miércoles, 25 de abril de 2018

Pistoleros, pieles rojas y... dinosaurios

Los cazadores de fósiles rivales Marsh y Cope protagonizan la nueva novela póstuma de Michael Crichton ‘Dientes de dragón’

Marsh, en el centro de pie, con su equipo de buscadores de fósiles de dinosaurio.
Me lo he pasado en grande leyendo Dragon Teeth, la nueva novela de Michael Crichton, en la que el autor de Parque Jurásico vuelve a los dinosaurios, sí, aunque de otra manera. Soy consciente de que lo de “nueva novela” suena raro hablando de un escritor que lleva lamentablemente muerto desde 2008, pero así es: esta es otra de las obras que dejó en el cajón, como Micro y Latitudes piratas, y la ha rescatado su viuda, Sherry. Qué grande, Crichton –y no me refiero al tamaño, 2,06 metros, una vez que lo entrevisté salí con dolor de cervicales-, capaz de seguir fabricando best sellers desde el Más Allá: parece casi un argumento suyo.

Dragon teeth, que se publicará ahora en mayo en España (Dientes de Dragón, Plaza & Janés) trata uno de mis temas favoritos que es las Bone Wars, las Guerras de los Huesos, la rivalidad que sostuvieron en el Far West a finales del XIX por conseguir más y mejores fósiles de dinosaurio, usando todo tipo de argucias, trampas, trucos sucios y hasta enfrentándose a tiros, los respetables (?) pioneros de la paleontología Othniel Charles Marsh y Edwin Drinker Cope.

Marsh (izquierda) y Cope, los paleontólogos enfrentados incluso a tiros.
Realmente, si hay algo mejor que una historia de dinosaurios es una historia de dinosaurios con indios y cowboys. La mezcla de triceratops, estegosaurios y allosaurus con Wyatt Earp, el Séptimo de Caballería, el ferrocarril de la Union Pacific, Solo ante el peligro, Fort Laramie y los sioux es una gozada: ¡a ver quién supera tener juntos al diplodocus y a Nube Roja!

La novela se centra en un joven disoluto de buena familia del Este que se incorpora por una apuesta al equipo de Marsh, a punto de marchar hacia los territorios indómitos de Wyoming, Montana y Dakota, a la sazón en plenas guerras indias, para desenterrar huesos. Su equipamiento incluye junto al preceptivo martillo de geólogo útiles tan poco propios de un paleontólogo (incluso del Alan Grant que se las tuvo que ver con los velocirraptores) como un revólver Smith & Wesson de seis tiros y un cuchillo Bowie capaz de intimidar a un oso grizzly. El chico, que es luego reclutado por la competencia (Cope), lo que nos permite intimar con los dos grupos, muestra mucho valor pero a veces poca intuición como cuando afirma que le ve poco futuro a ese invento de Bell, el teléfono, o al decir que se siente seguro porque a territorio indio también va Custer.

Marsh con el jefe Nube Roja.
La excitante aventura se desarrolla a todo ritmo (¡qué bien hacía eso Crichton!) e incluye traiciones, amores inocentes y de los otros, peligros sin cuento, excavaciones y descubrimientos, claro, ataques a la diligencia (cargada de fósiles en el pescante), duelos a revólver, el entierro tres veces de un guía indio, y encuentros tan imprevistos como con el mencionado Earp, el explorador Henry Stanley (que realmente pasaba por ahí entonces), Robert Louis Stevenson (que también), el forajido Persimmons Bill y su banda de indios renegados, y el general Crook. Hombre, no es Proust, desde luego, pero, como Devoradores de cadáveres, Congo, Rescate en el tiempo y Latitudes piratas, Dientes de dragón alegra un montón la existencia.

Crichton lleva la historia de la rivalidad de Marsh y Coe al terreno de la ficción, la comprime de los diez años que duró a un verano y se la arregla a conveniencia (recordando simpáticamente la frase de Oscar Wilde de que “la biografía aporta a la muerte un nuevo terror”). Pero en líneas generales Dragoonn Teeth es bastante fiel a los hechos. Es cierto, por ejemplo que Cope se ganaba a los crows enseñándoles su dentadura postiza. Sale mejor librado en la novela él, como persona y como científico, aunque Marsh descubrió más especies de dinosaurios (cincuenta por ochenta). Los dos metieron la pata de manera que provoca sonrojo –incluso colocando la cabeza de un dinosaurio en su cola-, fueron deshonestos, descabellados y acabaron arruinados por su rivalidad y sus ambiciones. Pero, ¡por Dios!, qué gran historia y cómo la cuenta Crichton. ¡Te añoramos Michael! A ver qué más guardabas en ese cajón...

Allosaurus descubierto por Cope en Como Bluff en 1879.

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