Cuesta mantener frías las cabezas grandes. En algunos
dinosaurios, los tejidos abundantes en vasos sanguíneos podrían haber resuelto
este problema.
FOTO POR BRIAN ENGH/ DONTMESSWITHDINOSAURS.COM
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Para protegerse del sobrecalentamiento, los animales grandes
como los elefantes y los rinocerontes tuvieron que desarrollar estrategias de
enfriamiento. Es probable que dinosaurios como el Tyrannosaurus rex tuvieran el
mismo problema: una nueva investigación determina que estos enormes carnívoros
lo resolvieron desarrollando «aires acondicionados» gigantes en la cabeza.
Un equipo de investigadores dirigido por Casey Holliday
analizó los orificios de la parte superior de los cráneos de dinosaurios
carnívoros, denominados fenestras dorsotemporales. Un detallado estudio
anatómico reveló que era probable que las cavidades contuvieran tejido rico en
grasa y vasos sanguíneos.
Estas estructuras podrían haber resultado útiles para
expulsar calor cuando los dinosaurios se sobrecalentaban y absorber calor
cuando se enfriaban, según informa el equipo en la revista The Anatomical Record.
«Hemos descubierto que los grandes dinosaurios terópodos —e
incluso algunos de los pequeños, como el Velociraptor— tenían este tipo de
embolsamientos que probablemente contenían vasos sanguíneos y eran útiles para
la regulación térmica», afirma Holliday, paleontólogo de la Facultad de
Medicina de la Universidad de Misuri.
Ocultos a plena vista
Durante más de un siglo, los paleontólogos pensaron que
estos orificios ayudaban a sostener los músculos de la mandíbula de especies
como el T. rex, ya que en dinosaurios y en sus parientes vivos, las aves, las
depresiones se sitúan justo frente a importantes aperturas de los músculos de
la mandíbula.
«Casi todos asumían que no eran más que puntos prolongados
donde se expandían dichos músculos», afirma Thomas Holtz, experto en
tiranosaurios de la Universidad de Maryland, que no participó en el estudio.
Pero cuando Holliday estudió los espacios de los cráneos en
dinosaurios, aligátores y otros animales, esa antigua explicación no cuadraba.
Si el espacio anclaba los músculos de la mandíbula del T. rex, el músculo
tendría que haber procedido de la mandíbula, dado un giro de 90 grados y
serpenteado a lo largo del techo del cráneo. Además, la superficie lisa de los
huesos apuntaba a que las fibras musculares y los tendones no se fijaban en ese
lugar.
Cuando los investigadores estudiaron la anatomía de los
aligátores y las aves modernas —algunos de los parientes vivos más cercanos de
los dinosaurios no aviares—, observaron que en estos animales la región tendía
a estar llena de vasos sanguíneos y grasa. De forma similar al intercambiador
de calor de una unidad de aire acondicionado, la estructura podría haber
permitido que la sangre irradiara o absorbiera el calor del entorno.
Para poner a prueba esta interpretación, los investigadores
emplearon cámaras térmicas para observar las cabezas de los aligátores modernos
en el parque zoológico y granja de aligátores de St. Augustine, en Florida. Las
imágenes mostraron que, en momentos diferentes del día, la zona del cráneo que
contenía las fenestras dorsotemporales estaba relativamente más caliente o más
fría que el resto de la cabeza del animal, dependiendo de si los animales
necesitaban disipar calor o absorberlo.
«Uno de los mayores problemas fisiológicos de los animales
de gran tamaño es poder deshacerse del calor», afirma Holliday. «Si los grandes
dinosaurios terópodos eran de sangre caliente, entonces es probable que también
tuvieran problemas para disipar el calor en algunos casos».
En grandes dinosaurios terópodos como el T. rex, las grandes
estructuras de enfriamiento en la cabeza habrían resultado de gran ayuda para
mantener una temperatura cerebral constante, sobre todo si se sobrecalentaban.
La exhibición de colores
En un estudio similar en 2018, Jason Bourke, paleontólogo
del Instituto de Tecnología de Nueva York, descubrió que un grupo de
dinosaurios con armadura denominados anquilosaurios podrían haber tenido fosas
nasales grandes y retorcidas llenas de vasos sanguíneos. Cuando los animales
respiraban, los vasos los habrían ayudado a disipar el calor excesivo. Bourke
afirma que esta nueva investigación resulta convincente, sobre todo porque su
equipo no halló pruebas de cavidades nasales expandidas similares en terópodos
carnívoros.
«Este nuevo estudio sugiere una forma alternativa de
regulación de la temperatura cerebral y ocular en los terópodos», afirma.
Holliday espera que los hallazgos inspiren a otros a poner a
prueba la hipótesis de la estructura de enfriamiento. También es posible que
una concentración de vasos sanguíneos en esta región del cráneo hubiera ayudado
a sostener las estructuras de exhibición en las cabezas de algunos dinosaurios.
Holliday indica que, en dinosaurios extintos, las
estructuras podrían haber sido proporcionalmente más grandes que las de los
animales vivos. Y en terópodos como el T. rex, las estructuras llenas de vasos
habrían cubierto una gran área sobre la cabeza. Holliday también aclara que
algunos dinosaurios ceratópsidos, como el Triceratops y el Chasmosaurus,
presentan indicios de estructuras similares en el techo del cráneo que están
tentadoramente cerca de la expansión nucal.
Es posible que los dinosaurios hubieran empleado estas redes
de vasos sanguíneos para las exhibiciones de cambio de color, «aunque fuera tan
simple como unas escamas que se sonrojaban o palidecían con el flujo de la
sangre subyacente», afirma Bourke.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en
nationalgeographic.com.
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