El hallazgo del cráneo de una tortuga acuática que vivió hace 70 millones de años en la Patagonia, revela detalles únicos sobre la evolución de su especie. "Casi siempre encontramos partes del caparazón; el cráneo, tan frágil, rara vez se conserva”, explicó Federico Agnolín, paleontólogo del CONICET.
La reconstrucción de la especie fue realizada por el artista Gabriel Lio. |
Uno de esos fragmentos, un cráneo frágil y diminuto, acaba de resurgir del pasado: una tortuga que habitó estas tierras acuáticas y cuyos ojos, situados en la cima de un cráneo achatado, miraban al cielo como si buscaran escapar de los depredadores que compartían su hogar. La especie, bautizada como Iaremys batrachomorpha, fue presentada hace pocos días por un grupo de investigadores del CONICET, el Museo Argentino de Ciencias Naturales y la Fundación Azara.
La Patagonia, tierra de fósiles
El descubrimiento fue realizado cerca de la ciudad de General Roca por Raúl Ortiz, coautor de la investigación, quien encontró el único ejemplar conocido de esta especie. Según Agnolín, el nombre específico de la tortuga, batrachomorpha, significa “forma de sapo”. "Hace referencia a las características de su cráneo. Era muy plano, con los ojos orientados hacia arriba y un hocico ancho, ideal para su vida acuática y su dieta depredadora”, detalló en una entrevista con la Agencia CTyS-UNLaM.
Sumando pistas para reconstruir el pasado
Este hallazgo no solo arroja luz sobre las peculiaridades de una especie extinta, sino que también contribuye a comprender mejor la evolución de las tortugas quélidas en América del Sur, cuyo registro fósil es limitado. “El cráneo nos brinda información clave para interpretar la forma de vida y las relaciones ecológicas que mantenía con otras especies coetáneas, como la Yaminuechelys, otra tortuga de hábitos acuáticos que convivió en la región”, aseguró Aranciaga Rolando.
El fósil de Iaremys batrachomorpha se encuentra actualmente bajo resguardo en el Museo Patagónico de Ciencias Naturales, en General Roca. La investigación forma parte del proyecto internacional “Fin de la Era de los Dinosaurios”, financiado por National Geographic. Este tipo de descubrimientos, aunque aislados, tienen un impacto significativo en el estudio de los ecosistemas prehistóricos y en cómo las especies coexistieron y se adaptaron a su entorno. “Cada hallazgo nos permite asomarnos a un pasado que todavía guarda muchos secretos”, concluyó Agnolín.
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