Los antepasados directos de los dinosaurios eran pequeños y
poseían rasgos que, en última instancia, les proporcionaron una gran ventaja
evolutiva.
Los dinosaurios, los «lagartos terribles» que dominaron el
planeta durante 150 millones de años, son muy conocidos por la forma en que
murieron. El asteroide que erradicó a la mayor parte de los dinosaurios hace 66
millones de años se ha convertido en una fuente de fascinación infinita.
Pero resulta que los dinosaurios saltaron a la fama gracias
a la peor crisis en la historia de la vida en la Tierra. Hace unos 252 millones
de años, la actividad volcánica intensa expulsó toneladas de dióxido de carbono
y otros gases de efecto invernadero a la atmósfera, y el calor prendió los
yacimientos de carbón, que expulsaron más ceniza y partículas al aire. Esta
catástrofe bloqueó la luz solar, acidificó los océanos, instigó el
calentamiento global e incluso redujo los niveles de oxígeno en el aire y el
agua. Día tras día, durante casi un millón de años, los organismos perecieron,
ya que casi ningún hábitat se salvó del desastre conocido como extinción en
masa del Pérmico-Triásico.
Cuando finalizó el cataclismo, el mundo había cambiado para
siempre, sentando las bases para el comienzo de la Era de los Reptiles. Pruebas
emergentes basadas en una serie de nuevos hallazgos fósiles y técnicas
analíticas más avanzadas han empezado a esclarecer cómo los antepasados de los
dinosaurios y otros reptiles superaron a los protomamíferos y lograron la
conquista ecológica.
Antes de la extinción del Pérmico-Triásico, los parientes
antiguos de los mamíferos prosperaban en tierra. Los hábitats prehistóricos
estaban plagados de unos extraños animales denominados sinápsidos,
protomamíferos como depredadores apicales, herbívoros corpulentos e
insectívoros mansos que ocupaban casi todos los nichos ecológicos. Durante la
extinción, muchos sinápsidos figuraron entre el 70 por ciento de las especies
terrestres conocidas que desaparecieron.
«Los científicos no saben por qué los sinápsidos sufrieron
un golpe tan fuerte tras la extinción en masa del Pérmico-Triásico», afirma
Jennifer Botha, del Museo Nacional de Bloemfontein en Sudáfrica.
Eran criaturas pequeñas que en un principio pasaron
desapercibidas para los paleontólogos y que solían encontrarse en rocas que,
históricamente, se han ignorado, pero ahora han empezado a ocupar un lugar más
destacado. Antes de la extinción en masa, estos animales se vieron obligados a
desarrollar una serie de características evolutivas únicas para permanecer con
vida. En el mundo postapocalíptico, estas características los ayudarían a
conquistar el planeta.
Un soplo de vida
El cambio de un mundo poblado por protomamíferos a otro
dominado por reptiles no ocurrió de la noche a la mañana.
«No hubo un momento único durante este periodo en el que los
reptiles remplazaran rápidamente a los grupos preexistentes tras la gran
catástrofe», explica Adam Pritchard, paleontólogo del Museo de Historia Natural
de Virginia. Los arcosaurios —los «reptiles dominantes» de los que descenderían
los dinosaurios— no se volvieron dominantes hasta que transcurrieron de cinco a
diez millones de años en el Triásico. Y el dinosaurio más antiguo documentado
por los paleontólogos, el Nyasasaurus de 243 millones de años, era un omnívoro
larguirucho del tamaño aproximado de un pastor alemán que probablemente se
alimentaba más frecuentemente de insectos y helechos que de carne.
Los paleontólogos llevan años debatiendo por qué estos
reptiles aventajaron a los protomamíferos supervivientes durante el Triásico.
La mayoría de los científicos citan su postura y movimiento verticales, que les
permitían desplazarse más rápido que sus predecesores, así como la probable
sangre caliente, que los ayudaba a mantenerse activos sin depender del calor
ambiental del sol o de los pantanos para calentar el cuerpo, según señala Max
Langer, paleontólogo de la Universidad de São Paulo.
Incluso la forma en que respiraban estos reptiles del
Triásico era ventajosa. Los pulmones de los antepasados de los mamíferos se
movían durante la inhalación y la exhalación, explica Emma Schachner,
paleontóloga del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad del Estado de
Luisiana en Nueva Orleans. Todo el pulmón participaba en la respiración, lo que
podía suponer una ventaja cuando había suficiente oxígeno en el aire, pero «si
el O2 desciende, puede ser problemático», afirma Schachner. Debido a su
anatomía pulmonar, en los protomamíferos el aire pasaba por una membrana, lo
que dificultó la respiración de los animales tras el desplome de los niveles de
oxígeno.
Por su parte, los reptiles —incluidos los ancestros de los
dinosaurios— respiraban de otra forma: una parte del pulmón bombeaba, mientras
que la otra parte absorbía oxígeno, apunta Schachner. Esta configuración
anatómica ha permitido que los reptiles —y también especies actuales como
serpientes y aves— respiren de forma más eficaz a altitudes elevadas o en
condiciones de poco oxígeno.
Botha afirma que «es posible que los arcosaurios tuvieran
sistemas de respiración superiores comparados con los sinápsidos», sobre todo
porque los protomamíferos aún no habían desarrollado el diafragma que ayuda a
los mamíferos modernos a llenar los pulmones. Por consiguiente, los reptiles
estaban mejor preparados para soportar los cambios atmosféricos que se
produjeron a lo largo de millones de años tras el evento de extinción.
Schachner señala que la caída de los niveles de oxígeno habría puesto a los
protomamíferos en una situación de desventaja y no habría frenado apenas a los
reptiles.
Los reptiles supervivientes se toparon con entornos donde
había desaparecido gran parte de la competencia. A partir de ahí, proliferaron
y ocuparon una mayor variedad de nichos ecológicos, lo que impidió que los
protomamíferos supervivientes se aprovecharan de dichos hábitats.
Durante la mayor parte del Triásico, los arcosaurios y otros
reptiles fueron los vertebrados dominantes en tierra. Y eran extraños. «Estos
animales tenían una gama ridícula de adaptaciones anatómicas que no se suelen
asociar a sus descendentes cocodrilianos, como los picos, las velas y las
pezuñas», afirma Schachner.
Los dinosaurios «fueron solo uno entre una multitud de
grupos de reptiles extraños y asombrosos del Triásico», afirma Pritchard.
Muchas de estas criaturas no se parecían a nada que siga vivo hoy en día. Los
drepanosaurios —un grupo de reptiles que son parientes lejanos de los
arcosaurios— se aferraban a las ramas con manos parecidas a tenazas, el hocico
se parecía a un pico y tenían una garra en la punta de la cola. «Algunos
drepanosaurios tenían garras enormes en las manos que eran más grandes que
cualquier otro hueso del brazo», afirma Pritchard.
El aligátor americano (Alligator mississippiensis) es un
arcosaurio vivo
descendiente de reptiles antiguos.
FOTOGRAFÍA DE ANDY MANN, NAT GEO IMAGE COLLECTION
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Otros reptiles del Triásico fueron un presagio de los
cocodrilos y caimanes actuales. Algunos parientes antiguos de los cocodrilos se
convirtieron en un conjunto aterrador de carnívoros con dientes recurvados —que
apuntaban hacia atrás para impedir que las presas escaparan— y cráneos
profundos que hacían que parecieran parientes en miniatura del dinosaurio
depredador Allosaurus.
Pero entre la maleza, los parientes reptilianos más pequeños
empezaban a forjar una nueva forma de vida.
Las ventajas de ser pequeños
Los precursores de los dinosaurios eran criaturas diminutas,
por eso es difícil hallar restos de estos reptiles. Los huesos pequeños y
frágiles son menos propensos a entrar en el registro fósil que los esqueletos
grandes y pesados, e históricamente los paleontólogos se han centrado en
descubrir animales gigantescos e impresionantes. Con todo, los hallazgos
recientes están ayudando a concretar su historia. Los primeros dinosaurios no
eran criaturas voraces que compitieron y vencieron a sus parientes arcosaurios,
como solían creer los expertos. En lugar de escalar puestos mediante su
ferocidad, tuvieron éxito como oportunistas.
El Kongonaphon solo medía 10 centímetros de alto en la
cadera, es decir, que tenía el tamaño aproximado de una rata. Pero este reptil
diminuto de Madagascar está emparentado con algunos de los animales más grandes
que han pisado el planeta; de hecho, pertenece al subgrupo de arcosaurios que
dio lugar a los dinosaurios y a sus parientes voladores, los pterosaurios.
Conocemos al Kongonaphon a partir de unos pocos huesos. Con todo, si se le
ubica en el contexto de su familia y en lo que se conoce sobre las formas de
vida de ese tamaño, el pequeño reptil posee una importancia descomunal en el
auge de los dinosaurios.
Décadas de descubrimientos han indicado que tanto los
pterosaurios como los dinosaurios eran animales activos de sangre caliente.
Algunos miembros de ambos grupos tenían el cuerpo cubierto de una capa peluda.
Aunque carecemos de evidencias directas de que el Kongonaphon poseyera esos
rasgos, «los animales como el Kongonaphon se ilustran con protoplumas, una
suposición razonable basándonos en su distribución en animales relacionados»,
afirma Pritchard.
De haber sido así, es probable que el Kongonaphon concediera
atributos útiles a sus descendientes. Los animales pequeños tienen más
dificultades a la hora de regular su temperatura corporal y los cuerpos peludos
pueden aportar aislamiento para mitigar las oscilaciones de frío a calor. La
pequeñez también viene acompañada de un metabolismo rápido, la necesidad de
encontrar una gran cantidad de comida alta en calorías y la capacidad de correr
o saltar para atrapar insectos y huir de los depredadores.
Un animal de 18 centímetros llamado Scleromochlus fue otra
criatura diminuta y curiosa que parece haber contribuido. Los paleontólogos han
debatido si saltaba más como una rata canguro o como una rana, pero sea como
fuere, este animalito parece haber desempeñado un papel fundamental en el
origen de los pterosaurios, que tenían una capa peluda como sus pequeños
ancestros.
Habrá que encontrar más fósiles para verificar estas ideas,
pero es probable que, con el transcurso del Triásico y a medida que los
dinosaurios evolucionaban en un mayor abanico de formas y tamaños, estos transportaran
los rasgos ancestrales de sus parientes diminutos, como los cuerpos peludos y
las constituciones ágiles. Esta herencia podría haber supuesto la diferencia
cuando volvió a producirse una extinción en masa.
Los dinosaurios ascienden al trono
El final del Triásico, hace 201 millones de años, se vio
marcado por otro repunte de la actividad volcánica. Las repercusiones no fueron
tan devastadoras como las de la extinción de finales del Pérmico, pero fueron
lo bastante graves para crear un clima global volátil.
La historia de esta extinción aún está esclareciéndose, pero
es posible que los parientes de los cocodrilos y de otros reptiles no
soportaran el aumento de la temperatura global y el enfriamiento subsiguiente.
Sin embargo, dinosaurios y pterosaurios fueron más capaces de controlar la
temperatura corporal gracias a las protoplumas. En este momento, los
dinosaurios y los pterosaurios habían evolucionado en grupos diversos y
adaptables. Los dinosaurios carnívoros veloces y pequeños convivían con herbívoros
cuellilargos gigantescos, y los pterosaurios fueron los primeros vertebrados
capaces de volar por el aire.
Para mediados del Jurásico, hace unos 175 millones de años,
los dinosaurios dominaban el mundo. Los grandes depredadores con dientes
serrados y recurvados como los Megalosaurus acechaban en los bosques. Los
herbívoros bajos y con armadura como el Huayangosaurus se alimentaban de
helechos. Y los enormes herbívoros cuellilargos como el Spinophorosaurus se
convertirían en unos de los animales terrestres más grandes que han vivido
jamás.
Tras millones de años al margen, los dinosaurios habían
prosperado. Y durante su reinado, desempeñaron sin saberlo un papel crucial
para constituir a sus sucesores: los mamíferos.
Un linaje superviviente de protomamíferos dio lugar a una
nueva estirpe de criaturas pequeñas que estaban activas durante la noche y no
superaban en tamaño a un ratón. Al igual que los antepasados de los
dinosaurios, estaban cubiertas de capas peludas, tenían metabolismos rápidos y
se alimentaban de insectos. Conforme los ciclos de la vida continuaban, los
primeros mamíferos se ganaron la vida en los márgenes del mundo de los
dinosaurios hasta que otra extinción en masa —el asteroide de Chicxulub que
mató a los «lagartos terribles»— cambió su suerte.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en
nationalgeographic.com.
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