El autor, Fidel Torcida Fernández-Baldor (Director del Museo de Dinosaurios y Gerente de la Fundación Dinosaurios CyL) reflexiona sobre cómo el estudio de los fósiles revela un mundo cambiante. Y
pone como ejemplo
los dinosaurios, un grupo, asegura, que por sí solo muestra de manera
inequívoca el potencial creativo de la evolución
El Correo de Burgos (El Mundo). Texto íntegro legigle: más abajo.
“Bien, la evolución es una teoría. También es un hecho.” (Stephen Jay Gould)
Será por deformación profesional,
pero cada vez que veo una película en la que intervienen monstruos alienígenas,
hago un inevitable repaso mental de especies animales “raras” que conozco.
Insectos, peces abisales, mamíferos lampiños, un amplio elenco de “gusanos”o
parásitos varios son probablemente las referencias que han utilizado los
creadores de tales criaturas que amenazan en la pantalla a los aterrados
actores. No se trata solo de bucear en nuestras fobias y miedos más íntimos,
realmente hay mucho donde elegir entre tanto “bicho” feo o estrafalario. Y, si
nos falla el primer recurso, podemos usar un microscopio: las cabezas ampliadas
de muchos pueden parecer un estremecedor arsenal de dolor y sangre asegurados.
Por supuesto que podemos anteponer a
lo anterior la belleza del mundo natural -siempre bajo una visión humana-,
porque si en algo destaca la vida es su gran diversidad, sus numerosas
alternativas. La vida de este planeta tiene una herramienta muy eficaz y
creativa, la evolución biológica. El gran hallazgo intelectual de Charles
Darwin (y del casi olvidado Alfred Wallace) fue desentrañar las causas de esa
evolución y así dar sentido a la Biología, que hoy no puede entenderse sin los
principios darwinianos. La evolución es una auténtica factoría de creación de
especies, basada en pruebas, errores, fracasos y aciertos, siempre de la mano
de la imperfección y del azar. El auténtico argumento evolutivo en la historia
de la vida es adaptarse al medio y a sus cambios, y conseguir sobrevivir y
mantenerse en el tiempo.
Ese proceso
de creación constante de biodiversidad ha sido un hecho a lo largo de miles de
millones de años. No tenemos más que mirar al pasado para comprobarlo; los
fósiles revelan un mundo cambiante, siempre diverso y en constante adaptación.
Conocemos razonablemente bien una etapa del pasado, el Mesozoico, apodado “Era
de los reptiles” por el predominio en tierra, mar y aire de una amplia fauna de
reptiles. Fue el momento de los dinosaurios, un grupo que por sí solo muestra
de manera inequívoca el potencial creativo de la evolución. Los dinosaurios nos
han fascinado desde que los intuíamos, cuando hace siglos sus huesos inspiraron
mitos como los dragones chinos, los grifos de origen mesopotámico o escita y
los monstruos de culturas indígenas americanas.
Cuando la Ciencia descubrió a los
dinosaurios en el siglo XIX la fascinación contagió a los paleontólogos que los
estudiaron. El tamaño exagerado de muchos dinosaurios nos sigue resultando
sorprendente, pero también las formas variadas, singulares, insólitas. Por
citar algunos casos: garras de 70 cm. de longitud, brazos como simples muñones,
crestas craneales que hacían las veces de trombón, “velas” de piel y huesos en
la espalda o el cuello, colmillos de vampiro junto a espinas de puercoespín en
todo el cuerpo, etc.
Estos animales conformaban un mundo
ya desaparecido, pero que agita nuestra imaginación en la infancia y -a muchos
de nosotros- en la edad adulta. Y es algo positivo, porque primero jugamos con
ellos y luego nos motivan a indagar, descubrir y seguir disfrutando del
espectáculo de la vida en este planeta. Pues es posible pensar que, aún
existiendo películas de una imaginación desbordante, al explorar la historia de
la Tierra nos permitamos decir que, a veces, la realidad supera a la ficción (y
la vida al cine).
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