martes, 5 de diciembre de 2023

Siguiendo los pasos del Pérmico en la cordillera de los Pirineos

Hace unos 252 millones de años, durante la transición del Pérmico al Triásico, tuvo lugar un período de aproximadamente un millón de años de enormes erupciones volcánicas que liberaron una gran cantidad de dióxido de carbono a la atmósfera. Esto tuvo un impacto profundo en el clima global y provocó una serie de desequilibrios atmosféricos, culminando en la catástrofe conocida como “la Gran Mortandad”, que constituyó la extinción más masiva y devastadora de la historia de la vida en la Tierra. El cataclismo provocó la desaparición de aproximadamente el 90% de todas las especies que habitaban el planeta debido a una atmósfera muy pobre en oxígeno y una acidificación de los océanos. Muchos grupos de vertebrados no sobrevivieron a este cataclismo y ahora solo los conocemos a través del registro fósil.

Recreación del paleoambiente del Guadalupiense en el Berguedà (Cataluña) y la fauna relacionada: a la izquierda, un Brontopus, a la derecha parcialmente oculto un Dromopus y al fondo a la derecha, dos ejemplares de Hyloidichnus. (Imagen: Roc Olivé / © Institut Català de Paleontologia Miquel Crusafont. Con la colaboración de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología – Ministerio de Economía, Industria y Competitividad)

Ahora, un equipo de investigación del Instituto Catalán de Paleontología Miquel Crusafont (ICP) ha estudiado dos épocas anteriores a esa fulminante extinción, el Cisuraliense (o Pérmico inferior), que comenzó hace unos 298 millones de años, y el Guadalupiense (o Pérmico medio), que comenzó hace unos 273 millones de años.

El personal investigador del grupo de investigación en Paleobiología Computacional del ICP ha descrito un cambio en las faunas que se produjo en la transición entre esas dos épocas como resultado de un cambio ambiental. El estudio parte del registro fósil de tres yacimientos ubicados alrededor de Castellar de n'Hug, en la comarca del Berguedà (Cataluña) y combina el análisis de estratigrafía y sedimentología para comprender cómo se depositaron las rocas, y paleontológico para conocer los organismos que poblaron esta área.

El estudio concluye que durante el Cisuraliense, el ambiente en esta zona de lo que hoy es la comarca catalana del Berguedà correspondía a un paisaje con grandes ríos meandriformes y llanuras de inundación que coexistían con la actividad volcánica. Posteriormente, durante el Guadalupiense, el clima habría pasado a ser más árido y tendría un aspecto similar al actual Valle de la Muerte californiano durante gran parte del año. En este paisaje desértico predominaban lagos secos con grietas de desecación que se inundaban con lluvias monzónicas. Esta agua permitía el resurgimiento de muchas formas de vida, entre ellas varios grupos de tetrápodos (animales de cuatro patas) que han dejado su huella en el registro fósil.

Aunque el registro fósil de huesos de tetrápodos del Pérmico en el ecuador de Pangea es escaso, sí existe un importante registro de icnitas (huellas fósiles) que permite estudiar las comunidades de vertebrados de esa época. “Durante el Cisuraliense, cuando el ambiente era de tipo fluvial con vulcanismo activo, hemos detectado la presencia de animales anfibios que dejaron unas huellas llamadas Batrachichnus, similares a las que haría una salamandra pequeña”, comenta Chabier De Jaime, investigador predoctoral del ICP y primer firmante del estudio. “También encontramos rastros de amniotas, reptiles que dejaban huellas típicas en el registro del Pérmico llamadas Hyloidichnus y Dromopus, o pararreptiles, identificados por la especie de icnita Pachypes, además de otra de tetrápodo que no hemos podido determinar”, continúa De Jaime.

Por otro lado, en las huellas asociadas al Guadalupiense (de ambiente seco y con lluvias monzónicas), aparecen los terápsidos, un orden de sinápsidos del cual derivan los mamíferos. El equipo de investigación ha detectado la presencia de la huella denominada Brontopus, producida por grandes terápsidos que habrían tenido un rol carnívoro en este ecosistema, lo cual es poco común en el registro fósil.

“Estos carnívoros convivían con captorrínidos, unos reptiles tipo lagartos que podían llegar a medir un metro de largo y son las primeras faunas herbívoras conocidas que seguramente se alimentaban de coníferas, colas de caballo (equisetáceas) y helechos”, explica Josep Fortuny, investigador y jefe del grupo de investigación en Paleobiología Computacional del ICP. "Aunque menos abundantes, también encontramos huellas de pararreptiles, pero lo evidente es que en este clima tan seco dejan de registrarse anfibios", añade Fortuny.

Para el análisis de las icnitas se utilizó la técnica de la fotogrametría, que consiste en tomar fotografías cubriendo los 360 grados del fósil desde diferentes perspectivas para obtener un modelo 3D y analizar cómo caminaban animales como el que produjo el morfotipo Brontopus.

Además de De Jaime y Fortuny, el equipo de esta investigación ha contado con la participación de Eudald Mujal (ICP y Museo Estatal de Historia Natural de Stuttgart), Oriol Oms (Universidad Autónoma de Barcelona), Arnau Bolet (ICP, Universidad de Granada y Universidad de Bristol), Jaume Dinarès-Turell (Instituto Nacional italiano de Geofísica y Vulcanología) y Jordi Ibáñez-Insa (GEO3BCN, del CSIC).

El estudio se titula “Palaeoenvironmental reconstruction ofa lower to middle Permian terrestrial composite succession from the Catalan Pyrenees: implications for the evolution of tetrapod ecosystems in equatorial Pangaea”. Y se ha publicado en la revista académica Palaeogeography, Palaeoclimatology, Palaeoecology. (Fuente: Instituto Catalán de Paleontología Miquel Crusafont)

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