Los melanosomas, pequeños
paquetes de melanina que se encuentran en las plumas, piel y pelaje de muchos
animales, pueden producir colores estructurales cuando están organizados
debidamente en capas sólidas, como lo están en las plumas de algunas aves. El color
estructural, en contraposición al color químico, surge de la interacción de la
luz con materiales que tienen patrones capaces de desviar y reflejar la luz de
un modo tal que amplifican algunas longitudes de onda y amortiguan las demás.
El equipo internacional de Ryan
Carney, de la Universidad Brown en Providence, Rhode Island, Estados Unidos, y
Johan Lindgren, de la de Lund en Suecia, ha encontrado pruebas químicas
directas de que los restos fosilizados de un dinosaurio con algunos rasgos
propios de aves aún contienen melanosomas y el pigmento que producían. Su
estudio refuerza la idea de que recurriendo a métodos científicos avanzados es
posible discernir la coloración de animales desaparecidos hace mucho tiempo.
La idea de que los melanosomas,
que producen el pigmento melanina, se pueden preservar en fósiles ha sido
debatida acaloradamente entre los científicos durante los últimos años.
Vestigios microscópicos que para algunos científicos se parecen a melanosomas,
para los escépticos son en cambio bacterias de aspecto similar. El nuevo
estudio, sobre plumas fosilizadas de Anchiornis huxleyi, un dinosaurio similar
a un ave que murió hace unos 150 millones de años en China, parece que resuelve
el debate definitivamente, al añadir una potente segunda línea de pruebas: la
química.
Carney y sus colaboradores han
obtenido pruebas estructurales y moleculares que demuestran que los melanosomas
efectivamente perduran en el registro fósil.
El hallazgo tendrá repercusiones
importantes para la interpretación de estudios tanto pasados como futuros de
los colores en el registro fósil, y corrobora la hipótesis previa de que el
Anchiornis tenía plumas negras.
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