No es la primera vez que se encuentra ADN de dinosaurio,
pero es la primera vez que este podría no estar fosilizado.
Cráneo de una cría de Hypacrosaurus stebingeri en el museo
de las Rocosas
en Bozeman, Montana./Foto:/Creative Commons
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En plena epidemia de coronavirus es difícil abrirse paso
hasta noticias científicas que no hablen del problema, pero existen y no son
triviales. El 4 de marzo se publicó en National Science Review un artículo que
sugería haber encontrado los primeros restos no fosilizados de ADN de
dinosaurio. El ADN es la molécula que guarda la información necesaria para
formar a un ser vivo, así que no han sido pocos los que rápidamente han
comenzado a coquetear con la creación de un Parque Jurásico. Pero mantengamos
la calma ¿qué hay de cierto en todo esto? Porque recuperar información de
especies extintas no es tan sencillo como parece y si no que se lo pregunten al
mamut.
Antes de nada ¿qué hay de mi mamut?
Hace tiempo que se habla de devolver especies a la vida
siendo el mamut lanudo (Mammuthus primigenius) la más famosa de todas. En el
hielo de Siberia se han encontrado ejemplares cuya carne piel y pelo se ha
mantenido hasta nuestra época. Hablamos de restos que rondan los 20.000 o
60.000 años de antigüedad. Los intentos por traerlos de vuelta a la vida han
sido muchos, pero hasta ahora no ha habido grandes éxitos.
Es cierto que los científicos han conseguido extraer de unas
células de su piel el núcleo donde se encuentra su ADN e introducirlo en el
óvulo de una elefanta. Las buenas noticias es que algunos genes (algo así como
los paquetes de información del ADN) se reactivaron tratando de poner en marcha
sus funciones y desencadenar la síntesis de proteínas de mamut. Sin embargo, el
material genético estaba tan dañado que las células no sobrevivieron demasiado
y fueron incapaces de dividirse.
Todo esto es lo esperable, en realidad. El ADN es una
molécula delicada cuya información puede deteriorarse o perderse por completo
con relativa facilidad. Se estima que en poco más de 500 años la mitad de su
información se puede dar por perdida y que en pocos miles de años su deterioro
es casi total. En casos de frío extremo y en un entorno ni demasiado ácido ni
excesivamente seco, se supone que estos tiempos podrían alargarse, pero ¿cuánto
más?
Lyuba, la cría de mamut lanudo congelada en el permafrost de
la
península de Yamal (Rusia) durante 28 mil años./Foto:/Ruth Hartnup
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A todo esto, ha de sumarse otra complicación, que es la de
la propia clonación. Algo que se nos resiste incluso con especies cuyo ADN
conocemos a la perfección, como el caso del bucardo (Capra pyrenaica
pyrenaica), una subespecie de cabra montesa que, tras su extinción, tratamos de
recuperar. Lo conseguimos, pero durante apenas unos minutos antes de que se
extinguiera por segunda vez.
Todo esto es más importante de lo que parece, porque en el
caso de los dinosaurios todas estas complicaciones se multiplican. En primer
lugar, su ADN tendría, como poco, unos 66 millones de años. En segundo,
necesitaríamos una célula viva en la que introducir su material genético, e
incluso sus parientes más cercanos son bastante distintos a ellos, por lo que
la clonación sería infinitamente más complicada que en el caso del bucardo. Así
que, ahora sí: sabiendo esto ¿qué es lo que han encontrado realmente los
científicos?
Inmunotrucos
Habrá quien diga que no es novedad encontrar ADN de
dinosaurio, y tendrá parte de razón, porque recordemos que biológicamente las
aves son dinosaurios, dinosaurios avianos, pero dinosaurios, al fin y al cabo.
Otros dirán que ya se había encontrado tejido no fosilizado del mismísimo
tiranosaurio y también tendrán razón. Aunque en este caso no solo se ha
encontrado colágeno y otras proteínas, sino lo que a todas luces parecen
fragmentos de ADN. Pero ¿cómo pueden estar tan seguros los investigadores?
La secuencia de hechos fue la siguiente. A grandes rasgos,
estaban estudiando un corte del cartílago de un joven hadrosaurio. Se trataba
concretamente de un Hypacrosaurus stebingeri, un dinosaurio de pico de pato
cuyo cartílago empezaba a calcificarse transformándose en hueso. Observándolo
bajo el microscopio, la investigadora principal, Aida M. Bailleul, se percató
de algo llamativo. Dos de sus células células parecían estarse dividiendo. Es
más, en una de ellas, el ADN semejaba haber fosilizado cuando todavía estaba
apretujado y ordenado, formando esas formas en cruz llamadas cromosomas. Con
algo tan excepcional la pregunta era demasiado tentadora para no hacerla: ¿y si
en realidad no estaba fosilizado?
La forma de comprobarlo es con técnicas de
inmunofluorescencia e inmunohistoquímica, que básicamente implica utilizar unas
moléculas llamadas anticuerpos como rastreadores. Los anticuerpos te sonaran
por ser estructuras liberadas por nuestras células inmunitarias, capaces de
reconocer a bacterias o virus concretos, como balas mágicas que solo atacan a
su objetivo. Las técnicas que hemos nombrado se aprovechan de estas propiedades
y modifican los anticuerpos para que no solo busquen las estructuras que nos
interesen, sino que arrastren con ellas un marcador, una señal que tiña de
algún modo el lugar a donde vayan a parar.
En el caso de los fósiles toda esta maravilla no funciona,
porque los tejidos se han mineralizado perdiendo los lugares a los que los
anticuerpos deberían de unirse. La contraparte de todo esto es que, si
aplicándolos a un fósil, se adhieren a él tiñéndolo, querrá decir que han
encontrado tejido no fosilizado. Así que eso hizo el equipo, y el resultado fue
increíble.
Este fósil puede contener trazas
Probaron con varios marcadores y encontraron fragmentos de
colágeno no fosilizados y otras moléculas que, por sí solas, habrían sido un
descubrimiento de primer nivel. Sin embargo, eso no era todo. La estructura que
parecía ser una ADN condensado en cromosomas se había coloreado con,
precisamente, los anticuerpos hechos para detectar material genético.
Esto es lo que por ahora conocemos, y aunque parezca poco es
una gran noticia. Lo más probable es que se trata de restos completamente
deslavazados y sea imposible obtener información relevante de la secuencia
genética del dinosaurio. Sin embargo, estas trazas son un canto a la esperanza.
Nos dicen que deben existir condiciones en las que el ADN consiga sobrevivir un
tiempo enormemente superior a lo que habíamos pensado hasta ahora. El motivo de
esta conservación tan excepcional no está del todo claro, aunque se apunta a
que, al encontrarse condensado el ADN en cromosomas y estar en cartílago en lugar
de hueso (que es menos poroso) podría haber estado más protegido de las
inclemencias del entorno.
Sin embargo, es posible que hayas leído algunas críticas a
su trabajo. Ciertos investigadores sugieren que este ADN podría tratarse de una
contaminación, que realmente no fuera del dinosaurio, sino de algún
microorganismo que hubiera colonizado la muestra o incluso de los propios
investigadores. La respuesta de los autores del artículo es clara: el estudio
ha sido hecho en condiciones de extremo cuidado y la localización del tinte
coincide con el lugar donde parecían estar los cromosomas.
En cualquier caso, se trata de críticas sensatas. Trabajar
con ADN es algo muy sensible y la contaminación es tan fácil que las
condiciones de esterilidad se vuelven casi una obsesión para los científicos.
Es pronto para afirmar más allá de toda duda que los restos de ADN sean
realmente de hadrosaurio, y aunque conviene mantenerse escépticos, si
finalmente están en lo cierto, podría ser uno de los mayores descubrimientos de
las últimas décadas. Tal vez no como promesa de la desextinción, pero sí como
un inconmensurable paso en el campo de la paleontología molecular, ayudándonos
a entender mejor que nunca quiénes eran aquellos extraños antepasados de
nuestras aves.
QUE NO TE LA CUELEN:
Los estudios de ADN antiguo, que así se llaman, se remontan
a la década de los 80. No son nada nuevo y por aquel entonces se encontraron
trazas de ADN legible en un ejemplar disecado de quagga (Equus quagga quagga)
de la Universidad de Berkeley, una subespecie extinta de cebra común.
Cuando se realizan este tipo de descubrimiento, otros
científicos no tardan en sugerir que pueda deberse a un error de los
investigadores. Sin embargo, estamos ante un caso bastante seguro y la
posibilidad de contaminación es baja, aunque existe, por supuesto.
REFERENCIAS:
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