Circuitos / San Juan
Las geoformas y los fósiles del Valle de la Luna revelan
misterios de hace millones de años y recrean un territorio donde vivieron
dinosaurios. La semana pasada, la erosión del viento y las lluvias derribó
parte de El Submarino, una de las llamativas figuras naturales del Parque
Provincial.
El Hongo, en el Valle Provincial Valle de la Luna, San Juan. |
Un gran libro sobre los orígenes de la Tierra, exhibido a
cielo abierto sobre el suelo de San Juan, modifica su contenido según los
dictados de la erosión del viento y el agua y las marcadas diferencias de
temperatura. A 300 kilómetros al noreste de San Juan capital, el paisaje desértico
del Parque Provincial Ischigualasto (más conocido como Valle de la Luna) es el
único lugar donde las huellas paleontológicas y las formaciones geológicas
ponen al descubierto todo el período Triásico –uno de los tres períodos que
completan la era Mesozoica– en forma completa y ordenada. Esto es, una
antigüedad de entre 180 y 230 millones de años.
La travesía hacia la prehistoria se empieza a acelerar
notablemente por la ruta 510 o, en territorio riojano, a través de la ruta 76,
que, 60 kilómetros antes de acercarse al relieve pedregoso del Valle de la
Luna, se abre paso entre los murallones rojizos de Talampaya. En este Parque
Nacional, tan enigmático como las 60 mil hectáreas del Valle de la Luna, el
camino se cuela entre esas moles de piedra de 120 a 150 metros de altura,
teñidas por el óxido de los minerales.
Primeras sorpresas
Más allá de la banquina se empiezan a plantar esculturas
imprevisibles. Son las llamativas siluetas que –aun en la actualidad– siguen
tallando las precipitaciones y los cálidos azotes del siempre enérgico zonda.
Una semana atrás, el viento intenso desatado sobre la provincia de San Juan
provocó el derrumbe de una de las dos columnas de piedra de la figura
popularizada como El Submarino. La columna se asemejaba a un periscopio de unos
50 metros de altura. “Cuando el bloque cayó, se desintegró. Llamativamente, se
desplomó la formación más grande. Pero la más endeble era la otra”, explicó
Silvio Atencio, interventor del Ente Autárquico Ischigualasto.
Las vacaciones de invierno sugieren una oportunidad
magnífica para observar El Submarino esculpido a nuevo por las fuerzas
naturales. Inesperadamente, ese atractivo se suma al ciclo “Música clásica y
tango en Ischigualasto”, que animan parejas de bailarines y temas clásicos,
populares y típicos, interpretados por la orquesta de cámara Opus 7, en un
escenario montado en el Parque Provincial hasta el 26 de julio. La propuesta
artística de invierno en Valle de la Luna también contempla atracciones para
los chicos. La gran novedad es la muestra “Dinosaurio marioneta”, también hasta
el próximo domingo, todos los días de 9 a 16.
El fenómeno se inscribe en las características dinámicas
que presenta el Parque. Por eso, es posible suponer que en algún momento el
desgaste de la erosión permanente desplomará o modificará el aspecto de las
formaciones icónicas que admiran los turistas –El Hongo, El Centinela, La
Esfinge, Las Bandejas, El Rey Mago sobre el Camello, El Tablero de Ajedrez,
Iglesia Abandonada y El Gusano–, como ocurrió con La Lámpara de Aladino,
desdibujada hace dos décadas y media. La imagen de imponencia e inalterabilidad
tambalea ante el efecto abrasivo de guijarros y partículas de arena,
especialmente en los estratos sostenidos por areniscas. Mientras tanto, las
capas carbonosas, que delinean mogotes y rocas, resisten más.
El recorrido más completo del Valle de la Luna se extiende 40 kilómetros y demanda unas tres horas y media en auto, matizado por varias paradas y caminatas cortas. Sin dudas, las figuras estelares del itinerario son las gigantescas formaciones de piedra y arcilla. El circuito diurno tradicional brinda la posibilidad de acercarse hasta la secuencia de enormes geoformas. Los visitantes suelen permanecer en silencio, observando embelesados esas piezas de extraña belleza esculpidas durante milenios. Otras sensaciones, bien diferentes, despierta el manto oscuro de la noche, cuando se realiza el trekking guiado de dos horas discretamente iluminado por la luna llena.
El solitario paisaje lunar termina de configurarse en el
Valle Pintado y la Cancha de Bochas, donde el gris predominante del suelo
contrasta con el cielo diáfano de San Juan –reconocido mundialmente por los
astrónomos– y las Barrancas Coloradas, que se yerguen sobre la línea del
horizonte.
Fauna extinguida
Si bien Ischigualasto todavía atesora muchos secretos, es
posible rastrear las huellas de los reptiles más antiguos del planeta y fósiles
de especies de fauna extinguida, como el herrerasaurus –un carnívoro que vivió
hace 231 millones de años, descripto por Osvaldo Roig en 1963– y el eoraptor
lunensis , un saurópodo de no más de un metro de largo y 30 centímetros de
altura. Los científicos de la Universidad Nacional de San Juan siguen
estudiando meticulosamente el yacimiento arqueológico, en procura de nuevas
certezas sobre el pasado más remoto. Algunas conclusiones de su trabajo de
campo son transmitidas al público en el flamante Museo de Sitio William Sill,
inaugurado el 23 de junio pasado en la mitad del recorrido por el parque.
Los misterios insondables del Valle de la Luna atrapan en
este territorio árido de 50 kilómetros de largo por 15 kilómetros de ancho a
turistas, baqueanos, historiadores y científicos. Incluso renombrados geólogos,
paleontólogos, antropólogos y biólogos se resignan a llevarse de aquí muchas
más incógnitas que certezas. Pero eso sí: indefectiblemente, el impacto visual
ante la poderosa presencia de las formas cinceladas en las laderas de las
montañas, que impiden cualquier acción transformadora que intente el hombre,
provoca conmoción.
De la persistente acción de la naturaleza resultan
imponentes murallones, árboles petrificados, fósiles de plantas y dinosaurios y
el viento obstinado, que sigue moldeando el paisaje a gusto. Muchos coinciden
en señalar que la panorámica más sugerente de Los Colorados (el sector más
nuevo de Ischigualasto, del Triásico Superior) se obtiene desde El Hongo. La
proporciona el marcado contraste de colores, acentuado cuando atardece. El rojo
ladrillo es salpicado por tonalidades verdes y ocres, que resaltan otras
figuras estilizadas de piedra. Por fin, el viento parece aquietarse y amaga con
dejar de tallar figuras que remiten a tiempos pretéritos. Es apenas un respiro
fugaz. Enseguida, vuelve a soplar y el valle entero se sacude.
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