No habrá gambeteado ingleses en el estadio Azteca, como
Maradona en el mundial de 1986, pero -también hace 30 años- el científico
argentino Eduardo Olivero gambeteaba una expedición británica para
anticipárseles en un descubrimiento de relevancia global: los restos del primer
dinosaurio encontrado en el continente antártico.
Así como Diego convirtió el mejor gol de la historia de los
mundiales, Olivero ayudó a demostrar que alguna vez la Antártida estuvo unida
al resto de las masas continentales, porque esa es la única manera de que un
Anquilosaurio -un dinosaurio herbívoro de 11 metros de largo por 2,5 metros de
alto y 4 toneladas de peso-, terminara incrustado entre las rocas de la isla
James Ross, en el noreste de la actual península antártica.
El geólogo -que no nació en Fiorito pero sí en un humilde
pueblo de la provincia de Santa Fe-, caminaba unos 20 kilómetros diarios junto
a su equipo de ocho colegas argentinos para llegar al punto de interés de sus
investigaciones, en la isla Ross, mientras una expedición compuesta por
científicos británicos, que compartía la misma zona, utilizaba un moderno
cuatriciclo que hacía todos los días el mismo camino y dejaba una huella
impregnada en la nieve.
Olivero reconoce que aunque el campo de juego era la
ciencia, resultaba imposible sustraerse del clima de post guerra con Gran
Bretaña, y admite que todavía hoy los grupos científicos de diferentes
nacionalidades compiten por ser los primeros en obtener las respuestas ocultas
del continente blanco.
El equipo nacional capitaneado por Olivero, doctor en
Ciencias Geológicas de la Universidad de Buenos Aires e investigador superior
del Conicet, había estado 15 días alojado en la Base Marambio, por problemas
logísticos, antes de ser trasladado cien kilómetros en helicóptero hasta la
isla Ross, en el verano de 1986.
"Fui convocado por el Instituto Antártico Argentino y
por la Dirección Nacional del Antártico, para generar un programa de
investigación sobre geología y paleontología de ese grupo de islas, considerado
uno de los lugares más importantes para reconstruir la historia oceanográfica,
climática y de recursos naturales del continente a lo largo de 70 u 80 millones
de años", recordó el científico en dialogo con Télam.
La búsqueda del dinosaurio era considerada por entonces la
última "copa del mundo" de los hallazgos paleontológicos, ya que si
bien dos años antes, en 1984, una expedición estadounidense había encontrado
los primeros restos de mamíferos, el tamaño de estos ejemplares admitía la
posibilidad de que hubieran llegado a la Antártida sobre troncos a la deriva.
"Yo no soy paleontólogo de vertebrados. Teníamos otros
objetivos, pero éramos plenamente conscientes de que un dinosaurio era algo que
debía ser encontrado", indicó Olivero.
Cuando el seleccionado de científicos finalmente arribó a la
isla Ross, se encontró con un campamento británico ya armado en la zona, e
inclusive tuvieron que trasladarse otros 15 kilómetros porque habían acampado
en el sitio exacto donde tenía previsto instalarse la delegación argentina.
"Si bien la cuestión Malvinas estaba presente y no se
podía obviar, nuestros intereses eran puramente científicos. Ello no quita que
estuviéramos en plena competencia con el grupo de ellos. Nos veíamos cada
tanto, pero cada uno buscaba sus propios logros", puntualizó el geólogo
que vive en Ushuaia desde 1992.
Entre los grupos había diferencias logísticas, como por ejemplo
el cuatriciclo que los ingleses utilizaban para trasladarse, mientras que los
argentinos caminaban.
"Lo curioso es que el lugar exacto donde encontramos
los restos del dinosaurio estaba a unos 20 metros de la huella por donde ellos
circulaban con el vehículo para ir y venir. Es decir que pasaban todos los días
pero nunca los vieron", rememoró Olivero.
Incluso mencionó que en 1987, cuando presentó por primera
vez el hallazgo en la Universidad de Cambridge (Inglaterra), utilizó una
fotografía "cuidadosamente elegida" donde se veía el sitio con los
fósiles y, además, la huella del cuatriciclo.
El momento culmine del descubrimiento también tiene puntos
en común con el gol de Maradona, no solo porque ambos se produjeron debajo de
un sol radiante, uno en el caluroso estadio Azteca y otro en el desierto helado
de la Antártida, sino porque Olivero define la circunstancia previa como
"un momento de inspiración".
"Es difícil que un científico lo diga, pero fue una de
esas inspiraciones que uno no entiende muy bien. Era un día fantástico, con sol
muy bajo, y por algún motivo se producían unos reflejos dorados que me hicieron
recordar el paisaje del parque de Ischigualasto o Valle de la Luna, donde yo
había estado hacía poco y que es un lugar clásico de dinosaurios en la
Argentina. Por eso hice la conexión y pensé: acá puede haber algo. Les dije a
mis compañeros que siguieran y me quedó solo", relató sobre aquel momento.
"Debo haber caminado 500 metros, y al lado de la huella
del cuatriciclo de los británicos, encontré parte de la mandíbula y un diente
del dinosaurio. Estaba incrustado en una roca pero era visible en la
superficie. No había GPS así que tuve que hacer un pequeño monolito con
piedras, y traté de volver lo más rápido que pude con el resto del grupo para recuperar
la mayor cantidad de la material posible", completó el científico.
Aunque las tapas de todos los diarios del mundo incluyeron
la noticia del gol de Diego, el hallazgo del Anquilosaurio que ayudó a
demostrar la teoría de la deriva continental pasó casi desapercibida en
Argentina.
Recién varios meses después, el hecho tomó trascendencia
mundial cuando se publicó en el suplemento científico de The New York Times.
El esqueleto fue reconstruido y se exhibe todavía en el
Museo de Ciencias Naturales de La Plata, donde además, dos especialistas lo
bautizaron con el nombre de "Antarctopelta Oliveroi", en alusión
final al apellido de su descubridor.
"Los británicos han tenido una historia de
investigación muy importante, en especial en ese lugar de la Antártida. Es
evidente que ellos también buscaban este premio, que era el último y más
importante de la especialidad. Por eso es un motivo de orgullo, no tanto
personal, sino por lo que implica para la ciencia argentina", evaluó
Olivero, mientras mira una foto donde se lo ve agachado con su trofeo en la
mano, al que solo faltaría estamparle el número diez en la espalda. TELAM
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