Unas 350 huellas halladas en Bolivia respaldan la idea de que los saurópodos adultos cuidaban de las crías de toda la manada y exponen las dificultades del país andino para proteger el patrimonio paleontológico
Reconstrucción artística del paso del grupo de saurópodos y la interacción con las otras especies que se atravesaron en su camino. Gabriel Díaz Yantén. |
La escena que ilustra el hallazgo es la de dos saurópodos
(dinosaurios del tipo de los brontosaurios) adultos guiando a cientos de crías
en el Jurásico Superior, hace unos 150 millones de años, en plena época de
esplendor de los dinosaurios. Además, dos ornitópodos (concretamente,
iguanodontes) y un terópodo (del tipo de los tiranosaurios) se cruzan oblicuos
y en calma por un camino que, para algunos paleontólogos, era parte de la ruta migratoria de dinosaurios más larga del mundo: trasladada a la geografía
actual, iba desde el sur de Perú, pasando por el centro de Bolivia y hasta el
norte de Argentina.
Pero la relevancia de este descubrimiento se relaciona con
la culminación de otro recorrido, esta vez temporal. Hasta ahora, el país del
altiplano andino contaba con registros de inicios y finales de la era de estos
reptiles gigantes y “con esto, Bolivia ya tiene yacimientos de huellas de
dinosaurios de los tres períodos: Triásico, Jurásico y Cretácico”, subraya
Apesteguía, en una videollamada compartida con el geólogo boliviano Gustavo
Méndez Torres y el icnólogo español Raúl Esperante, radicado en EE UU desde
hace muchos años. Méndez Torres, primer autor del artículo y descubridor de las
huellas, recuerda el momento del descubrimiento: “Sentí que me invadía una gran
emoción; y más, al saber que fui el acreedor del único yacimiento de huellas
del sistema Jurásico en Bolivia”.
El artículo describe las pisadas de los saurópodos adultos
con una forma “redondeada, como la de los elefantes, y con entre 75 y 95
centímetros de diámetro”. Basándose en esos datos, los autores calcularon que
tendrían la cadera a casi cuatro metros del suelo, que sus cuerpos medirían
unos 20 metros de largo (desde la nariz hasta la cola) y que llevarían un andar
pesado, de menos de cinco kilómetros por hora. Las huellas de las crías, en
cambio, miden entre 15 y 30 centímetros de diámetro. En un comunicado de
prensa, los investigadores destacan que “lo curioso es que no se ven más de
esas huellas pequeñas en el yacimiento, lo que indica claramente que venían por
el mismo sendero o en grupo compacto con los dos gigantes, mostrando un
comportamiento de manada y de protección de las crías”.
El geólogo Gustavo Méndez Torres, descubridor de las huellas, trabaja con los estudiantes de biología en la pendiente que contiene varios niveles con huellas de dinosaurios. Ariel Ángel Céspedes Llave. |
Otro detalle refuerza esa idea. “Si los jóvenes hubieran pasado como una hora después o al día siguiente, cabría esperar que pisaran las huellas de los adultos; pero lo que vemos es muy poco o casi nada de solapamiento entre las huellas”, explica el investigador Esperante. La superposición se habría dado con mayor probabilidad si hubieran transitado en distintos momentos. En cambio, las pisadas de las crías no pasan por encima de las de los adultos, sino que van por sus costados. Hay una razón de peso: “Los grandotes dejaron las marcas de las patas, pero todavía debía pasar la cola del enorme animal; entonces los chiquitos no pueden caminar por ahí, tienen que hacerse a un lado”, ilustra Apesteguía, investigador de Conicet.
Al repasar los detalles que les permiten aproximarse al
intangible comportamiento de estos gigantes, Esperante no oculta su entusiasmo.
“Es que este yacimiento es la leche. Es espectacular. Hay que ir a verlo”,
recomienda. Apesteguía lanza enseguida una advertencia que cambia
irremediablemente el resto de la conversación: “Antes de que se caiga”.
La prehistoria que se derrumba
Los problemas que el paleontólogo Esperante sorteó para llegar hasta el sitio resultaron un anticipo liviano de las complejidades que afectan a valiosos yacimientos como el de Tarija. “Justo viajé la semana de la caída de Evo Morales, en 2019. Estaba Cochabamba paralizada, todo el país, pero de alguna manera conseguí volar a Tarija”, recuerda.
En medio de aquella crisis política, la protección del
registro fósil no fue una prioridad y cuatro años después sigue siendo un
desafío. “Uno de los grandes problemas en Bolivia, como en muchos lugares, es
cómo proteger estos yacimientos que en general están muy inclinados”, expone
Apesteguía. A menos de 500 kilómetros de Tarija se encuentra el monumento
nacional paleontológico Cal Orcko, el sitio con huellas de dinosaurio más importante del mundo, con miles de icnitas de múltiples especies dispersas en barrancos con 70 grados de inclinación. “Con cualquier cosa que pasa arriba, se viene el
derrumbe y en Tarija lo mismo. Se ve cómo un escalón de selva que se vino abajo
y eso anticipa cuál va a ser el próximo”, describe el paleontólogo argentino
mientras ruega una solución urgente.
“Proteger las huellas haciendo toda una estructura en la
cuenca del río es imposible. Eso no lo van a poder hacer y no tiene sentido. Lo
que sí hay que hacer es un escaneo de las huellas ya”, exige Apesteguía. Se
refiere al levantamiento mediante fotogrametría, una medición de alta precisión
a través de imágenes aéreas y satelitales, que permiten digitalizar las
imágenes y conservarlas con máximo detalle.
Los científicos ponen énfasis en el valor de Tarija como
patrimonio mundial. “Ha sido crucial en la paleontología durante mucho tiempo,
desde el siglo XIX. Los más increíbles fósiles de megafauna de Tarija, del
último millón de años, están en museos de todo el mundo, en lugares destacados de la exhibición”, resalta Apesteguía. Lo que describen empieza a parecer una
versión moderna de expoliación, pero Esperante evita esa palabra: “Yo lo
comparo con el éxodo de material arqueológico babilónico, sirio, egipcio, en el
siglo XIX y comienzos del XX, hacia Europa fundamentalmente y hacia
Norteamérica. Cuando no tenían el registro de cuidado y preservación que tienen
ahora esos sitios. Esto es equivalente”.
https://elpais.com/elpais/2016/07/29/videos/1469798770_208752.html
Méndez Torres añade al problema de gestión el de la falta de
cultura científica: “En sitios donde hay hallazgos del Cuaternario, la gente
baila sobre los fósiles porque hay sectores donde es totalmente imposible dar
un paso sin pisar un registro. Mastodontes, gliptodontes, perezosos e infinidad
de otros especímenes que están totalmente descuidados. Incluso donde hay
letreros que advierten sobre las multas por llevarse fósiles sin autorización,
he visto con mis propios ojos cómo un aficionado levantaba diez piezas, pagaba
la multa y se las llevaba”. “Lamentablemente, aquí en Bolivia no hay interés”,
denuncia.
Esperante achaca el problema a la ausencia de un protocolo
estandarizado. “No hay un sistema oficial, regular, sistematizado para
resguardar y proteger los fósiles. Algunos tienen la idea de que hay que
conservarlo en el sitio, pero en dos años no queda nada. Necesitamos educar a
los diversos estamentos en que conservación no significa dejarlo en el sitio,
si el sitio no va a estar conservado”, advierte.
La naturaleza le da la razón. El geólogo boliviano da a sus
colegas una mala noticia durante la videollamada. En febrero de 2020, en
Tarija, “un desprendimiento de rocas por las lluvias arrastró parte del
yacimiento [que reveló la guardería de dinosaurios]. En las noticias salió que
un derrumbe obstaculizaba parte del camino y cuando lo vi inmediatamente me di
cuenta de que era el sitio de las huellas”. Méndez Torres relata apenado cómo
se acercó al lugar y habló con las autoridades locales, para pedirles que
retirasen los bloques, “recuperarlas y llevarlas a algún lugar en el que se
pudieran proteger”. “Pero luego los operadores de máquinas pesadas cargaron los
escombros, se los llevaron y los tiraron quién sabe dónde. Así se perdieron algo más de 30 huellas que podrían estar expuestas en algún museo”, relata apenado
el boliviano Méndez Torres.
Del expolio a la protección de fósiles
En busca de respuestas oficiales sobre la conservación de este yacimiento de gran importancia paleontológica, las consultas rebotan durante días entre diversos departamentos de gobierno. En el Viceministerio de Ciencia y Tecnología, en proceso de cambio de titular desde el pasado 27 de julio, la atención se deposita en una voluntariosa empleada técnica, quien limita la competencia de la división en la que trabaja a la promoción de la investigación científica, y deriva en el Ministerio de Culturas la tutela del patrimonio paleontológico. En ese ministerio, según responden, tampoco se encargan del tema (a pesar de que la Ley de Patrimonio Cultural Boliviano, de 2014, así lo indica). Lo que ocurre, en cambio, es un nuevo pase de pelota. En esa cartera, el Director General de Patrimonio Cultural, Gonzalo Vargas, traspasa la responsabilidad al Museo Nacional de Historia Natural, que depende del Ministerio de Medioambiente y Agua.
Las huellas se hallaron en una ladera inclinada del río Santa Ana, cerca del pueblo de Entre Ríos, en Tarija (Bolivia). Gustavo Méndez Torres. |
Araníbar confirma la ausencia de un protocolo estandarizado,
como señalaba el paleontólogo Esperante. La reglamentación pendiente serviría,
además, para reforzar la lucha contra el tráfico de fósiles y el expolio
iniciada hace casi 30 años. Hasta mediados de los años 1990 “venían
investigadores [extranjeros] renombrados que no tenían en cuenta la normativa
nacional. Entraban, investigaban y salían con los fósiles”, relata el biólogo.
“Lo ideal es que los originales estén acá para que otros investigadores los
puedan utilizar para sus estudios”, anhela Araníbar. Para su compañero geólogo,
la fuga de fósiles no es un problema exclusivo de Bolivia sino algo que afecta
en general a Latinoamérica. Un caso emblemático que señalan “de esta
colonización indirecta que aún persiste” es el del fósil brasileño Ubirajara
jubatus, recientemente restituido desde Alemania tras su apropiación en 1995.
El director del museo explica que para retener los fósiles
en los sitios en los que fueron hallados, deben ponerse de acuerdo las
autoridades locales, gubernamentales o indígenas, con los científicos, “pero
para eso, deben construir los elementos que permitan el resguardo efectivo”.
Cuando eso está garantizado, según aclara Araníbar, pueden ser devueltos a
quien corresponda. “Por eso es importante fortalecer las capacidades locales”,
añade.
Mamani Quispe lamenta, en ese sentido, que en el país haya
solamente tres universidades que ofrecen la carrera de Geología; y en ella, la
paleontología ocupa apenas dos semestres en el plan de estudios. “El problema
es tan complejo que hay que mirarlo desde diferentes aristas. Quienes estamos
trabajando en paleontología somos prácticamente quijotes, querendones del
trabajo. Si yo me dedicara al petróleo o a la minería, ganaría cuatro o cinco
veces lo que gano acá. Imagínese: para un joven con aspiraciones, no es
atractivo”, explica el geólogo. A eso, le suma la falta de apoyo estatal a la
investigación básica porque, según él, no se ve en ese tipo de ciencia un
retorno productivo inmediato.
Sin embargo, se esfuerzan en crear esperanzas hacia la
conservación de los fósiles: “Estamos en una etapa de elaboración de nuevos
documentos, normativa y reglamentos que puedan uniformar el trabajo a nivel
nacional. Estamos trabajando todavía”, dice Mamani Quispe. A pesar de todo, su
pequeño grupo de quijotes, que resiste en el Museo Nacional de Historia Natural
de Bolivia, persiste en proponer avances.
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