Un yacimiento de ámbar descubierto en Cantabria -norte de
España- muestra los insectos que convivieron con los dinosaurios hace 110
millones de años. El descubrimiento recuerda la fantasía de “Parque Jurásico”,
sólo que los científicos no albergan la esperanza de resucitar a un
tiranosaurio rex mediante ingeniería genética y grandes dosis de ciencia
ficción. Les basta con los insectos: decenas de mosquitos, avispas, chinches,
cucarachas y arañas, en muchos casos desconocidos.
En la naturaleza hay instantes que perduran una eternidad,
momentos congelados durante millones de años que afloran en nuestros días como
si acabasen de ocurrir. El Instituto Geológico y Minero de España (IGME) ha
descubierto un filón de esos momentos en los alrededores de la cueva de El
Soplao, en Cantabria, un yacimiento de ámbar de 110 millones de años de
antigüedad repleto de insectos, que convivieron con los dinosaurios cuando la
costa norte de España estaba cubierta de frondosos bosques de coníferas
resinosas.
El descubrimiento recuerda la fantasía imaginada por Michael
Crichton en “Parque Jurásico”, sólo que los científicos responsables del
hallazgo no albergan la esperanza de resucitar a un tiranosaurio rex ni a un
triceratops mediante ingeniería genética y grandes dosis de ciencia ficción.
Les basta con lo que tienen entre manos: decenas de mosquitos, avispas,
chinches, cucarachas y arañas de especies que, en la mayoría de los casos, eran
desconocidas hasta ahora y que tendrán ocupados durante años a paleoentomólogos
de todo el mundo.
El Soplao es un viejo complejo minero situado en el valle
del Nansa, en el occidente de Cantabria, que en los últimos años no ha parado
de dar sorpresas. Desde mediados del siglo XIX hasta su cierre definitivo, en
1979, se extrajeron de sus galerías miles de toneladas de mineral de plomo y
zinc, en una actividad de la que todavía quedan huellas en la zona.
Era una explotación peculiar, una mina-cueva donde las
galerías abiertas a fuerza de pico y dinamita se entrecruzaban con las creadas
por el agua de forma parsimoniosa, pero inexorable, a lo largo de milenios.
AMBAR PURPURA DE EL SOPLAO. ARRIBA BAJO LUZ ARTIFICIAL
DEBIL,
ABAJO BAJO LA LUZ DEL SOL
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ESTALACTICAS QUE DESAFÍAN LA GRAVEDAD
Cuatro años antes de que la mina echara el cierre, ocho
miembros del Espeleo Club Cántabro descubrieron que el El Soplao no era una más
entre las 6.500 cuevas que horadan el suelo de esta región del norte de España.
La cueva albergaba una rareza geológica que ninguno de ellos había visto hasta
entonces: las excéntricas.
Por ese nombre se conoce a un tipo de estalactitas que
parece desafiar a la ley de la gravedad y que, en lugar de precipitarse hacia
el suelo a plomo, crece en todas direcciones, formando erizados penachos y
rosetones.
Otras cuevas del mundo cuentan con formaciones excéntricas,
pero en ningún caso con la calidad y abundancia que se aprecia en El Soplao,
aseguran los geólogos. Desde 2005, esa maravilla natural es una gruta abierta
al público, que cada mes atrae a miles de visitantes.
Fueron precisamente las obras de construcción de la
carretera que ahora permite acceder a la cueva desde el pueblo de Rábago las
que destaparon la última sorpresa que ha proporcionado hasta ahora El Soplao:
un yacimiento excepcional de ámbar del Cretácico, el más importante de Europa y
quizás del mundo, en opinión del Instituto Geológico y Minero de España.
AMBAR PURPURA DE EL SOPLAO. ARRIBA BAJO LUZ ULTRAVIOLETA,
ABAJO BAJO LA LUZ DEL SOL.
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ÁMBAR MUY RARO Y COTIZADO
Aunque los depósitos de ámbar de esa época son escasos,
pueden encontrarse varios ejemplos en Oriente Medio, Francia, el Reino Unido y
el noreste de España. Entonces, ¿qué hace especial al hallado en El Soplao?:
“En primer lugar, la edad”, precisa la directora de la investigación, la
geóloga Idoia Rosales, del IGME. “Para esa edad, 110 millones de años, la
cantidad de piezas de ámbar que encontramos es excepcional, muy abundante. Sólo
hemos empezado a escarbar un poco y ya hemos encontrado gran variedad de
piezas”.
Idoia Rosales y María Najarro, otra científica del IGME que
realizaba su tesis doctoral en Cantabria, fueron las descubridoras de la enorme
bolsa de ámbar que se encuentra en uno de los taludes de la carretera de acceso
a la cueva, de 25 metros de longitud y un metro de grosor. Nunca hasta entonces
se habían visto esas dimensiones en un yacimiento del Cretácico.
No sólo son esas cifras las que hace especial al depósito de
ámbar de El Soplao, sino fundamentalmente la cantidad de insectos que conserva
y la fortuna añadida de que casi todo el ámbar es azul, una variedad de ámbar
tan rara como cotizada que sólo se conocía en la República Dominicana.
“El ámbar azul de El Soplao es mucho más abundante y con una
luminiscencia muchísimo más intensa que el de la República Dominicana. La
luminiscencia en el ámbar del El Soplao tiene un matiz púrpura que no se ha
visto antes en ningún otro yacimiento del mundo”, relata Rosales en las
conclusiones del trabajo de campo que su equipo realizó el pasado otoño.
ÁMBAR PURPURA DE EL SOPLAO CON LUZ ARTIFICIAL DÉBIL
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UN INCENDIO FORMÓ EL YACIMIENTO
Para sacar todo el partido científico a este yacimiento, el
IGME ha reunido un equipo de diez investigadores especializados en distintas
disciplinas procedentes del propio instituto y de las Universidades de
Barcelona, Kansas (EEUU) y Claude-Bernard Lyon-1 (Francia).
El grupo ya ha formulado una teoría que explica cuál fue el
fenómeno que originó una acumulación de ámbar tan grande: un incendio forestal
que arrasó la vegetación de los bosques resiníferos que cubrían esa zona de
Cantabria durante el Cretácico.
Así lo indican las piezas de fusinita (carbón vegetal)
halladas junto al ámbar, restos de una madera que ardió de forma muy rápida y a
una temperatura elevadísima, explica otro de los miembros del equipo del IGME,
el paleoentomólogo Enrique Peñalver.
Con una atmósfera mucho más rica en oxígeno que la actual y
unos bosques repletos de resina, los rayos de una tormenta bastarían para
desatar un incendio de proporciones gigantescas. Y, sin cubierta vegetal que
protegiera al suelo, las lluvias erosionaron el terreno y arrastraron hacia los
ríos toda la resina acumulada durante años al pie de cada tronco, mezclada con
otros restos del incendio. Toda esa resina flotó durante un tiempo en una
laguna salobre o en un estuario, donde hasta que se quedó enterrada y se
transformó en un fósil, en ámbar.
Otra de las peculiaridades del ámbar de El Soplao es que su
“inusual abundancia de bioinclusiones”, dicen los responsables de la
investigación. En otras palabras, que las piezas recuperadas están llenas de
insectos y arañas que en la resina de las coníferas hace 110 millones de años
El especialista en insectos fósiles de la Universidad de
Barcelona, Xavier Delclòs, explica que, en relativamente poco tiempo, en el
yacimiento de El Soplao han aparecido ocho órdenes de insectos diferentes, con
ejemplares en algunos casos no descritos hasta la fecha, como una avispa que
depositaba sus huevos dentro de orugas vivas, para que sus larvas se
alimentaran de ellas.
Entre los distintos tipos de mosquitos hallados en el ámbar
también están los del grupo de los jejenes, que se alimentaban principalmente
chupando la sangre de los dinosaurios.
¿ES POSIBLE “PARQUE JURÁSICO”?
Para todo aquel que haya leído la novela de Michael Crichton
o haya visto la película de Steven Spielberg, la pregunta es inmediata: ¿se
podría extraer de esos insectos sangre de los dinosaurios y recuperar su ADN?
Desde luego, no sería de tiranousaurio ni de triceratops, que habitaron en lo
que hoy es Norteamérica 50 millones de años más tarde, pero quizás sí de otras
especies menos populares como los hervíboros aragosaurus, iguanodon e
hypsilophodon o los carnívoros baryonyx y pelicanimimus, que vivieron en España
en el Cretácico Inferior, según el directorio de dinosaurios del Museo de
Historia Natural de Londres.
La ingeniería genética y la tecnología han avanzado mucho
desde que se publicó “Parque Jurásico” (1990). De hecho, el año pasado un
equipo de la Universidad Estatal de Pensilvania (EEUU) consiguió por primera
vez secuenciar el ADN de un animal extinguido: el mamut lanudo, que desapareció
de la Tierra hace unos 10.000 años. Pero, por desgracia para quienes sueñen con
resucitar a los grandes saurios, las moléculas de ADN no soportan bien el paso
del tiempo.
“Son muy frágiles y no fosilizan con tantos millones de años
de diferencia. Se han encontrado restos de ADN bastante reciente, digamos que
de miles de años, pero no de 110 millones de años. El ámbar no conserva el ADN.
En ninguno de los yacimientos mundiales se ha encontrado de momento restos de
ADN”, contesta Xavier Delclòs.
Los amantes de los dinosaurios tendrán que conformarse con
seguir viéndolos en los museos. Sin embargo, como subrayan los
responsables del IGME, yacimientos como
el hallado en El Soplao son “ventanas abiertas al Cretácico” que pueden aportar
información muy precisa sobre cómo era el ecosistema en el que vivían los
animales que un día dominaron el planeta.
Por Jose María Rodríguez.
EFE-REPORTAJES.
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