martes, 17 de septiembre de 2019

El capitán Scott, el explorador que sacrificó su vida por unos valiosos fósiles

Los cinco exploradores de la expedición del capitán Robert F Scott murieron en la Antártida en 1912. Pero su trabajo fue crucial para adquirir el conocimiento de la tectónica de placas

Los miembros del equipo de Scott en el Polo Sur, el 18 de enero de 1912.
 De izquierda a derecha, de pie: Oates, Scott, Wilson; sentados: Bowers, Evans
En el año 1988 el grupo de música pop Mecano lanzó al mercado español el álbum «Descanso dominical» en el que se incluía la canción «Héroes de la Antártida», su tributo personal a uno de los grandes exploradores de la Historia, Robert F Scott (1868-1912).

Scott capitaneó la Expedición Terra Nova, conocida oficialmente como la British Antartic Expedition, la tercera de las exploraciones del Imperio Británico a la Antártida en el siglo XX.

La letra de la canción narra el trágico final de Scott, Wilson, Evans, Bowers y Oates, los intrépidos exploradores británicos que perdieron la carrera polar –junto con sus vidas– en favor del equipo noruego, capitaneado por Roald Amundsen.

Un continente cubierto por bosques

En el Congreso Internacional de Geografía de 1895 se definió a la Antártida como «la gran pieza de exploración geográfica por ser asumida» y cuyo estudio se podría sumar, de forma importante, al conocimiento de casi todas las ramas de la ciencia.

Por aquel entonces, tanto geógrafos como científicos eran incapaces de precisar si aquella mancha blanca que aparecía en la zona inferior de los mapas era realmente un continente o simplemente una colección de islas de hielo.

El tiempo demostraría que no siempre la Antártida había sido un infierno desolado y blanco, hubo un momento en la historia de nuestro planeta que formaba parte de un mega-continente llamado Gondwana.

Si pudiéramos viajar en el tiempo comprobaríamos con asombro que el continente blanco era un paraíso de vida y riqueza natural, en donde los dinosaurios campaban a sus anchas.

La pieza que faltaba

El invierno de 1912 fue especialmente duro, se registraron temperaturas extremadamente bajas, inferiores a los cuarenta grados Celsius. Este fue, sin duda, uno de los factores que impidió a Scott llegar al depósito de suministros. Los cinco exploradores fallecieron a tan sólo diecisiete kilómetros de ellos.

Junto a los cadáveres se encontró un diario meteorológico, notas de cuentas, rollos de películas y dieciséis kilos de fósiles. Es posible que aquellos moribundos exploradores hubieran tenido mayores probabilidades de sobrevivir si se hubieran desprendido de los fósiles, pero seguramente consideraron que eran demasiados valiosos como para deshacerse de ellos. No se equivocaron.

En 1924 los responsables del Museo Scott desempolvaron los restos arqueológicos que habían acarreado los expedicionarios antárticos y encontraron un respaldo más que evidente a la hipótesis de la deriva continental.

Entre las joyas geológicas había fósiles de Glossopteris, un arbusto extinto que caracterizó el final del Paleozoico al continente Gondwana, significaba que en un pasado remoto allí había habido bosques. Además, el hallazgo coincidía con otras muestras encontradas en Australia, África y la India.

Sin pretenderlo Scott acababa de allanar el camino al conocimiento de la tectónica de placas, era la pieza que faltaba para completar el rompecabezas geológico de nuestro planeta.

Para finalizar, y volviendo a la canción de Mecano, en ella se cometen dos imprecisiones geopolíticas. Por una parte, se dice «Dios salve a la reina», cuando en el momento de la expedición en el trono británico estaba sentado Jorge V; por otra hay una referencia explícita al «punto de latitud cero», lo cual significaría que Scott alcanzó el Ecuador terrestre… en lugar del Polo Sur.

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación


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