LIBRO DE LA SEMANA
Ilustración de un Tiranosaurus rex de Todd Marshall
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Si la idea de que en otra época Marruecos lindaba con Nueva
York le parece aburrida; si su mente no se queda atónita ante la idea de que
todavía existen 10.000 especies de dinosaurios y no le impresiona que el
Tiranosaurus rex fuese lo bastante fuerte como para partir en dos un coche con
los dientes, este libro no es para usted. Pero si le gustó la historia de amor
de John McPhee con las rocas en Annals of the Former World y el entretenido
relato de Janna Levin Cómo le salieron manchas al universo (Lengua de Trapo),
Auge y caída de los dinosaurios, del paleontólogo Steve Brusatte (Chicago,
1984), le encantará.
Steve BrusatteTraducción de Joandomènec Ros. Debate. Madrid, 2019. 416 páginas. 23,90 €. Ebook: 12,99 €
Brusatte sabe insuflar vida a los huesos muertos de los
dinosaurios al paso que comparte efusivamente su viaje personal cuando era un
joven cazador de fósiles. El entusiasmo que pone en narrar sus historias hace
que devoremos el libro, que va provocando en el lector un asombro tras otro.
«Actualmente, se descubre una nueva especie de dinosaurio a la semana en algún
lugar de mundo. Fíjense bien: un nuevo dinosaurio a la semana», dice el autor.
¡Alucinante!
Al friki que hay en mí le encanta el tsunami de finos
detalles que inundan cada página, narrados en el estilo ligero de un científico
de la generación del milenio camino del estrellato. El autor nos conduce
sistemáticamente a través de los diversos estadios de la evolución de los
dinosaurios, empezando por la fase del Triásico anterior a estos en la que una
extinción en masa allanó el camino para su aparición. Los dinosaurios no
podrían haber prosperado sin los sucesos dramáticos que dieron nueva forma a la
tierra hace más de 250 millones de años. La lava arrojada por innumerables
volcanes en erupción extinguió toda vida a su paso, mientras los gases de
efecto invernadero cubrían el planeta, calentaban el antiguo océano y
provocaban un calentamiento global sofocante que contribuyó a aniquilar a la
mayor parte de los animales terrestres vivientes.
Sin embargo, una incógnita permanece: ¿por qué sobrevivieron
los primeros dinosaurios al infierno de la extinción triásica que les permitió
multiplicarse y dominar libres de competidores? «Me gustaría tener una
respuesta satisfactoria», confiesa Brusatte, «es un misterio que, literalmente,
no me ha dejado dormir… A lo mejor los dinosaurios, sencillamente, tuvieron
suerte».
No se puede reprochar al autor que dedique todo un capítulo
al rey de los dinosaurios, el Tiranosaurus rex. Al fin y al cabo, esta perfecta
«máquina de matar» ha sido la favorita de los admiradores en películas que se
remontan al clásico King Kong, alcanzando su máximo protagonismo en Parque
Jurásico, de Steven Spielberg, la cinta que cambió la vida de Brusatte. «Muchos
científicos se han sentido atraídos impulsivamente por la majestuosidad del Rey
de la misma manera que a tantas personas les obsesionan las estrellas de cine y
los deportistas», afirma. El autor ofrece abundante carne sobre el tiranosaurio
para que el lector le hinque el diente, en particular sobre su mordedura,
aterradoramente única entre sus congéneres carnívoros. «El Tiranosaurus rex
clavaba los dientes profundamente en su víctima, a menudo hasta los huesos, y
luego la desgarraba de un tirón». Esta técnica del tiranosaurio ha recibido su
propio nombre: alimentación por perforación y desgarre. Sin embargo, en la
mayoría de las películas está ausente la imagen evolutiva del Rex como ancestro
de los pájaros, con plumas que sobresalían entre las escamas para conservar el
calor y quizá servir de reclamo en el cortejo sexual. Además, no era tonto. Las
mediciones de su capacidad craneana muestran que «era más o menos tan
inteligente como un chimpancé y más que los perros y los gatos».
Brusatte combina con acierto la historia de los dinosaurios con las vidas de grandes paleontólogos
La desaparición de los dinosaurios hace 66 millones de años
ha sido objeto de frecuentes debates y ha oscurecido los 150 millones de años
de reinado de estos reptiles, que los convierten en una de las criaturas más
duraderas que jamás hayan habitado la Tierra. «Lejos de fracasar», afirma el
autor, «fueron un éxito evolutivo». Sus restos fosilizados se pueden encontrar
por casi todo el planeta. Y, aunque hablemos de su caída, decenas de miles de
especies de dinosaurios siguen entre nosotros. Los llamamos aves. Puede que no
lo creamos, dice Brusatte, pero «las aves no son más que un grupo extraño de
dinosaurios» que desarrollaron alas y aprendieron a volar. «El caer en la
cuenta de que las aves son dinosaurios seguramente sea el hecho individual más
importante jamás descubierto por los paleontólogos especialistas en el tema».
Los jóvenes científicos como Brusatte y sus colegas
comparten un evidente sentido del asombro. «Cuando veo las primeras huellas del
Triásico me dan escalofríos. Puedo percibir el lejano espectro de la muerte».
Esta conexión emocional, junto con la recopilación de historias personales y
personajes que hace el autor, convierten el libro en algo especial. Entre las
historias está la del Rancho Fantasma de Georgia O’Keeffe, «repleto de fósiles»
que hicieron de él una meca para los jóvenes paleontólogos que acudían en
manada tras la muerte de la artista. Según el autor, «si actualmente visita
alguna gran exposición sobre dinosaurios, probablemente vea algún Coelophysis
del Rancho Fantasma, el dinosaurio del Triásico por excelencia».
También nos encontramos con el barón Franz Nopcsa von
Felso-Szilvás, el extravagante «genio trágico» del espionaje cuyas aventuras en
busca de fósiles en Transilvania durante la Segunda Guerra Mundial acabarían en
el asesinato-suicidio de él y su pareja. «Drácula no tenía nada que envidiar al
barón de los dinosaurios». Otro personaje es el incomparable Barnum Brown, que
descubrió el primer Tiranosaurus rex en 1902 y se convirtió en «el primer
paleontólogo famoso. Si viviese hoy, sería la estrella de algún espantoso
programa de telerrealidad y, seguramente, político».
La paleontología está llena de personalidades, y Brusatte
siempre está en el lugar adecuado en el momento oportuno. Como en Hell Creek,
en el estado de Montana, para el descubrimiento de «la tumba de un Triceratops»
que proporcionó la inesperada prueba de que se trataba de una especie gregaria.
O pasando el rato con su mentor Mark Norell en su legendario despacho del Museo
de Historia Natural en Central Park. También en China, embobado ante la
colección de fósiles cubiertos de plumas a cargo del conservador chino Xu Xing,
el «mayor cazador de dinosaurios del mundo».
El lector se maravilla asimismo ante el prodigioso biólogo
Jacob Vinther, cuyo microscopio descubrió el color de las plumas de los
dinosaurios que los equipaban mejor para el cortejo. (Solo aprendieron a volar
por accidente, algo típico de la evolución). Como un joven admirador fascinado,
Brusatte peregrina a Italia para ver cómo el mítico Walter Álvarez presume de
su histórico descubrimiento: un fino estrato de arcilla que contiene los restos
largo tiempo buscados de un asteroide desintegrado, o lo que es lo mismo, la
primera prueba sólida de la idea de que un impacto catastrófico, el famoso
meteorito, acabó con los dinosaurios.
Al físico Richard Feynman le maravillaba la manera en que la
belleza de la naturaleza se esconde en sus detalles. A su juicio, el científico
es capaz de disfrutar más de la belleza de una flor porque entiende su
funcionamiento interno. La belleza de este libro también reside en sus
detalles, así como en las historias de los científicos que los sacaron a la
luz.
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