Ser herbívoro no es sinónimo de debilidad. Esta frase se eleva a su máxima expresión en el caso de los dinosaurios, algunos de los cuales desarrollaron estructuras y estrategias ante las cuales sus depredadores hubieron de pensárselo dos veces.
Un grupo de triceratops ahuyenta a un Tyrannosaurus rex. Foto: iStock |
También es posible que los llamados herrerasaurios, uno de
los dinosaurios más primitivos conocidos hasta la fecha, fueran algunos de los
primeros animales en la Tierra especializados en la persecución, y
desarrollaran una estrategia parecida a la que los licaones emplean en la actualidad, en la que desgastaban a sus presas en una persecución implacable
ante las que estas sucumbían exhaustas. Por su parte, otras especies más
poderosas, como el Tyranosaurus rex o el Spinosaurus, se valían de su fuerza
bruta para abatir a sus presas, a veces incluso, al igual que podemos observar
hoy entre los leones, para intimidar a otros depredadores más pequeños una vez
estos habían realizado el trabajo sucio y arrebatarle a sus piezas de caza.
Así, las estrategias desarrolladas por estos animales fueron tan fascinantes como variadas. Sin embargo, en ocasiones se nos suele olvidar que la supervivencia de las especies conlleva intrínsecamente una carrera armamentística; esa premisa implícita aplicable a tantas facetas de la vida que es "adaptarse o morir", y en este sentido, los dinosaurios que ocupaban el lugar de presas, muchos de ellos herbívoros, no se quedaron atrás, y desarrollaron estructuras y estrategias defensivas que muy probablemente hicieron de hasta los depredadores más temibles del Cretácico y el Jurásico, se lo hubieran de pensar más de una vez a la hora de lanzar sus ataques.
Astas y cuernos
Por ejemplo, una de las defensas más obvias son las astas
que lucían los ceratópsidos, una familia que incluye a todos los dinosaurios
con cuernos: su miembro más famoso es el Triceratops. Sus características
comunes eran los cuernos -de distinto tamaño y número- sobre la nariz y los
ojos, así como un collar óseo que protegía el cuello y que a veces también
estaba rematado con protuberancias o cuernos, como el temible Styracosaurus. A
pesar de esta formidable defensa, muchos de los huesos encontrados de esta
especie de ceratópsidos presentan marcas que demuestran que eran cazados por
grandes carnívoros como los tiranosaurios, pero sin duda vendían cara su piel.
Tamaños descomunales
Varias especies de braquiosaurios en la naturaleza. Foto: iStock |
Cabezas duras
Ser un cabeza dura a veces tiene sus ventajas. Los
paquicefalosaurios fueron un infraorden de dinosaurios caracterizado por un
hueso craneal de varios centímetros de grosor, a veces rematado con
protuberancias. Aunque los estudios concluyen que los usaban en combates contra
los de su misma especie para establecer jerarquías y derechos de apareamiento,
tal como hacen animales actuales como los carneros, en caso de necesidad podían
volverse un arma disuasoria contra depredadores. Difícilmente podrían haber
procurado heridas graves, pero el probable comportamiento de rebaño de estos
dinosaurios supondría, para sus depredadores, enfrentarse a un muro de escudos
craneales.
Una piel curtida
Un ejemplo actual de esta eficaz estrategia de defensa
podemos observarla en animales como los armadillos. Al igual que estos, algunos
dinosaurios poseía estructuras óseas que recubrían su cuerpo y les blindaban
ante las fauces y garras de algunos de los depredadores más temibles. Así
dinosaurios como los anquilosaurios estaban cubiertos por impenetrables placas
óseas, a veces, incluso hasta los propios párpados y al igual que los citados
armadillos, al ser atacados exponían su caparazón. ¡Imagina un armadillo de dos
toneladas! Probablemente, el depredador que se aventurara a cazar a uno de
estos dinosaurios, ese día se quedaría con hambre.
Colas de martillo y de pinchos
Una pareja de anquilosáurios en un humedal. Foto: iStock |
Los látigos más poderosos jamás vistos
Pero llegados a un cierto tamaño, incluso una cola sin
pinchos ni huesos podía ser un arma formidable. Los saurópodos, conocidos
popularmente como “cuellolargos”, poseían algunas de las colas más potentes que
jamás ha tenido cualquier animal. Estas funcionaban como un látigo que podían
lanzar contra sus atacantes a una velocidad endiablada, fracturándoles los
huesos con consecuencias fatales, o provocando sonidos para intimidarlos.
Collares de pinchos
Por si la cola no era suficiente, algunos dinosaurios de
cuello largo tenían también espinas sobresaliendo de las vértebras cervicales.
Se trata de los dicreosáuridos, una familia de saurópodos cuyas especies eran
de tamaño relativamente pequeño, similar al de un elefante africano o un poco
mayor. Para compensar su “debilidad” respecto a sus mastodónticos parientes,
podían blandir su cuello como arma de forma similar a la cola de los
dinosaurios acorazados. Sin embargo, resultaba más peligroso al estar sus
espinas conectadas a las vértebras cervicales, por lo que probablemente fuera
un arma más disuasoria que efectiva.
Siempre queda la huida
Un hypsilophodon escapando de un allosaurus. Foto: iStock |
Garras
Aunque asociemos las garras a los dinosaurios carnívoros,
unos pocos herbívoros también las tenían: eran los tericinosáuridos,
literalmente “lagartos guadaña”, que recibieron este nombre debido a las largas
garras que lucían en sus patas delanteras. En la especie que da nombre a esta
familia, el Therizinosaurus, estos apéndices podían llegar a medir medio metro,
el récord en cualquier dinosaurio jamás encontrado. Aunque los científicos
concluyen que eran demasiado frágiles para ser usadas de forma efectiva como
arma, habrían tenido un efecto disuasorio notable en cualquier cazador de
tamaño similar.
Una estrategia inteligente
El gran estratega Sun Tzu dijo que “someter al enemigo sin
luchar es la suprema excelencia”. Aunque los dinosaurios han sido presentados
históricamente como criaturas poco inteligentes, los estudios recientes apuntan
a que eran capaces de elaborar estrategias complejas de caza y fuga. Una de las
más habituales entre los herbívoros parece haber sido la de atraer a sus
depredadores hacia el agua o zonas fangosas y tal vez hacerles perder el
equilibrio: los grandes depredadores solían ser bípedos y a menudo con unos
brazos raquíticos en comparación a su peso, por lo que hundirse en el agua o en
el fango era una muerte segura. Las múltiples ocasiones en que sus fósiles son
extraídos de depósitos sedimentarios, indicando que murieron sepultados,
podrían ser una confirmación de esta estrategia.