Es La Buitrera, en Río Negro. El científico Sebastián Apesteguía detalló por qué sigue estudiando el lugar 23 años después del hallazgo
Sebastián Apesteguía es investigador en paleontología del Conicet y de la Fundación de Historia Natural Féliz de Azara. |
Sebastián Apesteguía es uno de los paleontólogos más
destacados del país y autor de descubrimientos fósiles que captaron la atención
de las principales revistas científicas del mundo. Uno de sus mayores logros
fue el desarrollo del Área Paleontológica La Buitrera, un sitio de conservación
único en la Patagonia Norte.
“Cuando dimos con La Buitrera a mí se me heló el cuerpo porque
las personas que habían encontrado los primeros huesos en esa zona eran héroes
para mí”, con una sentida emoción, Sebastían Apesteguía relató el momento que
marcó un antes y un después en su carrera. A más de 20 años de su hallazgo La
Buitrera, un conglomerado de localidades con fósiles ubicadas en el
departamento del Cuy, provincia de Río Negro, hoy es una de las regiones de
preservación y de interés científico más importantes de Sudamérica.
Apasionado por los huesos desde joven, el investigador independiente
de Conicet logró consagrarse como uno de los paleontólogos más prestigiosos del
país. Se formó entre las Universidades de Buenos Aires y La Plata, condujo un
año el Museo Patagónico de Ciencias Naturales, y hoy dirige al equipo de
paleontología de la Fundación de Historia Natural Félix de Azara.
P– ¿Cómo descubriste tu pasión por la paleontología?
El científico Apesteguía ha realizado el hallazgo de 32 especies de animales que eran desconocidas. |
R– Siempre me gustó esta disciplina, pero no tenía claro
cómo tenía que estudiarla. A los 18, antes de ingresar a la Universidad de
Buenos Aires, me ofrecí como voluntario en el Museo Argentino de Ciencias
Naturales. Cuando empecé la facultad ya había participado de campañas, en mi
caso fui primero a los huesos y luego a estudiar. Con el tiempo me cambié a la
Universidad de la Plata, allí era uno de los pocos al que le interesaban los
dinosaurios.
P– ¿Cómo fue que se empieza a gestar el descubrimiento de La
Buitrera?
R– Hay una tradición por la cual Buenos Aires se dedica a
los dinosaurios y La Plata a los mamíferos. Los pocos huesos de dinosaurio que
había en el Museo de La Plata estaban mal acomodados y desordenados, así que me
dediqué a pegarlos, ordenarlos y limpiarlos. Un día vi unos huesos muy bonitos
y bien conservados que provenían del “Rancho de Ávila” en Río Negro y habían
sido recolectados en 1922. Me dije ‘yo quiero descubrir huesos así’. De
inmediato le propuse a mi jefe, Fernando Novas, hacer una campaña en este
lugar. Encaramos con mi Jeep y con un puñado de estudiantes.
P– ¿Cuáles eran las precisiones que tenían sobre este lugar?
Además del conglomerado La Buitrera, en Río Negro, Apesteguía ha participado en campañas de investigación en Bolivia, Ecuador, Estados Unidos, Hungría y Francia. |
R– Llegamos en 1999 por referencias de unas crónicas
escritas en 1927 por un investigador alemán, Friedrich von Huene. Dimos con un
lugar bastante arbolado y bonito. Era diferente al paisaje de la Patagonia en
general, así que dijimos: ‘tiene que ser acá’. Fuimos haciendo averiguaciones
del lugar y localizamos un sitio que quedaba a unos 7 kilómetros en línea recta
de allí. Encontramos a un señor de apellido Avelás quien nos mandó con sus
hijos como guías, Miguel y Estela de 9 y 11 años.
Nos mostraron algunas cosas pero en mal estado. Les consulté
si sabían de algún otro lugar y nos respondieron que había más como a un
kilómetro de distancia. Luego de una larga travesía, habíamos dado con La
Buitrera.
P– ¿Cómo es que adquiere ese característico nombre?
R– Es muy fácil. Cuando me llevaron al lugar me llamó la atención en lo alto de los acantilados la presencia de jotes, o sea buitres. Cuando le consulté a los lugareños cómo llamaban ellos a ese lugar, me contestaron: “y es la buitrera”.
P- ¿Cómo era antiguamente el lugar donde hoy se emplaza el Área Paleontológica?
R– Hace 100 millones de años era un desierto que abarcaba unos 1.000 kilómetros cuadrados. A ese lugar nosotros lo llamamos de fantasía “Kokorkom”, que en tehuelche significa “desierto de los huesos”.
P– ¿Qué impacto tuvo este tipo de ambiente en la conservación de los restos fósiles?
R– Fue fundamental. Supongamos que un animal del tamaño de
una rata muere. Si eso pasa en cualquier lugar húmedo, lo hace sobre
vegetación. Por lo que queda sin resguardo. Luego puede venir un animal más
grande y se lo come. Pero si muere en un desierto, queda tapado con la arena al
soplar el viento y sus restos quedan preservados. En general los mejores
lugares para conservación son estos espacios, así como los fondos de lagos con
poco oxígeno.
La Buitrera es un lugar de preservación excepcional, de los
pocos en el mundo. Pero a diferencia de otras zonas, que suelen estar cubiertas
por agua, los huesos no quedan aplastados. Entonces es posible observar el
esqueleto tridimensionalmente. Eso nos permite hoy analizar los anillos de
crecimiento y estudiar su histología, con la cual podemos tener más precisiones
sobre cómo crecían.
P– ¿A qué tipo de conclusiones llegaron sobre el impacto del
entorno en la vida de estos animales?
Apesteguía encontró el sitio La Buitrera en 1999 por crónicas escritas en 1927 por un investigador alemán, Friedrich von Huene. |
R– Varias. Se han hecho diferentes investigaciones. El 9 de
marzo defendió su tesis de Licenciatura en Paleontología de la Universidad de
Río Negro, Sol Cavasin. Su tema fue justamente la paleobiología de un reptil de
La Buitrera, el Priosphenodon avelasi, un pariente de los lagartos. Ella pudo
concluir que el espécimen que analizó vivió al menos 10 años, probablemente era
cavador y no había alcanzado su tamaño máximo. Precisamente se confirmó que
tenía un crecimiento alternado con periodos más lentos y otros más rápidos. Y
quizá el clima desértico de ese lugar y época haya contribuido para que
alcanzara el metro de largo, siendo que normalmente los esfenodontes alcanzaban
sólo unos 20 centímetros.
P– ¿En qué época del año realizan las expediciones?
R– Las hacemos todos los años entre enero y febrero. A lo
largo de 23 años de trabajo lo hemos cambiado. Pero principalmente elegimos
esta estación porque no se toman exámenes, y eso permite que los estudiantes
participen. Pero también es el momento de más calor. Este próximo año iremos en
enero.
P– Por último, a diferencia de otras épocas ahora es más
sencillo acceder a autorizaciones para expediciones ¿Pero que hace falta por
parte de los organismos gubernamentales para contribuir a un mejor cuidado de
los restos fósiles?
R– Los museos no son solo vitrinas y su corazón son las
colecciones. Estas requieren mantenimiento y seguridad, de la humedad, el polvo
y las ratas. Y eso necesita de presupuesto y compromiso. En los últimos 20 años
Río Negro creció tanto en su acervo paleontológico, como en su importancia
científica, comparable incluso a la totalidad de algunos países de Europa. El
Estado está, y eso es loable, pero es necesario avanzar más en esa conciencia
de cuidado del patrimonio. Hay que escuchar a los investigadores que trabajan
en la provincia y apoyar sus necesidades, porque son quienes llevan el nombre
de la provincia al mundo.
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