Hallan uno de estos parásitos agarrado a una pluma de saurio
en ámbar de hace 99 millones de años
Encontrar algo tan frágil como una pluma de un dinosaurio
que vivió hace casi 100 millones de años no debe ser fácil. Tampoco debe ser
habitual hallar una pequeña garrapata conservada durante ese inmenso espacio de
tiempo. Pero encontrarla agarrada a una de estas plumas atrapada en ámbar de
hace 99 millones sería un milagro si no fuera porque esa palabra no tiene
sentido en la ciencia. Es lo que ha hecho un grupo de investigadores, entre
ellos varios españoles, que ha localizado, identificado y caracterizado varias
de las garrapatas más antiguas encontradas hasta ahora.
La pluma atrapada en el ámbar y, arriba, detalle de la
garrapata.
NATURE COMMUNICATIONS/EPV
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Pluma y garrapata se encuentran atrapadas en una pequeña
pieza de ámbar encontrada en el norte de Myanmar y cedida por un coleccionista
privado al Museo Americano de Historia Natural (EE UU). Fue allí donde uno de
los conservadores del museo y también coautor de la investigación, Paul
Nascimbene, localizó lo que creyó podía ser una garrapata. Nascimbene contactó
con el equipo de Peñalver y el profesor de la Universitat de Barcelona Xavier
Delclòs, que se encuentran entre los principales expertos en fósiles capturados
en ámbar.
A excepción de otro ejemplar hallado en ámbar español, son las garrapatas más antiguas hasta ahora
La investigación, publicada en Nature Communications, ha
datado el ámbar birmano en pleno Cretácico, en torno a hace 99 millones de
años. Este periodo, posterior al Jurásico, acabó hace unos 65 millones de años,
con el evento de una extinción masiva provocada, probablemente, por el impacto de un meteorito o asteroide contra el planeta. Tal datación supone la evidencia
directa más antigua del parasitismo de los dinosaurios por parte de las
garrapatas. El ejemplar, identificado como una garrapata dura, pertenece a la
especie Cornupalpatum burmanicum. Si se exceptúa a un ejemplar aún no
caracterizado atrapado en un ámbar español, se trata de la garrapata más antigua
encontrada.
Sin embargo, comenta Peñalver, "si consiguieras
extraerla del ámbar y devolverla a la vida y se la dieras a un especialista en
garrapatas, en absoluto sospecharía que este animal vivía hace casi 100
millones de años". Aunque esta especie en sí se extinguió hace mucho
tiempo, su linaje sigue existiendo hoy en uno de los tres grupos de este
ectoparásito que existen en la actualidad.
Los investigadores identificaron y caracterizaron otras
cuatro garrapatas de una especie desconocida hasta ahora, a la que han
bautizado como Deinocroton draculi. Las cuatro se encuentran en ámbar también
de origen birmano, incluso dos de ellas, un macho y una hembra, están
fosilizadas en la misma pieza. En estos casos, aquel linaje no ha llegado hasta
nuestros días. Aunque no tienen una evidencia tan directa como la de la
garrapata agarrada a la pluma, los autores del estudio han encontrado pistas
que indicarían que también parasitaban a los dinosaurios emplumados.
Una de esas pistas son las marcas en su abdomen de larvas de
un escarabajo que aún hoy se encuentran en los nidos de las actuales aves. Pero
la posibilidad de que sus víctimas fueran ya aves como las actuales está
descartada: no aparecieron hasta 25 millones de años después de la fecha del
ámbar. "Sabemos que era un dinosaurio emplumado, pero desconocemos si
volaba o no", afirma el investigador del Museo de Historia Natural de la
Universidad de Oxford (Reino Unido) y coautor del, el español Ricardo Pérez de
la Fuente.
El ámbar, que procede de una resina vegetal producida por
coníferas y unas pocas plantas más, es la máquina del tiempo que más gusta a
los paleontólogos. Como explica Pérez de la Fuente, "no solo captura
organismos casi de forma instantánea, conserva para siempre las interacciones
entre ellos". Es el caso de la pluma y la garrapata de este estudio o los
insectos atrapados en ámbar español con el polen recién recolectado aún en sus
patas.
También es el caso de una de las garrapatas nuevas
identificadas ahora. Murió bien cebada. Por el volumen de su abdomen, 8,5 veces
más que el de las otras, debió de caer en la resina justo al descolgarse
rebosante de la sangre de su víctima. Por desgracia, la ciencia no ha avanzado
lo suficiente para, como se fantaseaba en Parque Jurásico, poder abrir ese ámbar
y extraer el ADN del dinosaurio al que había picado la garrapata.
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