La extinción de los dinosaurios ha estimulado hipótesis de
lo más extrañas, y la de la sobredosis por flores, aunque equivocada, es
posiblemente la más llamativa de todas.
Reconstrucción de un Heterodontosaurus, por Tyler
Keillor/
Foto: /Creative Commons
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Hace más de 65 millones de años nuestro planeta estaba
dominado por animales muy diferentes a nosotros. Seres de los que tan solo
quedan los huesos y que han estimulado nuestra imaginación tanto que su propio
nombre significa “lagartos terribles”. La verdad, sin embargo, es que ni eran
lagartos ni eran terribles. Entre ellos había cazadores implacables, pero
también placidos herbívoros y abnegadas madres. Algunos apenas llegaban al
metro de largo, mientras que otros superaban las decenas de toneladas. Durante
más de 150 millones de años los dinosaurios fueron los reyes.
Pero a pesar de su éxito y su inmensa diversidad, hace mucho
que terminó su era. Durante muchos años paleontólogos, geólogos y al parecer
incluso psicólogos, han tratado de desentrañar el misterio ¿Qué puso fin a su
reinado? La hipótesis más sólida (casualmente la más famosa) apunta como causa
al meteorito que impactó en lo que ahora es el golfo de México formando el
cráter de Chicxulub. No obstante, las décadas han acumulado hipótesis de lo más
extrañas. La más peregrina es, posiblemente, la millones de dinosaurios
muriendo de una sobredosis de flores.
Flower power
Hace tres décadas, el psiquiatra Ronald K. Siegler tuvo una
idea. ¿Y si las flores hubieran tenido que ver con la extinción de los
dinosaurios? La sospecha no nacía de la nada. Casualmente, hacia el final del
mesozoico, la era dominada por los dinosaurios, apareció un nuevo tipo de
plantas, las angiospermas. Antes de ellas todas eran gimnospermas, exponían sus
semillas al exterior (como las coníferas o las cícadas). Pero a diferencia de
estas, las angiospermas habían revolucionado la sexualidad de los vegetales con
un nuevo y colorido invento: las flores.
No podemos estar seguros de los compuestos que podían
producir estas primeras flores, pero extrapolando lo que sabemos de nuestras
contemporáneas, es muy probable que buena parte de ellas secretara alguna
sustancia psicoactiva. Esto es, con efectos psicológicos, ya fueran mareos o
alucinaciones que alteraran el sistema nervioso.
Lo que Siegler propuso fue que, tal vez, los dinosaurios
consumieran estas plantas en grandes cantidades sin percatarse de su peligro,
muriendo por una sobredosis. Una especulación como esta merece una buena
cantidad de pruebas sólidas que la defiendan, pero lo que Siegler aportó en su
lugar fue una lista de más de 2000 animales que, al darles la posibilidad,
consumían drogas. Y quien dice drogas se refiere tanto al normalizado alcohol
como a la heroína. Elefantes, monos, ratas… todos se sentían atraídos por los
efectos de las esas extrañas sustancias, así que ¿por qué no los dinosaurios?
Pero espera, ahora estamos rodeados de angiospermas y los
animales, generalmente, no se pasean por la naturaleza como si acabaran de
salir de after. Siegler justificaba esto diciendo que el hígado de los
dinosaurios era mucho menos eficiente eliminando estas sustancias y, lo que es
más, que los dinosaurios posiblemente carecían de un mecanismo de aversión
condicionada al gusto, eso que tras un atracón de pasta boloñesa hace que la
salsa de tomate te despierte nauseas. Nosotros, en cambio, detectamos los
alcaloides tóxicos de las plantas como un sabor amargo que (por lo general) nos
desanima a ingerirlas. Ahora sabemos que algunos animales, como el murciélago
vampiro (Desmodus rotundus) carecen de este condicionamiento. Así que, sin duda
la idea era original, pero ¿tiene alguna evidencia?
Misteriosas excepciones
Por desgracia, no podemos saber si los dinosaurios consumían
plantas con sustancias psicoactivas o si perdían el apetito por algo que les
había sentado mal en el pasado, pero los paleontólogos tienen un truco: estudiar
a sus parientes vivos más cercanos. Da la casualidad de que las supervivientes
a la extinción más próximos son las aves, de hecho, las aves pertenecen al
superorden Dinosauria, por eso es tan frecuente escuchar que las aves son
dinosaurios contemporáneos, porque sencillamente lo son. Recuperando el hilo:
al parecer las aves sí muestran aversión condicionada aunque se basa más en la
vista que en el gusto, una gran noticia para Siegler, aunque no era suficiente.
Hacía falta comprobar algo más.
Cladograma de los amniotas. En él podemos ver que las aves
se incluyen como dinosaurios, igual que los dinosaurios y los
cocodrilos forman
parte de los arcosaurios./
Foto: /Creative Commons
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Existe otro pariente vivo de los “lagartos terribles”, uno
que se separó de ellos antes de que se convirtieran en dinosaurios: los
cocodrilos. Dinosaurios (aves incluidas) y cocodrilos pertenecen al grupo de
los arcosaurios, y da la casualidad de que un joven psicólogo llamado Gordon
Gallup pensó que podía ser buena idea buscar la aversión condicionada al gusto
en caimanes. Aquello tenía sentido, a fin de cuentas, los pájaros podían haber
desarrollado su aversión después de separarse de los dinosaurios (en cuyo caso
los dinosaurios probablemente no sufrieran aversión) o bien la trajeran de
serie de tiempos remotos.
La investigación de Gallup reveló que los caimanes eran
capaces de alimentarse de cualquier cosa, no importaba cuántas veces se les
hubiera indigestado antes. Esto implicaba que posiblemente, la aversión
condicionada al gusto habría surgido en algún punto entre el último ancestro
común de cocodrilos y dinosaurios y el de dinosaurios y aves. Aquello no era lo
que Gallup necesitaba. Si los cocodrilos hubieran mostrado aversión
condicionada al gusto podríamos haber supuesto que sería un rasgo común a los
dinosaurios, ya que sería extraño que cocodrilos y aves lo hubieran
desarrollado independientemente, o que los descendientes del antepasado común
entre dinosaurios y cocodrilos hubieran perdido esta aversión para recuperarla
sus sucesores avianos. La naturaleza suele ser más “vaga", trabajando por
con el principio de parsimonia. La hipótesis era difícil de confirmar. De hecho
Gallup publicó este estudio en 1987, hacía apenas un par de años desde que
Stephen Jay Gould popularizara una crítica al trabajo de Siegler en su famoso
libro: La sonrisa del flamenco. Sin embargo, que la teoría de las angiospermas
estuviera bastante descartada no consiguió disuadirle y decidió seguir
investigando hasta nuestros días.
El retorno
Tenemos que adelantar casi hasta nuestros días, cuando en
2018 Gallup decidió publicar un nuevo artículo científico, esta vez con Michael
Fred. En él, aseguraban presentar pruebas que apoyaban esta hipótesis que han
decidido llamar: hipótesis de la venganza biótica. Por desgracia, parece que
las evidencias no han crecido en todo este tiempo y siguen siendo las mismas
que exponían hace tres décadas. Lo que sí han aparecido, sin embargo, son los contraargumentos
que descartan la sobredosis.
Una de las principales críticas desde la aparición de esta
hipótesis en los años ochenta fue que era aparentemente imposible de falsar.
Esto es, que, dado que estos procesos de consumo de sustancias no quedan preservados
en el registro fósil, no habría forma de corroborarlos. Si una hipótesis no
puede ser testada se dice que es infalsable y deja de ser estudiada por la
ciencia (no se considera necesariamente falsa, ojo). Ante una hipótesis
infalsable la ciencia ha de ponerla a un lado y buscar otra explicación que sí
pueda ser puesta a prueba. Apuntar a la infalsabilidad es un golpe muy duro,
pero hay otro tal vez más evidente.
El golpe de gracia
Según Gallup, los dinosaurios podrían tener o no aversión al
gusto, sin embargo, él mismo asegura que los caimanes carecen de ella sin lugar
a duda. Por lo tanto, si fue esta falta de aversión lo que extinguió a los
dinosaurios ¿por qué no extinguió a los caimanes y cocodrilos? Gallup ha
respondido en más de una ocasión que la vida acuática de estos arcosaurios los
mantenía alejados de las plantas potencialmente peligrosas. Sin embargo, esto
no explicaría por qué tantos reptiles marinos se extinguieron durante esta
época, así como el 15% de las familias de invertebrados marinos y la mayoría de
las especies de plancton.
El tercer golpe lo asestan las propias plantas, pues existen
restos fósiles que indican que una gran cantidad de angiospermas murieron hacia
el final del mesozoico (en el cretácico superior o tardío). Por mucho que nos
duela, la hipótesis de la venganza biótica ha sido tan vapuleada por la
evidencia que no tiene sentido seguir considerándola. En nuestros días es poco
más que una historia curiosa de la paleontología, como cuando se creía que la
extinción se había debido a mamíferos que habían devorado todos los huevos de
dinosaurios, o a que el enorme tamaño de estos reptiles les había
sobrecalentado sus aparatos reproductores hasta dejarles estériles.
Parece que después de todo y a pesar de que algunos investigadores
se nieguen a dejarla marchar, la hipótesis de la venganza biótica es pura
fantasía y, por bien que suene, deja más huecos de los que intenta tapar. Parte
del progreso científico consiste en saber pasar página cuando se demuestra que
una explicación supera de largo a las demás.
Es probable que la muerte de los dinosaurios viniera
fraguándose durante millones de años, reduciendo su diversidad hacia finales
del periodo cretácico. Sin embargo, sabemos que el golpe de gracia lo dio un
meteorito, no una droga vegetal. El impacto de un cuerpo espacial que dejó su
huella como una capa de iridio, que cubrió todo el planeta y que podemos
encontrar por doquier. La muerte no fue rápida, quienes sobrevivieron al
Armagedón tuvieron que enfrentarse a una era de oscuridad y frío, donde el
cielo se volvió gris y ocultó al Sol durante demasiado tiempo, afectando a las
plantas y extendiéndose a todos los seres que de ellas dependían. En la noche
meteorítica no había flores, ni alcaloides, solo negrura, iridio y evidencias.
QUE NO TE LA CUELEN:
- Decir que las aves son dinosaurios no es una licencia poética basada en su relación evolutiva. Taxonómicamente las especies acumulan las clasificaciones de sus ancestros. La definición taxonómica de pez incluye a todo lo que evolucionó de ellos, incluidos a nosotros, del mismo modo, las aves SON dinosaurios.
- La hipótesis del meteorito sigue siendo sólida. Sin embargo, sabemos que no fue la única causa, algo llevaba tiempo diezmando a los dinosaurios.
- La infalsabilidad no es el único criterio que ayuda a diferenciar ciencia de pseudociencia. Actualmente, el problema de la demarcación, que así se llama, trata de resolverse mediante conjuntos de características a cumplir, entre las que, por lo general, está la falsabilidad.
REFERENCIAS (MLA):
- Michael Frederick & Gordon G. Gallup, Jr. “The demise of dinosaurs and learned taste aversions: The biotic revenge hypothesis” IEE. 10,2017.
- Hervé Sauquet, et al. “The ancestral flower of angiosperms and its early diversification” Nature Communications. 2017.
- Peter Shulte, et al. “The Chicxulub Asteroid Impact and Mass Extinction at the Cretaceous-Paleogene Boundary” Science. 2010.
- Stephen Jay Gould. “La sonrisa del flamenco”. Crítica. 1985.
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