Algunos fósiles no son lo que aparentan: descubre cómo era el mundo en el pasado
En el registro fósil podemos identificar a los primeros
organismos y su anatomía
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Seirocrinus subangularis del esquisto Posidonia del Jurásico temprano en Holzmaden, Alemania. WIKIMEDIA COMMONS / JAMES ST. JOHN |
Si fuese mucho mayor, como Júpiter, la densidad atmosférica
sería tan alta que impediría la llegada a su superficie de la luz solar, fuente
fundamental de energía para los seres vivos. Un tamaño inferior, como Marte,
supondría no ejercer suficiente atracción gravitatoria para retener una
atmósfera y una hidrosfera que los organismos enriquecerían luego en oxígeno.
La distancia al astro radiante es también apropiada. Más
cerca, como en Venus, la temperatura superficial sería tan alta que el agua,
medio en el que tienen lugar las reacciones metabólicas, estaría en estado
gaseoso; más lejos, como en Marte, sería muy baja y estaría helada.
Bombardeo meteorítico
Desde hace 4 600 millones de años (Ma), cuando se formó la
Tierra, hasta hace unos 4 000 Ma, su superficie estuvo sometida a un intenso
bombardeo meteorítico. Entre otras colisiones la del protoplaneta Theia, del
tamaño de Marte, que originó la Luna. Esto imposibilitó el desarrollo de la
vida durante el eón Hádico.
Aunque el registro fósil no indica cuándo aparecieron los
primeros organismos, ciertas evidencias geoquímicas sugieren que ocurrió en el
Arcaico, hace unos 3.800 Ma. Es la edad de las rocas sedimentarias más antiguas
conocidas, las estructuras bandeadas de hierro y grafito alternantes con sílex
de la formación Isua en Groenlandia. En este grafito, el isótopo estable pesado
del carbono (¹³C) es escaso, como en la materia orgánica. Evidencias más
concluyentes son los estromatolitos, estructuras biogénicas originadas por
cianobacterias autótrofas que muestran fototropismo, registradas con
anterioridad a 3.500 Ma.
Durante el Proterozoico continúan los hallazgos, incluyendo
la aparición de organismos eucariotas. Pero es a comienzos del período Cámbrico
(542 Ma), ya en el Fanerozoico, cuando se dispone de un buen registro sobre la
evolución de la vida: aparecen los tejidos esqueléticos mineralizados,
aumentando el potencial de fosilización de los organismos.
El registro fósil: una ventana a otros mundos
La paleontología estudia los fósiles bajo todos los puntos
de vista para reconstruir la vida en el pasado geológico. Por ello, trata sobre
hechos históricos, de naturaleza contingente e irrepetible. Según el genetista
Theodosius Dobzhansky, “nada tiene sentido en Biología excepto a la luz de la
evolución”.
“la caza del fósil conlleva la incertidumbre y la emoción de resucitar a una criatura jamás vista antes por los ojos humanos“
Más aún, el zoólogo Ernst Mayr afirmó que sin la
paleontología no podríamos resolver ciertos problemas evolutivos y muchos otros
ni tan siquiera los imaginaríamos (pensemos en las grandes catástrofes, como la
que acabó con los dinosaurios tras el impacto meteorítico finicretácico). La
razón es que “son únicamente los paleontólogos, entre todos los biólogos,
quienes tienen acceso a la dimensión temporal de los fenómenos evolutivos”.
Estas consideraciones llevaron al paleontólogo George
Gaylord Simpson a afirmar que “la caza del fósil conlleva la incertidumbre y la
emoción de resucitar a una criatura jamás vista antes por los ojos humanos,
haciéndonos reflexionar sobre los enigmas del significado y la naturaleza de la
vida y del hombre”.
En el registro fósil abundan los ejemplos de organismos cuya
existencia nunca podríamos imaginar, abriéndonos una ventana a mundos
anteriores.
Los lirios de mar: parecen plantas pero no lo son
Los crinoideos son un grupo peculiar de animales. Pertenecen
a los equinodermos, donde se encuadran con erizos, estrellas de mar, ofiuras y
holoturias, junto a otras clases ya desaparecidas.
La anatomía de los crinoideos pedunculados es llamativa.
Estas especies, poco diversas y de pequeño tamaño, se conocen como lirios de
mar. Su cuerpo se compone de un tallo segmentado con el que se fijan al
sustrato (son sésiles o ligeramente vágiles), junto a un cáliz (cuerpo) y unos
brazos articulados con cirros que recogen el alimento (son suspensívoros). Por
ello, la primera impresión fue que se trataba de plantas.
Aunque pueden habitar en profundidades considerables, como
animales necesitan la presencia de oxígeno en el agua. Por ello, resulta
insólito el hallazgo de determinadas formas fósiles en medios sin oxígeno, como
el crinoideo del Jurásico Seirocrinus subangularis, cuyo pedúnculo alcanzaba
los 15 metros de longitud, con un diámetro de cáliz y brazos de hasta 80 cm.
¿Cómo era posible semejante tamaño en un género de vida
bentónico y anóxico, como evidencia el sedimento en el que se conservan? La
observación clave la efectuó en 1968 el paleontólogo alemán Adolf Seilacher,
quien señaló que los cálices aparecen siempre situados sobre los brazos,
mientras que el tallo se dispone sobre los cálices. Esto le sugirió como
hipótesis más plausible que las larvas se fijasen a troncos de madera
flotantes, desarrollándose como organismos pelágicos en la parte superior de la
columna de agua, rica en nutrientes, hasta que su crecimiento provocaba el
hundimiento de los troncos. Los brazos serían los primeros en alcanzar el fondo,
conservándose los ejemplares articulados.
No han sido estos crinoides los únicos con un género de vida
insólito. Así, ciertas formas (Scyphocrinites) pudieron ser flotadoras gracias
a un bulbo distal (lobolito) a modo de vejiga en su tallo, o mediante brazos
rígidos dispuestos radialmente (Saccocoma), mientras que otras de pequeño
tamaño quizás nadasen activamente (Uintacrinus).
Hay otros mundos, pero existieron en este
En definitiva, aunque los paleontólogos seamos cazadores de
fósiles, no matamos presas para colgarlas como trofeos en la pared. Nuestra
investigación devuelve los fósiles a la vida, recreando con ellos los mundos
maravillosos que existieron en la Tierra.
Hoy está de moda invertir recursos ingentes buscando rastros improbables de vida en otros planetas, como Marte. Quizás haríamos mejor
destinando parte de esos fondos a conocer más nuestro pasado. The Conversation
Este artículo ha sido escrito por Paul Palmqvist Barrena, Catedrático de Paleontología en la Universidad de Málaga. Puedes leer el artículo original en The Conversation.
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