Hoy son casi imperceptibles por la erosión de la piedra y la
falta de cuidado. Pero ahí están, aunque vinieron de otro lugar: son rastros
que guardan la memoria de un tiempo tan remoto que es inimaginable a los ojos
de la modernidad. En algunas lajas de la plaza San Martín hay algunas marcas,
“improntas” —así se llaman técnicamente— de fósiles de una especie de molusco
que se llamó ammonites, que tienen una forma identificable a la de un caracol.
Esa especie existió en la era Mesozoica.
Las ammonites tuvieron sus primeros registros durante el
período Jurásico, unos 240 millones de años atrás, e incluso antes. Entonces,
estos animales marinos vivieron previo y durante la etapa de los dinosaurios.
Son parientes lejanos de los pulpos actuales, pero se diferencian de éstos por
presentar una carcaza acaracolada, que es lo que se evidencia en las lajas de
la plaza.
Pero, ¿cómo llegaron aquí esas huellas, a ese espacio público?
Las lajas son formaciones sedimentarias principalmente marinas; estos “bichos”
vivían en el agua, morían y al morir quedaban las formas, las improntas de sus
fósiles impresas en esos sedimentos que luego fueron rocas. “Esas improntas
están registrados en los registros fósiles de la Cordillera de los Andes del
lado argentino. Hay afloramientos donde se encontraron restos de ammonites, por
eso se supone que esas lajas de la plaza San Martín vinieron de una cantera de
San Juan”, explica a El Litoral Raúl Vezzosi, paleontólogo.
Vezzosi es doctor en Ciencias Naturales con orientación en
Paleontología (UNLP), y licenciado en Biodiversidad con la misma orientación
(UNL). Esa rama de la ciencia, que estudia el pasado de la vida sobre la Tierra
a través de los fósiles, es su pasión. Integra el Laboratorio de Paleontología
de Vertebrados del Centro de Investigaciones Científicas de Diamante, Entre
Ríos (en vinculación con el Laboratorio de Geología), en dependencia del CCT
Conicet Santa Fe. Los laboratorios trabajan en esta región: Entre Ríos, Santa
Fe y hay vinculaciones con científicos de Córdoba y Stgo. del Estero.
La explicación
En la era Mesozoica (que incluye al Jurásico), gran parte de
América del Sur estaba toda cubierta de agua. Con el paso millones de años, “el
suelo viejo fue aflorando por movimientos tectónicos, los ‘bichitos’ se
murieron, quedaron en el fondo, y mucho después, cuando se levantaron los
continentes, las improntas empezaban a registrarse expuestas en superficie, más
precisamente en formaciones sedimentarias marinas”, dice el experto.
Las lajas tienen todos los indicios de que fueron depósitos
marinos sedimentados. “Y los animalitos vivían en el mar. Luego morían, se
depositaban ahí y quedaban impresas sus formas. Se formó el positivo (el fósil)
y el negativo (la huella), y así queda la marca del caparazón, lo que llamamos
su ‘impronta’”, explica didácticamente Vezzosi.
Esas formaciones rocosas finalmente se convirtieron en
lajas, que se vendieron. Así llegaron a la ciudad, probablemente de una vieja
cantera de la provincia de San Juan. Antes, las lajas se comercializaban hasta
para ornamentación y decoración de casas.
No hay marcas de fósiles de ammonites ni de dinosaurios en
la ciudad, que se entienda bien, subraya Vezzosi. “Si se quisieran encontrar
ammonites en Santa Fe, habría que excavar por los menos 5 km. debajo de la
Tierra. Esta zona continental fue siempre mucho más baja que el área
cordillerana; cuando se levantó la Cordillera todo el suelo viejo afloró con
los movimientos tectónicos del suelo a lo largo de miles de millones de años”,
amplía el paleontólogo. Por eso, allí sí se encontraron fósiles prehistóricos.
El científico refuerza su aseveración: “Hay estudios
paleontológicos del país y del extranjero coincidentes, que estudiaron los
ammonites de otros ambientes y concluyeron que existieron en depósitos marinos.
Hubo ammonites de diámetros de tres metros (muy grandes) a cinco centímetros,
muy pequeños, cuyas improntas son las que pueden verse en algunas lajas de la
plaza San Martín”.
En rigor, hay un estudio científico de un geólogo del
Conicet, Alberto Riccardi (UNLP, la Revista de la Asociación Geológica Argentina,
2008, titulado “El Jurásico de la Argentina y sus amonites”), donde explica las
etapas históricas y las zonas geológicas donde vivieron estas especies de
moluscos, entre ellas la zona cordillerana de Argentina y Chile.
Necesidad de preservar
Así eran. En la era Mesozoica, las ammonites tenían una
caparazón con forma
de caracol. Pero el molusco es muy parecido a los pulpos
que se conocen
en la actualidad. Foto: Internet
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Las marcas que pueden verse (con mucha dificultad, sólo
agachándose) en algunas lajas de la plaza están muy erosionadas por las
pisadas, y la falta de cuidado. “Sería bueno que se pudieran preservar. Se
podrían limpiar, acondicionar. Con una limpieza diaria de la plaza y con una
cartelería sencilla indicatoria alcanzaría”, subraya Vezzosi.
“Tenemos marcas de fósiles y esto convierte a este espacio
público tan lindo en un lugar que es parte del patrimonio cultural, histórico,
hasta paleontológico de la ciudad”, resalta el científico. A este tesoro hay
que cuidarlo, porque está aquí y es nuestro, insiste. “No sólo hay fósiles en
los museos: también los hay en los espacios públicos de la ciudad. Y eso es lo
que debemos tener en cuenta y preservar”.
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