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Probablemente la mayoría del público informado sabe que un asteroide (o un cometa) fue el culpable de la extinción de los dinosaurios no aviares –recuerden: las aves también SON dinosaurios–. Y sin embargo, quienes menos convencidos están de ello son precisamente algunos científicos. La hipótesis de un objeto procedente del espacio que abrió el inmenso cráter de Chicxulub, en la península mexicana de Yucatán, es la más aceptada, pero no la única; dejando de lado otras ideas menos plausibles, su rival más pujante es la teoría del cambio climático causado por el vulcanismo.
Probablemente la mayoría del público informado sabe que un asteroide (o un cometa) fue el culpable de la extinción de los dinosaurios no aviares –recuerden: las aves también SON dinosaurios–. Y sin embargo, quienes menos convencidos están de ello son precisamente algunos científicos. La hipótesis de un objeto procedente del espacio que abrió el inmenso cráter de Chicxulub, en la península mexicana de Yucatán, es la más aceptada, pero no la única; dejando de lado otras ideas menos plausibles, su rival más pujante es la teoría del cambio climático causado por el vulcanismo.
Representación artística de la caída del asteroide que pudo causar la Extinción K-T. Imagen de NASA. |
De hecho, ambas teorías nacieron casi al mismo tiempo,
enfrentándose por primera vez durante un congreso celebrado en Ottawa (Canadá)
en mayo de 1981. El equipo de la Universidad de California en Berkeley liderado
por Luis Walter Alvarez (de quien ya hablé aquí), nieto de un médico asturiano
emigrado a América, presentó allí la llamada hipótesis extraterrestre,
publicada el año anterior en la revista Science. Por su parte, el geobiólogo
Dewey McLean, del Instituto Politécnico y Universidad Estatal de Virginia
(Virginia Tech), había publicado en 1978, también en Science, que la extinción
masiva al final del Mesozoico pudo deberse a una catastrófica reacción en
cadena biológica originada por un aumento del efecto invernadero, propiciado a
su vez por el vertido de enormes cantidades de dióxido de carbono (CO2) a la
atmósfera. Curiosamente, ya en 1978 McLean introducía en su estudio una
advertencia visionaria: “Estas condiciones podrían duplicarse con la
deforestación y la quema de combustibles fósiles causada por el hombre”.
En 1979, McLean comenzó a vincular su idea del cambio
climático con un episodio de vulcanismo extremo que coincidió con el final del
Mesozoico. Hace unos 66 millones de años, en la fecha estimada de la extinción
masiva que dio carpetazo a la era de los dinosaurios para abrir el capítulo del
Cenozoico, en el centro y oeste de lo que hoy es la India se había desatado una
gigantesca inundación ardiente. En menos de un millón de años, un parpadeo en
el reloj geológico, la Tierra vomitó lava basáltica como para dejar hasta hoy
una extensión de medio millón de kilómetros cuadrados (más o menos el área de
España) cubierta con una capa de roca de casi tres kilómetros de espesor.
Actualmente esta formación se conoce como Traps del Decán, en la meseta del
mismo nombre.
Representación artística de la Extinción K-T por las Traps del
Decán. Imagen de National Science Foundation, Zina Deretsky.
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En enero de 1981, McLean presentaba su hipótesis delvulcanismo en el Decán en la reunión anual de la Asociación de EE.UU. para el
Avance de la Ciencia, celebrada en Toronto (Canadá). Unos meses más tarde, en
Ottawa, McLean y Álvarez confrontaban sus teorías por primera vez, inaugurando
uno de los debates más vivos de la historia reciente de la ciencia que aún hoy
prosigue (y que entonces no comenzó de modo precisamente amistoso, como contaré
otro día).
Hoy la llamada extinción K-T (Cretácico-Terciario) o K-Pg
(Cretácico-Paleógeno), que no solo acabó con la mayor parte de los dinosaurios
sino con el 75% de las especies del Mesozoico, continúa siendo un activo campo
de investigación. Aunque no fue la mayor extinción en masa de la historia del
planeta, es quizá la más conocida debido a la popularidad de los dinosaurios,
pero también porque impuso un borrón y cuenta nueva en la evolución biológica
al que debemos el ascenso posterior de los mamíferos y, por tanto, nuestra
existencia. Desde el primer debate de Alvarez y McLean se han aportado nuevos
datos, como la asignación del impacto propuesto por el primero al cráter
mexicano de Chicxulub, pero también las pruebas que relacionan otras
extinciones históricas con la aparición de traps como las de Siberia, que hace
unos 250 millones de años pudieron delimitar la transición entre el Paleozoico
y el Mesozoico.
Recientemente han aparecido nuevas pruebas que por fin
podrían zanjar la larga polémica. El pasado diciembre, un equipo de
investigadores de la Universidad de Princeton (EE. UU.) y otras instituciones
publicó en la revista Science una nueva datación fina de las Traps del Decán.
Los científicos llegaron a determinar que los primeros brotes de lava en la
India afloraron hace exactamente 66.288.000 años, y que entre el 80 y el 90% de
todo el basalto de aquel evento surgió en los siguientes 750.000 años.
Las Traps del Decán cerca de la ciudad de Mahabaleshwar
(India). Imagen de Mark Richards.
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No se puede afinar más. Dado que el famoso asteroide (o
cometa) de Chicxulub cayó más tarde, hace 66.040.000 años, y que las primeras
extinciones parecen haber comenzado antes del impacto, el estudio de Science
parecía inclinar el veredicto hacia el vulcanismo como el principal asesino de
los dinosaurios. Entre las firmas del estudio se encuentra la de Gerta Keller,
geóloga de la Universidad de Princeton que lleva décadas defendiendo la
hipótesis del vulcanismo en el Decán fundada por McLean. Hace unos años, Kellerdecía a propósito del impacto del asteroide: “Estoy segura de que, al día
siguiente, [los dinosaurios] tuvieron un dolor de cabeza”. Para la geóloga,
“los nuevos resultados refuerzan significativamente el caso del vulcanismo como
la causa primaria de la extinción masiva”.
Así las cosas, una nueva investigación trata ahora de
cerrar el círculo con una cierta voluntad salomónica, atando ambas hipótesis en
un lazo. Por situarlo en el contexto de la controversia, este último estudio
viene dirigido por el Departamento de Ciencias Planetarias y de la Tierra de la
Universidad de California en Berkeley; es decir, el baluarte de Alvarez. De
hecho, entre los firmantes se encuentra Walter Alvarez, hijo de Luis Walter
Alvarez y coautor junto a su padre de la hipótesis del impacto publicada en
Science en 1980.
El nuevo trabajo viene además a responder a una pregunta
que durante años ha intrigado a los geólogos: ¿cómo es posible que en la misma
época coincidieran una erupción volcánica de consecuencias planetarias y el
impacto devastador de un objeto espacial? La respuesta, según el estudio publicado en The Geological Society of America Bulletin, es que ambos sucesos
estuvieron ligados: aunque las erupciones en el Decán habían comenzado antes
del impacto por el afloramiento de una pluma de magma, la colisión sacudió el
manto terrestre superior de tal manera que avivó el vulcanismo en todo el
planeta; el 70% del flujo de lava en el Decán, arguyen los autores, fue
posterior a la caída del asteroide o cometa.
Según el modelo desarrollado por los autores, el impacto
de Chicxulub pudo provocar un seísmo de magnitud 9 o mayor en todo el globo, y
hay casos históricos de cómo terremotos tan potentes pueden provocar erupciones
volcánicas. La caída del asteroide o cometa, concluyen los científicos, desató
episodios de vulcanismo quizá en muchos lugares del planeta; en el Decán, donde
estaba aflorando a la superficie una columna de material del manto, el empujón
desencadenó una erupción como pocas veces se ha visto en la historia de la
Tierra. Los investigadores apoyan sus conclusiones en otras pruebas, como la
comprobación de que en las coladas del Decán hay un antes y un después del
impacto, tanto en los patrones del flujo como en la composición de la lava.
Según el director del estudio, Mark Richards, “la belleza
de esta teoría consiste en que es muy comprobable, porque predice que
deberíamos tener el impacto y el comienzo de la extinción, y en los siguientes
100.000 años o así deberíamos tener esas erupciones masivas surgiendo, que es
más o menos el tiempo que tardaría el magma en alcanzar la superficie”. Así,
todos quedarían contentos: los partidarios de la hipótesis extraterrestre,
porque el impacto del bólido sería el desencadenante; y los defensores del
vulcanismo, porque este fenómeno amplificaría el efecto a escala global. ¿Hora
de hacer las paces?
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