viernes, 12 de septiembre de 2014

El primer dinosaurio nadador

Carnívoro, predador, más grande que un Tiranosaurio Rex, y con características peculiares que desconcertaron a los científicos durante mucho tiempo, el Spinosaurus aegyptiacus era un formidable nadador, toda una novedad entre los dinosaurios que, tradicionalmente, se habían considerado animales terrestres. Es el primer dinosaurio capaz de nadar que se conoce, afirman los científicos. Medía más de 15 metros desde la cabeza a la punta de la cola (más largo que un autobús urbano), superaba las 20 toneladas y pasaba la mayor parte del tiempo en el agua, alimentándose de grandes peces en ríos y lagos. En tierra firme tendría que caminar inevitablemente a cuatro patas dada la morfología de sus extremidades. El espinosaurio, con su hocico como el de un cocodrilo, su largo cuello y su cuerpo... “parecería un pato con la cola de un aligátor pegada”, dice el paleontólogo Paul Sereno, de la Universidad de Chicago. Él es uno de los líderes de la más reciente y ambiciosa investigación sobre este animal, de hace 97 millones de años.

El S. aegyptiacus, como especie, se conocía desde hace más de un siglo, cuando el alemán Ernst Freiherr Stromer von Reichenbach describió (en 1915) unos fósiles que había encontrado en el Sáhara egipcio. Pero aquellos restos resultaron destruidos en el bombardeo aliado de Múnich de 1944. Ahora un equipo internacional de paleontólogos ha dado con un nuevo esqueleto parcial de este dinosaurio gigante en el Sáhara marroquí (en la zona de Kem Kem); ha rastreado fósiles dispersos depositados en museos de todo el mundo; ha revisado las notas, esquemas y fotos de Von Reichenbach conservadas en el castillo de la familia (en Baviera) y ha aplicado escáneres y tecnologías avanzadas de imagen por ordenador para reconstruir el animal. El resultado da un giro radical no solo al conocimiento que se tenía del espinosaurio, sino de los dinosaurios en general.

El espinosaurio estaba claramente adaptado a la vida acuática. “Trabajar sobre este animal ha sido como estudiar un alienígena venido del espacio: es diferente de cualquier otro dinosaurio que haya visto jamás”, dice Nizar Ibrahim, líder del equipo, que presenta a bombo y platillo su remoto gigante nadador en la revista Science.

“Cabe decir que la criatura que describimos es el dinosaurio más enigmático que hay, es el único que muestra esas adaptaciones”, sostiene Ibrahim. Y “es el primer dinosaurio reconstruido digitalmente en detalle a partir de múltiples individuos”, apunta Simone Maganuco. En la aventura científica y detectivesca de este equipo de paleontólogos de Marruecos, Italia, Reino Unido y Estados Unidos no faltan la tenacidad y la suerte. El nuevo esqueleto parcial del espinosaurio originario de Kem Kem fue descubierto por un aficionado marroquí a los fósiles, que lo vendió a un geólogo italiano y, finalmente, acabó en las manos de Cristiano Dal Sasso y Maganuco (ambos del Museo de Historia Natural de Milán). Pero, ¿de dónde habían salido exactamente esos huesos? Ibrahim, siguiendo todas las pistas y rastreando el territorio, logró localizar al hombre que los halló y verificar su ubicación original. “Fue como encontrar una aguja en el desierto”, dice este investigador germano-marroquí que trabaja en la Universidad de Chicago.

El espinosaurio pasaría la mayor parte del día en el agua, capturando peces y otras presas acuáticas, con las largas mandíbulas equipadas con dientes gigantescos que se encajaban en el morro”, explica Maganuco. “Lo que más nos ha sorprendido, más aún que la dimensión de ese dinosaurio, son las proporciones inusuales de las extremidades, que son similares a las de los antepasados de las ballenas, pero no a las de los dinosaurios predadores”, añade Sereno.

Aunque no es el dinosaurio más grande que se conoce (son mayores los herbívoros descubiertos, por ejemplo, en Argentina), el espinosaurio es el de mayor tamaño entre los predadores. Pero lo que resulta de él deslumbrante para los científicos son sus adaptaciones para la vida acuática. Tenía pequeños orificios nasales retrasados en el cráneo, lo que le permitiría respirar aunque tuviera buena parte del hocico sumergido. Las perforaciones neurovasculares en el extremo del hocico recuerdan a las de los aligátores y cocodrilos, que tienen receptores de presión para percibir el movimiento en el agua, lo que facilita la detección de las presas incluso en aguas oscuras o fangosas. Los enormes dientes cónicos encajan de manera que las presas quedarían atrapadas sin remedio en su boca. El centro de gravedad desplazado hacia delante (por el cuello y el tronco alargados) facilitaría sus movimientos en el agua, aunque no en tierra, donde sería cuadrúpedo. La alta densidad de los huesos facilita la inmersión y es una adaptación conocida en otros animales acuáticos. Las garras grandes y planas le ayudarían a nadar, y la cola articulada, a propulsarse.

Y una característica muy peculiar del espinosaurio: tiene unas grandes espinas en las vértebras dorsales que estarían cubiertas de piel, formando una gigantesca vela en la espalda. Los científicos se inclinan a pensar que era un rasgo de exhibición sexual, una gran cresta visible fuera del agua cuando el animal estuviera sumergido.


“En las últimas dos décadas, numerosos descubrimientos han demostrado que algunos dinosaurios habían aprendido a volar, dando origen a las aves”, explica Dal Sasso. “El espinosaurio representa un proceso evolutivo igualmente extraño: revela que los dinosaurios predadores habían aprendido a vivir también en los ambientes acuáticos, colonizando los sistemas fluviales del norte de África en el Cretácico”.

Fuente: El País

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