La representación artística permite imaginar el aspecto de formas de vida extinguidas que ningún ojo humano ha visto nunca.
Mundos perdidos
La popularidad social de la que goza la paleontología es sin
duda un privilegio del que pocas disciplinas científicas pueden presumir. Esto
se debe a que lo que encontramos en el pasado tiene una entidad física, real;
mientras que el futuro está armado con la imaginación y contiene un sinfín de
especulaciones. También se debe a la idea de que en nuestro planeta han
existido ‘mundos perdidos’ con formas de vida muy diferentes a las de hoy. Tal
vez por eso la paleontología ha despertado desde siempre un gran interés entre
la sociedad, inspirando siglos de expediciones y descubrimientos, y sigue
manteniendo a día de hoy la fascinación por las historias que nos remontan al
pasado.
Si podemos imaginar el aspecto de un tiranosaurio o el de un
neandertal a partir de un simple fósil, es gracias a la suma de los estudios de
los paleontólogos y de las reconstrucciones de los artistas que ponen su
habilidad al servicio de esta ciencia. Podríamos decir que es una relación en
la cual el artista se convierte en los ojos del científico. Esta sinergia entre
paleontología y arte se llama paleoarte, y es el término acuñado en 1987 por el
ilustrador científico Mark Hallett para designar las artes visuales
(ilustración, escultura y animación) que sirven para representar objetivamente
y con exactitud la vida del pasado, ya sea un animal, una planta, etc.
Primeras ilustraciones
Aunque el término 'paleoarte' es de reciente uso, el vínculo
entre la paleontología y las artes ha existido desde siempre, ya desde épocas
en la que ni siquiera entender el significado de un fósil era fácil, y menos
aún poder imaginar el aspecto de criaturas que ningún ojo humano había visto
antes.
Las primeras ilustraciones retrataban las huellas, las
plantas, las conchas o los huesos fósiles tal como aparecían en la realidad,
sin precisar información de las partes no encontradas o de los tejidos no
mineralizados, que en tan raras ocasiones fosilizan. Eran tiempos en los que
aún no existía la fotografía y las ilustraciones eran la única herramienta con
la que comunicar con éxito las imágenes de los descubrimientos paleontológicos
a la comunidad científica. Este es el caso del Códice de Madrid I (Codex Madrid
I) de hace más de 500 años de Leonardo da Vinci, en donde el maestro
renacentista representó unas conchas y trazas fósiles.
Ya en los años 1600 y 1700 las ilustraciones de fósiles
aparecen en un gran número de monografías dedicadas al naturalismo, como las
primeras plantas fósiles retratadas en el volumen ‘Lithophylacii Britannici
Ichnographi’ (1699), de Edward Lhwyd y en ‘Herbarium deluvianum’ (1709), de
Johann Jakob Schechzer. Este último es recordado por ser el primer libro dedicado
enteramente al estudio de los vegetales fósiles.
‘Duria Antiquior’, acuarela de 1830, es la primera representación de una escena de vida prehistórica basada en evidencias fósiles. / Henry de la Beche |
Tan solo unos años después, en 1854, los jardines del Crystal Palace Park de Londres ostentaron el honor de albergar la primera gran exposición escultórica de dinosaurios del mundo. A pesar de su inexactitud para los estándares actuales, los modelos esculpidos por Benjamin Waterhouse Hawkins con la ayuda de Sir Richard Owen fueron un hito en el avance del paleoarte, ya que no solo representaron el conocimiento más reciente que se tenía sobre dinosaurios, sino que también fueron las primeras obras que se comercializaron como juguetes y postales.
A finales del siglo XIX, el ritmo cada vez mayor de
descubrimientos de dinosaurios trajo consigo un renovado interés en las
reconstrucciones artísticas de los hallazgos. Durante este tiempo destacó
Charles Robert Knight, una de las figuras clave de la paleoilustración.
En el siglo XX, el interés por el paleoarte experimentó una
nueva ‘edad de oro’ con numerosos ilustradores formando sus carreras en torno a
esta disciplina. Destacaron Zdeněk Burian, un prolífico pintor checo con más de
500 dibujos y pinturas de todo tipo de formas de vida prehistóricas; James
Gurney, pintor estadounidense y creador de la serie de libros ilustrados
‘Dinotopia’ y de numerosas obras para revistas y libros; o Mauricio Antón, uno
de los paleoartistas más destacado de Europa, especializado en felinos dientes
de sable.
Los dinosaurios resucitan en la gran pantalla
El cine hace que muchos jóvenes decidan estudiar
paleontología, y que las instituciones inviertan más fondos en este campo.
El vínculo entre la paleontología y las artes visuales ha
existido prácticamente desde siempre. Esta sinergia siguió desempeñando en 1900
un papel fundamental para la difusión de la paleontología. Pero no fue hasta la
llegada del cine como espectáculo a principios del siglo XX cuando asistimos a
una difusión sin precedentes de esta ciencia. Es en este momento cuando los
dinosaurios se convierten en verdaderos iconos de los mundos perdidos, sembrando
un valioso precedente para futuras películas.
Willis O’Brien, el auténtico padre de los dinosaurios en el cine, animando una maqueta de Triceratops en ‘The Lost World’ (1925). |
Casi un siglo después de estas primeras películas, la prueba de que la paleontología sigue emocionando a los espectadores y de que el paleoarte ayuda a este fin la tenemos en los estrenos de sagas de ciencia ficción como ‘Jurassic Park’ (1993, 1997 y 2001) y ‘Jurassic World’ (2015, 2018 y 2022) o ‘65’ (2023), la próxima película en traer de nuevo los dinosaurios al cine.
El trabajo del paleoartista consiste en expresar visualmente
lo que documenta la ciencia
Hoy en día las reconstrucciones, ya sean bidimensionales o
tridimensionales, se realizan en colaboración entre paleontólogos y
paleoartistas, quienes proponen una síntesis actualizada de la que pudo ser la
apariencia del fósil. Debido a esto, son muchos los que consideran que el
paleoarte no puede existir fuera del ámbito científico.
De dentro afuera
Para dibujar un animal que nunca ha sido visto, lo ideal es
construir de dentro afuera, como en una disección vista marcha atrás. Es decir,
partir del esqueleto, reconstruir la musculatura y, finalmente, las capas más
externas, como el pelaje o las plumas. Por último, solo queda emplazarlo en su
entorno, gracias a restos de plantas y a su contexto geológico. Esto implica
tener comprensión anatómica de las especies actuales (como plantas,
invertebrados, mamíferos, reptiles y aves, etc.), y también de la técnica
artística (por ejemplo, habilidad en el dibujo) necesaria para realizar una
ilustración clara y de impacto comunicativo. Con este fin, lo más conveniente es
que los paleoilustradores sean al mismo tiempo científicos y artistas.
Dado que la mayoría de los fósiles encontrados son
fragmentos de organismos que vivieron hace miles o millones de años, toda
reconstrucción implica un cierto nivel de especulación. Por ejemplo, la
coloración de la mayoría de los animales extintos se desconoce a partir de la
evidencia fósil. Por lo tanto, para crear una obra de paleoarte riguroso, los
artistas deben decidir cómo llenar estos vacíos, y la manera de hacerlo es
trabajar en colaboración con los especialistas.
Proceso de reconstrucción de Gazella borbónica, una gacela del Pleistoceno Inferior de Aragón. / Flavia Strani |
Aragonictis araid, un ejemplo de paleoarte aragonés
Reconstrucción en vida de Aragonictis araid. / Flavia Strani |
Daniel De Miguel investigador ARAID en el Departamento de Ciencias de la Tierra (Área de Paleontología) de la Universidad de Zaragoza.
Flavia Strani investigadora Juan de la Cierva en el
Departamento de Ciencias de la Tierra (Área de Paleontología) de Unizar.
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