Después de 205 millones de años de espera para hallar sus
restos y bautizado como Ingentia prima, este dinosaurio de ocho metros de largo
y diez toneladas de peso representa el poder de las hembras.
AGENCIA SINC
Mientras la historia de la humanidad entera transcurría
sobre la superficie de la Tierra, sus huesos fosilizados permanecían ahí,
ocultos en el silencio de las profundidades del noroeste argentino, en lo que
hoy es la provincia de San Juan. Hasta que un día de 2015, después de 205
millones de años de espera, su tranquilidad fue interrumpida. Gracias al
trabajo de un equipo de perseverantes científicos, los restos de este
dinosaurio volvían a ver la luz. No se trataba, sin embargo, de cualquier
dinosaurio, de aquellos que frecuentemente se desentierran en este rincón del
mundo. Se trataba de un gigante o una giganta. Eso está aún por determinar.
“Era un dinosaurio de unos 8 metros de largo y de casi 10
toneladas”, comenta a Sinc la paleontóloga argentina Cecilia Apaldetti de la
Universidad Nacional de San Juan, autora principal de un estudio, publicado en
la última edición de la revista Nature Ecology & Evolution, donde se
detallan los resultados del hallazgo.
Primeros pasos hacia el gigantismo
“La llamamos Ingentia prima, en latín la 'primera inmensa'.
Es el primer registro de un dinosaurio gigante. No esperábamos encontrar en ese
momento de la historia evolutiva, en el Triásico, un dinosaurio así de grande.
Es especial, en ella vemos los primeros pasos hacia el gigantismo”.
Todo comenzó en el 2000 cuando al experimentado paleontólogo
Ricardo Martínez –conocido por haber descubierto los dinosaurios más primitivos
como el Eoraptor, el Eodromaeus y Panphagia– se le acercó un campesino y le
comentó al pasar que en su campo ubicado cerca de la localidad de Balde de
Leyes en la provincia de San Juan había visto lo que parecían ser huesos
enterrados en la piedra roja, característica del lugar.
Con su equipo, Martínez –que es coautor del trabajo que se
presenta hoy– se movilizó hasta aquella zona desolada de fuertes vientos y
difícil acceso. En las primeras excavaciones, ya tuvo suerte: junto a
Apaldetti, halló un dinosaurio también bastante antiguo al que nombró
Leyesaurus marayensis, en homenaje a los integrantes de la familia Leyes,
habitantes de aquel pequeño pueblo y que le habían indicado dónde buscar.
"No esperábamos encontrar en ese momento de la historia evolutiva, en el Triásico, un dinosaurio así de grande", relata Cecilia Apaldetti, autora principal del estudio
“Desde ahí comenzamos a realizar campañas exploratorias
encontrando sólo más especímenes de Leyesaurus, recuerda Martínez, jefe de la
división de paleontología de vertebrados del Instituto y Museo de Ciencias
Naturales de San Juan y coautor del estudio. Los paleontólogos continuaron
explorando nuevas áreas y descubrieron “cientos de fósiles, al menos de unas 15
especies nuevas pertenecientes a varios grupos de vertebrados diferentes. En
ese yacimiento descubrimos a Ingentia prima”, rememora Martínez.
Al volver a buscar en 2015, en la Cuenca de Marayes, el
técnico del museo Diego Abelín divisó unos enormes huesos que afloraban del
suelo, mucho más grandes de lo que esperaban encontrar en ese yacimiento: hasta
entonces, de aquel período se conocían especies del tamaño de un perro mediano,
dinosaurios que pesaban de dos a diez kilos. Por esa razón Abelín pensó en un
principio que se trataban de huesos de vaca. “¡Encontré un ‘dino’ gigante!”,
exclamó a modo de chiste. Los demás paleontólogos de inmediato dejaron lo que
estaban haciendo y se aproximaron. Pasaron los minutos pero nadie se rió de la
broma. No se trataba de ninguna vaca muerta. Era verdaderamente un dinosaurio
gigante, uno hasta entonces nunca visto.
Mitos y leyendas
El territorio argentino siempre propició la circulación de
los más asombrosos mitos y leyendas. Se cuenta, por ejemplo, que en su viaje
alrededor del mundo Fernando de Magallanes en 1520 hizo una parada en la
Patagonia donde avistó a un gigante desnudo bailando y cantando en la orilla.
“Una vez delante nuestro, comenzó a maravillarse --escribió con algo de
exageración el explorador y cronista italiano Antonio Pigafetta, uno de los
pocos supervivientes de la misión, en su libro Relazioni in torno al primo
viaggio di circumnavigazione. Notizia del Mondo Novo con le figure dei paesi
scoperti--. Levantó un dedo hacia arriba, creyendo que veníamos del cielo. Era
tan alto que el más alto de nosotros solo llegaba a su cintura”.
“El gigantismo no fue de un día para otro. Se necesitaron millones de años para que dinosaurios pequeños y bípedos de no más de 8 kilogramos se convirtieran en colosos", dice Apaldetti
El interés popular por los gigantes patagónicos o patagones
se esparció por Europa en el siglo XVI hasta que se supo que tales seres
fantásticos no eran tales sino miembros de tribus tehuelches que habitaban la
zona y tenían una altura promedio de 2 metros. Sin embargo, con los años los
paleontológos terminaron en cierto sentido dándole la razón a aquellas fábulas:
la Patagonia, así como otras regiones de Argentina, estuvieron gobernadas
alguna vez por gigantes pero no gigantes humanos sino por colosales animales
como los titanosaurios de unas 80 toneladas.
“El gigantismo no fue de un día para otro. Se necesitaron
millones de años para llevar a que dinosaurios pequeños y bípedos de no más de
7 u 8 kilogramos se convirtieran en colosos como el titanosaurio Patagotitan
mayorum o el Argentinosaurus –dice Apaldetti, que también es investigadora del
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
Según detalla, “el fenómeno apareció de la mano de varios
cambios anatómicos necesarios para acompañar el crecimiento del esqueleto como
el alargamiento del cuello, el achicamiento de la cabeza, la transformación de
las extremidades en algo así como columnas y la pérdida de las falanges de los
brazos. A medida que estos animales adquirieron una mayor masa muscular lo que
eran las manos pasaron por una cuestión biomecánica a formar parte de la
locomoción”.
Hasta el momento, los registros más antiguos del despegue
hacia tales tallas XL propias de los saurópodos –los famosos cuadrúpedos
gigantes de cola y cuello largo– se habían encontrado en rocas pertenecientes
al período Jurásico pero no así en rocas más antiguas, es decir, del Triásico.
Cuando los investigadores comenzaron a estudiar los fósiles,
tras extraerlos del campo con sierras eléctricas y taladros mecánicos,
advirtieron algo extraño: la presencia de rasgos sorprendentes que habrían
ayudado a este animal a ser gigante en un momento tan temprano de la historia
evolutiva de su grupo.
“Ingentia prima nos muestra que los dinosaurios, muy poco
tiempo después de hacer su aparición como pequeños animales bípedos y como
componentes muy minoritarios de las faunas triásicas, dominadas por ese
entonces por antecesores de los cocodrilos y de los mamíferos, llegaron a
tamaños gigantescos 30 millones de años antes de lo que se pensaba, destaca
Martínez.
Además, y muy importante –agrega– “alcanzaron tamaños de 10
toneladas sin haber adquirido la mayoría de las transformaciones anatómicas que
se suponía eran necesarias para el soporte de tanto peso”.
Pulsos de crecimiento óseo acelerado
En este sentido, el paleontólogo Ignacio Cerda –especialista
en el estudio de los patrones y procesos en la evolución del gigantismo y otro
de los firmantes del estudio– encontró en los huesos de Ingentia prima las
huellas de una increíble estrategia: pulsos de crecimiento óseo acelerado.
Desde que nacían, estos animales crecían continuamente a una velocidad
altísima. También crecían por temporada y cuando lo realizaban lo hacían muy
rápido.
Desde que nacían, estos animales crecían continuamente a una velocidad altísima; también lo hacían por temporada
“Los fósiles muestran señales de una dinámica de crecimiento
muy rápida en aquellos períodos de crecimiento activo, incluso mayor que la de
representantes más avanzados del grupo –advierte este investigador del CONICET
y del Museo Provincial Carlos Ameghino, en la provincia de Río Negro–. Dicha
diferencia no sólo contrasta con lo observado en titanosaurios, sino con lo que
se ha observado en todos los dinosaurios saurópodos”.
Los investigadores especulan que fue algo así como una
prueba y error de la naturaleza para ver cómo podían ser gigantes. “Por alguna
extraña razón la estrategia de crecimiento que se ve en Ingentia prima no se
volvió a repetir –dice Apaldetti–. Los titanosaurios se hicieron gigantes pero
por otro camino evolutivo, que sucedió 30 millones de años más tarde”. Ser
gigante no era un capricho sino más bien una ventaja evolutiva: la mejor manera
de evitar ser víctima de depredadores, en especial, a edades muy tempranas.
"Se puede decir que Ingentia es una tía abuela del
Patagotitan –señala el paleontólogo Diego Pol, coautor del estudio y
descubridor del Patagotitan mayorum-- porque sabemos que este linaje fue un
experimento evolutivo inicial del gigantismo de los dinosaurios que se separó
muy tempranamente de la línea evolutiva que condujo a los titanosaurios
gigantes". Los científicos argentinos encontraron poco más del 30% del
cuerpo de Ingentia prima: el cuello casi completo, una de las extremidades
delanteras y varias vértebras de la cola. Lo suficiente para concluir que su
cuello era robusto y, más importante aún, que contaba con un sistema de
respiración de estilo aviano.
“Lo que vimos –revela la experta– fue la presencia de
cavidades en las vértebras del cuello que nos llevó a interpretar que Ingentia
tenía sacos aéreos bien diversificados, o sea, que se extendían y permitían
refrigerar su cuerpo”.
Los científicos ya sabían que varios grupos de dinosaurios
contaban con una respiración parecida a la de las aves actuales que tienen
bolsas de aire en su interior, que funcionan como reservas de aire oxigenado:
un ave inhala y, además de llenar sus pulmones, guarda una parte de ese aire
oxigenado en sus sacos aéreos. O sea, nunca deja de tener aire dentro del
cuerpo. “Es una ventaja evolutiva que le ha dado una eficiencia respiratoria
que ningún otro grupo de animales ha logrado superar –dice Apaldetti–. Los
dinosaurios ya la tenían”.
Aparición triunfal de los dinosaurios
Hace 205 millones de años, al sudeste del supercontinente
Pangea estaban ocurriendo cambios que llevaron a un aumento de la temperatura y
a una pérdida de la humedad del ambiente que profundizó la desaparición de la
flora y la fauna –una de las cinco extinciones masivas– y que precedió a la
aparición triunfal de los dinosaurios.
Por entonces, Ingentia vivía en una especie de sabana
similar a la sabana africana. No muy húmeda, pero con bastante vegetación y en
la que cada vez era más complicado encontrar agua y plantas frescas. No era un
ambiente pantanoso con helechos como el que caracterizó luego el hábitat donde
vivieron los titanosaurios hace unos 90 millones de años.
El trabajo de estos paleontógos todavía no ha concluido. Los
restos de Ingentia prima tienen aún mucho que contar. No se sabe cómo murió,
cuáles eran sus comportamientos y cuál era su edad, si bien pudieron calcular
una edad mínima de ocho años mediante el conteo de marcas de crecimiento que se
forman en los huesos.
Ser gigante no era un capricho sino más bien una ventaja evolutiva: la mejor manera de evitar ser víctima de depredadores, en especial, a edades muy tempranas
Tampoco los científicos argentinos han podido determinar su
género, pese a que se refieren a este dinosaurio como ‘ella’. “Me encanta
ponerles nombres a especies nuevas –reconoce Martínez–. Aunque no sabemos su sexo,
pensé en un nombre femenino porque casi siempre los llamamos como varoncitos y
me gustó la idea de cambiar. Por otro lado, a pesar de su tamaño, los huesos
son frágiles, femeninos si se quiere”.
No es el primer caso de un dinosaurio ‘femenino’. También
están la célebre ‘Sue’, el ejemplar de T. rex más completo hasta ahora,
exhibido en el Museo Field de Chicago y Bonitasaura y Isaberrysaura, entre
otras. “¿Por qué no hembra? ¿Por qué siempre hay que llamar a los dinosaurios
en masculino? –Se pregunta Apaldetti–-. ‘Bautizar’ de esta manera a un animal
grande y temprano también habla del poder de las hembras”, concluye.
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