domingo, 29 de septiembre de 2019

FECYT publica 'Science in Spain 2019'

En 2016 FECYT publicó la primera edición de la colección 'Science in Spain', una recopilación de folletos y publicaciones en inglés que recogía previsiones y convocatorias de empleo para investigadores.

El objetivo de esta colección es facilitar a los investigadores, con interés en hacer ciencia en España, información de las diferentes oportunidades disponibles y contribuir así a un espacio de investigación abierto y transparente.

Como novedad, en la edición de 2018, se lanzó la sección 'Science in Spain' en la web EURAXESS España. Aunque el contenido de la web se ha ido actualizando a lo largo del año, FECYT publica ahora la cuarta versión del 'Researcher Career Path' y del catálogo de programas MSCA-COFUND en España.

La colección contiene:

Este diagrama recoge los distintos contratos y ayudas públicas y privadas ofrecidos en España  para las distintas etapas de la carrera investigadora en el sector público o en empresas. El documento además contiene enlaces a las convocatorias para ampliar la información sobre las mismas.  

Los programas Marie Skłodowska Curie Actions-COFUND (MSCA-COFUND) de la Comisión Europea ofrecen financiación adicional para programas de investigación que ofrecen una dimensión internacional e intersectorial a la formación y a la carrera investigadora. Este documento resume información de los 11 programas vigentes en España que tienen previsto lanzar convocatorias de contratación de investigadores en 2019 y 2020.

FECYT agradece la colaboración de todas las instituciones que han contribuido a esta colección suministrando información de sus previsiones de empleo.

sábado, 28 de septiembre de 2019

¿Qué son las extinciones en masa y cuáles son sus causas?

En los últimos 500 millones de años, la vida ha tenido que recuperarse de cinco golpes catastróficos. ¿Estamos asestando los humanos un sexto golpe al planeta?

Ilustración del impacto del asteroide que provocó la extinción del 
Cretácico-Paleógeno. FOTO POR PETER ARNOLD, INC./ALAMY
Más del 99 por ciento de todos los organismos que han vivido en la Tierra se encuentran extintos. Mientras las nuevas especies evolucionan para encajar en nichos ecológicos cambiantes, las especies antiguas desaparecen. Pero la extinción no sigue un ritmo constante. En una serie de ocasiones en los últimos 500 millones de años, entre el 75 y más del 90 por ciento de todas las especies de la Tierra han desaparecido en un abrir y cerrar de ojos geológico en catástrofes que denominamos extinciones en masa.

Aunque las extinciones en masa son fenómenos letales, abren el planeta a la aparición de nuevas formas de vida. La extinción en masa más estudiada, que marcó la frontera entre el Cretácico y el Paleógeno hace unos 66 millones de años, acabó con los dinosaurios no aviares y dejó espacio a la rápida diversificación y evolución de los mamíferos y las aves.

Aunque la extinción del Cretácico-Paleógeno es célebre por haber sido causada por un gran asteroide, se trata de la excepción. Parece ser que el mayor factor impulsor de las extinciones en masa son los grandes cambios en el ciclo de carbono terrestre, como las erupciones de las grandes provincias magmáticas, volcanes enormes que inundaron cientos de miles de kilómetros cuadrados con lava. Estas erupciones expulsaron a la atmósfera cantidades enormes de gases que retienen el calor, como el dióxido de carbono, lo que facilitó un calentamiento global desbocado y efectos conexos como la acidificación del océano y la anoxia, o la falta de oxígeno disuelto en el agua.

La extinción del Ordovícico-Silúrico: hace 444 millones de años

El Ordovícico, que comenzó hace 485 millones de años y terminó hace 444 millones de años, fue una época de cambios drásticos en la Tierra. Durante un periodo de 30 millones de años, se desarrollaron diversas especies, pero hacia el fin del periodo se produjo la primera extinción en masa conocida. Entonces, una glaciación masiva bloqueó cantidades enormes de agua en una capa de hielo que cubría partes de una gran masa continental polar en el sur. Este embate helado podría haber sido provocado por el surgimiento de los montes Apalaches en Norteamérica. La erosión a gran escala de estas rocas recién nacidas absorbió dióxido de carbono de la atmósfera y enfrió drásticamente el planeta.

Como consecuencia, los niveles del mar se desplomaron decenas de metros. Los hábitats de las criaturas que vivían en aguas poco profundas se enfriaron y menguaron rápidamente, lo que supuso un duro golpe. La vida restante se recuperó de forma vacilante en aguas químicamente hostiles: cuando el nivel del mar volvió a subir, los niveles de oxígeno marinos disminuyeron, lo que a su vez facilitó la retención de los metales tóxicos disueltos en el agua del mar.

Fue la segunda peor extinción en masa conocida por la ciencia: se estima que acabó con el 85 por ciento de las especies existentes. El fenómeno pasó una factura mayor a organismos marinos como corales, braquiópodos, trilobites y conodontos, unas criaturas similares a las anguilas.

Extinción del Devónico: hace 383-359 millones de años

Esta extinción en masa, que comenzó hace 383 millones de años, eliminó a casi un 75 por ciento de todas las especies de la Tierra en un lapso de casi 20 millones de años.

En varios pulsos del Devónico, los niveles del oxígeno marino descendieron de forma precipitada, lo que asestó un duro golpe a los conodontos y a los goniatítidos, criaturas con concha emparentadas con los calamares y los pulpos. El peor de estos pulsos, denominado evento Kellwasser, se produjo hace unos 372 millones de años. Las rocas de ese periodo en la actual Alemania muestran que, conforme se desplomaban los niveles de oxígeno, se extinguieron muchas criaturas constructoras de arrecifes, entre ellas una clase importante de esponjas llamada Stromatoporida.

Ha costado establecer la causa de los pulsos de extinción del Devónico, pero el vulcanismo es un posible desencadenante: dos millones de años después del evento Kellwasser, una gran provincia magmática llamada traps de Viluy expulsó casi 960 000 kilómetros cúbicos de lava en la actual Siberia. La erupción habría expulsado gases de efecto invernadero y dióxido de azufre, que pueden provocar lluvia ácida. Los asteroides también podrían haber contribuido. El cráter sueco de Siljan, de casi 52 kilómetros de ancho y uno de los mayores cráteres de impacto que quedan en la Tierra, se formó hace unos 377 millones de años.

Aunque quizá parezca sorprendente, las plantas terrestres podrían haber sido cómplices del delito. Durante el Devónico, las plantas dieron con diversas adaptaciones ganadoras, como la lignina, un compuesto fortalecedor de las raíces, y una estructura vascular completa. Estos rasgos permitieron que las plantas crecieran —y que sus raíces llegaran a más profundidad— más que nunca, lo que podría haber aumentado la tasa de meteorización.

Cuanto más rápido se meteorizaban las rocas, más nutrientes excesivos fluían de la tierra al mar. Esta afluencia podría haber provocado la proliferación de algas y, cuando estas murieron, su descomposición retiró oxígeno del océano y formó las denominadas zonas muertas. Asimismo, la propagación de los árboles habría absorbido CO2 de la atmósfera, lo que quizá marcara el comienzo del enfriamiento global.

Durante el Devónico no solo se extinguieron algunas criaturas, sino que la diversificación de las especies se ralentizó, añadiendo una pieza más a este rompecabezas. Dicha ralentización podría haber provocado la propagación global de especies invasoras, ya que el alto nivel del mar facilitó la mezcla de criaturas de hábitats marinos aislados, lo que permitió la homogeneización de ecosistemas de todo el mundo.

Extinción del Pérmico-Triásico: hace 252 millones de años

Hace unos 252 millones de años, la vida en la Tierra se enfrentó a la «Gran Mortandad»: la extinción del Pérmico-Triásico. Este cataclismo fue el peor acontecimiento sufrido jamás por las criaturas del planeta. A lo largo de unos 60 000 años, se extinguieron el 96 por ciento de todas las especies marinas y casi tres de cada cuatro especies terrestres. Los bosques del mundo quedaron arrasados y no se recuperarían del todo hasta unos 10 millones de años después. De las cinco extinciones en masa, la del Pérmico-Triásico es la única que acabó con una gran cantidad de especies de insectos. Los ecosistemas marinos tardaron entre cuatro y ocho millones de años en recuperarse.

La causa principal de la extinción fueron los traps siberianos, un complejo volcánico inmenso que entró en erupción y expulsó tres millones de kilómetros cúbicos de lava sobre la actual Siberia. La erupción liberó al menos 14,5 billones de toneladas de carbono, más de 2,5 veces la cantidad que se liberaría si se extrajera y se quemara hasta el último gramo de combustible fósil del planeta. Para colmo de males, el magma de los traps siberianos se infiltró en cuencas carboníferas en camino a la superficie y es probable que liberase aún más gases de efecto invernadero, como metano.

El calentamiento global resultante fue infernal. En el millón de años posterior al evento, el agua marina y las temperaturas del suelo aumentaron entre 14 y 19 grados Celsius. Hace unos 250,5 millones de años, las temperaturas de la superficie del mar en el ecuador habían aumentado hasta los 40 grados centígrados, la temperatura máxima estándar de una bañera de hidromasaje. Por aquel entonces, apenas vivían peces en el ecuador.

Con el aumento de las temperaturas, las rocas terrestres se erosionaron más deprisa, un desgaste acelerado por la lluvia ácida formada a partir del azufre volcánico. Al igual que en el Devónico, el incremento de la erosión habría provocado una anoxia que asfixió los océanos. Los modelos climáticos estiman que en esta época se perdió un 76 por ciento del inventario de oxígeno oceánico. Estos modelos también sugieren que el calentamiento y la pérdida de oxígeno fueron los responsables de la mayor parte de las desapariciones de especies durante esta extinción.

Extinción del Triásico-Jurásico: hace 201 millones de años

La vida tardó mucho tiempo en recuperarse de la Gran Mortandad, pero cuando lo hizo, se diversificó enseguida. Las criaturas constructoras de arrecifes empezaron a afianzarse y una vegetación exuberante cubrió la tierra, preparando el terreno para un grupo de reptiles llamados arcosaurios: los precursores de las aves, los cocodrilianos, los pterosaurios y los dinosaurios no aviares. Pero hace unos 201 millones de años, la vida sufrió otro gran golpe: la pérdida repentina de hasta el 80 por ciento de todas las especies terrestres y marinas.

A finales del Triásico, la Tierra se calentó una media de entre 2,7 y 6 grados Celsius debido a la cuadruplicación de los niveles atmosféricos de CO2. Es probable que la causa de esto fuera la enorme cantidad de gases de efecto invernadero de la provincia magmática del Atlántico Central, una gran provincia magmática en la región central del supercontinente Pangea. Actualmente, los restos de dichas coladas de lava antiguas se dividen entre el este de Sudamérica, el este de Norteamérica y el oeste de África. La provincia magmática del Atlántico Central era gigantesca: su volumen de lava podría sepultar los Estados Unidos continentales bajo 400 metros de roca.

El incremento del CO2 acidificó los océanos del Triásico, lo que dificultó que las criaturas marinas construyeran conchas de carbonato cálcico. En tierra, los vertebrados dominantes habían sido los cocodrilianos, más grandes y mucho más diversos que en la actualidad. Muchos de ellos se extinguieron. A su paso, los primeros dinosaurios —criaturas pequeñas y ágiles en la periferia ecológica— se diversificaron rápidamente.

Extinción del Cretácico-Paleógeno: hace 66 millones de años

La extinción del Cretácico-Paleógeno es la extinción en masa más reciente y la única vinculada de forma definitiva al impacto de un gran asteroide. Durante ella se extinguió casi el 76 por ciento de las especies del planeta, entre ellas los dinosaurios no aviares.

¿ESTAMOS PROVOCANDO LOS HUMANOS LA EXTINCIÓN 
DEL LORIS PEREZOSO?
Un día hace 66 millones de años, un asteroide de casi 12 kilómetros de diámetro cayó en las aguas frente a la actual península de Yucatán de México a más de 72 000 kilómetros por hora. El impacto —que dejó un cráter de más de 193 kilómetros de ancho— arrojó grandes volúmenes de polvo, escombros y azufre a la atmósfera y provocó un enfriamiento global drástico. Ardieron incendios forestales en tierras situadas en un radio de 1400 kilómetros del impacto y se formó un tsunami enorme. De la noche a la mañana, los ecosistemas que habían sustentado a los dinosaurios no aviares empezaron a derrumbarse.

El calentamiento global provocado por las erupciones volcánicas en las escaleras del Decán, en la India, podría haber agravado el fenómeno. Algunos científicos sostienen que algunas de las erupciones de las escaleras del Decán podrían haberse producido como consecuencia del impacto.

La extinción actual

Hoy en día, la Tierra vive una crisis de biodiversidad. Estimaciones recientes sugieren que hasta un millón de especies de plantas y animales sufren la amenaza de al extinción, en gran medida por culpa de actividades humanas como la deforestación, la caza y la sobrepesca. Entre otros peligros figuran la propagación de especies invasoras y enfermedades por el comercio humano, así como la contaminación y el cambio climático antropogénico.

En la actualidad, las extinciones se producen cientos de veces más rápido de lo que ocurrirían de forma natural. Si en el próximo siglo se extinguieran todas las especies clasificadas en peligro crítico de extinción, en peligro de extinción o vulnerables y dicho ritmo de extinción no se ralentizara, podríamos acercarnos al nivel de una extinción en masa en cuestión de entre 240 y 540 años.

El cambio climático representa una amenaza a largo plazo. La quema de combustibles fósiles nos ha permitido imitar químicamente las grandes provincias magmáticas mediante la inyección de miles de millones de toneladas de dióxido de carbono y otros gases en la atmósfera terrestre cada año. Por volumen total, estos volcanes pasados emitieron mucho más que los humanos hoy en día; las emisiones de los traps siberianos multiplican por más de 1400 el CO2 emitido por los humanos en 2018 procedente de la quema de combustibles fósiles para obtener energía. Sin embargo, los humanos emitimos gases de efecto invernadero tan rápido como —o incluso más rápido que— los traps siberianos y el clima terrestre cambia rápidamente en consecuencia.

Las extinciones en masa nos demuestran que el cambio climático repentino puede ser sumamente perturbador. Aunque aún no hemos atravesado el umbral del 75 por ciento de una extinción en masa, eso no significa que la cosa vaya bien. Mucho antes de llegar a ese oscuro marcador, los daños sembrarían el caos en los ecosistemas que poblamos y pondrían en peligro a especies de todo el mundo, incluida la nuestra.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

jueves, 26 de septiembre de 2019

Descubren cómo hacía el T-Rex para no destrozarse el cráneo con la fuerza de su propio mordisco

A sus 66 millones de años, el Tyrannosaurus rex sigue ostentando el récord al mordisco más potente del planeta. Sus mandíbulas eran capaces de ejercer una fuerza tan atroz que los investigadores llevaban años preguntándose cómo hacía este dinosaurio para no reventarse su propio cráneo al morder.

Ilustración: Brian Engh (Dont Mess with Dinosaurs)
Los paleobiólogos calculan que un Tyrannosaurus rex adulto ejercía una presión de alrededor de 3.500 kilos al cerrar sus mandíbulas. Viene a ser el peso de tres coches o de 13 pianos de concierto en un espacio de apenas un metro de largo (La longitud del cráneo de T-Rex más grande que se conoce es de 1,5 metros). Proporcionalmente, es más del doble de fuerza de la que son capaces de ejercer los cocodrilos. Se cree que con esta potencia de mordedura, el T-Rex era capaz de romper huesos y arrancar extremidades completas sin apenas esfuerzo.

La potencia de la mordedura es tan escandalosa que daba lugar a una paradoja desde el punto de vista biomecánico porque semejante potencia exige una movilidad que no es compatible con la rigidez que suelen exhibir los cráneos de las especies más resistentes. En otras palabras, en la naturaleza hay que elegir entre tener movilidad en las mandíbulas o una cabeza dura, pero no las dos cosas. A menudo los paleobiólogos se han preguntado cómo era posible que el cráneo del Tyrannosaurus no explotara por la simple presión ejercida al morder. La respuesta ha llegado en la forma de un reciente estudio que analiza la biomecánica de la cabeza del T-Rex. Sus resultados confirman que el cráneo de la criatura era prácticamente indestructible para otros dinosaurios o para él mismo.

Una ilustración de las características clave de un cráneo rígido de T. rex.:
Universidad de Missouri
Que los huesos del cráneo del T-Rex son gruesos y están muy soldados entre sí era algo que ya se sabía. Su dureza es comparable a los cráneos de depredadores con mordiscos tan potentes como las hienas o los cocodrilos. Lo que ha hecho un equipo de paleobiólogos de la Universidad de Missouri ha sido analizar cómo interactuaban esos huesos con los cartílagos, músculos y tejido conjuntivo que los sujetaban entre ellos.

Aparte de examinar los cráneos de varios ejemplares de T-Rex que hoy se conservan en museos y reconstruirlos en 3D, el equipo comparó sus resultados con los cráneos de dos parientes actuales del T-Rex que también se caracterizan por la dureza de sus cráneos: los geckos y los loros.

El resultado es que el diseño y la manera de moverse de las mandíbulas del T-Rex estaban enfocados precisamente a asegurar la integridad de la cabeza. Las tensiones en el cráneo producidas al morder se reparten de manera uniforme y no comprometen la integridad de los huesos que ya de por sí son muy fuertes. El resultado era una mordedura tan salvaje que aún hoy no tiene rival en la naturaleza. [Universidad de Missouri vía Cnet]



miércoles, 25 de septiembre de 2019

Hallan un fósil de pterosaurio gigante que pesaba hasta 300 kg en Reino Unido

Ese dinosaurio tenía una envergadura de 6 metros y está considerado como una de las especies voladoras más grandes de la Tierra.

wikipedia.org / Mark Witton
En la isla de Wight (Inglaterra, Reino Unido) han encontrado los restos de un pterosaurio gigante que tendrían alrededor de 125 millones de años, informa el diario The Sunday Times.

Ese fósil de 'Hatzegopteryx', cuya envergadura rondaba los seis metros, podría ofrecer más datos sobre el que está considerado como el "dinosaurio" volador más grande de su época.

Isle of Wight find proves winged dinosaurs took off by ‘vaulting’
Scientists have found the fossilised remains of what could be one of 
the biggest species ever to fly. The giant pterosaur, with a wingspan
thetimes.co.uk
Estos reptiles, los primeros animales vertebrados que desarrollaron la capacidad de volar, pesaban hasta 300 kilos y cazaban a crías de otros dinosaurios y hasta ejemplares adultos gracias a sus mandíbulas alargadas, según destaca el autor del hallazgo, Robert Coram.

Michael Habib, un experto en pterosaurios de la Universidad del Sur de California (EE.UU.), recordó que estas criaturas también caminaban por la tierra y un modelo tridimensional de sus cuerpos demuestra que partían de una posición cuadrúpeda: se impulsaban con las patas traseras y luego con las delanteras para despegar.

martes, 24 de septiembre de 2019

Cocodrilos del Triásico aterrorizaron a los dinosaurios herbívoros

Depredadores gigantes, similares a los cocodrilos que vivieron durante el Triásico en el sur de África, se alimentaron de los primeros dinosaurios y mamíferos parientes hace 210 millones de años.   

Reconstrucción de dos rauisuquios - VIKTOR RADERMACHER.
Estos depredadores, conocidos como "rauisuquios", se aprovecharon de los primeros dinosaurios herbívoros y sus parientes mamíferos que vivían en ese momento, según el estudiante de máster de la Universidad Wits Rick Tolchard. 

"Estos fósiles antiguos nos proporcionan evidencia de cómo al menos dos especies de depredadores cazaron a estos dinosaurios vegetarianos hace 210 millones de años. Es sorprendente seguir las pistas que quedan en dientes fosilizados, mandíbulas, extremidades y otros fósiles para ayudarnos a contar la historia antigua de la vida en el sur de África", dice Tolchard en un comunicado. 

Los fósiles estudiados por Tolchard incluyen dientes, piezas de mandíbulas, extremidades posteriores y armadura corporal, todos los cuales pueden describirse como partes de rauisuquios. 

Los rauisuquios están estrechamente relacionados con los cocodrilos tal como los conocemos hoy. Tenían una diversidad de formas y tamaños corporales durante el período Triásico. Los especímenes descritos en esta investigación incluyen algunos de los miembros carnívoros más grandes de este grupo, que posiblemente tenían hasta 10 metros de largo, con enormes fauces llenas de dientes serradas y curvas. 

El estudio, publicado en el Journal of African Earth Sciences, muestra que los rauisuquios eran algunos de los últimos miembros sobrevivientes de su grupo, y que cuando estaban vivos, prosperaron cerca del Círculo Antártico, el límite teórico por su fisiología. 

"En el período Triásico, los rauisuquios estaban muy extendidos y sus fósiles son conocidos de todos los continentes excepto la Antártida", agrega Tolchard. "Se extinguieron hace unos 200 millones de años, allanando el camino para que los dinosaurios se convirtieran en los grandes animales terrestres dominantes".

Tolchard estudió fósiles de colecciones basadas en la Universidad de Witwatersrand, el Museo Iziko de Sudáfrica y el Museo Nacional de Bloemfontein. Se unió a la investigación por un equipo internacional, incluidos investigadores de los EE.UU., Argentina y el Reino Unido.

jueves, 19 de septiembre de 2019

Destacan el trabajo de Darwin en la Argentina como "fundamental" para la teoría de la evolución

Investigadores del Museo de Historia Natural de Londres disertaron sobre el naturalista británico en el Centro Cultural de la Ciencia. Darwin pasó 18 meses recorriendo el país, y la mayor parte de sus hallazgos los hizo en los acantilados de Punta Alta.

Los restos fósiles de mamíferos extinguidos hace miles de años que Charles Darwin descubrió durante los 18 meses que pasó recorriendo territorio argentino "fueron fundamentales para su teoría de la evolución" de las especies, aseguraron investigadores del Museo de Historia Natural de Londres (NHM) al disertar sobre el naturalista británico en el Centro Cultural de la Ciencia.

Algunos pertenecían, además, a géneros animales desconocidos hasta entonces: es el caso del Mylodon Darwini -un perezoso gigante -, el Gliptodonte -un armadillo gigante- y el Toxodonte -una mezcla de hipopótamo y rinoceronte-, cuyos segmentos fósiles el naturalista halló entre las localidades bonaerenses de Punta Alta y Bahía Blanca.

"Los hallazgos de mamíferos fósiles han sido muy importantes en sí mismos, pero nuestra preocupación es que la gente no se da cuenta lo fundamentales que han sido para Darwin. Ésta es una de las razones por las cuales estamos aquí, para tratar de cambiar esto", dijo la doctora en paleontología y curadora senior de mamíferos fósiles del NHM, Pip Brawer.

"No sólo encontraba especímenes nuevos para la ciencia, sino que advertía la importancia conceptual de reconocer que (estos mamíferos extintos) tenían parientes entre los animales vivos del presente y de la misma región", acotó el doctor en zoología y líder de investigación del NHM, Adrian Lister.

Para el paleobiológoo, estos descubrimientos le permitieron a Darwin deducir que "había relación por líneas de descendencia" entre ambos especímenes, y que su semejanza "no era obra de la casualidad" sino de "lo que hoy llamamos evolución" de las especies, en oposición al "fijismo" predominante en la época.

Charles Darwin tenía 22 años y era estudiante de Teología en Cambridge cuando se embarcó como naturalista en la segunda expedición de estudios del bergantín de la Marina Real Británica "Beagle".

Al mando del capitán Robert Fitz Roy, la nave tenía por misión cartografiar con mayor precisión las costas de la Patagonia argentina, lo que en principio le insumiría un período de dos años pero se extendió por tres años más.

La mayor parte de los hallazgos de fósiles de grandes mamíferos extintos los hizo en los acantilados de la actual localidad bonaerense de Punta Alta, al sudeste de la provincia de Buenos Aires y a 28,5 kilómetros de Bahía Blanca.
"Cada vez que atracaban en un puerto, bajaba y recolectaba plantas, aves, piedras y fósiles. Era un apasionado de la historia natural” ADRIAN LISTER
Otro aporte importante de Darwin fue haber demostrado que los caballos "no habían llegado con los españoles" sino que hace miles de años "habían vivido salvajemente" en estas tierras antes de extinguirse, lo que pudo deducir a partir del hallazgo de dientes fosilizados en la ciudad de Paraná.

Como el Beagle "tenía sólo 30 metros de largo", llevaba sólo "75 marineros" y soportaba sólo 235 toneladas de carga, "Darwin no podía guardar todo lo que iba encontrando", e ideó un sistema para ir mandando las piezas al Real Colegio de Cirujanos de Londres, donde el biológo y paleontólogo Richard Owen los identificaba y clasificaba. "Para cuando volvió a Londres, Darwin ya era un científico muy reconocido", contó.

CC de la Ciencia ✔ @ccdelaciencia Nos cuenta Adian Lister que Darwin en su 
viaje por Punta Alta, Bahía Blanca encontró un cráneo de toxodón y la 
mandíbula de un megaterio, lo que fue fundamental para contribuir a la 
teoría de la evolución de las especies.
Brewer recordó que parte de la colección de fósiles fue destruida en 1941, durante la II Guerra Mundial, como consecuencia de los bombardeos alemanes al Colegio de Cirujanos de Londres. "Por suerte, muchos especímenes se salvaron, pero nunca tendremos una lista de lo que se dañó, sino sólo de lo que se recuperó", dijo.

Tanto Brewer como Lister rechazan la postura según la cual fue de regreso en Londres cuando el naturalista pensó por primera las ideas básicas de la teoría que en noviembre de 1859 plasmaría en su libro "El origen de las especies". "Ya en el viaje de regreso, en 1836, Darwin escribe la frase: 'Lo que he visto, mina la estabilidad de las especies'", contó Lister.

martes, 17 de septiembre de 2019

Libro de Resúmenes de las VIII Jornadas Internacionales sobre Paleontología de Dinosaurios y su Entorno

Después de la celebración de las VIII Jornadas Internacionales sobre Paleontología de Dinosaurios y su Entorno, celebradas en Salas de los Infantes (Burgos) la primera semana de septiembre de 2019, la Organización tiene el placer de presentarnos el libro completo de los resúmenes en formato pdf.

Podéis previsualizarlo y descargarlo en el siguiente enlace: hacer clic aquí.


El capitán Scott, el explorador que sacrificó su vida por unos valiosos fósiles

Los cinco exploradores de la expedición del capitán Robert F Scott murieron en la Antártida en 1912. Pero su trabajo fue crucial para adquirir el conocimiento de la tectónica de placas

Los miembros del equipo de Scott en el Polo Sur, el 18 de enero de 1912.
 De izquierda a derecha, de pie: Oates, Scott, Wilson; sentados: Bowers, Evans
En el año 1988 el grupo de música pop Mecano lanzó al mercado español el álbum «Descanso dominical» en el que se incluía la canción «Héroes de la Antártida», su tributo personal a uno de los grandes exploradores de la Historia, Robert F Scott (1868-1912).

Scott capitaneó la Expedición Terra Nova, conocida oficialmente como la British Antartic Expedition, la tercera de las exploraciones del Imperio Británico a la Antártida en el siglo XX.

La letra de la canción narra el trágico final de Scott, Wilson, Evans, Bowers y Oates, los intrépidos exploradores británicos que perdieron la carrera polar –junto con sus vidas– en favor del equipo noruego, capitaneado por Roald Amundsen.

Un continente cubierto por bosques

En el Congreso Internacional de Geografía de 1895 se definió a la Antártida como «la gran pieza de exploración geográfica por ser asumida» y cuyo estudio se podría sumar, de forma importante, al conocimiento de casi todas las ramas de la ciencia.

Por aquel entonces, tanto geógrafos como científicos eran incapaces de precisar si aquella mancha blanca que aparecía en la zona inferior de los mapas era realmente un continente o simplemente una colección de islas de hielo.

El tiempo demostraría que no siempre la Antártida había sido un infierno desolado y blanco, hubo un momento en la historia de nuestro planeta que formaba parte de un mega-continente llamado Gondwana.

Si pudiéramos viajar en el tiempo comprobaríamos con asombro que el continente blanco era un paraíso de vida y riqueza natural, en donde los dinosaurios campaban a sus anchas.

La pieza que faltaba

El invierno de 1912 fue especialmente duro, se registraron temperaturas extremadamente bajas, inferiores a los cuarenta grados Celsius. Este fue, sin duda, uno de los factores que impidió a Scott llegar al depósito de suministros. Los cinco exploradores fallecieron a tan sólo diecisiete kilómetros de ellos.

Junto a los cadáveres se encontró un diario meteorológico, notas de cuentas, rollos de películas y dieciséis kilos de fósiles. Es posible que aquellos moribundos exploradores hubieran tenido mayores probabilidades de sobrevivir si se hubieran desprendido de los fósiles, pero seguramente consideraron que eran demasiados valiosos como para deshacerse de ellos. No se equivocaron.

En 1924 los responsables del Museo Scott desempolvaron los restos arqueológicos que habían acarreado los expedicionarios antárticos y encontraron un respaldo más que evidente a la hipótesis de la deriva continental.

Entre las joyas geológicas había fósiles de Glossopteris, un arbusto extinto que caracterizó el final del Paleozoico al continente Gondwana, significaba que en un pasado remoto allí había habido bosques. Además, el hallazgo coincidía con otras muestras encontradas en Australia, África y la India.

Sin pretenderlo Scott acababa de allanar el camino al conocimiento de la tectónica de placas, era la pieza que faltaba para completar el rompecabezas geológico de nuestro planeta.

Para finalizar, y volviendo a la canción de Mecano, en ella se cometen dos imprecisiones geopolíticas. Por una parte, se dice «Dios salve a la reina», cuando en el momento de la expedición en el trono británico estaba sentado Jorge V; por otra hay una referencia explícita al «punto de latitud cero», lo cual significaría que Scott alcanzó el Ecuador terrestre… en lugar del Polo Sur.

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación


¿Qué habría pasado si un asteroide no hubiese aniquilado a los dinosaurios?

La teoría más extendida asegura que la caída de los dinosaurios fue necesaria para la aparición de los humanos, pero hay quien plantea que esta era inexorable

Fotograma de la película 'Parque Jurásico', uno de los pocos espacios en los que 
convivieron humanos y dinosaurios
En 1982, el paleontólogo Dale Russell se planteó qué habría sucedido si los troodóntidos no se hubieran extinguido con la caída de un asteroide hace 66 millones de años. Aquellos dinosaurios tenían cerebros inusualmente grandes, visión binocular y unas garras con las que podían agarrar objetos. Si el cataclismo no hubiese acabado con ellos, millones de años de evolución después podrían haber dado lugar a una especie de dinosaurio inteligente que, en la mente de Russell, era un humanoide verde que en lugar de amamantar a sus crías les daría el alimento regurgitándolo de la boca.

El desastre que extinguió a los dinosaurios, del que esta semana se ha podido conocer la reconstrucción más precisa hasta la fecha, fue un evento azaroso más de los que plagan la historia del universo, pero algunos humanos, poco inclinados a asumir que la realidad es caótica, lo han convertido en un mito fundacional. La desgracia de los dinosaurios, que nunca sabremos si hubiesen evolucionado en esa especie de alienígena planteado por Russell, supuso el ascenso de los mamíferos y entre ellos los ancestros de los humanos. Pero, ¿qué habría sucedido si un asteroide no hubiese sacudido la Tierra provocando la extinción del 75% de la vida del momento?

Modelo del dinosaurio inteligente que teorizó el paleontólogo
 Dale Rusell. / JIM LINWOOD
En primer lugar, que no pereciesen en aquel momento no significa que los tiranosaurios o los triceratops hubiesen sobrevivido hasta nuestros días. En sus mejores tiempos, cada una de las especies no superaba el millón de años de existencia, así que los dinosaurios del siglo XXI serían diferentes a los del día del impacto. “Es una ley que nos enseñan los fósiles, al final todos vamos desapareciendo”, advierte Fidel Torcida, director del Museo de Dinosaurios de Salas de los Infantes (Burgos). El Cretácico, el periodo que termina con la caída del asteroide en la península de Yucatán (México), era un tiempo de intenso efecto invernadero en el que la temperatura media del planeta alcanzaba los 24 grados (ahora es de 14). Eso, unido a unos elevados niveles de CO2, favorecía el crecimiento de una vegetación exuberante que permitió a herbívoros como los saurópodos alcanzar tamaños descomunales. Los millones de años de enfriamiento que siguieron y el fin de aquel mundo tropical hubiesen requerido adaptaciones que habrían transformado a los dinosaurios. Igual que hubo mamuts lanudos durante los siglos de glaciación del Pleistoceno, podría haber existido dinosaurios cubiertos de un plumaje espeso para sobrevivir al frío.

La hipótesis más frecuente sobre los beneficiados de la extinción de los dinosaurios dice que los mamíferos, hasta ese momento pequeños animales nocturnos que vivían en los márgenes del planeta, aprovecharon las vacantes producidas por el asteroide para ocupar sus nichos ecológicos, crecer y diversificarse. En esa explosión habrían progresado los ancestros de los humanos, protoprimates como los Purgatorius, parecidos a una pequeña rata, pero con el germen en su interior de una especie capaz de viajar a la Luna o montar el Brexit. Si los dinosaurios no hubiesen dejado ese hueco, se especula, nuestra especie no habría tenido posibilidades de aparecer. Carles Lalueza-Fox, genetista del Instituto de Biología Evolutiva (CSIC-UPF) de Barcelona, cree que esa interpretación no es necesariamente cierta. “Lo vemos con las especies invasoras. Puede haber un tipo de avispa, perfectamente adaptada a un ecosistema europeo, y de repente llega otra de fuera y se hace con ese espacio que parecía bien cubierto”, señala. 
Aunque no hubiese caído un asteroide, los dinosaurios actuales serían distintos de los del Cretácico 
Para Lalueza-Fox, uno de los aspectos más interesantes del ejercicio de paleontología ficción es imaginar si la vida tiene posibilidades infinitas o existen limitaciones, si con grandes extinciones o no, la vida acabaría creando animales parecidos, humanos incluidos. “Stephen Jay Gould escribió en La vida maravillosa sobre la fauna del Cámbrico, que tiene todo tipo de fósiles rarísimos. Allí, Gould propone que si pudiésemos rebobinar la evolución para después volver a comenzar, aparecerían formas completamente diversas”, cuenta. “Pero después ha habido gente que ha criticado esa postura y que dice que la organización de los seres vivos a nivel genómico tiene unas restricciones que no se pueden cambiar y otras que sí”, añade. El investigador comenta cómo la secuenciación de cientos de genomas ha mostrado que en especies muy diferentes hay zonas que no cambian, como un conjunto de opciones que después se activan o desactivan dependiendo de las circunstancias. “Vemos que, por ejemplo, cuando los animales viven en islas, si no tienen depredadores, reducen su tamaño, y eso pasa una y otra vez en animales diferentes.”, indica. “Y no hay especies con ruedas, no todo es posible”, concluye.

María Martinón-Torres, directora del CENIEH (Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana), en Burgos, recuerda que, junto a la idea de una evolución azarosa planteada por Gould, según la cual sin asteroide no se hubiesen dado las condiciones necesarias para la aparición de los seres humanos, hay otros paleontólogos, como Simon Conway Morris, que defienden el surgimiento de una especie inteligente, consciente y social como algo prácticamente inevitable. “Él no dice que la evolución tenga finalidad. La adaptación es oportunista, pero la vida no tiene formas infinitas de responder a la necesidad de adaptarse y tiende a la complejidad. De alguna manera, tarde o temprano, acabaría apareciendo algo muy parecido a nosotros, un ser social, inteligente y autoconsciente, porque son capacidades que permiten explotar un nicho ecológico y son una respuesta de la vida para responder a la necesidad de adaptación”, explica.

Pero esa respuesta no tendría por qué dar lugar necesariamente a primates como nosotros. Torcida recuerda cómo las aves, que “son dinosaurios o al menos son sus herederos directos”, han mostrado una inteligencia reseñable. “Tienen capacidad para colaborar, resolver problemas, recuerdan cómo han resuelto un problema y lo hacen igual”, señala. Si la evolución tuviese respuestas limitadas a los cambios que sufre la Tierra, podría ser que las aves fuesen como aquellos mamíferos del Cretácico, limitados por la presencia de unos seres dominantes, agazapados a la espera de su oportunidad para dar lugar a una nueva especie inteligente. Un nuevo cambio drástico en las condiciones del planeta podría dar lugar a la extinción de los humanos y a un retorno de la estirpe de los dinosaurios como jefes del gallinero.

LA IMPOSIBILIDAD DE PREDECIR EL FUTURO

Aunque las respuestas de la vida a los cambios no sean aleatorias, las pruebas impuestas por los procesos geológicos y las vicisitudes de la Tierra en su viaje por la galaxia son tan variadas que hacen imposible predecir el futuro. Igual que a veces se atribuye la llegada de los humanos a la caída de los dinosaurios, la aparición de estos animales se vincula con otra gran extinción. Hace 252 millones de años, al final del Pérmico, una erupción descomunal en Siberia provocó una cadena de eventos que acabó con el 96% de las especies que habitaban entonces la Tierra. Los dinosaurios llegaron para cubrir ese hueco, pero no alcanzaron el éxito global desde el principio. En aquel tiempo, toda la tierra emergida del planeta estaba fundida en un solo continente y esto provocaba un clima con bandazos extremos entre estaciones secas y húmedas, frías y cálidas. “Las condiciones climáticas eran muy duras y los dinosaurios estaban arrinconados. Básicamente se dedicaron a sobrevivir durante mucho tiempo”, recuerda Torcida. “Pero después, Pangea se rompe, pasamos al Jurásico y no se sabe demasiado bien por qué llega la gran edad de los dinosaurios”, añade. Los humanos organizamos las edades geológicas empleando grandes cataclismos para dividir el tiempo, como cuando clasificamos los periodos históricos en torno a un solo suceso, haciendo como si la vida se pudiese dividir en estanterías con una separación precisa. Pero eso solo se puede conseguir con la perspectiva que da el tiempo. Dentro de millones de años, quizá se pueda identificar a un grupo de especies que estaban esperando su momento de gloria y hoy aún parecen insignificantes.

jueves, 12 de septiembre de 2019

Distinguen un nuevo clado de dinosaurios gigantes

El grupo fue reconocido a partir del estudio anatómico y filogenético de distintos saurópodos titanosaurios

Notocolossus es uno de los dinosaurios más grandes del mundo y fue hallado
 por el equipo del Laboratorio y Museo de Dinosaurios en Mendoza.
B. González Riga.
CONICET/DICYT Los saurópodos son un grupo de dinosaurios gigantes que se destacan por ser los vertebrados terrestres más grandes de la historia evolutiva. Entre ellos, resaltan los titanosaurios, los herbívoros más abundantes y diversos en los ecosistemas terrestres del hemisferio sur durante gran parte del período Cretácico, especialmente durnte las decenas de millones que precedieron la extinción masiva -que implicó la desaparición de todos los dinosaurios no avianos- hace aproximadamente 66 millones de años. 

En julio de 2019 se publicó un trabajo en la revista Annais da Academia de Ciencias de Brasil que, a partir de un detallado estudio anatómico comparativo y un análisis de cuatro filogenias realizadas en forma independiente, permiten definir y dar nombre al clado Colossosauria, un nuevo linaje que comprende a los titanosaurios más grandes del mundo. 

El estudio estuvo liderado por Bernardo González Riga, investigador independiente del CONICET y Director del Laboratorio y Museo de Dinosaurios (FECEN, UNCUYO) e integrado por un equipo de paleontólogos, tres de ellos del CONICET: dos investigadores, Dr. Alejandro Otero (Museo de la Plata, Buenos Aires) y Lucio Ibiricu (IPGP-CCT Conicet-Cenpat, Puerto Madryn), y un becario posdoctoral, Dr. Leonardo Ortiz David del mismo Laboratorio de Dinosaurios que González Riga, a lo que se suma, el Dr. Matthew Lammana (Museo Carnegie de Historia Natural, Pittsburgh, Estados Unidos) y Dr. Alexander Kellner (Museo Nacional, Rio de Janeiro, Brasil). 

El nuevo clado incluye las especies terrestres más pesadas ​​conocidas hasta ahora (con masas corporales máximas que alcanzaron entre cincuenta y setenta toneladas), algunas de los cuales fueron encontrados en Argentina, como Patagotitan, Argentinosaurus, Puertasaurus, y Notocolossus. 

“El tamaño corporal extremo de estos titanosaurios gigantes posee relevancia no por el tamaño en sí, sino por las adaptaciones biológicas que involucran, las cuales son temas controvertidos. Dado que no existen factores extrínsecos que expliquen este gigantismo, la atención de los paleontólogos se centra en los aspectos anatómicos, fisiológicos y comportamentales que convergieron para favorecer evolutivamente el desarrollo de tallas gigantes, ampliamente superiores a la de los mamíferos extintos o de cualquier otro vertebrado terrestre”, asegura González Riga. 

Estos dinosaurios desarrollaron cuellos muy largos -hasta doce metros- cabezas pequeñas, una reproducción mediante huevos (ovíparos), altas tasas de crecimiento durante las primeras etapas de vida y una respiración suplementada con sacos aéreos similar al de las aves; todos caracteres singulares en la historia evolutiva que llevaron a incrementar su masa corporal. 

“Algunos de los caracteres anatómicos, tales como extremidades verticales como columnas, huesos apendiculares largos y robustos y pies cortos, están vinculados con adaptaciones para soportar grandes masas corporales. Sin embargo, recientes descubrimientos de pies articulados en varias especies de titanosaurios, muestra una diversidad morfológica que no responde solamente al tamaño de las diferentes especies, sino que probablemente se relaciona con adaptaciones en su locomoción”, afirma González Riga. 


Referencia

González Riga, B.J, Lamanna, M.C., Otero, A., Ortiz David, L.D., Kellner, A.W.A., Ibiricu, L. M. 2019. An overview of the appendicular skeletal anatomy of South American titanosaurian sauropods, with definition of a newly recognized clade. Anias da Academia Brasileira de Ciencias 91:e20180374. http://dx.doi.org/10.1590/0001-3765201920180374.

Conoce a Cryodrakon boreas, un gigante volador que medía diez metros

Una nueva especie de pterosaurio identificada se encuentra entre los animales voladores más grandes de la historia, según un nuevo estudio de la Universidad Queen Mary de Londres.

Pterosaurio Cryodrakon boreas - DAVID MAAS
Cryodrakon boreas, del grupo de pterosaurios azdárquidos (a menudo incorrectamente llamados 'pterodáctilos'), era un reptil volador con una envergadura de hasta 10 metros que vivió durante el período Cretácico hace unos 77 millones de años.

Sus restos fueron descubiertos hace 30 años en Alberta, Canadá, pero los paleontólogos habían asumido que pertenecían a una especie de pterosaurio ya conocida descubierta en Texas, llamada Quetzalcoatlus.   

El estudio, publicado en el Journal of Vertebrate Paleontology, revela que en realidad es una nueva especie y el primer pterosaurio descubierto en Canadá.

David Hone, autor principal del estudio de la Universidad Queen Mary de Londres, dijo en un comunicado: "Este es un descubrimiento genial, sabíamos que este animal estaba aquí, pero ahora podemos demostrar que es diferente a otros azdárquidos y por eso recibe un nombre".

Aunque los restos, que consisten en un esqueleto que tiene parte de las alas, piernas, cuello y costillas, fueron asignados originalmente a Quetzalcoatlus, el estudio de esto y el material adicional descubierto a lo largo de los años muestra que es una especie diferente a la luz de la creciente comprensión de la diversidad azdárquida.

El esqueleto principal es de un animal joven con una envergadura de unos 5 metros, pero un hueso del cuello gigante de otro espécimen sugiere que un animal adulto tendría una envergadura de unos 10 metros.   

Esto hace que el Cryodrakon boreas sea comparable en tamaño a otros azdárquidos gigantes, incluido el Quetzalcoatlus texano, que podría alcanzar los 10,5 metros de envergadura y pesar alrededor de 250 kilos.

Al igual que otros azdárquidos, estos animales eran carnívoros y predominantemente depredadores de animales pequeños que probablemente incluirían lagartos, mamíferos e incluso dinosaurios bebés.  

Hone agregó: "Es genial que podamos identificar a Cryodrakon como algo distinto de Quetzalcoatlus, ya que significa que tenemos una mejor imagen de la diversidad y evolución de los pterosaurios depredadores en América del Norte".

A diferencia de la mayoría de los grupos de pterosaurios, los azdárquidos se conocen principalmente de entornos terrestres y, a pesar de su probable capacidad para cruzar distancias oceánicas en vuelo, se los considera en general animales que se adaptaron y vivieron en ambientes interiores.

A pesar de su gran tamaño y su distribución en América del Norte y del Sur, Asia, África y Europa, se conocen pocos azdárquidos por restos más que fragmentarios. Esto hace que Cryodrakon sea un animal importante ya que tiene huesos muy bien conservados e incluye múltiples individuos de diferentes tamaños.