Dinosaurio - Foto El Espeaker |
sabemosdigital.com
Pablo Juanarena
Después de dos semanas leyendo sobre secundarios que
dedicaron su vida a descubrir los primeros restos de lo que después llamaríamos
dinosaurios quizá pensabas que no quedaban más historias interesantes [error
fatal]. Pues para cerrar la trilogía todavía nos queda la historia más
sangrienta de todas, una guerra abierta entre dos personajes que aterraría a
una manada de hambrientos velocirraptores. ¿Exagero? Sí, pero es que estamos
hablando de dinosaurios.
Antes de nada, recordemos que vivíamos en un siglo XIX en
el que surgió una nueva realidad: la existencia de los dinosaurios. Al
principio, como es normal, llamó la atención el gran tamaño de aquellos
animales. (Hoy sabemos que el tamaño medio de los dinos no era gigante, pero
los primeros restos, lógicamente, fueron de los mayores ejemplares). Así que la
imaginación popular enseguida se dejó llevar y surgieron leyendas y
especulaciones sobre la vida y las costumbres de los lagartos del pasado
[dragones, quizá, George]. Y por supuesto, mucha gente se escapó a cualquier
monte cercano para descubrir algún fémur gigante. Nació la fiebre del
dinosaurio, y ahí empieza nuestro duelo que con el tiempo se bautizó como “La
Guerra de los Huesos”.
EDWARD DRINKER COPE (1840-1897) y ORTHNIEL CHARLES MARCH
(1831-1899) compartieron época y también un mismo deseo: descubrir nuevas
especies de dinosaurios. Y se les fue de las manos. Comenzaron sus carreras
como grandes amigos, confesaban públicamente admiración por el otro. Incluso
llegaron a nombrar fósiles con el nombre del otro. Fue en el año 1868 cuando
pasaron unos días juntos y algo ocurrió entre ellos. Una chispa desconocida que
provocó uno de los mayores incendios de la historia de la paleontología que se
prolongaría durante tres décadas más. No habrá dos personas de ciencia que se
hayan llegado a despreciar más.
Los dos, ya sea por familia acomodada (caso de Cope) o
por un tío rico (tito Peabody, de Marsh), se pudieron dedicar a buscar huesos.
Era el siglo de los aventureros y aunque no lo parezca, esto de buscar huesos
tenía sus peligros. Por ejemplo Cope andaba excavando en Montana cuando se
encontró con unos indios lugareños. Ahora los vemos pacíficos [excepto al lado
de Banshee], pero en aquel mismo año de 1876 se produjo la batalla de Little
Big Horn en la que Custer y su 7º de Caballería quedaron arrasados y sin
cabellera. Así que lo de encontrarse con indios, por mucho que buscaras huellas
de hace millones de años, no era ninguna broma. La historia dice que Cope se
ganó la confianza de los indios quitándose y poniéndose su dentadura postiza.
¿Quién dijo que la sonrisa no sirve para abrir puertas?
Mintieron sobre sus descubrimientos, sobornaron a lugareños para tener la exclusiva de sus terrenos, desprestigiaron los avances del otro en la búsqueda de subvenciones
Corrían riesgos porque el honor estaba en juego. Pero
traspasaron la frontera de la ética. Mintieron sobre sus descubrimientos,
sobornaron a lugareños para tener la exclusiva de sus terrenos, desprestigiaron
los avances del otro en la búsqueda de subvenciones, dinamitaron canteras para
ir más rápido o para sabotear yacimientos y, en resumen, fueron feroces y
despiadados. Nos quedamos con una imagen lamentable: dos excavaciones en el
mismo terreno y unos tirándose piedras y huesos a los otros.
Paradójicamente la paleontología avanzó durante su pelea
más que cualquier otro momento de la humanidad. Cuando empezó esta “Guerra de
los Huesos” apenas se conocían 9 especies de dinosaurios, entre los dos
elevaron esa cifra a 150. Eso sí, trabajaban tan rápido que también cometieron
errores. Descubrieron el mismo bicho varias veces y lo nombraron de manera
diferente. Y luego lo volvían a descubrir y le llamaban de otra forma. Hasta
veintidós veces llegaron a descubrir la misma especie. De hecho pasaron muchos
años hasta que se ordenara y clasificara correctamente todo su trabajo.
Murieron a finales de siglo rodeados de huesos sin
clasificar y prácticamente en la ruina. Y no hubo redención, hasta el último
momento odiaron a su rival en la búsqueda de aquellos bichos tan sugerentes y
que en algún momento por el camino se habían convertido en secundarios. Lo
importante era ganar al otro. Si alguna vez has odiado mucho a alguien seguro
que no llegaste ni a la sombra de la uña del diplodocus en comparación con esa
mala onda que confesaron Cope y March.
Eso sí, pocos años después de su muerte, unos huesos se
rieron de esta guerra. En 1902 Barnum Brown descubrió el primer Tyrannosuarus
Rex que por tamaño y espectacularidad eclipsó en popularidad a todas las especies
descubiertas en el siglo anterior.
PD: Aquí cerramos nuestra trilogía sobre buscadores de dinosaurios, pero hay toneladas de información sobre esos bichos. Y además todavía quedan muchas incógnitas y aunque a veces no lo parezca es una ciencia en constante evolución gracias a nuevos descubrimientos y nuevas teorías. ¿Cómo vamos a saber hacia dónde vamos si todavía no sabemos de dónde venimos?
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