, como los
de los Torvosaurus, y otros que no tuvieran dentículos tan grandes u otras
características”, explica Soto. Con el camino más despejado y varios carnívoros
terópodos descartados, compararon sus fósiles –minuciosamente medidos y con
proporciones determinadas– con los que están catalogadas en una base de datos
de dientes de grandes dinosaurios terópodos publicada por Christophe Hendrickx,
paleontólogo que fue uno de los revisores del artículo científico de nuestros
investigadores. Realizaron cuatro tipos de análisis: de componentes,
discriminante y dos de clúster (llamados UPGMA y Neighbor joining). A partir de
otra base de datos de dientes de grandes terópodos se realizó otra ronda de
cuatro análisis. Finalmente, se hizo un análisis filogenético con una matriz
“de 145 caracteres y 99 taxones”, es decir, con una base alimentada por 145
datos sobre distintas partes y proporciones de dientes y huesos relacionados de
99 especies de dinosaurios.
Para hacer algo complejo sencillo, todos estos análisis
trabajan con números y modelos para determinar a qué dientes de grandes
dinosaurios carnívoros se parecen más los dientes encontrados en la Cantera de
Tacuarembó. También incluyeron en estos análisis dientes encontrados en la
Formación Tendaguru, en Tanzania, que presentaban características similares a
los encontrados en Uruguay, pero que habían sido asignados a la especie
Megalosaurus ingens.
“El análisis de los dientes nos mostró que los dientes de la
Formación Tacuarembó pertenecen a la familia de los megalosáuridos, y dentro de
ellos al género Torvosaurus, que es el único género que tiene dentículos tan
gruesos como este”, resume Soto algo que en el artículo implica media docena de
páginas. El análisis detallado y con varias técnicas les da robustez a sus
afirmaciones, algo necesario si tenemos en cuenta que nunca antes se habían
reportado fósiles de megalosaurios para el Jurásico de Sudamérica. “Lo que sí
estaban reportados eran megalosauroideos, bichos más basales y más antiguos del
Jurásico Medio, como el Condorraptor currumili o el Piatnitzkysaurus floresi en
Argentina”, dice Soto.
Sacándole jugo a un ladrillo
Matías Soto junto a diente de torvosaurio en la Cantera
Bidegain, Tacuarembó
“Determinar el género de un dinosaurio sólo a partir de los
dientes no es algo tan común”, reconoce Matías Soto sin ocultar su satisfacción
con el trabajo realizado por el equipo. Su colega Daniel Perea aclara: “Eso es
más común con los mamíferos, que tienen los dientes más especializados de
acuerdo a su dieta, pero con los reptiles no es tan frecuente”.
Les cuento que otro paleontólogo, Andrés Rinderknecht, me
descolocó al decirme que muchas veces encontrar el cuerpo completo de un animal
fosilizado puede ser una maldición, ya que en ocasiones sacarlo del sedimento
implica trabajo de años o décadas. Bromeo con ellos que mientras otros
paleontólogos pasan años desenterrando fósiles de dinosaurios, ellos
determinaron el género con unos cuantos dientes y mucho trabajo de laboratorio.
“Los paleontólogos argentinos dos por tres nos dicen que
nosotros le sacamos jugo hasta a un ladrillo”, dice Soto tentado, y de cierta
manera lo admite: “Lo que pasa es que nosotros tenemos que trabajar con lo que
encontramos”. Perea también ríe: “En general los uruguayos hacemos eso con
todo”, dice, y explica que en Uruguay es muy raro encontrar fósiles de
vertebrados con el esqueleto completo. “Y en dinosaurios es mucho más raro, de
hecho sólo tenemos los dientes y huellas de Tacuarembó, y luego vértebras y
algún hueso más, coprolitos y huevos del Cretácico”.
“Recuerdo que en un congreso me tocó hablar luego de unos
colegas argentinos que encontraron seis esqueletos completos de dinosaurios de
cuello largo que les posibilitaron describir con lujo de detalles a la especie
más grande del mundo, el Patagotitan mayorum”, hace memoria Soto. “Yo venía
después a presentar un trabajo sobre unos pedazos de huesos fosilizados”, agrega
casi largando una carcajada incómoda. “Los organizadores del congreso tendrían
que haber puesto las charlas en orden inverso; me dio cosa venir a hablar de
fragmentos luego de que ellos habían encontrado seis esqueletos completos”.
Pero más allá de las bromas, hay huesos que hablan más que
otros, por ejemplo los dientes y los cráneos. “Si me dejás elegir qué encontrar
prefiero, en caso de que no aparezca un cuerpo entero, un hueso del cráneo”,
dice Soto, que se conformaría con cualquiera.
Consecuencias transoceánicas: Uruguay se resfría, los
dinosaurios de Tanzania estornudan
El trabajo no sólo estableció que los megalosaurios –en
particular los Torvosaurus– vivieron en Sudamérica en el Jurásico Tardío, sino
que además determinó que dientes reportados en Tanzania para otra especie eran
en realidad de Torvosaurus. Uno podría pensar que este enmendarles la plana a
colegas que identificaron la especie en Tanzania podría ser incómodo, pero no
es así. “En ciencia esto es cosa de todos los días”, dice Perea con cierta
resignación. “A nosotros nos pasa lo mismo”, agrega, y explica que esto los
obligó a ser mucho más minuciosos. “El hecho de que tengas que contradecir una
idea previa nos obliga a elaborar una demostración más detallista”, agrega.
“Incluso nos pasa con trabajos de nosotros mismos”, dice
Soto, que reconoce que cuando encontraron el fósil del cráneo de un pterosaurio
pensaron que se trataba de un pez sierra, y lo citaron como tal en el resumen
de un congreso. “Cuando publicamos el trabajo del pterosaurio no ocultamos
nuestro error, y allí decimos que originalmente lo asignamos erradamente a un
pez sierra. Así es la ciencia”, remata Soto.
La determinación de que los dientes encontrados en la
Formación Tacuarembó de Uruguay y en la Formación Tendaguru de Tanzania tiene
una consecuencia remarcable que da aun más valor al trabajo de Soto, Toriño y
Perea: amplía la distribución geográfica de estos animales del Jurásico Tardío.
Si bien hace 150 millones de años los continentes no se distribuían como lo
hacen ahora, la aparición de restos de estos dinosaurios en escasas localidades
de lo que hoy es Norteamérica, Europa y Nigeria (ver mapa) restringía su
hábitat.
“El único megalosaurio que tenías en Gondwana estaba en
Nigeria”, dice Soto. Gondwana era el continente en aquel entonces formado,
entre otros, por lo que hoy es América del Sur y África. “Sumar los dientes de
Uruguay y Tanzania aumenta mucho su distribución”, agrega. En el artículo
publicado dicen que “la presencia de megalosáuridos en Sudamérica y África no
es sorprendente, dada la ausencia de grandes barreras geográficas durante el
Jurásico”, y a su vez por la presencia de los megalosauroideos basales del
Jurásico Medio ya mencionados en Argentina y del Afrovenator abakensis en
Nigeria.
El trabajo de Soto, Toriño y Perea es un gran ejemplo de que
la ciencia es una fabulosa herramienta para pintar tu aldea y, de esa manera,
pintar también el mundo, aun cuando en este caso el pincel no se haya usado más
que para quitarle el polvo a un diente que hace 150 millones de años esperaba
para aportar su acotado testimonio a la atrapante historia de la evolución de
la vida en la Tierra.
Silenciando el pasado La cantera que está próxima a la Laguna de las Lavanderas,
donde este equipo de paleontólogos encontró los dientes del Torvosaurus y otros
fósiles de dinosaurios, peces increíbles, como los celacantos, así como dientes
de cocodrilos y otra fauna del Jurásico, es un emprendimiento productivo
emplazado en plena ciudad de Tacuarembó. Uno pensaría que un lugar que permite
tantos y tan importantes hallazgos paleontológicos de interés no sólo para
Uruguay sino también fuera de fronteras, como demuestra el trabajo de estos
investigadores, contaría con cierta protección, al menos en la parte en la que
asoma el horizonte fosilífero del Jurásico. Pero no.
“Esa cantera se venía explotando pero de forma bastante
lenta, se extraía poca cantidad de material. La última vez que fuimos había
tres retroexcavadoras y camiones entrando y saliendo”, cuenta Perea y a uno se
le erizan los pelos de la nuca anticipando lo peor. “Debido a obras de vialidad
del departamento, las máquinas de las canteras estuvieron extrayendo material y
taparon todo el yacimiento”, sigue contando. Parte de los materiales extraídos
de la cantera se utilizan para relleno, así que algún camino de Tacuarembó está
siendo rellenado con material de los sedimentos más ricos en fósiles del
Jurásico que tenemos.
“Justo en ese cantera era donde salían los fósiles más
completos y las piezas más delicadas, como por ejemplo los únicos cráneos casi
articulados de peces celacantos”, lamenta Soto. “Muchas de las respuestas a
preguntas que nos estábamos haciendo y aun de las que todavía no nos hemos
hecho estaban en ese yacimiento. ¿Cuántas tesis se podrían haber hecho, cuántos
artículos, cuántos descubrimientos?”, agrega Soto con amarga impotencia.
“El único lugar que logramos proteger fue el de las huellas
de dinosaurios, en la ruta 26”, agrega Perea, haciendo notar que hoy las huellas de dinosaurios de Tacuarembó son el único Monumento Histórico Nacional que es un yacimiento paleontológico. El asunto no es sencillo: a veces recurrir
a la Comisión de Patrimonio contrariando los intereses de los dueños de lugares
tan ricos para la ciencia puede hacer que, hasta que no termine el largo
trámite, se les cierre la puerta a los investigadores. Por otro lado, tampoco
se puede abusar de la buena voluntad de alguien que puede tener la necesidad
económica de explotar su cantera cuando se presenta la oportunidad. Y entre
medio de las dos cosas, un vacío, no sólo legal, sino también político,
económico y cultural. Hoy, salvo un pequeño afloramiento, el yacimiento en el
que trabajaban está tapado por dos metros de material que se colocó allí para
hacer caminos para que los camiones bajen a extraer material.
Pero no todo está perdido. Los paleontólogos cuentan que los
propios operarios de las retroexcavadoras, cuando veían alguna fósil, paraban y
se los arrimaban. El perfil fosilífero está allí –y cabe suponer que también en
zonas aledañas– y ya que la actividad de la cantera lo dejó expuesto, podría
hacerse un gran proyecto, tanto municipal como departamental o nacional, para
exponer mediante la acción de máquinas otra parte del mismo sedimento del
Jurásico, permitiendo el trabajo de los investigadores y posicionar a
Tacuarembó como la tierra de los dinosaurios. Mientras lo digo Perea y Soto no
saben si aplaudir o recetarme un antipsicótico.
“Son muy pocos los depósitos continentales de fines del
Jurásico en toda Sudamérica, e incluso me animaría decir en Gondwana”, afirma
Soto. “Incluso en toda la cuenca del Paraná, que abarca el norte de Uruguay, el
sur de Brasil, parte de Argentina, Paraguay y una parte correlacionable de
Namibia, los de Tacuarembó son los únicos fósiles de cuerpos de dinosaurios que
se han encontrado. En otras partes han encontrado huellas, pero no dientes ni
huesos. De ahí la importancia de cada hallazgo de fósiles de peces y reptiles,
porque aportan valiosos datos de un período del que no hay mucha información”,
agrega.
Artículo: “A large sized megalosaurid (Theropoda, Tetanurae)
from the late Jurassic of Uruguay and Tanzania”
Publicación: Journal of South American Earth Sciences 98
(2020)
Edimburgo será la sede de la exposición “Tyrannosaurs”, que
estará abierta hasta el 4 de mayo.
El Museo Nacional de Escocia albergará el esqueleto de
dinosaurio mejor
conservado del mundo, Scotty. Con contenido interactivo se
reconstruirá
la historia. EFE
El impresionante Scotty, el esqueleto de tiranosaurio rex
(T.Rex) mejor conservado del mundo, se expone desde hoy en el Museo Nacional de
Escocia en una muestra que, a través de huesos, fósiles y contenido
interactivo, reconstruye la historia de estos temidos e intrigantes
especímenes.
Sus organizadores han definido “Tyrannosaurs” como “la
exposición más completa jamás montada sobre dinosaurios” que hará su única
aparición europea en Edimburgo hasta el 4 de mayo. La muestra ha sido creada
por el Museo Australiano de Sídney y ya ha visitado varios países como Nueva
Zelanda, Canadá y Estados Unidos.
Entre los huesos antiguos, calaveras y figuras de
dinosaurios que tuvieron plumas destaca Scotty, que, con su imponente figura,
domina el espacio. La sala se ha oscurecido para que las luces apunten de forma
precisa a las siluetas de cada animal y además, como en el caso del T. Rex,
reflejen una sombra proyectada en la pared que recrea sus movimientos.
Como contó a Efe Nick Fraser, conservador de Ciencias
Naturales del Museo Nacional de Escocia, Scotty recibió su nombre después de
que sus descubridores del Museo Real de Saskatchewan (Canadá) celebraran su
hallazgo en 1991 con un buen Scotch, el famoso whisky escocés.
“Cuando encuentras un esqueleto como este quieres darle un
nombre que le quede bien. Lo celebraron con una copa, bueno, creo que más bien
con una botella de whisky escocés, de Scotch, y de ahí nació Scotty. La
conexión está ahí, pero no tiene nada que ver con que el animal hubiese estado
en Escocia”, puntualizó Fraser.
Para este paleontólogo, lo interesante de la muestra es que,
además de la oportunidad única de observar al T. Rex, permite descubrir su
“fascinante árbol genealógico, incluidos los primeros tiranosaurios con plumas
de Asia, que son uno de los descubrimientos recientes más emocionantes en
paleontología”.
“Las formas más antiguas eran muy pequeñas como el Dialong o
el Guanlong que eran originarios de China, lo que nos habla sobre la diversidad
de la vida, uno de los mensajes que queremos transmitir.Entender la historia
evolutiva de cada grupo es muy importante para entender cómo vivieron estos
animales y de dónde venimos”, indicó.
Si bien el primer fósil de T.Rex fue descubierto en 1900, en
la exposición se pueden contemplar huesos hallados tan solo dos años después,
como un fémur calificado de “tesoro” y otros descubrimientos más recientes
sobre el Dilong y el Guanlong, que vivieron cien millones de años antes que el
tiranosauro Rex. Esa es la razón por la que algunos expertos sitúan al T. Rex
como más cerca de los humanos que de los primeros animales de su especie.
Según Fraser, no hay duda de que el T. Rex vivió en
Norteamérica y no llegó a Europa, aunque su familia sí se distribuyó por todo
el mundo.
“Es muy importante entender la distribución y la diversidad
de especímenes. Lo que me emociona sobre estos primeros ejemplares, como el
Dilong, es que tenían plumas, por lo que pensamos que los pájaros eran un grupo
muy especializado de dinosaurios”, apuntó.
Lo más probable, en opinión de este experto, es que el
Guanlong fuera el tipo de dinosaurio que habría vivido en Escocia, ya que se
han hallado “fósiles”, “sedimentos jurásicos” y “huellas” que así lo
documentan.
A través de una variedad de calaveras colgadas de una de las
paredes, los visitantes podrán explorar la diversidad de cráneos de
tiranosaurio y descubrir qué variaciones en su estructura indican las
diferentes estrategias de caza y alimentación.
Los más curiosos podrán también reconstruir el árbol
genealógico del T. Rex en una mesa interactiva, ver un vídeo de cómo sería una
invasión de estos animales por las calles de Edimburgo y probar un juego de
realidad aumentada con el que interactuar con figuras de tamaño real.
A pesar de su extinción hace millones de años, catalogada
como uno de los grandes acontecimientos de la Tierra, los tiranosaurios,
carnívoro bípedo que tenía una velocidad de 27 km/h, continúan viviendo en la
imaginación de pequeños y mayores, que ahora tienen la gran oportunidad de
ampliar su conocimiento sobre ellos en esta detallada muestra.
Una nueva especie de dinosaurio carnívoro, desenterrada por
primera vez a principios de la década de 1990 en Utah, se ha convertido en la
especie más antigua de alosaurio.
Un alosauro jimmadseni ataca a un saurópodo juvenil - TODD
MARSHALL
El enorme carnívoro, presentado en el Museo de Historia
Natural de Utah, habitó las llanuras aluviales del oeste de América del Norte
durante el Período Jurásico Tardío, hace entre 157-152 millones de años. El
recién nombrado dinosaurio Allosaurus jimmadseni, fue anunciado en la revista científica de acceso abierto PeerJ.
La especie pertenece a los alosaurios, un grupo de
dinosaurios carnívoros de dos patas de cuerpo pequeño a grande que vivieron
durante los períodos Jurásico y Cretáceo.
Allosaurus jimmadseni posee varias características únicas,
entre ellas un cráneo corto y estrecho con crestas faciales bajas que se
extienden desde los cuernos delante de los ojos hasta la nariz y una parte
posterior relativamente estrecha del cráneo con una superficie plana hasta la
parte inferior del cráneo debajo los ojos. El cráneo era más débil con menos
campo de visión superpuesto que su ya conocido primo más joven Allosaurus
fragilis.
Allosaurus jimmadseni evolucionó al menos 5 millones de años
antes que fragilis, y fue el depredador más común y superior en su ecosistema.
Tenía patas y cola relativamente largas, y brazos largos con tres garras
afiladas. El nombre Allosaurus se traduce como "reptil diferente", y
la segunda parte, jimmadseni, rinde homenaje al paleontólogo del estado de Utah
James H. Madsen Jr.
Después de una descripción inicial de Othniel C. Marsh en
1877, el alosaurio se convirtió rápidamente en el terópodo jurásico más
conocido. La composición taxonómica del género ha sido durante mucho tiempo un
debate en los últimos 130 años. Los paleontólogos sostienen que hay entre una y
12 especies en la Formación Morrison de América del Norte. Este estudio
reconoce solo dos especies: A. fragilis
y A. jimmadseni.
"Reconocer una nueva especie de dinosaurio en rocas que
se han investigado intensamente durante más de 150 años es una experiencia
excepcional de descubrimiento. Allosaurus jimmadseni es un gran ejemplo de
cuánto más tenemos que aprender sobre el mundo de los dinosaurios", dijo
Daniel Chure, paleontólogo retirado del Dinosaur National Monument, donde se
halló el nuevo espécimen, y coautor del estudio.
Según indica en la publicación, el dinosaurio se trataría de
un terópodo y su hallazgo tuvo lugar en el año 2010 en el río Onega.
Imagen ilustrativa
Pixabay / Viergacht
Un habitante de la ciudad de Arjánguelsk, norte de Rusia,
publicó el pasado 5 de enero un anuncio en el servicio de anuncios clasificados
Avito sobre la puesta en venta de un huevo de dinosaurio con un embrión
fosilizado en su interior, supuestamente de 65 millones de años de antigüedad.
El precio que figura en el anuncio es de 770.000 rublos
(12.500 dólares), valor que, según el vendedor —identificado como Serguéi—,
"está determinado por la presencia del embrión". Según indica la
publicación, el dinosaurio se trataría de un terópodo y su hallazgo tuvo lugar
en el año 2010 en el río Onega.
El vicerrector de la Universidad Federal del Norte (Ártico)
y doctor de Ciencias Biológicas, Boris Filippov explicó a la agencia Interfax
que "existe la posibilidad" de que el descubrimiento sea autentico debido
a que en la zona donde fue hallado abundan los fósiles. "En la región de
Arjánguelsk, rocas incluso más antiguas que la era de los dinosaurios salen a
la superficie; se trata principalmente de razas proterozoicas" indicó
Filippov.
Según el experto, este territorio es conocido por el
hallazgo de restos fosilizados de animales que se encuentran a medio camino
entre los dinosaurios y los mamíferos.
Los ovirraptóridos, dinosaurios de dos patas con aspecto de
pájaro, eclosionaban de igual manera que las aves de hoy, según el análisis de
huevos fósiles con tecnología de fuente de neutrones.
Recreación de puesta de huevos de ovirraptórido -
CHIEN-HSING LEE/TZU-RUEI YANG/THOMAS ENGLER
Los paleontólogos de la Universidad de Bonn utilizaron la
fuente de neutrones de la Universidad Técnica de Múnich en el Zentrum Heinz
Maier-Leibnitz (MLZ). Esto demostró que los ovirraptóridos se desarrollaron a
diferentes velocidades en sus huevos y que se parecen a las aves modernas a
este respecto. Los resultados han sido publicados en la revista Integrative
Organismal Biology.
Hasta ahora, los
investigadores han asumido que los dinosaurios de dos patas conocidos como
ovirraptóridos, que vivieron en Asia Central durante el Cretácico Superior (de
88 a 66 millones de años), deberían colocarse entre los cocodrilos y las aves
modernas con respecto a su biología reproductiva. Los cocodrilos entierran sus
huevos y las crías eclosionan al mismo tiempo. Con las aves, sin embargo, la
eclosión en el nido a menudo ocurre en diferentes momentos.
Junto con científicos de Taiwán, Suiza y el Zentrum de Heinz
Maier-Leibnitz en Garching, los paleontólogos de la Universidad de Bonn ahora
han investigado las diferencias en el desarrollo de embriones en tres fósiles
de huevos ovirraptóridos de 67 millones de años de la cuenca Ganzhou de la
provincia de Jiangxi en China Había progresado. "Los huevos oviraptóridos
se encuentran con relativa frecuencia en Asia Central, pero la mayoría de ellos
se eliminan del contexto de su descubrimiento”.dice Thomas Engler, del Instituto de Geociencias de la Universidad de
Bonn. A menudo ya no se puede discernir si los huevos son de una sola
puesta.
"Esto es diferente con los fósiles que hemos examinado:
encontramos un par de huevos y otro huevo juntos incrustados en un bloque de
roca", informa el doctor Tzu-Ruei Yang, quien descubrió el hallazgo
inusual durante una excavación cerca de la ciudad de Ganzhou en China, en uncomunicado. Esto llevó a los investigadores a concluir que los huevos de 18
centímetros fueron puestos casi al mismo tiempo por un ovirraptorido hembra.
Yang completó su doctorado en el Instituto de Geociencias de la Universidad de
Bonn y ahora trabaja como investigador en el Museo Nacional de Ciencias Naturales
de Taiwán.
Los investigadores
trataron de estimar si los bebés dinosaurios habrían eclosionado al mismo
tiempo o en diferentes momentos en función de la etapa de desarrollo de los
embriones en los tres huevos. La longitud de los huesos en el huevo juega un
papel importante aquí. "El embrión con huesos relativamente más largos
está más desarrollado", explica Yang. Otra indicación es la medida en que
los huesos están conectados entre sí. Un esqueleto más fuertemente conectado
sugiere una etapa de desarrollo más alta del embrión de dinosaurio.
Pero, ¿cómo es posible determinar la posición de los huesos
dentro de un huevo de dinosaurio fosilizado? Los investigadores llevaron los
huevos de dinosaurio a la fuente de investigación de neutrones de la
Universidad Técnica de Múnich en el Zentrum Heinz Maier-Leibnitz (MLZ) en
Garching.
La longitud y la posición de los huesos del embrión llevaron
a los investigadores a concluir que el único huevo debe haber sido puesto antes
que el par de huevos en el mismo grupo. Sin embargo, este par también estaba en
diferentes etapas de desarrollo. Secciones delgadas confirman estos resultados.
Los investigadores los usaron para medir el grosor de las cáscaras de huevo. El
embrión en desarrollo absorbe parte de la concha porque necesita calcio para su
esqueleto en crecimiento. "Cuanto más material se retira de la cáscara del huevo,
más avanzado es el desarrollo del embrión", explica Yang.
Sobre la base de estas indicaciones, los científicos
concluyen que la biología reproductiva de los ovitraptóridos era similar a la
de las aves modernas, cuyos polluelos eclosionan en diferentes momentos. Los
resultados argumentan en contra de la estrategia de los cocodrilos o las
tortugas, que emergen de sus huevos al mismo tiempo. Esto ha llevado a los
investigadores un paso más cerca de la vida de los ovirraptóridos extintos, que
deambularon por Asia Central en dos patas. "Además, el estudio muestra que
explorar fósiles con neutrones produce resultados científicos novedosos",
dice Engler.
Un fósil de hongo datado en 700 millones de años se ha
convertido de lejos en el más antiguo conocido, lo que atrasa el surgimiento de
estas especies en la Tierra en 240 millones de años sobre lo pensado.
Filamentos fosilizados con vestigios de un compuesto
presente en las células de
los hongos - STEEVE BONNEVILLE - UNIVERSITÉ LIBRE DE
BRUXELLES
El origen y la evolución del reino de los hongos siguen
siendo muy misteriosos. Solo el 2% de las especies han sido identificadas, y su
naturaleza delicada hace que los fósiles sean extremadamente raros y difíciles
de distinguir de otros microorganismos.
Hasta ahora, el fósil de hongo confirmado como más antiguo
tenía 460 millones de años, pero un grupo de investigadores dirigidos por el
profesor Steeve Bonneville, de la unidad de investigación de la Facultad de
Ciencias de la Universidad Libre de Bruselas, ha descubierto un nuevo fósil de
hongo, el más antiguo que se haya identificado por sus características
moleculares, según publica en la revista 'Science Advances'.
El estudio se realizó con la ayuda de varios grupos del
Centro de Microscopía e Imágenes Moleculares (CMMI-ULB, por sus siglas en
inglés) en estrecha colaboración con la profesora Liane Benning, del German
Research Center for Geoscience (GFZ Potsdam) y con el apoyo de otros
instituciones en el extranjero, como el sincrotrón Diamond Light Source del
Reino Unido y la Carnegie Institution for Science de Washington.
Los restos fosilizados de micelio (una red de hebras
microscópicas interconectadas) fueron descubiertos en rocas cuya edad oscila
entre 715 y 810 millones de años, una época en la historia de la Tierra cuando
la vida en la superficie de los continentes estaba en su infancia.
Estas rocas antiguas, que se encuentran en la República
Democrática del Congo y que forman parte de la colección del Museo de África en
Tervuren, se formaron en un entorno de laguna o lago costero.
"La presencia de hongos en esta área de transición
entre el agua y la tierra nos lleva a creer que estos hongos microscópicos
fueron socios importantes de las primeras plantas que colonizaron la superficie
de la Tierra hace unos 500 millones de años", explica Steeve Bonneville,
cuyo trabajo se publica en Science Advances.
Los fósiles de hongos anteriores se habían identificado solo
en función de la morfología de los restos orgánicos extraídos de las rocas
utilizando compuestos de ácido corrosivo. "Este método daña la química de
los fósiles orgánicos y solo permite el análisis morfológico, lo que puede
conducir a interpretaciones incorrectas porque ciertas características morfológicas
son comunes a las diferentes ramas de los organismos vivos", dice
Bonneville.
Esta es la razón por la cual los autores de este nuevo
estudio utilizaron múltiples técnicas de análisis molecular a escala
microscópica, desde espectroscopía de radiación sincrotrón a distinas
microscopías, con las que fue posible estudiar la química de los restos
orgánicos 'in situ', sin tratamiento químico.
Esto permitió a los investigadores detectar rastros de
quitina, un compuesto muy resistente que se encuentra en las paredes celulares
de los hongos. También demostraron que los organismos eran eucariotas, es
decir, sus células tenían un núcleo.
"Solo mediante
la correlación cruzada de análisis químicos y microespectroscópicos podríamos
demostrar que las estructuras encontradas en la roca vieja son de hecho restos
de hongos de aproximadamente 800 millones de años", añade Liane Benning.
"Este es un descubrimiento importante, y uno que nos lleva
a reconsiderar nuestra línea de tiempo de la evolución de los organismos en la
Tierra --concluye Bonneville--. El siguiente paso será mirar más atrás en el
tiempo, en rocas aún más antiguas, en busca de evidencia de esos
microorganismos que realmente están en los orígenes del reino animal".