Con esta frase se describe una realidad del Museo de Dinosaurios de Salas de los Infantes en un artículo de El Mundo que recoge una entrevista a Fidel Torcida, Director del Museo.
El Museo de los Dinosaurios de Salas de los Infantes (Burgos) está de enhorabuena y de aniversario. Se cumplen ahora diez años desde que un grupo de investigadores y amantes de los dinosaurios viera cumplido un sueño, gracias a la apertura de un museo que, con el tiempo y el avance de los descubrimientos parece haberse quedado pequeño y, para algunos, "algo olvidado".
Decenas de horas de investigación y mucho esfuerzo queda almacenado tras años de empeño y dedicación en las salas de un espacio museístico que, según sus responsables, no responde a las necesidades ni a la importancia de las piezas encontradas.
Lejos de parecerse a particulares museos jurásicos, el museo de Salas de los Infantes es un pequeño espacio que, si bien ha sabido mantener durante estos años una impulso docente e investigador, ha quedado relegado en muchas ocasiones a un segundo plano y se ha convertido en un "superviviente".
Fidel Torcida, responsable del Museo, señala que todos aquellos que han luchado por el museo "han comprobado, incluso en épocas de bonanza, lo difícil que es llegar a obtener ayudas o dotaciones presupuestarias".
Hacinados en cajas
Uno de los principales problemas con los que se encuentran los investigadores y docentes que trabajan en el museo es la falta de espacio. Una pequeña sala sirve de laboratorio y de almacén de cientos de restos fósiles de distintas especies de dinosaurios a los que nadie ha sabido encontrarles un sitio más idóneo que unas cuantas cajas de cartón.
Muchas de las piezas que duermen en este singular trastero son hallazgos de las últimas campañas realizadas en la zona. "Lo más idóneo es que estas piezas estuviesen de cara al público, pero no hay espacio", reconoció Torcida. Sea como fuere, uno de los efectos que ha producido esta falta de espacio es el aplazamiento en las excavaciones "porque ya no caben más piezas".
Foto: R. Ordóñez
El Mundo
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