Hoy sábado 11 de febrero se celebra el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia
La primera mujer de Einstein o la primera descubridora de un
cometa son solo algunas de las científicas que vieron sus logros olvidados o
menospreciados en beneficio de hombres
Mileva Maric y Albert Einstein, 1912.
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Todo el mundo conoce al genio con bigote que revolucionó la
física, pero casi nadie sabe que su primera mujer, Mileva Maric, fue una
brillante matemática que le procuró la base matemática sobre la que se
sustentan sus teorías. Hoy, en el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la
Ciencia, seguramente si salimos a la calle a preguntar por algún científico ocientífica famosa, todo lo que escucharemos serán nombres masculinos; como el
de Albert Einstein.
Maric (1875-1948, Serbia) fue la única mujer de su promoción
que cursaba Matemáticas y Física en el Instituto Politécnico Federal de Zúrich.
Allí conoció a Einstein, en 1896, y se casaron siete años después, en un
matrimonio que duró hasta que su química sentimental (y, sobre todo,
profesional) se rompió: ella se volcó en los cuidados de uno de sus hijos, con
problemas mentales.
Existe mucha controversia respecto a la importancia de las
aportaciones de Maric en la teoría de la relatividad, pero hay varios aspectos
innegables. “Lo que es indudable es que ella trabajó con su marido y le dio
apoyo matemático”, dice Lorena Segura Abad, matemática de la Universidad de
Alicante y divulgadora. “Einstein no era muy bueno en matemáticas, ella le daba
clases y lo ayudaba con sus investigaciones. Sin ella, habría sido imposible
que él hubiera llegado donde llegó”, añade.
Así lo atestigua, por ejemplo, el testimonio del Dr.
Ljubomir Bata Dumic: “Nosotros sabíamos que ella era la base sobre la que
Albert se levantaba, que era famoso gracias a ella. Le resolvía todos los
problemas matemáticos, en especial los concernientes a la teoría de la
relatividad. Resultaba desconcertante lo buena matemática que era”.
Desconcertante, quizás, por ser mujer.
Además, el periodo más fructífero de Einstein coincidió con
los años en los que estuvo con Maric, incluyendo la publicación en 1905 de sus
tres trabajos más importantes: la famosa teoría especial de la relatividad, a
la que Einstein se refería en algunas cartas a Maric como “nuestra teoría” y
“nuestra colaboración”; la teoría del movimiento browniano; y el trabajo sobre
el efecto fotoeléctrico. Este último fue el que le valió el Premio Nobel de
Física. Por supuesto, en esos papeles, no aparecía el nombre de Mileva Maric.
La figura de su esposa fue rotundamente eclipsada, al igual que les sucedió a
otras muchas mujeres científicas, que desarrollaron su talento a la sombra de
hombres.
La primera mujer que descubrió un cometa
Imagina que amas la astronomía. Que tu pasión es levantar la
vista y observar las estrellas. Que, pese a pertenecer a una época en la que tu
sexo está excluido de la universidad, tu padre y tu tío te educan, y luego un
astrónomo te acepta como su aprendiz. Imagina que después aparece tu astrónomo
azul, Gotfriend Kirch, uno de los más famosos de Alemania, y os casáis. Por
imaginar, imagina que trabajas con él en la Academia de las Ciencias de Berlín;
bueno, él es el Astrónomo Real y tú, su ayudante no oficial. Como amas tanto la
astronomía, y eres paciente y tenaz, imagina que cada noche, desde las nueve,
observas cuidadosamente el cielo. Imagina que un día de 1702 te das cuenta de
que acabas de descubrir un cometa… pero el mérito se lo lleva tu marido. ¿Qué
ha fallado en este cuento de hadas? Que has nacido en el siglo XVII, y, sobre
todo, que eres mujer.
Imagina que descubres un cometa… pero el mérito se lo lleva tu marido. ¿Qué ha fallado en el cuento? Que has nacido en el siglo XVII, y que eres mujer
La astrónoma Maria Winkelmann-Kirch |
Esta es la historia de Maria Winkelmann-Kirch (1670-1720,
Alemania), una apasionada pero desconocida astrónoma, y la primera mujer en
descubrir un cometa, el C/1702 H1. A menudo, es Caroline Herschel quien se
lleva este reconocimiento, probablemente debido a que en aquella época el
descubrimiento fue atribuido al marido de Winkelmann. Ocho largos años tardó
este en reconocer que el descubrimiento era de su mujer. Pero el daño ya estaba
hecho, la publicación al respecto nunca fue renombrada, y Winkelmann continuó
siendo una ayudante el resto de su vida. Cuando su marido murió, solicitó su
puesto en la Academia, pero se lo denegaron y la echaron, a pesar de haber
dedicado dos décadas de su vida a convertirla en uno de los mayores centros de
astronomía. Volvió años después, de nuevo como ayudante; esta vez, a la sombra
de su hijo.
“Su valentía y determinación son muy relevantes. Es
tremendamente injusto que su trabajo de observación continua no fuera
reconocido”, opina Inés Rodríguez Hidalgo, doctora en Astrofísica y directora
del Museo de la Ciencia de Valladolid. “Cuando se dice ‘observador astronómico’
puede parecer peyorativo, pero no: hace falta mucha precisión. Winkelmann
realizó cálculos astronómicos, estudios de fases de la Luna, del Sol, de
eclipses, de planetas, de la aurora boreal… No era una mera observadora
rutinaria, sino alguien que tenía mucho conocimiento”. Tanto, que el propio
Leibniz dijo que no creía que hubiera nadie tan bueno como ella en astronomía
en su época.
A la sombra de las estrellas
Winkelmann no es la única astrónoma cuyas aportaciones no
fueron reconocidas. Henrietta Swan Leavitt (1868-1868, Estados Unidos) hizo un
descubrimiento que cambió nuestra concepción del universo, pero su nombre no se
cubrió de gloria.
Las calculadoras del Observatorio de la Universidad de
Harvard, 1890.
En la foto, la astrónoma Henrietta Swan Leavitt, la tercera por
la izquierda.
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Formó parte de un grupo de mujeres astrónomas contratadas en
el Observatorio de la Universidad de Harvard por Edward Pickering, un destacado
astrónomo, para elaborar un catálogo de estrellas. Lo hacían de forma casi
anónima y por muy poco dinero. Se las conocía como las “calculadoras de
Harvard” (similar a las calculadoras humanas de la NASA, retratadas en lapelícula ‘Figuras ocultas’). Pero Leavitt no se limitó a trabajar como una
máquina, también realizó un importante descubrimiento: observando las cefeidas,
estrellas variables cuya luminosidad cambia en periodos regulares, descubrió
una relación con la que estableció un método para medir grandes distancias en
el universo; un hallazgo cuya importancia no puede medirse. Se publicó en un
breve artículo firmado por Pickering; el nombre de Leavitt aparecía solo en una
pequeña nota.
Gracias al trabajo de esta astrónoma, Edwin Hubble pudo
determinar que el universo no estaba formado solo por nuestra galaxia, sino
también por muchas otras que además se iban alejando. “Si no hubiera sido por
su hallazgo, Hubble no podría haber probado la expansión del universo, que es
probablemente el descubrimiento más importante en cosmología del siglo XX”,
afirma Sara Gil Casanova, astrofísica especializada en divulgación de
astronomía y autora del libro ‘Las astrónomas, chicas estrella’. El propio
Hubble comentó que Leavitt merecía un Premio Nobel por su trabajo, pero nunca
recibió ningún reconocimiento académico ni laboral. Mientras, Hubble es
considerado el padre de la cosmología observacional.
Las ganadoras invisibles del premio Nobel
Si el reconocimiento a las científicas a lo largo de la
historia brilla en general por su ausencia, el vacío femenino en el podio de
unos premios tan internacionalmente importantes como los Nobel es patente. Las
cifras hablan por sí solas: 18 mujeres contra 572 hombres premiados en los ámbitos
científicos. Tras esta desigualdad tan acusada se esconden varias historias
injustas que rezuman machismo.
Esther Lederberg (1922-2006, Estados Unidos) fue una
microbióloga pionera en genética bacteriana que inventó, junto a su marido
Joshua, un método clave para entender la resistencia antibiótica y que se
utiliza hoy en día en cualquier laboratorio de microbiología: el método de
sembrado por réplica en placa, que sirve para transferir colonias de bacterias.
Sus grandes aportaciones a la microbiología y la genética bien merecían un
reconocimiento, pero no se grabó su nombre en la medalla del Nobel de
Fisiología o Medicina. Sí el de su marido, y el de sus colaboradores George
Beadle y Edward Tatum.
La física Chien-Shiung Wu en la Universidad de Columbia,
1963.
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Igual de inverosímil es el caso de Chien-Shiun Wu (1912-1997,
China), una física experta en radioactividad que contribuyó al desarrollo de la
bomba atómica como parte del Proyecto Manhattan. Su exclusión del Nobel de
Física es incomprensible: los físicos Tsung-Dao Lee y Chen Ning Yang le
pidieron ayuda para refutar la ley de conservación de la paridad, los
experimentos de Wu consiguieron comprobarlo, y solo ellos dos se llevaron el
premio. La apodada como la “primera dama de la física” se hacía una triste
reflexión: “Me pregunto si los diminutos átomos y núcleos, o los símbolos
matemáticos, o las moléculas de ADN, tienen alguna preferencia por el trato
masculino o femenino”.
La astrofísica Jocelyn Bell Burnell, 1967.
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También podríamos preguntarnos si los extraterrestres (si
existen) son machistas. Jocelyn Bell Burnell (1943, Reino Unido) creyó haber
recibido señales de ellos, pero después se dio cuenta de que había descubierto
la primera radioseñal de un púlsar, un nuevo tipo de estrella muy densa que
permitió avanzar en el estudio de las fases finales de la vida de estos cuerpos
y en la formación de agujeros negros. También gracias a estudiar los púlsares
se tuvo la primera evidencia indirecta de las ondas gravitacionales, que se
detectaron directamente por primera vez en 2016. El gran hallazgo de esta
astrofísica tuvo lugar mientras realizaba su tesis bajo la tutorización de
Antony Hewish. Fue él quien se llevó el Nobel de Física, suceso muy criticado
ya que la descubridora fue ella. “Por un lado, ayudó en la construcción del
radiotelescopio; por otro, fue la primera que vio la señal; y, aún más
importante, insistió en su importancia, siguió midiendo y analizó los datos,
pese a que su tutor le dijo que era una interferencia y que no le diera
relevancia”, explica Gil Casanova.
Incluso hay un caso con nombre español: Severo Ochoa, el
famoso científico ganador del Nobel de Fisiología y Medicina por el
descubrimiento del ARN-polimerasa, una enzima que se convirtió en una
herramienta esencial para descifrar el código genético, debió haber compartido
el mérito con una mujer. Marianne Grunberg-Manago (1921-2013) fue la importante
bioquímica francesa de origen ruso con la que realizó conjuntamente el
descubrimiento. Una vez más, la científica quedó en la sombra y su labor se
ignoró.
Hora de que las Matildas salgan a la luz
Estos son cuatro ejemplos de una larga lista de mujeres
silenciadas, a la sombra de hombres, que incluye otros casos conocidos como el
de Lise Meitner y Rosalind Franklin. ¿Por qué ha sucedido esto tantas veces?
“Cuando hay dos personas que descubren lo mismo, siempre se le da el
reconocimiento a la persona más conocida. Es lo que se conoce como efecto
Mateo”, explica Eulalia Pérez Sedeño, profesora de investigación en Ciencia,
Tecnología y Género en el CSIC, y experta en mujer y ciencia. “En el caso de
las científicas es todavía peor. Hay muchísimos casos debido a la falta de
reconocimiento y a la invisibilidad que han tenido tradicionalmente las
mujeres. Desafortunadamente, esto sigue pasando”, añade Pérez Sedeño.
La composición de los grupos de investigación sigue siendo piramidal y liderada por hombres. El que está arriba siempre recibe las medallas
Ese olvido permanente y reiterativo que han sufrido las
contribuciones de las científicas e investigadoras es el llamado efecto Matilda. Marta Macho Stadler, profesora de la Universidad del País Vasco y Premio
Emakunde a la Igualdad 2016, cree que “el efecto Matilda funcionará siempre, y
costará mucho erradicarlo y revertirlo. Hoy en día, la composición de los
grupos de investigación sigue siendo piramidal y liderada por hombres. El que
está arriba en la jerarquía siempre recibe las medallas, y eso hace que la
jerarquía cada vez esté más establecida. Esto invisibiliza a las personas que
están en la base de la pirámide, y, en particular, a las mujeres, que por
diferentes motivos casi siempre están en la sombra”.
La situación de las mujeres está muy estancada por este tipo
de efectos. El informe 'Científicas en cifras 2015' corrobora que las mujeres no acceden a los puestos de alto rango en ciencia en España. El modelo
jerárquico no cambia. Por eso, son necesarias iniciativas como el Día
Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, y es vital poner de
manifiesto la discriminación femenina y arrojar luz sobre el trabajo de las
mujeres científicas que se vieron opacadas, simplemente, por su condición de
mujer. “Hay que reivindicar su papel por una cuestión de justicia, y porque es
muy importante que las chicas jóvenes tengan modelos de referencia”, sostiene
Pérez Sedeño. “Demasiadas veces, las científicas han tenido que luchar contra
muchas adversidades; pero se puede y se debe hacer”.
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