Crónica de una expedición científica por el extremo sur de
Chile en busca del antiguo corredor de tierra por el que los dinosaurios llegaron
desde América hasta la Antártida. Los científicos han descubierto rastros de
una extraña muerte en masa en el que pudieron perecer cientos de ejemplares por
culpa del cambio climático. Esta es una aventura tras sus huellas.
Hubo un tiempo en el que la Antártida no era el desierto helado e inhóspito de la actualidad, sino una tierra verde, caliente y poblada por dinosaurios. Algunos habían llegado desde América por un puente de tierra que conectaba ambos continentes. Los rastros de esa conexión desaparecieron hace decenas de millones de años, pero un equipo de científicos está desenterrando pruebas de su existencia en uno de los lugares más remotos de Sudamérica: la Patagonia chilena
En los yacimientos chilenos han aparecido restos de al menos
tres especies
de dinosaurios.
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“Hemos encontrado la mayor concentración de fósiles de
dinosaurio en el punto más al sur del mundo, a excepción de la Antártida”,
resume Marcelo Leppe, paleobotánico y director científico del InstitutoAntártico Chileno (INACH). Leppe lidera un equipo de jóvenes biólogos,
paleontólogos, paleobotánicos, palinólogos (expertos en polen fósil) y otros
especialistas que excavan en un lugar que llaman El Puesto, en el extremo sur
de Chile. Por aquí, piensan, pasaba una ruta migratoria que unía los dos
continentes y que quedó abierta gracias al cambio climático.
En 2012, un guarda al que apodan Nano fue el primero en
encontrar huesos de dinosaurio en esta zona. Parecía sencillamente imposible,
pues se pensaba que en el Cretácico Superior todos estos valles estaban
cubiertos por el mar. Leppe llegó poco después y comenzó a encontrar cosas
inexplicables en lo alto de los cerros, a unos 1.000 metros de altitud. Había
hojas de vegetación terrestre y, en niveles superiores, fósiles de
hadrosaurios, dinosaurios de pico de pato de unos seis metros de largo. En unos
cuantos metros de ascensión por estas colinas se sale del fondo de lo que fue
un océano prehistórico para pisar la misma tierra donde vivieron los
dinosaurios hace unos 70 millones de años. Cada día, el equipo se divide en
grupos que recorren los cerros en caminatas interminables. Los fósiles aparecen
casi en cualquier parte, y bien se cargan a la mochila o se marca su
localización con GPS para regresar otro día cuando haya más tiempo.
“HEMOS ENCONTRADO LA MAYOR
CONCENTRACIÓN DE FÓSILES DE DINOSAURIO EN EL PUNTO MÁS AL SUR DEL MUNDO, A
EXCEPCIÓN DE LA ANTÁRTIDA”
El Puesto es parte de una de las fincas ganaderas más
grandes de la Patagonia. Para llegar hasta aquí hay que volar a Punta Arenas,
recorrer cinco horas por carretera y pista de tierra en dirección noreste y,
por último, caminar cuatro horas bajo la lluvia y la nieve desde el último
lugar remotamente habitado, conocido como Las Chinas. Una caseta que fue hogar
para los pastores acoge las comidas y reuniones del equipo científico. Trece
tiendas de campaña completan las comodidades del campamento, en el que se
trabaja unas tres semanas. El País Semanal fue invitado por Imagen de Chile a acompañar
a los científicos en la expedición de este año, durante la que se han
encontrado restos de tres nuevos dinosaurios, incluido un saurópodo de 18
metros de largo.
El guarda de la estancia fue el primero en encontrar huesos
de dinosaurio.
PABLO RUIZ
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Este año, el equipo ha explorado una ladera bastante alejada
del yacimiento original. Allí han aparecido un montón de piedras con poros en
su interior, marca inconfundible de la médula ósea de un dinosaurio, en
concreto la vértebra dorsal casi completa de un hadrosaurio. En el valle vecino
se han recuperado dos fragmentos de piedra azulada con las mismas marcas, la
tibia de un dinosaurio carnívoro. “Por el tamaño de los huesos calculamos que
tendría cuatro metros de largo”, explica Sergio Soto, investigador experto en
taxonomía del Museo Nacional de Historia Natural de Chile. Y en otro valle algo
más alejado, el equipo comenzó a desenterrar un pequeño resto de hueso que,
tras horas de trabajo, resultó ser un enorme fémur de un dinosaurio herbívoro
de cuello largo.
Leppe calcula que las capas de terreno más recientes podrían
tener unos 67 millones de años. “Creemos que es una cama de huesos que se
extiende más de siete kilómetros, debe contener literalmente miles de huesos,
cientos de individuos… ¿Qué pudo matarlos a todos a la vez?”, se pregunta.
En la primera imagen, el equipo reconstruye cientos de fósiles de plantas halladas aquí. En la segunda, el experto en polen Héctor Mansilla analiza un tronco fosilizado.
Hace 66 millones de años, un meteorito de unos 10 kilómetros
de diámetro impactó contra la Tierra. Desde mediados del siglo pasado se han
encontrado abundantes pruebas geológicas de este suceso en la península de
Yucatán (México), y durante décadas fue considerado la única causa de la
extinción de los dinosaurios. Estudios más recientes apuntan a que, para cuando
sucedió este cataclismo, los dinosaurios ya estaban muy amenazados. Un cambio
climático brusco y grandes erupciones volcánicas habrían desbaratado tanto
algunos ecosistemas que estos animales estaban ya al borde de la extinción
total.
Durante la mayor parte de la era de los dinosaurios el mundo
estaba sometido a un intenso y plácido efecto invernadero. Las temperaturas
eran bastante más cálidas que ahora, los niveles de CO2, elevados, y virtualmente
no había hielo en todo el globo, un clima perfecto para la vegetación de
grandes hojas, los enormes dinosaurios vegetarianos y también para sus
depredadores carnívoros. Al final del Cretácico las cosas cambiaron para
siempre. Hay evidencias de que hubo bruscas fluctuaciones climáticas hacia
temperaturas más frías, lo que cambió el ecosistema al que estaban
acostumbrados estos animales. “Estos eventos de enfriamiento podían hacer bajar
el nivel del mar hasta 150 metros en un periodo muy corto, de apenas cientos de
años”, explica Leppe.
Los fósiles de plantas son claves para entender qué sucedió
en la zona hace
68 millones de años.
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Durante la campaña, cada miembro del equipo se encarga de
reconstruir una pequeña parte de lo que pasó aquí hace entre 67 y 70 millones
de años. Una de las pistas más claras no la están dando los huesos. “Los
dinosaurios podían escapar de una amenaza, pero las plantas no, por eso te
pueden explicar mucho mejor qué estaba sucediendo con el clima”, explica el
brasileño Thiers Wilberger, paleobotánico del equipo.
En su última expedición a la Antártida, a finales de enero,
el equipo encontró la que puede ser la hoja de Nothofagus más antigua que se
conoce, de hace unos 82 millones de años. Hoy los Nothofagus, las hayas del
sur, son el árbol más característico del extremo sur de América y uno de los
pocos que consiguen sobrevivir en el clima extremo de la Patagonia.
En El Puesto, en un nivel inferior al de los hadrosaurios,
aparecen de nuevo estas hojas de Nothofagus de unos 68 millones de años, las
más antiguas de América del Sur. Este género de plantas es incapaz de
sobrevivir en agua salada y sus semillas tienen una baja capacidad de
dispersión, con lo que el equipo piensa que está ante una prueba clara de que
hubo un antiguo puente entre la Antártida y América que se abrió justo en esta
época. Este año se ha hecho otro gran descubrimiento: varias flores completas
perfectamente fosilizadas.
Una nevada de verano austral en el campamento de El
Puesto. PABLO RUIZ
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“Los dinosaurios iban hacia la Antártida y las plantas hacia
América”, resume Leppe. Era “el comienzo del final para estos animales”, pero
también “un momento de aparición de nuevas especies, de mucha creatividad en
términos evolutivos”, resalta. El corredor entre ambos continentes se habría
convertido así en un epicentro de origen de especies por la conexión y
desconexión entre América y la Antártida debidas al cambio climático.
Gerson Fauth, de la Universidad Unisinos, en Brasil, busca
microorganismos marinos fosilizados que pueden reconstruir el ambiente y
datarlo con precisión. “Necesitamos unos dos o tres meses para saber si las
muestras contienen microfósiles y en torno a un año para saber de qué especie
son”, explica. Leppe cree que las partes más altas de los cerros eran zonas de
deltas en las desembocaduras de ríos, así que los microorganismos pueden
ayudar a confirmar esa posibilidad. Héctor Mansilla, el palinólogo del equipo,
es experto en detectar restos de polen y analizarlos al microscopio para
identificar la planta y la época en la que vivió. “Dependiendo de cómo se
depositara en los sedimentos, el polen además permite reconstruir el ambiente”,
explica. El equipo espera publicar este año varias dataciones que ayuden a
afinar las fechas en las que sucedió la supuesta migración entre continentes y
también ese extraño evento de muerte en masa de hadrosaurios.
PABLO RUIZ |
Usando palas, espátulas, brochas, pinceles y raspadores, el
equipo paleontológico separa los fósiles de los sedimentos, tumbados en el frío
suelo mientras sopla un viento helador. En el cementerio de hadrosaurios
también aparece carbón, troncos de conífera fósil parcialmente quemados y
restos de plantas. “Es imposible saber si murieron antes, durante o después de
un gran incendio, en cualquier caso desaparecieron al menos un millón de años
antes del meteorito. Hay que ser cauto, pero creo que aquí hay material para
estudiar durante los próximos 25 años o más. Posiblemente yo haya muerto y se
siga investigando qué sucedió aquí”, confiesa Leppe.
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