Hace 66 millones de años, un asteroide chocó contra la costa
oriental de México y acabó con los
dinosaurios. Ahora, los científicos tienen una mejor idea de qué ocurrió. Foto: TIm Peake, ESA, NASA |
Imagina el amanecer del último día del periodo Mesozoico, hace 66 millones de años. Los primeros rayos del sol se deslizan sobre los pantanos y los bosques de coníferas en la costa de la actual península mexicana de Yucatán.
Las tibias aguas del Golfo de México pululan de vida.
Mientras ese mundo perdido de dinosaurios e insectos enormes despierta,
empezando a graznar y a zumbar, un asteroide del tamaño de una montaña se
aproxima a la Tierra a unos 64,000 kilómetros por hora.
Durante unos momentos, por el cielo cruza una bola de fuego
que parece mucho más grande y brillante que el sol. Y un instante después, el
asteroide choca contra la Tierra con una descarga explosiva calculada en más de
100 billones de toneladas de TNT.
El impacto penetra la corteza terrestre a varios kilómetros de profundidad, abriendo un cráter de más de 185 kilómetros de diámetro y vaporizando miles de kilómetros cúbicos de roca.
El evento desata una cadena de cataclismos globales que
aniquilan 80 por ciento de la vida terrestre, incluida la mayoría de los
dinosaurios.
Esta historia apocalíptica ha sido descrita en incontables
libros y revistas desde 1980, cuando se propuso la teoría del impacto del
asteroide. Y luego, en la década de 1990, la identificación del cráter de
Chicxulub, en el Golfo de México, dio a los científicos una idea precisa del
“cuándo” y el “dónde”.
Sin embargo, exactamente cómo fue que el asteroide acabó con
tanta vida terrestre ha permanecido como un misterio provocador.
Este es un fragmento del asteroide que creó el cráter de
Chicxulub.
Foto: Faith Tucker, NASA
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El mes pasado, un equipo de científicos británicos que
trabajaba en una plataforma petrolera frente a la costa del Golfo de México
obtuvo los primeros núcleos jamás extraídos del “anillo de picos” del cráter de
Chicxulub. Dicho anillo es el punto donde la Tierra golpeada rebotó en los
segundos posteriores al impacto, y la “hinchazón” formó una gran estructura
circular dentro de las paredes de cráter. Al estudiar su geología invertida,
los investigadores esperan entender mejor las fuerzas fenomenales
desencadenadas aquel día.
Reviven la catástrofe
Lo que ahora se sabe desafiaría la imaginación de los
guionistas de Hollywood. Gracias a una “calculadora de impacto” desarrollada
por un equipo de geofísicos de la Universidad Purdue e Imperial CollegeLondres, los usuarios pueden introducir unos cuantos detalles clave, como el tamaño
y la velocidad del asteroide, para obtener una imagen vívida de los
acontecimientos.
“Puedes ingresar diferentes distancias respecto del punto de
impacto para ver cómo cambian los efectos con la distancia –dice Joanna Morgan,
una de las científicas principales del proyecto de perforación-. Si hubieras
estado cerca, digamos, como a 1,000 kilómetros, la bola de fuego te habría
matado instantáneamente o en cuestión de segundos”.
Los científicos usaron una barrena para investigar el cráter
de Chicxulub.
Foto: Dave Smith, International Ocean Discovery Program
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De hecho, Gareth Collins, profesor de ciencias planetarias
en Imperial College, quien ayudó a desarrollar el programa, asegura que de
haber estado lo bastante cerca para verla, hubieras muerto. Nueve segundos
después del impacto, la radiación térmica habría carbonizado a cualquier
observador que se encontrara a esa distancia.
Árboles, hierba y arbustos habrían ardido espontáneamente, y cualquiera que estuviera presente habría sufrido quemaduras de tercer grado en todo el cuerpo.
Al fuego le habrían seguido las inundaciones. Dependiendo de
la topografía local, el impacto hubiera precipitado un tsunami fenomenal de
hasta 305 metros de altura. Y el terremoto posterior, de por lo menos 10.1 en
la escala de Richter, habría sido más poderoso que cualquiera jamás medido o
experimentado por seres humanos.
“Un evento sísmico de semejante magnitud habría sido el
equivalente a todos los terremotos del mundo en los últimos 160 años, desatados
simultáneamente”, afirma Rick Aster, profesor de sismología de la Universidad
Estatal de Colorado, y ex presidente de la Sociedad Sismológica de Estados
Unidos.
Apenas ocho minutos después del impacto, las eyecciones
empezarían a caer, sofocando el paisaje ardiente bajo un manto de grava y cenizas
candentes. Más cerca de la zona de impacto, el suelo quedaría sepultado bajo
cientos de metros de escombros.
Unos 45 minutos más tarde, una ráfaga de viento barrería la
región a 965 kilómetros por hora, dispersando escombros y derribando todo lo
que siguiera en pie. El sonido de la explosión llegaría al mismo tiempo, un
rugido de 105 decibeles tan ensordecedor como el de un jet volando a baja
altura.
Los científicos extrajeron estas rocas del cráter de
Chicxulub.
Foto: Dave Smith, International Ocean Discovery Program
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Tierra adentro, fuera del alcance de los efectos directos de
la explosión, un observador presenciaría el espectáculo del oscurecimiento del
cielo y una exhibición apocalíptica de estrellas fugaces, producida por
escombros del impacto lloviendo sobre el planeta.
“No habrían tenido el aspecto de estrellas fugaces o
meteoros ordinarios –dice Collins-.
Cuando los meteoros viajan a gran velocidad, se incendian y
se calientan. Estos objetos estarían reingresando en la atmósfera desde
altitudes más bajas, de manera que serían más lentos y emitirían radiación
infrarroja. No estoy muy seguro de cuál habría sido su aspecto. Imagino que
tendrían un fulgor rojizo”.
Después del fulgor rojizo, el cielo empezaría a oscurecerse
conforme las cenizas y los escombros que flotaban alrededor del planeta creaban
una penumbra creciente.
“Durante las primeras horas, la oscuridad sería casi total
–dice Collins-. Pero poco después, el cielo comenzaría a aclararse. En las
siguientes semanas o meses, tal vez incluso años, probablemente habría algo
entre penumbra y un día muy nublado”.
El Tyrannosaurus rex Tristán, hallado en Montana, es uno de
los esqueletos mejor
conservados que se han descubierto.Foto: Axel Schmidt,
Getty Images
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El fin de los tiempos
Si bien casi todas las teorías se enfocan en la violencia
espectacular de aquellos primeros minutos o días posteriores al impacto, los
efectos ambientales a largo plazo fueron los que, eventualmente, aniquilaron a
la mayoría de los dinosaurios y gran parte del resto de la vida terrestre.
La penumbra reinante ocasionada por la nube de polvo se
tradujo en una drástica reducción de la fotosíntesis. Debieron pasar muchos
meses para que el hollín y la ceniza cayeran de la atmósfera y mientras lo
hacían, la lluvia debió ser como un fango ácido. Fuegos masivos habrían
producido cantidades inmensas de toxinas que destruyeron temporalmente la capa
de ozono que protege al planeta.
Luego tenemos la huella de carbono del propio impacto, el
cual liberó, de un solo golpe, alrededor de 10 billones de toneladas de dióxido
de carbono, 100 mil millones de toneladas de monóxido de carbono, y otros 100
mil millones de toneladas de metano, según el geólogo David Kring, del
Instituto Lunar y
Planetario. En suma, las consecuencias inmediatas del
asteroide fueron un portentoso doble golpe: un invierno nuclear seguido por un
calentamiento global drástico. Y es allí donde las muestras del núcleo recién
obtenidas del cráter de Chicxulub pueden llenar los vacíos de información sobre
esta historia infame.
“El programa de perforación nos ayudará a entender cómo fue
que todo esto afectó al clima post-impacto; cuánto material fue eyectado a la
estratosfera y qué era ese material”, dice Morgan.
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