Carnívoro, predador, más grande
que un Tiranosaurio Rex, y con características peculiares que desconcertaron a
los científicos durante mucho tiempo, el Spinosaurus aegyptiacus era un
formidable nadador, toda una novedad entre los dinosaurios que, tradicionalmente,
se habían considerado animales terrestres. Es
el primer dinosaurio capaz de nadar que se conoce, afirman los científicos.
Medía más de 15 metros desde la cabeza a
la punta de la cola (más largo que un autobús urbano), superaba las 20
toneladas y pasaba la mayor parte del
tiempo en el agua, alimentándose de grandes peces en ríos y lagos. En
tierra firme tendría que caminar inevitablemente a cuatro patas dada la
morfología de sus extremidades. El espinosaurio, con su hocico como el de un
cocodrilo, su largo cuello y su cuerpo... “parecería un pato con la cola de un
aligátor pegada”, dice el paleontólogo Paul Sereno, de la Universidad de
Chicago. Él es uno de los líderes de la más reciente y ambiciosa investigación
sobre este animal, de hace 97 millones de años.
El S. aegyptiacus, como especie, se conocía desde hace más de un
siglo, cuando el alemán Ernst Freiherr Stromer von Reichenbach describió (en
1915) unos fósiles que había encontrado en el Sáhara egipcio. Pero aquellos
restos resultaron destruidos en el bombardeo aliado de Múnich de 1944. Ahora un
equipo internacional de paleontólogos ha dado con un nuevo esqueleto parcial de
este dinosaurio gigante en el Sáhara marroquí (en la zona de Kem Kem); ha
rastreado fósiles dispersos depositados en museos de todo el mundo; ha revisado
las notas, esquemas y fotos de Von Reichenbach conservadas en el castillo de la
familia (en Baviera) y ha aplicado escáneres y tecnologías avanzadas de imagen
por ordenador para reconstruir el animal. El resultado da un giro radical no solo
al conocimiento que se tenía del espinosaurio, sino de los dinosaurios en
general.
El espinosaurio estaba claramente
adaptado a la vida acuática. “Trabajar
sobre este animal ha sido como estudiar un alienígena venido del espacio: es
diferente de cualquier otro dinosaurio que haya visto jamás”, dice Nizar
Ibrahim, líder del equipo, que presenta a bombo y platillo su remoto
gigante nadador en la revista Science.
“Cabe decir que la criatura que
describimos es el dinosaurio más enigmático que hay, es el único que muestra
esas adaptaciones”, sostiene Ibrahim. Y “es el primer dinosaurio reconstruido
digitalmente en detalle a partir de múltiples individuos”, apunta Simone
Maganuco. En la aventura científica y detectivesca de este equipo de
paleontólogos de Marruecos, Italia, Reino Unido y Estados Unidos no faltan la
tenacidad y la suerte. El nuevo esqueleto parcial del espinosaurio originario
de Kem Kem fue descubierto por un aficionado marroquí a los fósiles, que lo
vendió a un geólogo italiano y, finalmente, acabó en las manos de Cristiano Dal
Sasso y Maganuco (ambos del Museo de Historia Natural de Milán). Pero, ¿de
dónde habían salido exactamente esos huesos? Ibrahim, siguiendo todas las
pistas y rastreando el territorio, logró localizar al hombre que los halló y
verificar su ubicación original. “Fue como encontrar una aguja en el desierto”,
dice este investigador germano-marroquí que trabaja en la Universidad de
Chicago.
“El espinosaurio pasaría la mayor parte del día en el agua, capturando
peces y otras presas acuáticas, con las largas mandíbulas equipadas con dientes
gigantescos que se encajaban en el morro”, explica Maganuco. “Lo que más
nos ha sorprendido, más aún que la dimensión de ese dinosaurio, son las
proporciones inusuales de las extremidades, que son similares a las de los
antepasados de las ballenas, pero no a las de los dinosaurios predadores”,
añade Sereno.
Aunque no es el dinosaurio más
grande que se conoce (son mayores los herbívoros descubiertos, por ejemplo, en
Argentina), el espinosaurio es el de mayor tamaño entre los predadores. Pero lo
que resulta de él deslumbrante para los científicos son sus adaptaciones para
la vida acuática. Tenía pequeños orificios nasales retrasados en el cráneo, lo
que le permitiría respirar aunque tuviera buena parte del hocico sumergido. Las perforaciones neurovasculares en el
extremo del hocico recuerdan a las de los aligátores y cocodrilos, que tienen
receptores de presión para percibir el movimiento en el agua, lo que facilita
la detección de las presas incluso en aguas oscuras o fangosas. Los enormes
dientes cónicos encajan de manera que las presas quedarían atrapadas sin
remedio en su boca. El centro de
gravedad desplazado hacia delante (por el cuello y el tronco alargados)
facilitaría sus movimientos en el agua, aunque no en tierra, donde sería
cuadrúpedo. La alta densidad de los
huesos facilita la inmersión y es una adaptación conocida en otros animales
acuáticos. Las garras grandes y planas le ayudarían a nadar, y la cola
articulada, a propulsarse.
Y una característica muy peculiar
del espinosaurio: tiene unas grandes espinas en las vértebras dorsales que
estarían cubiertas de piel, formando una gigantesca vela en la espalda. Los
científicos se inclinan a pensar que era un rasgo de exhibición sexual, una
gran cresta visible fuera del agua cuando el animal estuviera sumergido.
“En las últimas dos décadas,
numerosos descubrimientos han demostrado que algunos dinosaurios habían
aprendido a volar, dando origen a las aves”, explica Dal Sasso. “El espinosaurio representa un proceso
evolutivo igualmente extraño: revela que los dinosaurios predadores habían
aprendido a vivir también en los ambientes acuáticos, colonizando los sistemas
fluviales del norte de África en el Cretácico”.
Fuente: El País
No hay comentarios:
Publicar un comentario