El paleontólogo oscense, referencia mundial en huevos de dinosaurios, lidera el trabajo emprendido en el yacimiento hallado en Loarre
Miguel Moreno-Azanza posa con el primer huevo de dinosaurios recuperado en Loarre. / Octávio Mateus |
Para él es algo parecido a cerrar un círculo, porque todo
empezó en Huesca cuando con 2 años, jugando en el parque, se cayó sobre un
dinosaurio de plástico. “Me encantó, me lo quedé, le llamé Carlos y desde
entonces sabía que quería estudiar los dinosaurios”. Acumulaba libros, muñecos,
todo lo que tenía que ver con ese mundo, mientras estudiaba en el colegio
Sancho Ramírez y en el IES Sierra de Guara. Otra de sus aficiones era salir al
campo, y sumando ambas, más un familiar que había sido geólogo y que le hablaba
muy bien de la carrera, se matriculó en Geología en la Universidad de Zaragoza.
No se equivocó. Encontró una gran unión con los demás
alumnos, satisfacer su gusto por salir al campo y trabajar con las manos. “Y a
nivel intelectual es superdesafiante, porque abarca dinosaurios, volcanes,
geoquímica, cristalografía...”, explica. Desde el principio iba encaminado
hacia la paleontología y se pasaba a menudo por el departamento para colaborar
en lo que fuera, e incluso iba a congresos “solo para ver cómo era ese mundo”.
En 4º curso ya salían a prospectar y en uno de esos trabajos
halló su primer hueso de dinosaurio, también encontraron un fragmento de cráneo
en Arén. No es fácil, “requiere un trabajo previo grande. Si quieres
dinosaurios tienes que ir a rocas de la era Mesozoica, en ambientes
continentales, y diferenciarlas para saber qué tipo de fósiles pueden aparecer.
También patear por donde nadie ha pateado, aprovechar los años que llueve mucho
o que un incendio haya despejado nuevos afloramientos... Luego ya interviene la
suerte”.
Tras el máster sobre Investigación en Geología
Paleontológica, realizó el doctorado con una beca del ministerio. “Estuve siete
años haciéndolo -recuerda-, porque empecé a investigar e investigar... me dio
mucha experiencia, lo recuerdo como los años más felices”. Su tesis fue sobre los huevos de dinosaurio, “y la gracia es que nunca encontramos un huevo entero.
Estudié 35.000 fragmentos entre todos los yacimientos que analicé”.
Miguel, que también hace mineralogía, sabía que quería
seguir investigando, y mientras llegaba la oportunidad, trabajó en la empresa
Paleoymás, principalmente haciendo museística. “Me gusta mucho la divulgación
de la ciencia”, constata.
En 2016 llegó una beca en Portugal -donde están quizá los
yacimientos más importantes de Europa del Jurásico- y trabaja en la Universidad
Nova de Lisboa, concretamente en el departamento abierto en el Museo de
Lourinhã, donde “hay una colección de fósiles espectaculares”, explica. Desde
ese puesto, ha realizado excavaciones en EE. UU., Argentina, Portugal, España;
ha sido invitado a congresos en China, Japón, Australia..., y es autor de
numerosas publicaciones.
Ahora uno de sus objetivos es el yacimiento de Loarre y
transmite todo su entusiasmo por el proyecto. “Todavía estamos aprendiendo a
trabajarlo, pero estoy abrumado por la cantidad de material, por el potencial
que tiene y por lo bien que está saliendo todo”, señala, y se deshace en
elogios hacia el trato que están recibiendo del Ayuntamiento y los vecinos.
Aparte del ingente trabajo sobre el terreno, se proyecta llevar adelante una
iniciativa museística y de talleres para poder mostrar todo lo hallado.
“Si encontráramos embriones, Loarre sería un lugar de referencia mundial. Es muy difícil, pero tememos la esperanza”, anima. De todas
formas, “va a ser muy interesante”, certifica. “Vamos a publicar artículos,
porque estamos viendo cosas que nunca se han podido estudiar con tanto
detalle”, avanza. Pero, además, tiene una visión muy clara del futuro: “El
potencial patrimonial de ese sitio es espectacular. La paleontología como patrimonio
principal no acaba de cuajar a menos que montes unas instalaciones como
Dinópolis, pero como patrimonio complementario es muy atractiva. El castillo de
Loarre atrae visitantes, que van a querer ver los dinosaurios. Va a ser una
sinergia brutal que va a permitir desarrollar más esa zona de La Hoya”.
Este trabajo se inició con fondos de la Universidad Nova, y
ahora existe el compromiso de que van a poder seguir trabajando. Eso no quita
para que Miguel reclame mayor apoyo a la investigación. “Aragón va un poco por
delante de los demás, pero falta inversión, porque las situaciones son muy
precarias. Falta transmitir que el patrimonio paleontológico da de comer, puede
ayudar a todo el mundo; hay que aprender a valorarlo más”, reivindica.
Miguel estudia actualmente la diversidad de huevos en
Europa: “Sobre todo explorando si podemos predecir si el dinosaurio se va a
quedar en el nido al cuidado de su madre, como un gorrión, o si va a poder
salir corriendo, como una gallina”, explica. Otro proyecto actual es una
colaboración entre España y Francia para saber “cómo de importante es la
península Ibérica para explicar la evolución de los dinosaurios”. Y su gran
esperanza, que es Loarre, donde ya en su primera visita, con la perspectiva de
sus años de trabajo, halló un huevo entero: “Esto es serio”, concluyó ya
entonces.
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