El libro Auge y caída de los dinosaurios, del paleontólogo
Steve Brusatte, hace un repaso atrapante de lo que hoy sabemos sobre esos
animales que en gran parte se extinguieron hace 66 millones de años y de los
que un pequeño grupo se las ingenió para revolotear hasta nuestros días.
Herrerasaurus ischigualastensis, uno de los dinosaurios más
antiguos del mundo
encontrado en San Juan, Argentina. Ilustración: Fred Wierum
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“A mí me enseñaron que los dinosaurios eran bestias gigantes
con escamas y estúpidas, tan poco adaptadas a su ambiente que no podían hacer
otra cosa que moverse con pesadez, mientras pasaba el tiempo, a la espera de
extinguirse”, dice en el prólogo de su libro el paleontólogo y biólogo
evolutivo Steve Brusatte respecto de los animales a los que se consideraba
“fracasos evolutivos, callejones sin salida en la historia de la vida”. “Los
dinosaurios eran bestias que se podían ver en los museos, monstruos de película
que se aparecían en nuestras pesadillas u objetos de fascinación infantil,
absolutamente irrelevantes para nosotros en la actualidad y poco merecedores de
ningún estudio serio”, sigue lamentándose.
Pero por suerte Brusatte hizo caso omiso a lo que le decían
cuando era niño y siguió adelante con su fascinación por los dinosaurios, al
punto de convertirla en el centro de sus estudios. Gracias a eso, hoy no es
sólo un destacado paleontólogo estadounidense, sino que su libro Auge y caída
de los dinosaurios. La nueva historia de un mundo perdido es una maravilla que
resume en casi 400 páginas no sólo los 150 millones de años transcurridos desde
la aparición de los dinosaurios hasta la caída del meteorito que eliminó a la
mayoría de las especies, que también nos pone al día sobre lo que hemos ido
sabiendo al respecto en poco más de un siglo, en especial en las últimas
décadas.
Ese avance en el conocimiento en tiempo reciente ha ayudado
a desmontar los “estereotipos absurdamente erróneos” que circulaban cuando el
autor era niño, “a medida que una nueva generación ha recolectado fósiles de
dinosaurios a un ritmo sin precedentes”. Brussante es parte de esa camada de
paleontólogos jóvenes a los que define como “hombres y mujeres de entornos
diversos, que llegaron a la mayoría de edad en la época de Jurrasic Park”. Y
entre ellos, como queda claro al avanzar en la lectura del libro, Brusatte
tiene un rol, ya sea por sus propias investigaciones como en el trabajo junto
con referentes mundiales del tema. “Constituimos un buen grupo de
investigadores de entre veinte y pocos y treinta y pocos años, que trabajamos
juntos y con nuestros mentores de la generación precedente. Con cada nuevo
descubrimiento, con cada nuevo estudio, aprendemos un poco más acerca de los
dinosaurios y de su historia evolutiva”, dice el autor.
Gracias al empuje de esta generación, Brusatte afirma que
“en la actualidad se encuentra una nueva especie de dinosaurio cada semana, por
término medio, sea en los desiertos de Argentina o en los páramos helados de
Alaska”, lo que supone unas 50 especies nuevas al año. Con un registro fósil
más completo, el conocimiento que tenemos de los dinosaurios se enriquece. Pero
no se trata sólo de eso: el paleontólogo, que hoy trabaja en el Museo Nacional
de Escocia y en la Universidad de Edimburgo, reconoce que además de los nuevos
descubrimientos, también son relevantes las nuevas maneras y aproximaciones que
hoy tenemos para ponerlos en perspectiva. “Tecnologías punteras que ayudan a
los paleontólogos a entender la biología y la evolución de los dinosaurios de
maneras que nuestros predecesores habrían considerado inimaginables”, sostiene
para, enseguida, mencionar ejemplos como las tomografías computadas de los
fósiles, modelos informáticos que permiten ver cómo se movían o microscopios de
alta resolución que hasta dejan ver de qué color eran algunos de esos animales
que ya no están.
Pero todos estos avances, todos los nuevos descubrimientos,
todos los nuevos fósiles encontrados que cuentan historias gracias a la ciencia,
no necesariamente conducen a un libro fascinante. Y el libro de Brusatte lo es.
A la gracia del autor, a su tono tan informal como riguroso, hay que agregarle
el talento para contar una historia de millones de años como si se estuviera
desarrollando en tiempo real ante nuestros ojos. Al igual que un detective que
va armando el puzle de un caso complicado, Brusatte persigue pistas en el
presente para entender y, mejor aún, contar el pasado. Al hacerlo recorre el
globo, desde Argentina hasta China, pasando por Europa, África y, obviamente,
Estados Unidos, y retrata a varios investigadores de primera línea, conociendo
fósiles que han cambiado paradigmas y, muchas veces, siendo protagonista en los
yacimientos o en los trabajos científicos que le dan vida a lo que aparece en
los sedimentos de millones de años.
Una historia que nos toca de cerca
Así como Brusatte hablaba de los estereotipos erróneos que
le inculcaron sobre los dinosaurios en la infancia, aun cuando en su país la
paleontología tiene una larga tradición que, entre otras cosas, ha dado a
conocer al Tyrannosaurus rex, probablemente el dinosaurio más popular del
mundo, uno pasó por toda la educación primaria y secundaria sin que jamás
maestra, maestro, profesor o profesora haya hecho la más mínima referencia a
los dinosaurios. Si a eso le sumamos que toda la producción audiovisual sobre
dinosaurios nos llegaba de empresas del hemisferio norte, ya fuera National
Geographic, la BBC o la señal que uno prefiera, que la literatura sobre el tema
provenía también, en gran medida, de editoriales europeas, al pensar en
dinosaurios uno tendía a no imaginarlos caminando por estos lares. Ese también
es un estereotipo erróneo.
El vibrante relato de Brusatte no deja dudas: fue en lo que
hoy es América del Sur que en el lejano Triásico, hace entre 240 y 230 millones
de años, los dinosauromorfos dieron lugar a los dinosaurios. De hecho, el
parque provincial de Ischigualasto, en San Juan, Argentina, también conocido
como Valle de la Luna, es “el mejor lugar del mundo para encontrar a los
dinosaurios más antiguos”, dice el autor. De hecho, en expediciones realizadas
en 1961 por los paleontólogos argentinos Osvaldo Reig y José Bonaparte –que
fueron a Ischigualasto a buscar fósiles como reacción a la llegada, en 1958,
del estadounidense Alfred Romer, quien se llevó a su país los fósiles
encontrados– se encontraron los restos de un animal al que luego se bautizaría
como Herrerasaurus (en homenaje a Victorino Herrera, baquiano de la zona que
los llevó hasta los fósiles). “Herrerasaurus era un depredador feroz con un
arsenal de acusados dientes y garras como una versión primitiva de
Tyrannosaurus rex o Velociraptor”, escribe Brusatte. “Fue uno de los
primerísimos dinosaurios terópodos, un miembro fundador de aquella dinastía de
depredadores inteligentes y ágiles que posteriormente ascendería hasta la cima
de la cadena alimenticia y que, en último término, evolucionaría hasta dar
lugar a las aves”, agrega.
Si alguien me hubiera contado eso en la escuela, no habría
dormido durante días pensando en cómo viajar a Argentina. Lo sé bien porque
luego de leer el libro de Brusatte me invadió la misma fiebre por visitar el
Instituto y Museo de Ciencias Naturales de San Juan, donde no sólo está
Herrerosaurus, sino otros de los dinosaurios más antiguos del planeta, como
Eoraptor, Eodromaeus, “posiblemente un miembro muy temprano del linaje
saurópodo, un primo primitivo de Brontosaurus y Diplodocus”, Sanjuansaurus y
otros tantos.
En el libro nos cuentan que los tres grupos principales de
dinosaurios, los terópodos carnívoros, y los saurópodos de cuello largo y los
ornistiquios, ambos herbívoros, ya estaban presentes en estos lares en el
lejano Triásico. Por alguna razón, si bien hace 240 millones de años los
continentes aún no se habían separado, tras la extinción masiva del Pérmico,
aquí se habían dado las condiciones para que los dinosauromorfos del tamaño de
un gato o un cerdo, dieran lugar, evolución mediante, a los fascinantes
dinosaurios.
Sin embargo, si bien el ser humano se originó en África,
pero es de sus antiguas andanzas europeas de las que más literatura abunda, el
origen de los dinosaurios por este rincón de Pangea es apenas el inicio del
libro. “Pero estos primeros dinosaurios dominaban poco aún, pues quedaban
empequeñecidos por los anfibios, por los primos de los mamíferos y por los
parientes de cocodrilos, mayores y más diversos, que vivían juntos con ellos en
aquellas llanuras secas y ocasionalmente inundadas del Triásico”, escribe
Brusatte. “Es probable que ni siquiera Herrerasaurus se hallase en la cumbre de
la cadena alimentaria, y que cediese este título al arcosaurio asesino
Saurosuchus, de linaje cocodriliano y de cuatro metros y medio de longitud”,
prosigue. Y ya veremos por qué.
Brillante de todas maneras
Auge y caída de los dinosaurios es un libro estupendo de
dinosaurios para adultos y adolescentes curiosos. Ameno, entretenido, contagia
el entusiasmo por la búsqueda de fósiles y la tarea detectivesca de reconstruir
el pasado lejano de la vida en este planeta al tiempo que nos abre los ojos
ante cómo los cambios bruscos en el ambiente pueden llevar a extinciones
masivas de especies.
Tal vez la única nota negativa digna de aparecer en una
reseña esté dada por lo que ya se insinuó al comentar lo del origen de los
dinosaurios. El libro transmite todo el tiempo la idea de que los animales son
importantes, o más interesantes, cuando se hallan en la cumbre de la pirámide
alimentaria o cuando dominan en cantidad de especies o abundancia en un momento
dado. De esta forma, todo el tiempo Brusatte nos quiere llevar hacia donde él
cree que está el punto más alto de la historia de los dinosaurios: los famosos
y norteamericanos Tirannosaurus rex. Es innegable que era un animal enorme y
que probablemente fuera el depredador tope en su ambiente –vivió sólo en lo que
hoy es América del Norte–, pero de ahí a proponerlos como los reyes de los
dinosaurios hay un gran camino. Para empezar, porque uno está orgulloso de
vivir en un país sin monarquía. Pero para seguir, porque pensar que el animal
que está en lo más alto de la pirámide trófica es el de mayor jerarquía es no
comprender la ecología. ¿De qué manera podemos decir que T-rex era el rey si
los dinosaurios que sobrevivieron a la caída del meteorito hace 66 millones de
años fueron los que tenían alas y plumas y que hoy llamamos aves? ¿Qué
aprendemos de la naturaleza haciendo que animales que sólo son posibles en la
medida en que son parte de una cadena interconectada de organismos se propongan
como más o menos relevantes? En ecología se maneja, por ejemplo, el concepto de
especies clave. Son organismos que si desaparecen de un ecosistema llevan a
desequilibrios que alteran al resto de la comunidad de organismos. Si el
tiranosaurio era una especie clave en su ecosistema es más relevante que si
queremos verlo como el rey o el bufón de su época.
Este afán por hacer de lo más grande, lo más feroz y lo más
potente aquello que más debemos estimar hace que Brusatte tienda a menospreciar
a otros dinosaurios carnívoros que fueron tan grandes como el tiranosaurio –por
ejemplo Carcharodontosaurus– o a dar la falsa sensación de que hay bichos que
importan más que otros. Tal vez ese sea otro estereotipo erróneo que otra
generación de paleontólogos se encargue de hacer caer.
Fuera de esto, o mejor dicho, incluido este afán de mostrar
a Tyrannosaurus rex como el rey de los dinosaurios, el libro de Brusatte es una
maravillosa y amena puesta a punto de lo que sabemos de los dinosaurios, de
cómo fuimos descubriendo por qué muchos ya no están con nosotros, de cómo
fuimos dejando de pensarlos como seres con escamas y sangre fría, y vimos que
algunos tenían metabolismos acelerados, tal vez sangre caliente y, sin duda,
distintos tipos de plumas. “Se adaptaron a su entorno a la perfección, pero al
final la mayoría de ellos se extinguió al no poder superar una crisis
repentina. Sin duda, hay aquí una lección para todos nosotros”, dice Brusatte,
y si todas las lecciones fueran tan amenas, llenas de sorpresas y datos
reveladores, quizá estaríamos en un lugar mejor.
Libro: Auge y caída de los dinosaurios. La nueva historia de
un mundo perdido.
Autor: Steve Brusatte.
Editorial: Debate.
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