Nunca nombrarían a su proyecto “Un techo para mis
dinosaurios”, aunque en algo de eso andan: gracias a su insistencia, en breve
Uruguay tendrá el primer museo semiabierto de huellas de dinosaurios.
Foto: Pablo Toriño
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El anuncio tuvo lugar el miércoles 31 de mayo, cuando en el
marco de la Tecnicatura en Bienes Culturales, cogestionada por el Centro
Universitario de Tacuarembó, el Centro Universitario Paysandú y la Facultad de
Humanidades, se presentó el proyecto de construcción del museo de huellas de
dinosaurios, que se erigirá sobre la ruta 26, próximo al pueblo Cuchilla del
Ombú, en Tacuarembó, y que contó con la presencia de paleontólogos de la
Facultad de Ciencias, autoridades de la Intendencia y habitantes de la zona.
La noticia más importante, al menos para el paleontólogo
Pablo Toriño, que participó en el evento, es que todo indica que la
construcción se iniciará este año y que, como es una obra relativamente
sencilla, no llevará más de tres o cuatro meses. Es la concreción de un anhelo
de larga data: “Desde que aparecieron las huellas en 2009, nos dedicamos a
procurar fondos presentándonos a distintas convocatorias”. Toriño dice que fue
un proceso arduo, “pero a principios de 2016 tuvimos suerte y el proyecto ‘Ruta
de los Dinosaurios’ fue premiado por el Ministerio de Educación y Cultura con
dos millones de pesos. Con eso, más la contraparte que pone la Intendencia de
Tacuarembó, que son cuatro millones, completamos el presupuesto necesario para
comenzar la construcción”.
Azar y constancia
Es curioso hacer un museo sobre huellas de dinosaurios al
costado de una ruta como la 26. Lo que sucede es que la decisión de la
ubicación la tomaron los dinosaurios, que hace 150 millones de años caminaron
por lo que antes era un enorme desierto. El azar quiso que en ese sistema de
interdunas se acumulara el agua suficiente para que la arena se humectara y los
restos de sus pisadas pasaran a la posteridad, ya que como cualquiera que haya
ido a la playa sabe, una huella en arena seca tiene una duración efímera. A
este tipo de fósiles, que no son de una parte del animal en sí, sino que son
evidencias de una actividad vital, en este caso, de su forma de locomoción, se
los denomina icnofósiles. Y el azar, que tuvo que ver con que estas huellas se
fosilizaran, también fue parte de su descubrimiento.
Un equipo de paleontólogos de la Facultad de Ciencias,
liderado por el doctor Daniel Perea, venía trabajando desde principios de siglo
recolectando fósiles de dinosaurios en Tacuarembó. Dado que en Brasil, del otro
lado de la frontera de Santa Ana Do Livramento, se encontraron huellas de
dinosaurio, pensaron que en el norte de Uruguay había una alta probabilidad de
que también se pudieran encontrar, y decidieron enfocarse en buscar esas pisadas.
Y entonces llegó aquel día de octubre de 2009, que Pablo Toriño recuerda con
gran felicidad: “Veníamos de Rivera recorriendo distintos puntos, llegamos a
Tacuarembó y en la ruta 26 paramos para almorzar algo al mediodía. Y en ese
lugar, que es como un claro de arenisca cerca de la entrada del pueblo Cuchilla
del Ombú, algunas de las chiquilinas del equipo [Valeria Mesa, Andrea Corona y
Lucía Samaniego] se pusieron a conversar. Y de repente, Lucía se puso a buscar
y encontró la primera pisada”.
Pero así como una golondrina no hace el verano, una sola
huella circular de unos 40 cm de diámetro, con los bordes levemente elevados,
no permitía determinar a ciencia cierta si estaban ante el resto fósil del paso
de un dinosaurio. “Entonces buscamos y a medio metro apareció otra. Y luego
otra. Al final de la jornada habíamos descubierto unas 19 huellas, que
conformaban un trillo de unos diez metros de largo que dejó un dinosaurio
saurópodo, esos de cuello largo que caminan sobre cuatro patas. Haciendo cálculos
posteriores, determinamos que este saurópodo habría tenido un tamaño similar al
de un elefante”.
El sitio sobre la ruta 26 le traería más alegrías al equipo
de paleontólogos: luego encontraron un trillo de más de 12 metros de largo de
huellas de un saurópodo del doble de tamaño que el anterior. Sus huellas,
enormes, miden un metro de diámetro cada una. Después, en 2012, encontraron
unas de entre diez y 15 centímetros de largo. Tenía “tres dedos finos, como si
fueran de una pata de gallina”, y fueron dejadas por unos pequeños dinosaurios
carnívoros llamados terópodos. Pero ese claro de arenisca, que geológicamente
pertenece a la formación Tacuarembó, aún les ofrecería más satisfacciones: al
tiempo descubrieron las huellas de un ornitópodo, un tipo de dinosaurio bípedo
cuyo miembro más conocido es el pico de pato. Si bien encontrar huellas de
cuatro dinosaurios distintos del jurásico era fantástico, no todo fue motivo de
celebración: el yacimiento que contiene los icnofósiles está al costado de una
ruta. Y muchas veces las pisadas millonarias aparecen bastante deterioradas y
están expuestas a la erosión. Fue el caso de las huellas del terópodo, que no
duraron mucho tiempo y hoy ya no pueden verse. Por suerte el equipo de
paleontólogos pudo estudiarlas y fotografiarlas. Sin embargo, algo había que
hacer.
Galpón semitechado
“Nos dimos cuenta de que al limpiar las huellas para que
fueran más visibles y estudiarlas mejor, también hacíamos que fueran más
frágiles y sensibles a llenarse de agua y barro. Entonces decidimos parar y no
las destapamos ni limpiamos más. El resto del predio está sin tocar. No
descartamos que aparezcan más huellas, pero la idea es buscar después de que
esté construida la estructura techada del museo”, cuenta Toriño. Por eso, el
anuncio de esta semana es tan importante: “La estructura techada permitirá
preservar las huellas que ya se descubrieron y que la gente las visite, pero
también va a ayudar a seguir investigando el yacimiento”. El museo será una
especie de galpón semiabierto al costado de la ruta. Tendrá un sistema de
pasarelas que estarán elevadas a unos 80 centímetros del piso para que la gente
pueda caminar entre las huellas sin dañar la arenisca de 150 millones de años.
El proyecto es más ambicioso aun: “Luego de que se construya
la estructura techada, viene otra etapa que es realizar un centro de
interpretación en Cuchilla del Ombú, pueblo que está a un kilómetro y medio de
las pisadas de los dinosaurios”. Los pobladores pidieron sumarse al proyecto y
hay buenos motivos para ello. Toriño cuenta que el museo “va a ser solamente un
mirador de huellas, sin cafetería ni baños, porque, como estamos sobre una ruta
nacional, el Ministerio de Transporte y Obras Públicas no permite construir más
que eso por un tema de seguridad vial”. Entonces, la idea es que a escasos
kilómetros Cuchilla del Ombú ofrezca servicios a los visitantes, para así
generar un círculo virtuoso que cree fuentes de trabajo y permita incorporar a
los locales en la gestión del lugar. “Incluso pensamos que podrían tener su
propio museo con materiales que se pueden conseguir entre la Facultad de
Ciencias y otros museos. A mediano plazo, se piensa también en que la
Intendencia contrate a pobladores de Cuchilla del Ombú que van a ser
capacitadas por los paleontólogos y por la gente de Bienes Culturales y
Patrimonio para la atención al público”. Si las cosas se hacen bien, Cuchilla
del Ombú podría convertirse en “Villa Dinosaurio” y ser un punto de atractivo
turístico gracias al patrimonio paleontológico.
El equipo y las autoridades anunciaron que la Intendencia y
el MTOP están ultimando los detalles de la parte vial del proyecto y que en
breve se tendrá el permiso definitivo de construcción. Con suerte, el museo
estará pronto este año o a más tardar a principios del año que viene. Y
entonces todos podremos apreciar las huellas que los dinosaurios dejaron hace
150 millones de años, mientras que los paleontólogos continúan trabajando,
ahora bajo techo, para seguir revelando secretos del Uruguay Jurásico.
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