En repetidas ocasiones he dicho que las más antiguas
menciones de vertebrados fósiles del Terciario Inferior de España corresponden
a las localidades de Sanzoles (Zamora) en 1873, por Juan Vilanova y Piera, y
San Morales (Salamanca) en 1906, por Manuel Miquel.
Cantera en Villamayor, 2001. Durante siglos salió de esta
población la
"piedra dorada", ornamento y orgullo de Salamanca. Los
primeros fósiles,
hoy desaparecidos, aparecieron en 1902.
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Sin embargo, esto, que es recogido por todos los geólogos y
paleontólogos desde que fue escrito así por Eduardo Hernández Pacheco en 1914,
no es completamente exacto.
No. Porque hay una cita anterior, de 1859. En esta fecha se
produce la publicación de la segunda edición, muy mejorada, de la “Zoologie et
Paléontologie françaises“, de Paul Gervais. En su lámina XVIII, figura 4, se
expone en un magnifico grabado un molar de Lophiodon isselense, que le fue
entregado “procedente de España”. Sin concretar más sobre el lugar de
procedencia.
Los maravillosos grabados de esta gigantesca obra
complementan las magistrales de Georges Cuvier y Henry Marie Ducrotay de
Blainville. Con todas ellas funcionó la paleontología de vertebrados europea
durante el siglo XIX y buena parte del XX.
Pero nuestra España en aquellos tiempos estaba sumergida
casi continuamente en conflictos bélicos internos y pocos hallazgos
paleontológicos pudieron llamar la atención de los escasos pero eminentísimos
científicos que se dedicaron a ello. Uno de ellos fue Juan Vilanova y Piera,
primer catedrático de Paleontología, famoso por su defensa en Francia de la
autenticidad de las pinturas rupestres de la Cueva de Altamira. El tiempo les
dio la razón a él y a su descubridor, Marcelino Sanz de Sautuola.
Sin duda Vilanova determinó en 1873 los fósiles de Sanzoles
(placas y dientes del cocodrilo Pristichampsus rollinati) por comparación con
las láminas de Gervais. Hoy, siglo y medio después, admiramos la obra de aquel
insigne profesor valenciano, que determinó los fósiles que le entregaron con el
máximo conocimiento de la época, pero se ha avanzado mucho en este tiempo, y
podemos decir que en el Eoceno medio de Zamora había, al menos, 4 cocodrilos,
Diplocynodon, Asiatosuchus, Iberosuchus y Duerosuchus. ¿A cuál de estos cuatro
correspondería el antiguo hallazgo, si se pudiese revisar? ¡Pero no se sabe
donde puede estar!
Y llegamos a 1902. También en una sesión de la Real Sociedad
Española de Historia Natural, Salvador Calderón da una noticia enviada por el
Sr. Fernández Gatta, de Salamanca, informando que en un número de la revista El
Lábaro figura el descubrimiento de “huesos fósiles incrustados en caliza
terciaria en el pueblo de Villamayor. Consisten en un fémur de paquidermo y un
incisivo y un molar pequeños, al parecer de insectívoro” (cita textual).
Los estratos de arenisca de Villamayor aparecen aquí
inclinados por la acción
de una falla próxima. Muy cerca se encontraron los
restos de un cocodrilo
Diplocynodon en 1981 (Foto E Jiménez, 2002).
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Nada tiene de particular que esta mención no haya sido nunca
tenida en cuenta, salvo por lo anecdótico.
De los hallazgos de 1906 en San Morales (Salamanca), que
menciona Manuel Miquel (Paloplotherium minor y Xiphodon gracile) y que fueron
vistos también por Jean Albert Gaudry (no por Charles Depéret, como dije no
hace mucho. ¡La memoria me falló en esa ocasión!), tampoco se sabe dónde están.
Además de los mamíferos, había gran cantidad de placas de tortugas
irreconocibles y Miquel describe unos dientes determinándolos como de
cocodrilos diferentes del Pristichampsus. Puede que, en ambos casos, se trate
de las primeras menciones de Iberosuchus, el cocodrilo corredor, género
descrito mucho después por Miguel Telles Antunes, en 1975. José Royo Gómez
indagó sobre el paradero de estos y de otros ejemplares de esta población, en
Sevilla y en el monasterio de Oña (Burgos), con resultados negativos. ¡También
se perdieron para siempre!
Pero, vuelvo a repetirlo, a partir de 1969 el yacimiento de
la Aceña de la Fuente renació ¡por fin! con nuevos y magníficos ejemplares, que
lo datan en la parte alta del Eoceno medio.
Algo muy diferente es lo ocurrido con los fósiles que le
entregaron a Eduardo Hernández Pacheco, en 1914, en Zamora. Procedían de
Corrales y fueron depositados en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de
Madrid. Ello permitió su estudio detallado en 1923 por Fredéric Roman y en 1991
por Miguel Ángel Cuesta.
Quiero, desde estas líneas, insistir en lo que siempre he
proclamado. Nada se consigue coleccionando estos tesoros paleontológicos, que
hacen avanzar la Ciencia. Deben estar perfectamente localizables en las
vitrinas o en los almacenes de los museos, para que puedan ser estudiados en el
futuro. Y estos museos deben tener la gran responsabilidad de su conservación.
Hacerlo de otra manera lleva al caos. Sería como cuando un jardinero no riega
sus plantas. ¡Se mueren!
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