Hallada en el prepirineo catalán la excepcional impresión de
la piel de un gran saurópodo de hace 66 millones de años
JACINTO ANTÓN - Vallcebre 13.10.16
Víctor Fondevila señala la impresión de la piel del gran
saurópodo. Jacinto Antón
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“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Nada
como el famoso microrrelato de Monterroso para tratar de explicar la
maravillosa sensación que produce contemplar, e incluso tocar, la impresión en
relieve de su cuerpo que dejó uno de esos extintos animales (y uno muy grande,
seguramente un titanosaurio) al sentarse, reclinarse o caerse en suelo fangoso
hace 66 millones de años. La piel del dinosaurio quedó grabada en la blanda
superficie que luego se rellenó de arena y se petrificó conservando por un
rarísimo azar el relieve exacto en negativo de la superficie cubierta de
escamas. Quedó para la posteridad –para nosotros- el insólito testimonio
directo del paso por el mundo de una bestia portentosa cuya familia se acercaba
entonces a su extinción.
Observar en un remoto y pequeño barranco del prepirineo
catalán, donde ha sido hallada, esa roca con la huella de la piel escamosa del
dinosaurio es como mirar el flanco de un dragón de verdad. Entre unos pequeños
pinos y abetos, haciendo equilibrios en una pendiente de tierra arcillosa de
color bermellón sangre, se llega a la pared donde brota un granulado pétreo de
unos 26 centímetros de largo: se observan perfectamente una treintena de
grandes escamas poligonales, pentagonales y hexagonales; otras tantas están
menos definidas. A un metro y medio de esta primera impresión hay una segunda,
más pequeña (unos 5 centímetros) y menos clara, con solo siete escamas. El
excepcional fósil (único en Europa de su clase) lo halló Víctor Fondevilla, del
departamento de Geología de la Universidad Autónoma de Barcelona, y su estudio,
publicado en el Geological Magazine lo firman el propio Fondevila, su colega
geólogo Oriol Oms y los investigadores del Instituto Catalán de Paleontología
Miquel Crusafont y del Museo de la Conca Dellà Bernat Vila y Àngel Galobart.
Fondevilla y Galobart presentaron el descubrimiento el
martes in situ (aunque el lugar exacto ha de quedar en secreto para evitar el
hurto y el vandalismo) en su agreste paraje a cerca de1.500 metros de altura en
las proximidades de Vallcebre (Alt Berguedà), paraíso de senderistas, buscadores
de setas y paleontólogos. Para hacer boca y contextualizar el hallazgo primero
nos llevaron frente a la impresionante pared gigantesca del vecino yacimiento
de Fumanya Sud (en el municipio de Figols), cubierta de rastros de pisadas
(icnitas) de dinosaurios. Una pirueta geológica ha colocado en vertical las
huellas, igual que lo ha hecho más allá con la impronta de la piel. Hace
millones de años la zona era un paraje costero inundable, un pantano junto al
mar, y luego la desembocadura de un río. Los dinosaurios proliferaban aquí y
eran a su manera felices. Una felicidad que no duraría mucho (en términos
amplios). Estos dinosaurios catalanes, que medraban al final del Cretácico
Superior, fueron, según los especialistas, de los últimos que pisaron la Tierra.
Sus vidas se desarrollaron muy cerca del límite de la extinción a partir de la
cual dejaron de existir todos los dinosaurios.
“No sabemos cómo y con qué parte del cuerpo hizo la marca el
dinosaurio, quizá al agacharse, seguro que no con las extremidades delanteras o
traseras”, explica Fondevila, un joven que ha tenido, como su colega la
prevención de llevar un buen forro polar para la ocasión, no como otros. “Es
una marca puntual, no murió allí, solo tocó con el cuerpo en el suelo
embarrado”.
“En esta zona nos encontramos hace 71-66 millones de años,
justo antes de la extinción de los dinosaurios”, continúa, y se oye a lo lejos
un gemido quejumbroso que nos suena a todos muy spilbergiano. Resulta ser una
vaca. “Que sepamos se trata de la impronta de piel de dinosaurio más moderna
del mundo”, subraya el investigador. El hallazgo de la impronta fosilizada de
una piel no es tan relevante como hallar la piel misma fosilizada –o el Grial
paleontológico de las momias fosilizadas de dinosaurio, como Dakota o Leonardo-,
pero es muy inusual. “Aquí tenemos muchas pisadas, huesos, huevos, pero jamás
habíamos encontrado algo así como esta impronta. En Norteamérica y en Asia sí
se han hallado, pero en toda Europa muy pocas y ninguna del Cretácico
Superior”. La relevancia de las fechas estriba en su cercanía a la extinción.
El dinosaurio que se recostó, o cayó, era de los últimos que pisaron la Tierra.
Es bastante seguro que se tratara de un titanosaurio, el enorme saurópodo
cuellilargo –herbívoro- que medía entre 15 y 20 metros. No solo por el tamaño
de las escamas sino porque cerca de la marca se ha hallado una pisada de la
misma especie y porque los titanosaurios eran muy habituales en Fumanya.
También había hadrosaurios (dinosaurios picos de pato), pero sus escamas son
más pequeñas.
Fondevila resalta que la impresión evidencia algo
fascinante: ahí estuvo el dinosaurio vivito y coleando. Una evidencia mucho más
directa que los huesos. Galobart aprovecha para hablar del fin de los
dinosaurios, mientras en unos riscos en la distancia pueden verse las siluetas
de unos buitres. “Hay diferentes teorías. Una propone que ya estaban tocados
por fenómenos como el vulcanismo antes del impacto del asteroide, que habría
sido el golpe de gracia. Pero lo que vemos aquí en esta época final es una gran
diversidad de dinosaurios, lo que parece contradecir su declive y que pasaran
un mal momento: tres o cuatro especies de hadrosaurios, otras tantas de
terópodos (carnívoros), entre ellos unos pequeños cazadores del tipo de los
velocirraptores, y dos de saurópodos “. De la impresión fósil se ha hecho un
molde y está por decidir si el original se extrae para impedir que algún
canalla lo robe o dañe.
El trayecto en el coche 4X4 junto a los dos investigadores
hasta la impresión de la piel resultó muy excitante, digno de Parque Jurásico.
En el camino, Galobart señaló en otra pared un rastro de un saurópodo adulto y
otro juvenil que habían caminado juntos cuando Raquel Welch era joven. Llegamos
a la zona secreta, un mini Olduvai, y Fondevila se encaramó por el resbaladizo
terraplén para señalar la marca de la piel del dinosaurio. Explicó que al verla
por casualidad durante un registro geológico enseguida comprendió lo que era.
Los páridos en los árboles callaban mientras tanto ante el pétreo testimonio
del ancestro. Trepé, en un revoltijo de bloc, bolígrafo y nervios, hasta llegar
al lado del descubierto. Me sujetó con el brazo. Alargué la mano y toqué la
fría superficie del grumo cretácico. Las escamas. Cerré los ojos y en un
fogonazo el paisaje devino cálido y extraño. La roca pareció palpitar bajo mis
dedos y Monterroso diría que el dinosaurio despertó.
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