Son conocidos por todos los grandes esqueletos de dinosaurio que frecuentemente se encuentran en los museos de historia natural, pero esos no son los únicos tipos de fósiles que existen.
Un fósil se define como cualquier resto o señal de una
entidad biológica del pasado. Es un concepto muy amplio, que va más allá de los
huesos petrificados de dinosaurios que vemos en muchos museos. Son fósiles
también, por ejemplo, las conchas y caparazones de invertebrados prehistóricos,
la savia preservada de un árbol antiguo —y los organismos que contiene—, los
excrementos preservados o coprolitos, e incluso las huellas de un animal al
pasar por un lodazal, y que se conservan en la roca que se formó después.
El fósil es la unidad de información tafonómica disponible
sobre los seres vivos del pasado, y proporciona información en muchos niveles:
anatómica, fisiológica o metabólica. También es posible inferir datos sobre el
comportamiento, la ecología, el clima y la biogeografía, y por supuesto, los
fósiles son un firme soporte de información evolutiva. La rama de la
paleontología que estudia los procesos de fosilización se denomina tafonomía
—que no debe confundirse con la taxonomía, que estudia los principios de
clasificación de los seres vivos—.
La inmensa variedad de fósiles que existen se puede
clasificar según distintos criterios: según su composición química, según el
tipo de sustrato en el que se encuentre, según se trate de restos orgánicos o
de huellas y marcas; según su historia diagenética, etc.
Uno de los métodos más robustos de clasificar los fósiles es
según cómo se hayan formado, que influye directamente en el resultado final. Y
siguiendo este criterio, tenemos cinco tipos principales de fósiles.
La carbonización
Fósil carbonizado del tronco de un equiseto del Carbonífero. |
En un ambiente carente de oxígeno, los tejidos se ablandan,
se aplastan, colapsan y se consolidan, y la materia orgánica que los compone se
convierte en carbón.
Cuando este proceso sucede con algas microscópicas, se
acumulan en el sustrato, formando esquistos, o excepcionalmente, se preservan
en forma de petróleo.
Los moldes y positivos
Molde fósil de un ammonoideo. |
En este tipo de fenómenos, es frecuente además que el
sedimento que rellena el molde adquiera su forma, formando así un positivo de
roca que coincide con la forma que tuvo el animal en vida.
Con frecuencia, el mismo cuerpo del organismo favorece la
cimentación del nuevo material que rellenará el fósil; cuando esto sucede, se
denomina un fósil autogénico.
Conservación de partes duras
Fósil de Ichthyosaurus que conserva su esqueleto. |
En ocasiones, esas partes duras están ya mineralizadas, y no
sufren cambios significativos; otras veces, por las condiciones químicas del
entorno, los minerales que componen esas conchas o esqueletos son reemplazados
por otros.
Esta forma de fosilización puede coincidir con la formación
de moldes, por eso no es raro encontrar una concha de un molusco y en la roca
opuesta, su molde.
Permineralización celular o petrificación
Fósil de ammonideo permineralizado. |
En un principio, tiene lugar una infiltración de agua
cargada con minerales en los tejidos, que precipitan en el interior de las
células y en los espacios entre ellas. El mineral infiltrado puede ser silíceo,
formando calcedonia o cuarzo microcristalino o de tipo calcáreo y más
excepcionalmente, también se pueden infiltrar piritas, limonitas, etc.
Un tipo especial de permineralización sería la
crioconservación. Los tejidos blandos, que están hidratados, son congelados de
forma rápida y se considera que hay una permeación del hielo microcristalino.
El mejor ejemplo serían los mamuts congelados del pleistoceno.
Este tipo de fósiles preservan muy bien el aspecto de las
partes blandas del organismo. Pero aún queda otro tipo de fósil que preserva
los organismos intactos, casi invariables.
Ambarización; un fósil dentro de otro fósil
Fósil de ámbar báltico, con un insecto atrapado en su interior. |
Aunque lo más habitual de encontrar en el ámbar fósil son
insectos y arácnidos, también son frecuentes esporas, semillas, fragmentos de
corteza y otros restos vegetales. En raras ocasiones, pueden encontrarse trozos
de animales más grandes. Quizá uno de los fósiles de ámbar más excepcionales es
el de una cola totalmente emplumada de dinosaurio, probablemente celurosaurio,
de mediados del cretácico, descrita en 2016.
Los fósiles conservados en ámbar preservan con frecuencia
trazas de los materiales originales y proporcionan una enorme cantidad de
información científica.
Referencias:
Fernández-López, S. R. 2000. Temas de Tafonomía. (p. 167).
Dpto. Paleontologia, Universidad Complutense de Madrid.
Schopf, J. M. 1975. Modes of fossil preservation. Review of
Palaeobotany and Palynology, 20(1), 27-53. DOI: 10.1016/0034-6667(75)90005-6
Xing, L. et al. 2016. A Feathered Dinosaur Tail with Primitive Plumage Trapped in Mid-Cretaceous Amber. Current Biology, 26(24),
3352-3360. DOI: 10.1016/j.cub.2016.10.008
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