El viaje a los bosques del pasado tiene origen y destino en Hacinas. La villa acoge un pedagógico centro de interpretación. Además, 'replantados' en sus calles se muestran algunos ejemplares singulares
Uno de los árboles fósiles de la localidad. - Foto: Luis López Araico |
El centro paleontológico, abierto en la antigua Casa del
Cura, que fue rehabilitada para este fin, no es un complejo expositivo al uso,
es un museo vivo -se puede visitar por libre, accediendo a través de internet a
la plataforma digital de este servicio-, interactivo y, sobre todo, muy
pedagógico. Su visita es obligada antes de callejear por la villa para
contextualizar en el tiempo y el medio geológico esos cuatro troncos de árboles
fósiles, algunos de gran tamaño, extraídos de sus yacimientos originales y
reconstruidos, que se muestran en su núcleo urbano. La tercera pata se
encuentra en la misma cueva de los Moros y en esos vallejos y parajes en los
que fueron descubiertos. En la denominada 'milla de oro' se ubican Las
Tresineras, La Zarza, Cabeza Majada… así como la covacha Magdalena o la peña
San Marcos, donde son visibles, en negativo, los moldes de los que se
extrajeron. Según cuentan hay bastantes ejemplares más aún enterrados, a la
espera de que sean excavados y replantados. Varios trozos -algunos aparecieron
en tierras de cultivos- adornan entradas de casas particulares, pero otros fueron
expoliados o destrozados.
Panorámica de Hacinas. - Foto: Luis López Araico |
Los árboles fósiles de Hacinas no son los únicos de la provincia -ahí están el de Castrillo de la Reina, un magnífico ejemplar que se expone en el patio exterior del Museo de Burgos o los encontrados en Contreras, la propia Salas, Castrovido, Pinilla de los Barruecos y Cabezón de la Sierra… -, pero sin duda atesora la mejor colección de la vegetación del Cretácico inferior en la sierra de la Demanda, apuntan el actual alcalde José Ángel de Juan y Juan Antón, concejal y exregidor. Ese túnel de entrada al museo, recreación leñosa y hueca de una cueva-molde de tronco, ayuda a meterse en materia y en esos paisajes cretácicos en los que crecieron esos gigantes arbóreos, admirar las muestras de flora carbonífera llegados de EEUU, Argentina, Madagascar, Australia, Escocia, Brasil o, mismamente, del Bierzo, todos ellos cedidos por la Universidad de León. También se puede contemplar la colección de restos de posibles frutos, cedidos por Jesús Cámara Olalla, estudioso hacinense de los árboles fósiles, recreaciones del bosque tal como era hace 120 millones de años. Con lupa se ven ambarinos fósiles miocénicos de Simojovel (México) o la reconstrucción aumentada de una insecto -alavesia prietoi es su nombre científico- atrapado en ámbar alavés. A todo ello se añaden magníficas fotografías, mapas, conseguidas recreaciones y abundante cartelería… Este completo material así como la tecnología 3D y los audiovisuales que se proyectan invitan, efectivamente, a viajar a la era mesozoica y ampliar conocimientos no solo prehistóricos, sino también botánicos y geológicos de Hacinas y la sierra de la Demanda, de Burgos o de Castilla y León así como de España y del mundo. No se han olvidado de los niños y los escolares y en el vestíbulo hay un espacio infantil en el que los niños pueden leer, pintar láminas o hacer manualidades… El centro, insiste el alcalde, es completamente accesible y además cuenta con audioguías y signoguías.
De ruta urbana. Después de la 'lección' de geología e historia
bajo techo nada mejor que admirar, en la plazoleta, a la misma puerta del
museo, el primero de los árboles fósiles. Es uno de los tres que el recordado
jesuita Ventura Alonso, según cuenta Juan Antón, animó a desenterrar y
trasladarlos en 1976 al pueblo para protegerlos, estudiarlos y convertirlos en
atractivo turístico. Y los tres empeños de este visionario y emprendedor
religioso se han cumplido porque en el año 2006 los profesores Luis García y
Paloma de Palacio los dataron y no solo eso, descubrieron una especie arbórea
nueva que ahora lleva el nombre de la villa, protopodocarpoxylon hacinensis.
Este aghatoxylon tienen una antigüedad de más de 120 millones de años.
La Cueva de los Moros, otro de los encantos turísticos de Hacinas. - Foto: Luis López Araico |
El segundo árbol, el 'tumbado', no está lejos. Se situó
junto a la fragua, protegido por una tejavana, en la calzada de acceso a la
iglesia de San Pedro. Su longitud es de 5 metros, procede del vallejo de la
Zarza y como reza la cartela está completo. Por cierto, junto al y aprovechando
la cubierta, todos los años se monta un artístico belén por parte de los
vecinos. Con el tercero el visitante se topa nada más acceder al caserío por la
calle de la Revilla. Se trata de un ejemplar reconstruido con los trozos
extraído en su emplazamiento y que se ha colocado en una arbolada isleta.
El cuarto es un pequeño pedazo de árbol fósil descubierto en 2003 y que se dejó, in situ, en el promontorio rocoso próximo a la iglesia, donde se emplazó en el medievo el castillo. Pero este no es el único vestigio urbano ligado a los árboles fósiles, la oquedad, conocida como la Cueva de los Moros, es en realidad el 'molde' dejado por un gran árbol, de unos 8 metros de longitud y 60-70 centímetros de diámetro. En otras partes de esta peña, que es además un magnífico mirador, se observan huecos menores, 'negativos' pétreos, que alojaron ramas o raíces, así lo denotan las marcas estriadas, recubiertas ahora por costras ferruginosas. Se puede acceder, no sin dificultad, a su interior.
El idilio entre Hacinas y los árboles fósiles no acaba en el
museo, sigue en su entorno y es ahí donde la visita muda en sendero para
admirar también esas piedras sagradas y mimadas que miran de cara a la Peña de
Villanueva, que es como los hacinenses llaman a la de Carazo. Hace 120 millones
de años estaba, como Hacinas, en un extenso valle que en realidad era una selva
tropical interrumpidas por lagos y pantanos donde había grandes coníferas,
helechos gigantes y, por supuesto, ejemplares del protopodocarpoxylon
hacinensis. Algún cataclismo o huracán, los derribó y quedaron cubiertos por
una capa de lodo y sedimentos arrastrados por algún río.
Hoy esos gigantes otrora frondosos y verdes han sido
sustituidos por árboles más chaparros y adaptados a climas más severos
-encinas, robles, pinos...- de menor porte que suman ese toque verde a esos
cordales montañosos y peñas que bien merecen una excursión a pie, en bicicleta
o, si prefieren, en coche. No se arrepentirán.