martes, 17 de marzo de 2020

¿Se ha encontrado ADN de dinosaurio? Posiblemente sí

No es la primera vez que se encuentra ADN de dinosaurio, pero es la primera vez que este podría no estar fosilizado.

Cráneo de una cría de Hypacrosaurus stebingeri en el museo de las Rocosas 
en Bozeman,  Montana./Foto:/Creative Commons
En plena epidemia de coronavirus es difícil abrirse paso hasta noticias científicas que no hablen del problema, pero existen y no son triviales. El 4 de marzo se publicó en National Science Review un artículo que sugería haber encontrado los primeros restos no fosilizados de ADN de dinosaurio. El ADN es la molécula que guarda la información necesaria para formar a un ser vivo, así que no han sido pocos los que rápidamente han comenzado a coquetear con la creación de un Parque Jurásico. Pero mantengamos la calma ¿qué hay de cierto en todo esto? Porque recuperar información de especies extintas no es tan sencillo como parece y si no que se lo pregunten al mamut.

Antes de nada ¿qué hay de mi mamut?

Hace tiempo que se habla de devolver especies a la vida siendo el mamut lanudo (Mammuthus primigenius) la más famosa de todas. En el hielo de Siberia se han encontrado ejemplares cuya carne piel y pelo se ha mantenido hasta nuestra época. Hablamos de restos que rondan los 20.000 o 60.000 años de antigüedad. Los intentos por traerlos de vuelta a la vida han sido muchos, pero hasta ahora no ha habido grandes éxitos.

Es cierto que los científicos han conseguido extraer de unas células de su piel el núcleo donde se encuentra su ADN e introducirlo en el óvulo de una elefanta. Las buenas noticias es que algunos genes (algo así como los paquetes de información del ADN) se reactivaron tratando de poner en marcha sus funciones y desencadenar la síntesis de proteínas de mamut. Sin embargo, el material genético estaba tan dañado que las células no sobrevivieron demasiado y fueron incapaces de dividirse.

Todo esto es lo esperable, en realidad. El ADN es una molécula delicada cuya información puede deteriorarse o perderse por completo con relativa facilidad. Se estima que en poco más de 500 años la mitad de su información se puede dar por perdida y que en pocos miles de años su deterioro es casi total. En casos de frío extremo y en un entorno ni demasiado ácido ni excesivamente seco, se supone que estos tiempos podrían alargarse, pero ¿cuánto más?

Lyuba, la cría de mamut lanudo congelada en el permafrost de la 
península de Yamal (Rusia)  durante 28 mil años./Foto:/Ruth Hartnup
A todo esto, ha de sumarse otra complicación, que es la de la propia clonación. Algo que se nos resiste incluso con especies cuyo ADN conocemos a la perfección, como el caso del bucardo (Capra pyrenaica pyrenaica), una subespecie de cabra montesa que, tras su extinción, tratamos de recuperar. Lo conseguimos, pero durante apenas unos minutos antes de que se extinguiera por segunda vez.

Todo esto es más importante de lo que parece, porque en el caso de los dinosaurios todas estas complicaciones se multiplican. En primer lugar, su ADN tendría, como poco, unos 66 millones de años. En segundo, necesitaríamos una célula viva en la que introducir su material genético, e incluso sus parientes más cercanos son bastante distintos a ellos, por lo que la clonación sería infinitamente más complicada que en el caso del bucardo. Así que, ahora sí: sabiendo esto ¿qué es lo que han encontrado realmente los científicos?

Inmunotrucos

Habrá quien diga que no es novedad encontrar ADN de dinosaurio, y tendrá parte de razón, porque recordemos que biológicamente las aves son dinosaurios, dinosaurios avianos, pero dinosaurios, al fin y al cabo. Otros dirán que ya se había encontrado tejido no fosilizado del mismísimo tiranosaurio y también tendrán razón. Aunque en este caso no solo se ha encontrado colágeno y otras proteínas, sino lo que a todas luces parecen fragmentos de ADN. Pero ¿cómo pueden estar tan seguros los investigadores?

La secuencia de hechos fue la siguiente. A grandes rasgos, estaban estudiando un corte del cartílago de un joven hadrosaurio. Se trataba concretamente de un Hypacrosaurus stebingeri, un dinosaurio de pico de pato cuyo cartílago empezaba a calcificarse transformándose en hueso. Observándolo bajo el microscopio, la investigadora principal, Aida M. Bailleul, se percató de algo llamativo. Dos de sus células células parecían estarse dividiendo. Es más, en una de ellas, el ADN semejaba haber fosilizado cuando todavía estaba apretujado y ordenado, formando esas formas en cruz llamadas cromosomas. Con algo tan excepcional la pregunta era demasiado tentadora para no hacerla: ¿y si en realidad no estaba fosilizado?

La forma de comprobarlo es con técnicas de inmunofluorescencia e inmunohistoquímica, que básicamente implica utilizar unas moléculas llamadas anticuerpos como rastreadores. Los anticuerpos te sonaran por ser estructuras liberadas por nuestras células inmunitarias, capaces de reconocer a bacterias o virus concretos, como balas mágicas que solo atacan a su objetivo. Las técnicas que hemos nombrado se aprovechan de estas propiedades y modifican los anticuerpos para que no solo busquen las estructuras que nos interesen, sino que arrastren con ellas un marcador, una señal que tiña de algún modo el lugar a donde vayan a parar.

En el caso de los fósiles toda esta maravilla no funciona, porque los tejidos se han mineralizado perdiendo los lugares a los que los anticuerpos deberían de unirse. La contraparte de todo esto es que, si aplicándolos a un fósil, se adhieren a él tiñéndolo, querrá decir que han encontrado tejido no fosilizado. Así que eso hizo el equipo, y el resultado fue increíble.

Este fósil puede contener trazas

Probaron con varios marcadores y encontraron fragmentos de colágeno no fosilizados y otras moléculas que, por sí solas, habrían sido un descubrimiento de primer nivel. Sin embargo, eso no era todo. La estructura que parecía ser una ADN condensado en cromosomas se había coloreado con, precisamente, los anticuerpos hechos para detectar material genético.

Esto es lo que por ahora conocemos, y aunque parezca poco es una gran noticia. Lo más probable es que se trata de restos completamente deslavazados y sea imposible obtener información relevante de la secuencia genética del dinosaurio. Sin embargo, estas trazas son un canto a la esperanza. Nos dicen que deben existir condiciones en las que el ADN consiga sobrevivir un tiempo enormemente superior a lo que habíamos pensado hasta ahora. El motivo de esta conservación tan excepcional no está del todo claro, aunque se apunta a que, al encontrarse condensado el ADN en cromosomas y estar en cartílago en lugar de hueso (que es menos poroso) podría haber estado más protegido de las inclemencias del entorno.

Sin embargo, es posible que hayas leído algunas críticas a su trabajo. Ciertos investigadores sugieren que este ADN podría tratarse de una contaminación, que realmente no fuera del dinosaurio, sino de algún microorganismo que hubiera colonizado la muestra o incluso de los propios investigadores. La respuesta de los autores del artículo es clara: el estudio ha sido hecho en condiciones de extremo cuidado y la localización del tinte coincide con el lugar donde parecían estar los cromosomas.

En cualquier caso, se trata de críticas sensatas. Trabajar con ADN es algo muy sensible y la contaminación es tan fácil que las condiciones de esterilidad se vuelven casi una obsesión para los científicos. Es pronto para afirmar más allá de toda duda que los restos de ADN sean realmente de hadrosaurio, y aunque conviene mantenerse escépticos, si finalmente están en lo cierto, podría ser uno de los mayores descubrimientos de las últimas décadas. Tal vez no como promesa de la desextinción, pero sí como un inconmensurable paso en el campo de la paleontología molecular, ayudándonos a entender mejor que nunca quiénes eran aquellos extraños antepasados de nuestras aves.

QUE NO TE LA CUELEN:

Los estudios de ADN antiguo, que así se llaman, se remontan a la década de los 80. No son nada nuevo y por aquel entonces se encontraron trazas de ADN legible en un ejemplar disecado de quagga (Equus quagga quagga) de la Universidad de Berkeley, una subespecie extinta de cebra común.
Cuando se realizan este tipo de descubrimiento, otros científicos no tardan en sugerir que pueda deberse a un error de los investigadores. Sin embargo, estamos ante un caso bastante seguro y la posibilidad de contaminación es baja, aunque existe, por supuesto.

REFERENCIAS:



sábado, 14 de marzo de 2020

Sin antecedentes: hallan en la Antártida la piel petrificada de un pingüino que vivió hace 43 millones de años

Pertenece a un animal que medía 1,8 metros de altura. Científicos del CONICET pudieron inferir la posición y densidad de las plumas.

El ala fósil hallada. FOTO: gentileza investigadores
El denominado continente blanco supo ser una región de clima templado a frío con mucha vegetación y bosques de tipo andino-patagónicos como los que hoy predominan en Tierra del Fuego. En ese ambiente de fauna diversa, los primeros pingüinos aparecieron hace unos 60 millones de años y paulatinamente se fueron convirtiendo en las aves costeras más numerosas, de ahí la enorme cantidad de fósiles que se han colectado en territorio antártico desde que comenzaron a hacerse allí exploraciones científicas. Si bien todos los rastros hallados son valiosos y aportan información sobre la biología y ecología de tiempos remotos, de vez en cuando aparece algún material que destaca por sobre los demás y es considerado una verdadera joya paleontológica. En esta ocasión, ese lugar le corresponde al ala de un animal que no sólo conserva sus huesos y articulaciones intactas sino también, y he aquí la sorpresa, la piel.

Carolina Acosta Hospitaleche ha participado de una decena de campañas
 antárticas. Foto: gentileza investigadores
“Único en el mundo”, enfatiza Carolina Acosta Hospitaleche, investigadora del CONICET en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (FCNyM, UNLP), cuando habla del resto fósil que, con 43 millones de años de antigüedad, conserva la piel de un pingüino petrificada en ambos lados del ala envolviendo los huesos articulados en su posición original. “Pertenece a una especie llamada Palaeeudyptes gunnari, animales de 1,8 metros de altura que habitaron el lugar durante una época llamada Eoceno. Es la primera vez que se encuentra un material con este grado de conservación correspondiente a un ejemplar primitivo de aves que todavía existen”, relata la científica, encargada junto a colegas del estudio del fragmento colectado 2014 en el marco de la campaña de verano del Instituto Antártico Argentino (IAA, DNA), y cuya descripción acaban de publicar en la revista científica Lethaia.

Desde su hallazgo, el ala estaba guardada en la colección de vertebrados fósiles del Museo de La Plata, que con alrededor de 16 mil piezas es una de las más completas del mundo. Fue ordenando y catalogando los materiales que Martín de los Reyes, técnico del IAA con lugar de trabajo en la FCNyM, se topó con ella. “Me llamó la atención porque estaba cubierta por una costra muy particular alrededor del hueso. Cuando se lo comenté a Carolina, arrancó la investigación que nos permitió probar nuestra sospecha: era la piel mineralizada”, relata. Los análisis consistieron en observaciones con lupas binoculares para compararla con el tejido de los pingüinos actuales; y el examen de la cobertura a través de un microscopio electrónico de barrido, donde verificaron que las fibras de la dermis también están preservadas.

Detalle de los folículos de inserción de las plumas. Foto: gentileza investigadores
En el estudio comparativo con las especies actuales, los expertos hicieron foco en la densidad de los folículos o “agujeritos” donde se insertaba el plumaje. “La piel está desnuda pero no es blanda como podría ser la de una momia, sino que está fosilizada, es decir, transformada en roca”, describe Acosta Hospitaleche. Las cavidades que habrían contenido a las plumas muestran un patrón y distribución similares a los pingüinos modernos, aunque en estos últimos la concentración es mucho mayor, teniendo en cuenta que viven en aguas heladas. “Lo que nos deja ver este rastro es la adquisición temprana de características ligadas a la adaptación al frío, modificaciones que ya desde ese momento  les permitieron a estos grupos primitivos tolerar temperaturas más bajas y por ende diversificarse y dispersarse por los mares del Hemisferio Sur, donde residen hasta el presente”, concluyen.

Aves con pseudodientes

En paralelo al trabajo de los pingüinos se reportó otra novedad científica de la Antártida, esta vez en la revista Journal of South American Earth Sciences. Se trata de dos mandíbulas pertenecientes a pelagornítidos, una familia extinta de aves marinas caracterizadas por tener pseudo o falsos dientes y de la que este nuevo hallazgo deja ver que la diversidad de especies que la formaban era aún más amplia de lo que se creía. Con diez campañas antárticas en su haber, Acosta Hospitaleche también es autora de este estudio.

El ala perteneció a una especie de pingüino que medía 1,8 metros de altura. 
Foto: gentileza investigadores
“Hablamos de pseudodientes o dentículos porque no eran como los nuestros, con esmalte, dentina e insertos en un alvéolo, sino que se trataba de prolongaciones del hueso del pico, que se extendía y formaba esas estructuras con la misma apariencia y función de los dientes, aunque más frágiles”, relata la investigadora. Las mandíbulas descriptas en el trabajo se suman a otras encontradas en campañas anteriores, como así también a fragmentos óseos del cráneo, curiosamente todos diferentes entre sí, lo cual confirma que en la Antártida no habitó una sola especie de pelagornítido sino que coexistieron muchas y de diversos tamaños: mientras que algunos medían cuatro metros con las alas extendidas, los más grandes alcanzaban los siete metros.

También los pseudodientes, se pudo observar, variaron su tamaño con el paso del tiempo: mientras que los más primitivos medían alrededor de 2 milímetros, a medida que evolucionaban fueron creciendo, y en las mandíbulas más recientes aparecen algunas piezas de más de 1 centímetro de altura. “En realidad, los pelagornítidos existieron en todo el mundo, con un rango de aparición temporal muy amplio: desde hace 60 millones de años hasta unos 5 millones”, explica Acosta Hospitaleche, y continúa: “Eran aves planeadoras de hábitos costeros que fueron muy exitosas hasta que aparecieron los albatros y petreles, dos especies con una morfología y modos de vida muy similares, y que al ocupar el mismo nicho ecológico, que es no sólo el lugar físico sino también la función en la comunidad, los fueron desplazando hasta hacerlos desaparecer”.

Referencias bibliográficas:

Acosta Hospitaleche, C., De Los Reyes, M., Santillana, S., & Reguero, M. 2019: First

fossilized skin of a giant penguin from the Eocene of Antarctica. Lethai. DOI: https://doi.org/10.1111/let.12366

Acosta Hospitaleche C., Reguero M. Additional Pelagornithidae remains from Seymour Island, Antarctica. Journal of South American Earth Sciences. DOI: https://doi.org/10.1016/j.jsames.2020.102504

Sobre Investigación:

Carolina Acosta Hospitaleche. Investigadora independiente. FCNyM, UNLP.

Martín De Los Reyes. Técnico IAA. FCNyM, UNLP.

Sergio Santillana. IIA.

Marcelo Reguero. Profesional principal. FCNyM, UNLP.

Carolina Acosta Hospitaleche. Investigadora independiente. FCNyM, UNLP.

Marcelo Reguero. Profesional principal. FCNyM, UNLP.

viernes, 13 de marzo de 2020

Los estegosaurios también habitaron Escocia

Unas 50 huellas identificadas en la Isla de Skye (Escocia) han ayudado a confirmar que los estegosaurios, con sus placas dorsales en forma de diamante, deambularon allí hace 170 millones de años.   

Recreación artística de dinosaurios en la isla de Skye - JON HOAD
El yacimiento, en la costa noreste de la isla, que en ese momento era una marisma en el borde de una laguna poco profunda en una isla perdida en el Atlántico, contiene una mezcla de huellas y revela que los dinosaurios en Skye eran más diversos que previamente pensado.

Un equipo de paleontólogos de la Universidad de Edimburgo descubrió una corta secuencia de huellas distintivas, ovales y huellas de manos pertenecientes a un estegosaurio, dejadas por un animal joven o un miembro de cuerpo pequeño de la familia de estegosaurios mientras deambulaba por la marisma. Publican resultados en PLOS ONE.

El descubrimiento significa que el yacimiento de Brothers 'Point, llamado Rubha nam Brathairean en gaélico, ahora es reconocido como uno de los registros fósiles más antiguos conocidos de este importante grupo de dinosaurios encontrado en cualquier parte del mundo. Los estegosaurios grandes podrían crecer hasta casi 9 metros de largo y pesar más de seis toneladas.

Skye es uno de los pocos lugares del mundo donde se pueden encontrar fósiles del período Jurásico Medio. Los descubrimientos en la isla han proporcionado a los científicos pistas vitales sobre la evolución temprana de los principales grupos de dinosaurios, incluidos los enormes saurópodos de cuello largo y los feroces primos carnívoros de Tyrannosaurus rex.

El estudio fue apoyado por una subvención de la National Geographic Society. También participaron científicos de los Museos Nacionales de Escocia, la Universidad de Glasgow, la Universidad Federal de Río de Janeiro y el Museo Staffin en la Isla de Skye.

Paige dePolo, estudiante de doctorado en la Facultad de Geociencias de la Universidad de Edimburgo, que dirigió el estudio, dijo: "Estas nuevas pistas nos ayudan a tener una mejor idea de la variedad de dinosaurios que vivieron cerca de la costa de Skye durante el Jurásico Medio de lo que podemos extraer del registro fósil del cuerpo de la isla. En particular, las huellas de Deltapodus dan buena evidencia de que los estegosaurios vivían en Skye en este momento".

El doctor Steve Brusatte, también de la Facultad de Geociencias, que participó en el estudio y dirigió el equipo de campo, destaca: "Nuestros hallazgos nos dan una imagen mucho más clara de los dinosaurios que vivieron en Escocia hace 170 millones de años". 

"Sabíamos que había saurópodos gigantes de cuello largo y carnívoros del tamaño de un jeep, pero ahora podemos añadir a esa lista los estegosaurios de espalda plateada --apunta--, y tal vez incluso primos primitivos de los dinosaurios de pico de pato. Estos descubrimientos hacen de Skye uno de los mejores lugares del mundo para entender la evolución de los dinosaurios en el Jurásico Medio".

Por un derrumbe se pierden valiosas huellas de dinosaurios gigantes en el sur de Bolivia

Fue en un sitio paleontológico descubierto el año pasado. Reclaman medidas de preservación del lugar.

Así quedó el sitio paleontológico tras el derrumbe de parte de un cerro. 
Foto gentileza David Maygua Vidaurre
Un sitio paleontológico con más de 300 huellas de dinosaurios ubicado en la región boliviana de Tarija, a poco más de 100 kilómetros de la frontera con Argentina, sufrió graves daños por el derrumbe de parte de un cerro. Se perdieron alrededor de 30 pisadas prehistóricas de saurópodos y terópodos.

Su destrucción fue causada por las torrenciales lluvias y la falta de trabajos de preservación desde su descubrimiento, a comienzos de septiembre de 2019.

“El presente evento geológico logró tapar y arrastrar al sexto nivel portador de icnitas o huellas de dinosaurios, ocasionando la pérdida de alrededor de 30 pisadas de diferentes tamaños”, explicó el geólogo Gustavo Méndez, quien descubrió este sitio paleontológico.

Ante esta situación, Méndez les sugirió a las autoridades locales e instituciones estatales a preocuparse por evaluar y cuantificar el daño, además de rescatar moldes para su traslado al Museo del Gobierno Municipal de Entre Ríos, la localidad de Tarija más cercana.

El lugar contaba con seis niveles geológicos que tienen huellas de dinosaurios y ahora sólo quedan cinco.

Según Méndez, sin trabajos de preservación aún existe el riesgo de que se pierdan más pisadas de al menos el 85% del total descubierto.

Entre Ríos es una pequeña ciudad y municipio de Bolivia, capital de la provincia O'Connor y está situada a 110 kilómetros al Este de la ciudad de Tarija.

Según los especialistas, las huellas están en un lugar que fue una playa de lago o marina en el pasado y donde los dinosaurios se movían e iban pisando barro. Todo ese material con el tiempo se petrificó y posteriormente vinieron los fenómenos de la formación de Los Andes en los que las rocas se plegaron y fracturaron como está en la actualidad.

Encontrado un dinosaurio carnívoro más pequeño que un colibrí conservado en ámbar

El Oculudentavis, hallado en un yacimiento de Myanmar, vivió hace casi cien millones de años en una región donde se han descubierto más de 1.000 nuevas especies conservadas en resina 

Cráneo del Oculudentavis conservado en ámbar. LIDA XING
En lo que hoy es el norte de Myanmar se han encontrado minas de ámbar que han conservado un mundo perdido desde hace 99 millones de años. En aquel tiempo, infinidad de animales quedaron atrapados mucho antes de pudrirse en la resina que fluía de los árboles, conservando su anatomía con un grado de detalle excepcional. Según contaba un artículo de Science, solo en 2018 se publicaron los descubrimientos de 321 especies conservadas en ámbar de Birmania. En total se han encontrado más de 1.000. 

En esta región del mundo se ha hallado también una criatura que se presenta en la revista Nature. Se trata de un cráneo diminuto de dinosaurio, el de menor tamaño conocido de toda la era Mesozoica, el tiempo de estos animales que se han hecho famosos por su tamaño descomunal. El Oculudentavis khaungraae, como se le ha bautizado, era parecido a un ave, pero tenía ojos similares a los de un lagarto, con rasgos que sugieren una pupila pequeña, algo que indica que estaba preparado para vivir durante el día.

Una segunda característica que destacan los autores, un equipo internacional de científicos de universidades chinas y norteamericanas, son los pequeños dientes del animal, un rasgo que ya no tienen las aves modernas, pero que comparten muchos de sus ancestros del Mesozoico. Sin embargo, según puntualiza en otro artículo de Nature Roger Benson, de la Universidad de Oxford, el Oculudentavis tenía más dientes que otras aves de su época y llegaban hasta la parte de atrás de su mandíbula, justo debajo del ojo. Esta disposición indica que el nuevo espécimen era un depredador que se alimentaría de pequeños invertebrados. Esta dieta hace diferente a esta especie de colibrí dinosaurio de otras pequeñas aves modernas, como el pájaro mosca, que con sus cinco centímetros y dos gramos de peso es el ave más pequeña que se conoce y se alimenta de néctar.

HAN ZHIXIN
El Oculudentavis estaría a medio camino entre las aves del Cretácico, el periodo que acabó hace algo más de 66 millones de años con la caída de un asteroide, y dinosaurios como el Archaeopteryx, el famoso animal alado que vivió en el Jurásico, hace 150 millones de años.

Los restos conservados en yacimientos de ámbar como los de Myanmar tienen muchas ventajas respecto a los que quedan fosilizados en otros minerales, sobre todo si los animales son pequeños. La resina impregna el cadáver de tal forma que no destruye algunas partes frágiles como la piel o las plumas.

Por último, el propio tamaño del Oculudentavis dice algo sobre el entorno que vivió hace casi 100 millones de años. La miniaturización es algo que suele estar relacionado con la vida en entornos aislados así que es probable que el pedazo de ámbar que cubrió a este animal se formó en una isla en el mar que se extendía al norte de la India cuando el subcontinente aún no se había encajado en el lugar del mundo que ocupa hoy.

Además de servir para reconstruir la historia de la era de los dinosaurios, los yacimientos de ámbar de la región son una fuente de ingresos por la que pelean facciones enfrentadas en la región de Kachin. Según Science, gran parte del ámbar repleto de especímenes de gran valor se introduce por contrabando en la cercana ciudad china de Tengchong, donde se vende a científicos, joyeros y coleccionistas. En algunos casos, especímenes tan valiosos como el Oculudentavis pueden acabar colgando del cuello de alguien que no conoce su significado.

martes, 10 de marzo de 2020

Una quedada mesozoica: Salas de los Infantes


Nos adentramos en tierras burgalesas, hacia el Museo de Dinosaurios de Salas de los Infantes, tierra de dinosaurios por derecho y visita obligada para cualquier curioso de la paleontología.

En el interior del Museo nos esperaba Fidel Torcida, Director del Museo, que tuvo la deferencia de mostrarnos los secretos que se esconden tras los fósiles. Por desgracia algunos de los lugares más interesantes del entorno de Salas de los Infantes, como las huellas de “Atila” (en el yacimiento cercano de Costalomo), pertenecientes a un dinosaurio carnívoro de gran porte, solo los podemos conocer mediante las fotografías de los paneles, las réplicas a escala real y maquetas en miniatura del yacimiento. No hay financiación para proteger y divulgar, con la seguridad necesaria, un yacimiento tan excepcional.

Diente (izq.) y parte de la mano (dcha.) de Baryonyx.
Pero fuera de los paneles, el Museo de Dinosaurios posee una interesante colección con fósiles originales recuperados en Salas de los Infantes y sus alrededores. Junto a Fidel recorrimos cada una de las vitrinas, desde el holotipo de Arcanosaurus ibericus, una hilera de vértebras dorsales y caudales que dan nombre a un género único en el mundo, hasta la mano de un joven pero temible Baryonyx. Un dinosaurio carnívoro de gran tamaño que probablemente habitaba cerca de ríos y lagos, donde pescaba peces, su principal fuente de alimento.

Púas y placas sobre el lomo, defensa inexpugnable de los herbívoros acorazados, ornamentos duros y de una gran densidad ósea que potenciaban su fosilización. Como contrapunto los estilizados y más pequeños fósiles de los “dinosaurios gacela”, los Hypsilophodon ágiles y de mediano tamaño, que posiblemente se movieron en manada. Una muestra de la variedad de formas herbívoras de dinosaurio de Burgos.
Fidel Torcida nos recordó que hay especies aún en estudio y que falta mucho por conocer de los ornitópodos salenses.

Fémur de Demandasaurus darwini.
Entre uñas “estilete” de Iguanodon, y otras muchas otras partes fosilizadas del esqueleto de este tipo de dinosaurios herbívoros de gran tamaño, nos acercamos a un dinosaurio con “nombre propio”, y es que Demandasaurus darwini es algo más que un dinosaurio. Demandasaurus es un símbolo, es deporte (da nombre a una consolidada marcha de montaña) y es la conexión del pueblo con el patrimonio. Sus huesos no tienen secretos para el Director del Museo, que con entusiasmo describe sus características más interesantes, esas autopomorfías que lo definen como especie.

Las vitrinas se agotaron, pero nos aguardaba una sorpresa. Solo había una forma de acabar el recorrido por el museo. Europatitan eastwoodi fue descrito en 2017, y desde entonces ocupa parte del espacio de almacén-laboratorio donde se ve obligado a coexistir con momias (fósiles extraídos envueltos en espuma de poliuretano para su protección) de excavaciones recientes. La movilidad es reducida para quienes trabajan allí y como “piojos en costura” contemplamos el fósil con entusiasmo. A través de los ojos de Fidel, Europatitan nos muestra sus sacos aéreos y los abundantes huecos en las vértebras, trucos todos ellos, para aligerar su peso. Un titán que motivó muchas preguntas respecto a dichas adaptaciones. Un enigma “de cuello largo” y 35 toneladas que de momento no tiene hueco en el museo.

Después llegó el ambiente distendido y las compras de rigor, porque es difícil resistirse a comprar un dinosaurio de vez en cuando. Y entre risas y agradecimientos nos despedimos de Fidel.

Y como nunca está de más, reiteramos los agradecimientos al Museo de Dinosaurios de Salas de los Infantes y particularmente a Fidel Torcida Fernández-Baldor, por el trato cordial y cercano y por sus excelentes explicaciones. A Luis Ángel, por recibir siempre a los visitantes del Museo y aguantar mis chácharas. Y obviamente a Javier Urién, con quien siempre es fácil hablar y que acepta de buena gana las propuestas que lanzo cada cierto tiempo. Gracias a todos porque sois geniales.
Y recordaré que esta historia comenzaba con una quedada, con unos nicks en Twitter y la loca idea de quedar para conocer a quienes hasta entonces eran desconocidos. Ya lo hemos dicho todo en estos días posteriores a la excursión, ha sido un placer conoceros y espero que esta no haya sido la última vez en la que los Dinosaurios nos unen. Hasta pronto.


Autor texto: Germán Zanza López.
Autor fotografías: (1-4) Museo Dinosaurios Salas, (2-3) Conjunto Vacío.
Autor fotografía pie de la entrada: Conjunto Vacío.


Una quedada mesozoica: Icnitas de Soria

Made in Pangea

El Sábado 29 de Febrero viajé en el tiempo, y no me refiero únicamente a la temática que nos envolvió, con huellas de dinosaurios y fósiles de hace más de 100 millones de años. Aquel día me trasladé a una época de Foros y chats de internet, ese tiempo en el que era “habitual” quedar para desvelar los rostros que se ocultaban tras nicks que acumulaban horas de conversaciones con las que se forjaban peculiares amistades.

Yacimiento Fuente Lacorte - El Frontal.
El marco en esta ocasión era Twitter y el año el 2020, lejos han quedado esos foros pero la esencia, en parte, es la misma, gente unida por gustos comunes y ganas de chanza para pasar un rato agradable.

Soria nos cobijó y nuestra anfitriona nos guio con acierto por los más destacables yacimientos con icnitas de dinosaurios de la provincia. Durante la ruta surgió el recuerdo de Sara García Cámbara, una entrañable mujer que falleció el 23 de noviembre de 2016 a los 85 años. Custodia de las huellas y guía improvisada, mostraba las huellas de dinosaurio de Bretún a los visitantes que se acercaban al modesto pueblo.

Saurópodo de Salgar de Sillas.
La ruta comenzó en Los Campos, en el yacimiento de Salgar de Sillas, el único yacimiento protegido por una tejavana que minimiza la erosión. Entre todas las huellas, de terópodo y ornitópodo, destaca el rastro de un saurópodo de gran tamaño. Pero además de su tamaño es muy llamativo un reborde que dejó el pie al desplazar el barro, esos detalles y el buen estado de conservación hacen de este yacimiento visita obligada en la ruta.

En Santa Cruz de Yanguas vimos dos yacimientos en los que predominan las huellas de ornitópodos. Rastros muy interesantes pero que después de Salgar de Sillas, supieron a poco. Y es que el nivel quedó muy alto desde el principio.

Pero ahí estaba Bretún, y el recuerdo de Sara, para devolver el entusiasmo a éste loco de las icnitas. En el yacimiento de Fuente Lacorte – El Frontal, es muy claro el rastro de un dinosaurio a la carrera y otras curiosas huellas en las que quedó impreso el cuarto dedo de las patas traseras. La sorpresa definitiva llegó cuando al entrar en una de las calles de Bretún nos topamos con el yacimiento El Corral de la Peña. Se discute si el rastro tridáctilo es de un terópodo u ornitópodo, pero es el menor de los males cuando entre los portales de las casas puedes ver huellas de dinosaurio. ¿Cómo no recordar en semejante escenario las leyendas de tiempos pasados? Que explicaban la existencia de aquellas huellas, de tres dedos, atribuyéndolas a algún tipo de gallina gigante. Y es que aquellas gentes de alguna manera tenían que aliviar el peso de no tener respuesta ante tal cuestión, huellas similares a las de las aves marcadas en la piedra.

Vista de Bretún desde uno de los yacimientos.
El yacimiento de Fuentesalvo, con su modestia, puso la guinda a una mañana de icnitas por Soria. Solo faltaba recuperar energía con una merecida comida y continuar nuestro viaje hacia Salas de los Infantes, donde nos esperaba el Museo de Dinosaurios.


Autor texto: Germán Zanza López.
Autor fotografías: Conjunto Vacío.
Autor fotografía pie de la entrada: Germán Zanza.