Unas huellas fósiles halladas en Oregón nos descubren cómo vivían aves, lagartos y mamíferos (algunos ya extintos) hace más de 50 millones de años.
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Huellas de hace 50 millones de años revelan un vistazo excepcional a la vida de antiguos animales que habitaron Oregón. Ilustración artística. Foto: ChatGPT-4o/Christian Pérez |
Un equipo de paleontólogos liderado por el especialista en huellas fósiles Conner Bennett ha dado un paso decisivo en esa dirección. Su reciente estudio, publicado en la revista Palaeontologia Electronica, se centra en cuatro conjuntos de fósiles de pisadas descubiertos en distintas capas del monumento nacional, algunos de ellos almacenados desde los años 80 sin haber sido objeto de estudio detallado. Gracias a las modernas técnicas de fotogrametría 3D, los investigadores han podido analizar estas marcas con un nivel de detalle que antes era imposible.
El resultado no es menor. Estas huellas no solo confirman la presencia de especies en la región, sino que aportan una dimensión viva de su historia: cómo se movían, qué hacían, cómo se relacionaban con su entorno. Y lo más sorprendente: muchas de estas conductas han permanecido casi inalteradas durante decenas de millones de años.
Una orilla fósil y un comportamiento ancestral
Uno de los hallazgos más llamativos proviene de la formación Clarno, que data de entre 50 y 39 millones de años atrás. En esta roca, se han conservado dos diminutas huellas de ave junto a una serie de marcas ovaladas y rastros de invertebrados. Todo indica que un ave prehistórica—probablemente una especie de zancuda—caminó por la orilla de un lago mientras buscaba alimento, tal y como lo hacen muchas aves actuales en zonas húmedas.
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Gracias a técnicas de fotogrametría, los investigadores pudieron reconstruir modelos tridimensionales de las huellas. Fuente: Bennett et al., Palaeontologia Electronica, 2025/Christian Pérez |
La piedra no solo retuvo las huellas de sus patas; también preservó su comportamiento, congelando en el tiempo un momento trivial y cotidiano, pero invaluable para entender la vida en aquel remoto pasado.
El rastro perdido de un reptil veloz
En ese mismo estrato, otra serie de huellas se distingue por su forma: dedos delgados, garras marcadas, y una configuración que sugiere desplazamiento rápido. Los científicos creen que pertenecen a un lagarto, uno de los pocos rastros de reptiles de esa antigüedad hallados en América del Norte. La morfología se asemeja a la de ciertos lagartos modernos, con dedos alargados y una quinta extremidad más corta, claramente adaptados al movimiento ágil en ambientes abiertos.
Que estas marcas hayan quedado impresas en la roca es un golpe de suerte geológica. Las condiciones deben haber sido ideales: un sustrato húmedo, pero no demasiado blando, que se secó y se endureció rápidamente antes de ser sepultado por otros sedimentos. Ese equilibrio fugaz entre agua y tierra permitió que se conservara un fragmento de vida animal tan efímero como una carrera de reptil sobre la orilla de un lago.
El depredador que caminaba como un gato
Otro de los conjuntos analizados proviene de una capa geológica distinta, más joven: el Miembro de Turtle Cove, de la formación John Day, con una antigüedad aproximada de 29 millones de años. Allí se han identificado unas huellas que recuerdan de inmediato a las de un felino. No hay marcas de garras, lo que sugiere que el animal las tenía retráctiles—una característica compartida con los gatos actuales y que excluye a otros carnívoros del momento.
Por el tamaño y la forma de las pisadas, se ha planteado la posibilidad de que pertenezcan a un Hoplophoneus, un depredador de aspecto felino, emparentado con los nimrávidos. Estos animales, extintos hace millones de años, tenían colmillos prominentes y un cuerpo similar al de un lince. El hallazgo no solo confirma su presencia, sino que permite intuir cómo se desplazaban y cómo interactuaban con su ambiente.
Las pisadas, halladas superpuestas en un mismo bloque de roca, también dan pistas sobre sus movimientos: probablemente caminaban en grupos o cruzaban frecuentemente los mismos senderos, como hacen muchos felinos en la actualidad.
Este rastro ofrece una pieza adicional al rompecabezas ambiental del Oligoceno. La combinación de huellas carnívoras y herbívoras permite intuir una cadena trófica completa, en la que depredadores y presas compartían un mismo ecosistema con lagos, orillas y zonas boscosas abiertas.
Un testimonio único del pasado
Lo verdaderamente excepcional de estos hallazgos es que, a diferencia de los huesos o dientes, las huellas cuentan una historia en movimiento. Son escenas detenidas, acciones cotidianas transformadas en fósiles. El ave que busca comida entre la arena húmeda, el lagarto que corre, el felino que acecha, el herbívoro que deambula. Todos ellos, congelados en piedra.
Y además, lo hacen con una fidelidad impresionante gracias a las técnicas actuales de escaneo tridimensional, que han permitido analizar huellas que llevaban almacenadas casi medio siglo sin una revisión detallada.
El equipo de investigación no solo ha recuperado estas huellas, sino que ha devuelto la vida a un paisaje que parecía olvidado. Ahora, el John Day Fossil Beds National Monument no es solo una colección de esqueletos y dientes, sino también un escenario de comportamientos, movimientos y relaciones ecológicas. En definitiva, una ventana abierta hacia lo que fueron las dinámicas de la vida en Oregón hace millones de años.
Referencias
Bennett, Conner J., Famoso, Nicholas A., and Hembree, Daniel I. 2025. Following their footsteps: Report of vertebrate fossil tracks from John Day Fossil Beds National Monument, Oregon, USA. Palaeontologia Electronica, 28(1):a11. DOI: 10.26879/1502
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