El autor, Fidel Torcida Fernández-Baldor (Director del Museo
de Dinosaurios) hace una reflexión sobre la información que proporcionan los
fósiles de los dinosaurios. Su estudio, como si de unas matrioskas rusas se
trataran, sorprende con cada muñeca que va apareciendo
El Correo de Burgos (El Mundo). Texto íntegro legigle: más
abajo.
LAS MATRIOSKAS rusas son la esencia de la sorpresa para un niño que las descubre por primera vez. Según van apareciendo nuevas muñecas, más aumenta la curiosidad que le tiene En vilo hasta el final: ¿4, 5, 6… 10 muñecas? Ese misterio oculto en una imitación amable de las capas de la cebolla tendría variantes más simples e indeseadas, como es el caballo de Troya. El mito referido a la larga guerra entre griegos y troyanos quizás inspire otras réplicas en la historia de la Vida, como pretendo mostrarles.
Una buena noticia para un paleontólogo que se apresta a
estudiar un fósil es disponer de un ejemplar bien conservado. Cuando se trabaja
con fósiles lo más usual es pelearse con algo incompleto, dañado desgastado. El
investigador, resignado, tiene que recurrir a unas buenas dosis de paciencia, minuciosidad
y, sobre todo, un optimismo imperturbable que le libre del desánimo. Los padres
de la paleontología mostraron el camino a seguir, como es el caso de Georges Cuvier.
Este eminente sabio partía de un simple hueso para deducir su posición anatómica
y el grupo biológico al que pertenecía su dueño, aunque éste ya durmiera en el remoto
pasado del planeta.
La cruz de la moneda es cuando nos encontramos ante un fósil
prácticamente completo y de conservación excepcional, desde insectos en ámbar a
mamuts congelados. La relativamente e escasa antigüedad de éstos así como su proceso
de preservación han hecho posible que conozcamos con seguridad qué comían en los
páramos siberianos. En el caso de una cría de mamut se supo que su último menú:
de primer plato musgos, líquenes, acículas de pinos y abetos que conservaba su
estómago, y de segundo una ensalada de juncos y ranúnculos, a medio masticar en
su boca. Una auténtica matrioska fósil que fue un regalo para los
investigadores.
La relación de matrioskas fósiles es sorprendentemente
amplia e incluye a un dinosaurio carnívoro que resultó ser pescador (con restos
del pez lepidotes en su vientre); o el pequeño dinosaurio injustamente tratado
como caníbal, cuando en realidad comía lagartos y no as us propias crías.
Y es que la información que nos pueden proporcionar los
fósiles es notable, siempre que se proceda con cuidado a examinarlos. Además,
debemos estar dispuestos a aceptar nuevas explicaciones cuando se realizan más estudios
con técnicas novedosas o descubrimientos que obligan a cambiar nuestra mirada sobre
el mundo natural.
A veces las sorpresas son mayúsculas, como en los fósiles de
‘reptiles’ acuáticos (los biólogos nos apuntan que no tenemos que hablar de reptiles,
sino de un grupo denominado saurópidos). Algunos fósiles de esas bestias marinas
contenían también crías en su interior, como si hubiera sido su última comida. La
realidad parece ser más compleja, pues se ha deducido que eran animales vivíparos:
los embriones completaban su desarrollo en el interior de la madre como ocurre en
mamíferos entre los que se encuentra nuestra especie. ¿Reptiles vivíparos?
Bueno, unas pocas especies de lagartijas y serpientes actuales lo son, pero no
deja de ser un rasgo extraño. Por si había dudas, disponemos de una auténtica
tragedia inmortalizada en la roca: un parto que no llegó a su fin, en el que
una cría de ictiosaurio no había terminado de salir del vientre materno cuando
los dos murieron a consecuencia de un derrumbe de barro en el fondo
marino.
Podríamos ir un poco más allá y especular sobre posibles
caballos de Troya que destruyen al enemigo con un arma secreta oculta en su
interior. Fijémonos en dos hallazgos que han llamado la atención por ser de
características llamativas. En Portugal se estudió el fósil de un dinosaurio
carnívoro que poseía en su abdomen una acumulación de gastrolitos, piedras que
ingerían para ayudarse en la digestión… ¡dinosaurios herbívoros! Es algo que
parece contradictorio, aunque podría tener una explicación si entramos en el
detalle: junto a esas piedras había huesos de un pequeño dinosaurio vegetariano
que probablemente fuera el que aportara los gastrolitos. Tan pesada e imposible
digestión podría haber supuesto la muerte del glotón depredador: ¡muero, pero
te llevo conmigo! Las plantas del pasado también serían capaces de derrotar a
sus enemigos desde sus propias entrañas, si hacemos caso al reciente descubrimiento de un dinosaurio
argentino que también preserva su última comida, en la que se incluyeron semillas de cycadales, unas
plantas ricas en veneno en sus hojas, tallos y
semillas. Los paleontólogos entienden que estas plantas formaban parte
de su dieta, como en otros muchos animales con adaptaciones a comer vegetales tóxicos.
Y esa es una explicación razonable, pero también se puede
hipotetizar que realmente ese dinosaurio comió lo que no debía por error y
murió por intoxicación. El mundo natural y el ingenio humano se miran de reojo,
imitándose. Así que les propongo un resumen de esta narración: el caballo de
Troya lo inventaron los dinosaurios. Cierto: es una afirmación exagerada y poco
ortodoxa. Pero si hay algo que espero compartan conmigo es que todo es susceptible
de fosilizar, desde la dieta o la maternidad… hasta la mala suerte.
* Fidel Torcida Fernández-Baldor es director del Museo de
Dinosaurios de Salas de los Infantes.
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