EL RIOJANOALAVÉS FRANCISCO ORTEGA DEDICA SU VIDA A LA
DOCENCIA Y A ESTUDIAR YACIMIENTOS POR TODO EL MUNDO
El explorador, en Monument Valley (Arizona).
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Podría dar perfectamente el pego de ser un nuevo Indiana
Jones, un buscador de tesoros y aventurero. Y de alguna forma lo es, ya que
este alavés de Laguardia y de Villabuena de Álava salta de continente en
continente para trabajar en el rescate de los restos de los animales que
poblaron la tierra hace millones de años.
Francisco Ortega es su nombre y se ha preparado en
profundidad para ese trabajo, ya que es doctor en Ciencias Biológicas y
profesor en el Departamento de Física Matemática y de Fluidos de la Uned.
Combina la docencia con numerosas líneas de investigación en las áreas de la
Paleontología, la Paleozoología, la Sistemática o la Paleoecología y es experto
en el Jurásico Superior y Cretácico de la Península Ibérica.
Tostado por el sol a causa del trabajo de campo y con su
sombrero de explorador tipo panamá viaja casi en un santiamén de Cuenca a
Préjano, de Pombal (Portugal) a Utah (EEUU) o de Argentina a Trebiño, pero él
prefiere ser visto como un estudioso, ya que al fin y al cabo es el descubridor
de una especie de dinosaurio carnívoro Concavenator corcovatus, llamado
coloquialmente Pepito, encontrado en 2003 en el yacimiento paleontológico de
Las Hoyas (Cuenca). En su biografía también destaca que ha colaborado en la
definición de otros dinosaurios, como el terópodo Pelecanimimus o el ave
Eoalulavis, los saurópodos Spinophorosaurus y Lourinhasaurus, tortugas como
laSelenemys o cocodrilos primitivos.
Ortega opina que el cine ha mostrado muchas versiones del
paleontólogo “que van desde el científico chiflado, al aventurero cazatesoros,
pasando por sabihondo obsesivos”. Pero, según detalla, “evidentemente ninguno
encaja bien en el perfil real de un paleontólogo y no todos son especialmente
envidiables. Es posible que algunos elementos de la paleontología de
vertebrados resulten llamativos, como las excavaciones o la recreación de
mundos del pasado a través de la información que se obtiene del registro fósil,
pero también son necesarias muchas horas, a veces tediosas, de viaje, de
búsqueda, de lectura, de preparación de material y de análisis de datos que son
semejantes a las de los procesos de cualquier otra disciplina científica. En
todo caso, es bastante común que los que nos dedicamos a esto estemos
apasionados por lo que hacemos”.
En estos momentos, junto a la labor de docencia que
desarrolla en la Universidad Nacional de Educación a Distancia y sus numerosas
conferencias, está integrado en un grupo que desarrolla distintas líneas de
investigación que, básicamente, pretenden entender cómo funcionaban algunos
ecosistemas con reptiles de los últimos 230 millones de años. “Probablemente,
nuestro proyecto central en este momento es el análisis del yacimiento de Lo
Hueco, en la localidad conquense de Fuentes. Este yacimiento ha proporcionado
una enorme cantidad de restos de dinosaurios, cocodrilos y tortugas de hace unos
70 millones de años. De la misma forma estamos interesados en los ecosistemas
con dinosaurios del Cretácico Inferior ibérico y mantenemos mucha actividad en
los yacimientos de hace unos 130 millones de años en El Maestrazgo
castellonense, particularmente en algunos magníficos yacimientos en Morella, y
en los dinosaurios y aves del yacimiento de Las Hoyas”.
También sobre el Cretácico mantienen “una colaboración
prolongada en el tiempo con colegas argentinos con los que trabajamos en
yacimientos del norte de Neuquén en Patagonia. En términos internacionales
estamos especialmente interesados en entender algunos aspectos de las faunas
jurásicas y esto nos lleva a trabajar en yacimientos de hace unos 145 millones
de años en la costa portuguesa y en niveles norteamericanos, para lo que
mantenemos colaboraciones activas con instituciones de ambos países”, apunta.
Su equipo también trabaja con niveles más antiguos, como dinosaurios de hace
170 millones de años en Níger o reptiles costeros que vivieron en Guadalajara
hace 230 millones de años, así que no le queda más remedio que afirmar que “no
nos da tiempo a aburrirnos”.
NUEVAS ESPECIES Y no es para menos, ya que continuamente
siguen apareciendo nuevas especies de dinosaurios, según reconoce Ortega. “Hay
que tener en cuenta que nosotros accedemos a los ecosistemas del pasado a
través de las evidencias que han dejado en el registro fósil y eso hace que
tengamos algunas restricciones. Si todavía hoy nos sorprendemos de vez en
cuando con el descubrimiento de algún nuevo vertebrado en el planeta, y ya casi
no quedan lugares en los que no haya alguien armado con un teléfono móvil,
imagínate lo que nos falta por descubrir de 230 millones de años de historia a
la que solo accedemos a través de los restos que han quedado en las rocas. Por
suerte para los que nos dedicamos a esto, y para todos aquellos que están
interesados en lo que hacemos, quedan muchos dinosaurios por descubrir”.
Se habla de La Rioja, Cuenca y la cornisa cantábrica como
los lugares más ricos en cuanto a restos, pero la posibilidad de encontrar
restos de ecosistemas continentales en general y de dinosaurios en particular
está directamente relacionada con que existan en la superficie actual rocas que
se formaron en los lugares y en los momentos en lo que los dinosaurios
habitaban el planeta. Ortega explica que en la península ibérica esas rocas con
restos de dinosaurios afloran predominantemente en la costa portuguesa y en el
sector nororiental. Así, hay una mayor frecuencia de hallazgos de dinosaurios en
la cuenca de Cameros (Burgos, Soria, La Rioja), el área al norte de la cuenca
del Ebro (Huesca, Lleida, Barcelona) y el recorrido de la cordillera ibérica
(Castellón, Teruel, Cuenca, Guadalajara, Valencia). “Esto no quiere decir que
no haya buenos yacimientos paleontológicos fuera de estas zonas, pero son casos
más aislados o aportan información de momentos en los que no había dinosaurios.
Euskadi no es un lugar especialmente bien provisto de restos de dinosaurios.
Probablemente los yacimientos más interesantes en la zona sean los de Laño en
Trebiño”, expone el especialista.
Y es que en Treviño ha aparecido el resto fosilizado de una
gallina gigante, como decían antiguamente en La Rioja pare explicar las
icnitas. El reconocimiento de Gargantuavis, un ave cretácica en Laño, “es
interesante, pero sólo es un pequeño elemento más en la historia del
yacimiento”.
Para quienes se dedican a este trabajo, las piedras hablan y
hasta dan claves y “esto permite ver, en una proceso histórico, como se
transforman los ecosistemas a lo largo del tiempo respondiendo a estímulos
externos o de las propias dinámicas internas”. “Tener conocimiento de cómo se
han producido las dinámicas biogeográficas, las especiaciones o las extinciones
en el pasado es una magnífica herramienta para reconocer procesos que están
ocurriendo actualmente y para inferir que es lo que puede ocurrir en el
futuro”.
Por ello, Ortega suele insistir en sus conferencias que la
paleontología puede servir como herramienta de conocimiento para evitar la
extinción, incluida la humana como una especie más. Según su opinión. “la
paleontología es una buena herramienta para ponernos en nuestro sitio y
mostrarnos lo que representamos en la historia de la vida… y me temo que en ese
sentido no nos trae buenas noticias: la inmensa mayoría de las especies que han
habitado el planeta, incluso algunas que han dominado ampliamente su tiempo, se
han extinguido. Sin embargo, existe una diferencia entre los seres humanos y el
resto de las especies, y es que, aparentemente, somos los únicos conscientes de
cómo funciona el proceso de extinción…”, asegura. Aunque dice desconocer si el
ser humano sería capaz de evitar la extinción, de lo que Ortega sí está
“seguro” es de que el hombre puede poner medidas para “retrasarla” y hacer que
el tiempo que le queda como especie sea “lo más agradable posible”.
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