jueves, 9 de julio de 2015

Descubriendo a los dinosaurios (III)

Dinosaurio - Foto El Espeaker














sabemosdigital.com

Pablo Juanarena


Después de dos semanas leyendo sobre secundarios que dedicaron su vida a descubrir los primeros restos de lo que después llamaríamos dinosaurios quizá pensabas que no quedaban más historias interesantes [error fatal]. Pues para cerrar la trilogía todavía nos queda la historia más sangrienta de todas, una guerra abierta entre dos personajes que aterraría a una manada de hambrientos velocirraptores. ¿Exagero? Sí, pero es que estamos hablando de dinosaurios.

Antes de nada, recordemos que vivíamos en un siglo XIX en el que surgió una nueva realidad: la existencia de los dinosaurios. Al principio, como es normal, llamó la atención el gran tamaño de aquellos animales. (Hoy sabemos que el tamaño medio de los dinos no era gigante, pero los primeros restos, lógicamente, fueron de los mayores ejemplares). Así que la imaginación popular enseguida se dejó llevar y surgieron leyendas y especulaciones sobre la vida y las costumbres de los lagartos del pasado [dragones, quizá, George]. Y por supuesto, mucha gente se escapó a cualquier monte cercano para descubrir algún fémur gigante. Nació la fiebre del dinosaurio, y ahí empieza nuestro duelo que con el tiempo se bautizó como “La Guerra de los Huesos”.

EDWARD DRINKER COPE (1840-1897) y ORTHNIEL CHARLES MARCH (1831-1899) compartieron época y también un mismo deseo: descubrir nuevas especies de dinosaurios. Y se les fue de las manos. Comenzaron sus carreras como grandes amigos, confesaban públicamente admiración por el otro. Incluso llegaron a nombrar fósiles con el nombre del otro. Fue en el año 1868 cuando pasaron unos días juntos y algo ocurrió entre ellos. Una chispa desconocida que provocó uno de los mayores incendios de la historia de la paleontología que se prolongaría durante tres décadas más. No habrá dos personas de ciencia que se hayan llegado a despreciar más.

Los dos, ya sea por familia acomodada (caso de Cope) o por un tío rico (tito Peabody, de Marsh), se pudieron dedicar a buscar huesos. Era el siglo de los aventureros y aunque no lo parezca, esto de buscar huesos tenía sus peligros. Por ejemplo Cope andaba excavando en Montana cuando se encontró con unos indios lugareños. Ahora los vemos pacíficos [excepto al lado de Banshee], pero en aquel mismo año de 1876 se produjo la batalla de Little Big Horn en la que Custer y su 7º de Caballería quedaron arrasados y sin cabellera. Así que lo de encontrarse con indios, por mucho que buscaras huellas de hace millones de años, no era ninguna broma. La historia dice que Cope se ganó la confianza de los indios quitándose y poniéndose su dentadura postiza. ¿Quién dijo que la sonrisa no sirve para abrir puertas?

Mintieron sobre sus descubrimientos, sobornaron a lugareños para tener la exclusiva de sus terrenos, desprestigiaron los avances del otro en la búsqueda de subvenciones

Corrían riesgos porque el honor estaba en juego. Pero traspasaron la frontera de la ética. Mintieron sobre sus descubrimientos, sobornaron a lugareños para tener la exclusiva de sus terrenos, desprestigiaron los avances del otro en la búsqueda de subvenciones, dinamitaron canteras para ir más rápido o para sabotear yacimientos y, en resumen, fueron feroces y despiadados. Nos quedamos con una imagen lamentable: dos excavaciones en el mismo terreno y unos tirándose piedras y huesos a los otros.

Paradójicamente la paleontología avanzó durante su pelea más que cualquier otro momento de la humanidad. Cuando empezó esta “Guerra de los Huesos” apenas se conocían 9 especies de dinosaurios, entre los dos elevaron esa cifra a 150. Eso sí, trabajaban tan rápido que también cometieron errores. Descubrieron el mismo bicho varias veces y lo nombraron de manera diferente. Y luego lo volvían a descubrir y le llamaban de otra forma. Hasta veintidós veces llegaron a descubrir la misma especie. De hecho pasaron muchos años hasta que se ordenara y clasificara correctamente todo su trabajo.

Murieron a finales de siglo rodeados de huesos sin clasificar y prácticamente en la ruina. Y no hubo redención, hasta el último momento odiaron a su rival en la búsqueda de aquellos bichos tan sugerentes y que en algún momento por el camino se habían convertido en secundarios. Lo importante era ganar al otro. Si alguna vez has odiado mucho a alguien seguro que no llegaste ni a la sombra de la uña del diplodocus en comparación con esa mala onda que confesaron Cope y March.

Eso sí, pocos años después de su muerte, unos huesos se rieron de esta guerra. En 1902 Barnum Brown descubrió el primer Tyrannosuarus Rex que por tamaño y espectacularidad eclipsó en popularidad a todas las especies descubiertas en el siglo anterior.

Nuestra querida HBO, que huele las buenas historias para llevarlas a la televisión, tenía un proyecto de comedia llamado Bone Wars en el que Cope y March iban a ser interpretados por Steve Carell y James Goldonfini, pero la repentina muerte de éste hizo enterrar este proyecto. ¿Alguien desenterrará ese guión como nuestros secundarios desenterraron miles de huesos? 





















PD: Aquí cerramos nuestra trilogía sobre buscadores de dinosaurios, pero hay toneladas de información sobre esos bichos. Y además todavía quedan muchas incógnitas y aunque a veces no lo parezca es una ciencia en constante evolución gracias a nuevos descubrimientos y nuevas teorías. ¿Cómo vamos a saber hacia dónde vamos si todavía no sabemos de dónde venimos?

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